Gregorio Marañón, un enamorado de la Alcarria

viernes, 5 septiembre 1986 1 Por Herrera Casado

 

La tierra de la Alcarria, a pesar de su aspecto adusto y, en un principio, despegado, reúne elementos que la hacen enseguida muy entrañable y añorada. No ya para cuantos en ella hemos nacido y vivido siempre, sino también para aquellos que, sin conocerla previa­mente, un día llegaron hasta su medula. Tuvieron que volver. Le val­dría a La Alcarria ese slogan publicitario que usan ahora los sevilla­nos. «Visite la Alcarria. Volverá». Eso hizo Cela, y no se cansa.

Uno de los más ilustres enamorados que ha tenido la Alcarria fue D. Gregorio Marañón y Posadillo, el doctor Marañón como le conocemos todos. Aquel hombre que, de una manera que aun asombra a quien se acerca a su colosal figura, trabajo la ciencia en todas sus dimensiones, y adopto con rigor y efectividad el encargo de ser humano en la tierra, fue un admirador ferviente de nuestra provincia. No solo de sus paisajes, sino muy especialmente, y lo demostró en algunos escritos, de su historia, de sus monumentos, de sus gentes… en definitiva, de todo aquello que conforma el ser intimo, la esencia trascendente de Guadalajara.

Marañón, como todo español con un mínimo de lecturas (y el tenía un máximo de ellas), y con una pizca de sensibilidad, conocía desde siempre la existencia de Guadalajara, el papel de estas tierras del Henares y las Alcarrias en el devenir de la historia de España, y sabía también de los Mendoza, de los Silva, de los Lara y de los Vázquez de Arce. Pero fue hacia el año 1944 que se despertó de un modo impetuoso su interés hacia nuestra tierra. Y esto ocurrió gracias a la capacidad de otro hombre que hizo que esto mismo ocurriera a muchos. Fue D. Francisco Layna Serrano quien provocó en Marañón el amor a Guadalajara y sus cosas.

Ocurría esto en junio de 1944, con motivo de la Exposi­ción de Fotografías sobre Guadalajara, realizadas por D. Tomas Camari­llo, y que se presentó en los salones del Circulo de Bellas Artes de Madrid. Aparte de la belleza de las imágenes captadas por Camarillo,  y mostradas en grandes tamaños al «todo Madrid» que quedo maravillado de aquel trabajo, la Diputación promovió una serie de charlas de su Cronista Provincial, el Dr. Layna Serrano, en los salones de dicho circulo de Bellas Artes, a las que acudieron destacadas figuras del mundo cultural de la capital de España. Y entre ellas fue D. Gregorio Marañón, quien quedó deslumbrado del saber y la erudición de D. Fran­cisco.

Contaba éste más tarde, que a raíz de entonces el profesor de Endocrinología no cesó de llamarle pidiéndole datos, preguntando por la aparición de su próximo libro, (pues los iba adqui­riendo todos según salían, habiendo sido Marañón el comprador del primer libro puesto a la venta de la «Historia de Guadalajara y sus Mendozas» en Madrid), e incluso visitándole en su casa de la calle Hortaleza, tratando de que le orientara sobre algunas figuras mendoci­nas que le preocupaban para el libro sobre Antonio Pérez que a la sazón preparaba. En esa ocasión, Marañón buscaba en algún punto de la ascendencia familiar, la razón ultima del extraño carácter de doña Ana de la Cerda, la princesa de Éboli. Y le decía a Layna que buscara donde podía estar esa razón, puesto que el conocía a la familia Mendo­za tan bien o mejor que a la suya propia.

También solicitó de nuestro Cronista información sobre pueblos, y así realizó Marañón, hacia la segunda parte de los años cuarenta, diversas excursiones por la provincia de Guadalajara. Estuvo concretamente en Pastrana (donde el mismo hizo fotografías para su primera edición del Antonio Pérez), y captó el ambiente y las evoca­ciones de la villa ducal para plasmarlas en su obra; también viajó a Molina, a Cogolludo, a Sigüenza y a Atienza. Antes de ir a Brihuega y a Cifuentes, como hizo, le volvió a pedir a Layna que le enviara los folletos que por entonces había publicado la Casa de Guadalajara sobre esos dos pueblos.

La admiración de Marañón hacia la tierra y la historia de la Alcarria, que finalmente se trocó en fervor por ellas, la debía en gran medida a Layna Serrano. Y D. Gregorio, que además de sabio era honrado y agradecido, estuvo empeñado en que Layna debía ser Académico numerario de la Real de Historia, pues le sobraban motivos y capacidad para ello. El historiador alcarreño siempre se resistió, y no quiso presentar su candidatura al puesto, cuantas veces hubo oportunidad al producirse una vacante en la ilustre corporación.

Cuando el año que viene toda España celebre, con la solemnidad y el cariño que se merece, el Centenario de D. Gregorio Marañón, recordaremos de nuevo este cariño que el polígrafo madrileño tuvo por nuestra tierra, por las pardas y resecas llanuras de alca­rrias, por los jugosos y umbríos vallejos de sus costados. Y seguire­mos en la creencia de que, en esta tierra nuestra, esta la razón de tantas y tantas cosas que hicieron, para bien o para mal, a España.