La Plaza Mayor de Guadalajara

viernes, 2 mayo 1986 1 Por Herrera Casado

 

El origen de nuestra Plaza Mayor se pierde en la nebulosa de los siglos. Es tan vieja que nadie sabrá decir cuándo nació. Y al mismo tiempo tan joven y tan nueva que aún se habla, en los corrillos, sobre ella y su aspecto, y se comenta el último traje que trae puesto, o los pavoneos que se da delante de todos.

La verdad es que ya cuando los árabes hicieron una ciudad donde hoy vivimos, la Wad‑al‑Hayara que planeó Al‑Faray allá por el siglo octavo, le puso una plaza en medio, a pesar de lo poco aficionados que los árabes eran a esta ocasión de higiene ciudadana que es la plaza. El hecho es que cuando la ciudad medieval cristiana creció, con sus tres calles recorriendo la loma, la principal que subía el espinazo de la ciudad tenía en su comedio una apertura más o menos amplia, que llamaron plaza.

Si su existencia es seguro tiene vetustez de peso, no ocurre igual con su nombre. Hacia el siglo XIV o XV le llamaban a aquel espacio el corral de Santo Domingo, luego diré porqué, y más adelante fue denominado como plaza del Concejo, y en esto no hace falta dar explicaciones. Lo de Plaza Mayor es más moderno, probablemente del siglo pasado.

La llamaban corral de Santo Domingo porque en su costado norte, donde hoy anda la cerería, había una ermita que llamaban de Santo Domingo el Viejo. La tradición dice que después de la Reconquista, vino el propio Santo Domingo de Guzmán, en su afán fundador, a poner un convento junto a aquella ermita. Parece ser que no es tan antigua la tal ermita, sino que fue en 1407 que la mandaron levantar Gómez Suárez de Écija y Constanza Dávila su mujer. Por entonces la plaza era mucho más estrecha, rodeada de casas bajas y viejas. En fin, que a la pobre plaza mayor de Guadalajara apenas si la llegaba el sol a los adoquines, cosa que en siglos futuros se remedió, y con creces.

Cuando a finales del siglo XV el Cardenal Mendoza anduvo haciendo plazas y levantando templos por sus territorios, parece ser que se fijó en ésta que ya hacía funciones de plaza mayor en Guadalajara. Aunque, re­pito, los Mendoza nunca tuvieron el señorío de la Ciudad, sí ejercieron su poder de forma muy notable. Si bien el Mendoza no tenía posibili­dad de ordenar, en el sentido pleno de la palabra, una mudanza urba­nística, sí pudo aconsejar y ayudar. El hecho es que tradicionalmente se ha considerado que fueron las instancias del Cardenal Mendoza las que propusieron y llevaron adelante la reforma más importante de cuantas ha tenido la Plaza mayor de Guadalajara. Derribó la ermita de Santo Domingo, derribó casas por todos los cuatro costados, y levantó otras nuevas, poniendo soportales en sus laderas.

Vino a hacer, en pequeño, lo que en Sigüenza le había salido monumental y fastuoso. Pero el caso es que la Plaza Mayor, que pasaron a llamar del Concejo porque entonces se aprovechó a levantar casa nueva de Ayuntamiento (ya se sabe que en la Edad Media el Concejo se reunía en el atrio de la iglesia de San Gil), quedó singular y hermosa, grande para lo que se acostumbraba a ver en otros sitios. Cardenalicia casi. Las calles que le llegaban, como era la cuesta del Reloj, la Mayor en su parte alta y baja, y el callejón del Arco, accedían a la plaza a través de arcos enormes de ladrillo que cruzaban de casa a casa. Esta estructura se echó abajo en la reforma de la plaza que hizo el alcalde Fluiters. Otras reformas ha sufrido nuestra Plaza Mayor en este siglo, quizás el más insistente en maquillajes. La última, polémica en su momento, le ha entregado una dimensión nueva. Y aparte de su ondulante suelo, ha ganado en majestuosidad y prestancia, aunque ha perdido intimidad y dulzura. Pero en fin, nunca llueve a gusto de todos.

El edificio del Concejo o Ayuntamiento ha sido también de los que más reformas ha sufrido. Surgió en el siglo XV como un caserón prestado para que en su cámara principal se reunieran los ediles. Perdió con ello viveza y populismo el trató de los negocios públicos de la ciudad. Guadalajara se hacía cada vez más grande, y no era prudente hacer concejos abiertos con cientos o miles de personas. Tampoco era operativo. Los cargos municipales, electos siempre, decidirían. Y lo harían más tranquilamente en un salón cerrado. La reforma del edificio concejil se acometió también cuando las obras del Cardenal. Se hizo, un bonito Ayuntamiento con dos torres laterales y unas arcadas centrales, un tanto renacentista. Pronto hubo que arreglarle y mejorarle. Finalmente, en el siglo XIX, a partir de 1882, se echó al suelo totalmente y se levantó el actual, dirigido por el arquitecto Antonio Vázquez Figueroa, quien nos dio un edificio de estilo neorrenacentista, en la tendencia eclecticista que entonces estaba a la moda. Reformas internas y lavados de cara progresivos nos le han dejado, un siglo después, hecho un sol. Es un Ayuntamiento francamente bonito, sin ostentaciones y en su sitio.

Y poco más se puede decir, en punto a historias, de esta plaza mayor de Guadalajara, que durante muchos siglos ha marcado las horas de la ciudad y ha visto pasar por ella las cabalgatas de Ferias y los desfiles militares, comitivas de Reyes y peñas colocadas, y ahí está, más política que nadie, poniendo buena cara a todos, tratando honradamente de ser, siempre, la plaza más querida, más recordada, más humana de Guadalajara.