Un vistazo a los edificios del siglo XIX en Guadalajara

viernes, 7 agosto 1987 1 Por Herrera Casado

 

En el diario trato con los temas del pasado de nuestra tierra, con la historia de sus gentes, con el estudio y defensa de sus huellas monumentales, van surgiendo temas diversos, apa­sionantes todos, que requieren y merecen una atención detenida. El arte románico rural de nuestra provincia; la magnífica presen­cia del Renacimiento en Sigüenza; la interpretación honda de lo que la familia Mendoza significó en este territorio; los datos arqueológicos de variados lugares… en fin, un largo acopio de temas que un buen puñado de personas estudian y dan a conocer a todos para su apreciación cabal y su defensa.

Pero en esta empresa ha quedado siempre un poco sosla­yado un momento de la historia alcarreña que, quizás por haber sido el menos brillante, ha importado poco: me refiero al siglo XIX que en Guadalajara significó un momento crucial de pobreza, de desánimo, de despoblación y atraso. La devastación de la francesada redujo a ruinas gran parte de nuestros pueblos y ciudades. Poco a poco, y en medio de un decaimiento económico agudísimo se fueron levantando edificios, barrios, conjuntos urbanísticos que, surgidos en un momento determinado de la histo­ria, son ahora ejemplo vivo de ella, muestra irremplazable de una época.

Sin querer ahondar en esta ocasión en el estudio y la apreciación exhaustiva de algunas de estas muestras del arte del siglo XIX, sí podemos recordar algunas de ellas y brindarlas a cuantos deseen colaborar en esta polivalente tarea de la defensa del pasado histórico‑artístico, para que las estudien, las den a conocer, y las defiendan.

Artísticamente, el siglo XIX, una vez superado su idi­lio con el neoclasicismo a ultranza y la imitación del imperio francés, se desenvuelve en un sugestivo eclecticismo que da pie a interpretaciones curiosas de pasados estilos. De ese eclecticismo artístico es muestra monumental, de las más destacadas de España, el Panteón de la Condesa de la Vega del Pozo, junto al resto de los edificios que esta señora construyó en su torno. Un aire románico de inspiración italiana se cierne en el edificio gigan­tesco del mausoleo: arcos, planta, cúpula y multitud de detalles quieren devolver la gloria de un momento medieval en la tallada piedra del siglo XIX.

El edificio central de lo que se planeó para asilo y hoy se utiliza por las religiosas adoratrices para la enseñanza, imita fidedignamente el plateresco español, recordando en su estructura y ornamentación a la fachada de la Universidad de Alcalá de Henares. El claustro de este edificio es obra magnífica que imita al románico. Y la iglesia, hoy parroquia del «Barrio de Defensores», es un elemento arquitectónico en el que revive el arte mudéjar y aun el islámico con sus más valientes galas y el recuerdo de este tipo de arquitectura en Guadalajara.

Los planos, las ideas, los símbolos que en esta arqui­tectura esplendorosa aparecen, la distribución de sus edificios, su ornamentación, etc., está tratando de enviar un mensaje al hombre de hoy, y por ello debería ser estudiado detenidamente para que pueda decirnos algo de interés. Lo que habrá que tocar con el máximo cuidado, en evitación de repetir desmanes de «in­terpretación ambiental histórica» como recientemente se han come­tido en nuestra ciudad, es a la hora de esa reforma y aumento de los jardines de San Roque a costa del terreno de esta fundación de la Adoratrices. El conjunto de edificios y parque, todo ello rodeado por una verja y valla de la misma época, es del suficien­te interés en la historia de la arquitectura y de la ciudad de Guadalajara, como para mirarlo con lupa.

Otros muchos edificios o conjuntos deben ser tratados en este sentido del mensaje que hoy aportan: el palacio de la misma condesa de la Vega del Pozo, con su aneja iglesia de San Sebastián, hoy ocupados por los religiosos maristas, son también piezas fundamentales para calibrar el eclecticismo artístico del siglo XIX alcarreño: su estructura que remeda los grandes pala­cios de la nobleza arriacense en el siglo XVI, y la iglesia u oratorio tratada en su fachada como uno de los más delicados monumentos platerescos, al tiempo que su airosa torreta expone líneas románicas bien definidas. Debe ser abordado su estudio en el aspecto constructivo, ornamental y simbólico‑funcional. Y en una tarea que, más que por parte de los historiadores del arte, quizás por arquitectos interesados en estos temas, al tiempo que dotados técnicamente de una preparación óptima.

