Viaje a Olmeda del Extremo

sábado, 23 agosto 1975 1 Por Herrera Casado

 

Hace ya algunos meses, la Caja de Ahorros y Monte de Piedad Zaragoza, Aragón y Rioja, tan preocupada y atenta hacia las médulas esenciales de nuestra tierra de Guadalajara, dentro de su serie de monografías dedicadas a pueblos y regiones de su ámbito de acción, tuvo la gentileza de publicarme un trabajo acerca de Brihuega, que consistió en un folleto de 28 páginas, con cinco fotografías a todo color, y otras diecinueve en blanco y negro. Después de estudiar la peripecia histórica de la villa, sus obras de arte y su costumbrismo, daba un breve repaso a los pueblos que hoy forman parte del municipio briocense. Y al hacer referencia de la Olmeda del Extremo, escondida en su vallecico alcarreño, olvidada de todos y fuera de las rutas más conocidas, llegué a decir que no encierra nada de particular.

Nobleza obliga, y aunque nadie me ha pedido que rectifique, por la sencilla razón de que prácticamente nadie se ha ocupado de este trabajo mío, considerando que Olmeda del Extremo sí encierra cosas de particular, aquí públicamente «desfago el entuerto» que a la encantadora villa alcarreña le he podido hacer, y digo de su interés y de su curiosa fisonomía

Se encuentra Olmeda a 13 kilómetros de Brihuega, siguiendo el camino que, pasando por Malacuera, en ella acaba. Hoy está asfaltado por los servicios técnicos de la Diputación Provincial, como la mayoría de los antiguos caminos vecinales de nuestra tierra, por lo que llegarse hasta este simpático pueblecito es cosa de unos minutos.

No se ve el caserío hasta que doblamos la esquina de una primera casa de labor. Rodando sobre la llanura de la Alcarria, después de detenernos un momento a contemplar las ruinas de antigua ermita que en medio del campo daba su tono de piedad rural, se avista una hondonada del terreno en cuya ladera, orientado a Levante, nos aparece el pueblo. Tierra de pan llevar, cerealista y seca, a buena altura situada, -rondará, los, 900 metros sobre el, nivel del mar‑, el golpe ocre de la distancia se confunde en un oleaje de pasión con el caserío agrisado. Tejados en oleaje dulce y sonoro a piedra vieja; olivares que huelen, en la distancia, a tela vieja de sacristía, y un tomillar entre las nubes, dando aliento a las abejas y a los vencejos. Sobre el pueblo, en palpitar sereno, dos espadañas se alzan en prueba de una religión que permanece. La historia de la Olmeda es bien simple. Hace ya muchos siglos los habitantes del poblado de Herreñuela, en el alto también pero cercano al Tajuña, y que también durante muchos años había sido propiedad de los monjes jerónimos de Villaviciosa, terminaron por cambiarse de sitio y asentarse en la solana donde hoy se encuentra. Ya en el siglo XIII se constituyó, de todos modos, núcleo de población donde hoy lo vemos, pues de aquella época es la iglesia parroquial. Después, en el siglo XVI, vemos como el conde de Cifuentes da en mayorazgo a su hijo don Alfonso, junto con las villas de Sotoca, Ruguilla y Huetos, ésta de la Olmeda del Extremo.

Que sí tiene algunas cosas de particular. Esas dos espadañas que os digo se divisan sobre los tejados nada más avistar el caserío, son prueba de ello. Una de ellas, la más grande, triangular y campanera, es la del templo parroquial. Su forma nos declara ser del siglo XIII, y esto lo corroboramos al situarnos ante su puerta principal, que, tal como vemos en la fotografía adjunta, es obra típica del románico rural de dicha centuria, en el que todos los templos de nuestra provincia fueron construidos. Este ha llegado a nosotros, afortunadamente, intacto, con sus arquivoltas semicirculares, jambas y un par de columnas adosadas sosteniendo sus correspondientes capiteles de muy sencillo y ya desgastado tema floral. Toda la portada se empotra en un cuerpo saliente del muro, con remate a dos aguas. Aparte de esta interesantísima puerta, la iglesia de la, Olmeda nos muestra un ábside semicircular coronado de modillones y canecillos románicos, algunos con carátulas antropomorfas muy curiosas. Modillones que también aparecen en el resto de los muros y dan al templo un aire total Y completo de estilo románico como ya quedan pocos. El interior, arreglado y adulterado, a través de los siglos, no conserva nada interesante.

Es curioso que el historiador de nuestro arte románico provincial, el doctor Layna. Serrano, no estudiara este templo, ni siguiera indicara su existencia. El mal camino que hasta hace poco ha­bía para llegar a él le impidió seguramente percatarse de ello. Menos disculpa tiene la actitud del también cronista provincial señor Pareja Serrada, quién en su estudio acerca de «Brihuega y su partido», publicado en 1916, dice al hablar de la Olmeda: «la iglesia parroquial, dedicada a nuestra Señora de la Asunción, es pobrísima y raquítica a más no poder. Indudablemente no habrá otra tan pobre en todo el partido» Comprendo que haya quien no guste, del estilo románico, pero ello no es motivo para despachar tan categórica y humillantemente a un templo que, por lo menos en nuestro criterio, y creo que, hoy en día, en el de muchos otros, es una joya del Medievo que merece nuestra atención y nuestro cariño. Tal vez sea porque hoy soplan nuevos vientos, de comprensión, amor, y entusiasmo hacia nuestro pasado, tanto en su, aspecto histórico como artístico, que antes no soplaban, y hundían en su calma chicha, lo que tocaban.