Recorriendo de nuevo el panorama de la ciudad de Guada­lajara en el siglo XIX, nos vienen a la cabeza algunos otros edificios y conjuntos singulares: es uno de ellos el poblado de Miraflores, en el borde de Monte Alcarria, que se levantó a fines del siglo pasado como lugar ideal de explotación agrícola, inclu­yendo un gran palacio, una capilla de romántico entorno, un par de molinos aceiteros, un gran silo cilíndrico con palomar y una serie ordenada de casas y almacenes, hoy todavía muy bien conser­vado y en uso; con el complemento de una zona de descanso y esparcimiento que se ha instalado en sus proximidades y que, si se usa adecuadamente, puede revalorizar el lugar.

Otros edificios y conjuntos de interés son la colonia residencial, junto a los amplios talleres y almacenes, que en la segunda mitad del siglo XIX surge en el recinto del fuerte de San Francisco, hoy afortunadamente íntegra; la serie de edificios militares que servían de espalada a la Acade­mia de Ingenieros, destacando el conjunto que se erigió sobre las antiguas murallas, imitando un castillo almenado, incluso con torres, y que se edificó en 1879; la portada y ábside del santuario de la Virgen de la Antigua, hecho en perfecta imitación de la arquitectura mudéjar arriacense (recordar en este sentido la importancia del neo‑mudéjar madrileño del siglo pasado); el pala­cio de la Diputa­ción Provincial, construido de 1880 a 1883 sobre el solar que dejó el palacio de los Gómez de Ciudad Real y la parroquia de San Ginés, es obra más impersonal, pero con una fachada interesante de remedo renacentista, y un patio central curiosísimo en estilo neo‑mudéjar; el mismo Ayuntamiento de Gua­dalajara es obra in­teresantísima, construida a finales del siglo XIX, inaugurada en 1906, y que presenta en su fachada abundantes elementos del estilo plateresco que vienen a estructurarse en un peculiar y curioso eclecticismo; también es de considerar el edificio, con­junto interno y cerca del Mercado de Abastos en la plaza de la Antigua, obra finisecular en la que entran en juego los armazones de hierro como elemento artístico a finales del siglo XIX, si­guiendo el movimiento que poco antes iniciara la torre Eiffel de Paris; y, en fin, el edificio monumental, y ejemplo de eclecti­cismo basado en la Baja Edad Media, de la Cárcel Provincial, que muestra una planta de perfecta cruz latina con gran cúpula cen­tral, al estilo de los antiguos hospitales bajomedievales, mas una fachada rematada en barbacana almenada, coronada del escudo de la ciudad, y una estructura general que convierten a este edificio en un monumento singularísimo de este siglo XIX alca­rreño que, como se ve, conserva abundantes mues­tras, suficientes como para justificar un estudio amplio, unifi­cado, de la época, la sociedad y los constructores de todos ellos.

Por cierto que en estos días el edificio de la Cárcel Provincial cumple el primer centenario de su construcción y vida. Comenzó a edificarse en noviembre de 1880, al menos en su primer proyecto, y lentamente, aunque sin paralización ninguna, llegó hasta el 15 de junio de 1887, en que definitivamente se concluyó. Fueron sus constructores los arquitectos municipales Vicente García Alvarez de Ron y Pedro Alonso, y el costo total de la obra, incluido el solar donde se ubicó, que entonces eran las afueras de la ciudad (hoy ya demasiado céntrico), no alcanzó el medio millón de pesetas. 

Pero de todos modos, y mientras se haga ese estudio sistemático que proponemos, lo que debemos hacer todos cuantos estamos interesados en la protección del patrimonio histórico‑ artístico de Guadalajara es respetarlo al máximo. Mientras sigan cayendo, como recientemente han caído, edificios del siglo pasado que por añadidura estaban incluidos en el Catálogo o Inventario de Monumentos de la ciudad, como han sido algunas casas de la calle de San Roque, ante la indiferencia (no me atrevo a decir complacencia) de los responsables de estos temas en el Ayunta­miento, no podremos decir que la historia de Guadalajara esté suficientemente protegida. Es, en definitiva, una tarea de todos, una tarea de mentalización y educación que, en estas líneas, intenta explicarse y abrirse paso.