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agosto 17th, 1974:

De vieja medicina seguntina

 

La ciudad de Sigüenza, que desde el siglo XII mantiene en el trono pardo de su hogar catedralicio toda la austeridad y todo el brillo de una ejecutoria de noblezas, posee abundantes recuerdos de cualquier tema relacionado con las humanas actividades. Una de ellas, y de las más hermosas, es la que de médicos, boticas y salubridades trata. De la asistencia sanitaria a clérigos y seglares que durante las pasadas centurias poblaron Sigüenza es de lo que, brevemente .y en cortas pinceladas, vamos a tratar hoy.

Si desde la Edad Media existen en prácticamente todos los pueblos de España unos recintos, que se titulaban «hospitales», para el asilo de pobres, de peregrinos y, en algún caso, de enfermos, Sigüenza contó con uno de estos establecimientos desde el mismo momento en que se conquistó la ciudad, pues ya en 1197 el obispo don Rodrigo fundó el primer hospital que se recuerda. Parece ser que se le «dio, en principio, el nombre de «Hospital de Nuestra Señora de la Estrella», para pasar a llamarse de San Mateo en 1445, año en que don Mateo Sánchez, chantre de la catedral seguntina, le dotaba ricamente y p o d í a considerar como nuevamente fundado (1). Dividido otra vez en dos instituciones distintas, todavía en el siglo XVIU se escribía así de ellos: «En esta ciudad hai dos Hospitales, el uno para curar Pobres enfermos, y alimentar y Criar Niños Expósitos, llamado de San Matheo, que con dos mil ducados, que poco más o menos tendrá de renta, y las limosnas y Hasistenzias que le da el Cavildo de la Cathedral su Patrono se mantiene; y el otro llamado de la estrella, que sirbe para Hospedar Pobres Pasajeros y Peregrinos, que se mantiene con 400 ducados que tendrá de Renta, del qual es dcho Cavildo Patrono» (2), viendo, de esta manera, cuáles eran exactamente sus misiones y cortas posibilidades.

La Medicina fue, a partir del siglo XVI, una ocupación a la que se dieron muchos hijos de Sigüenza, teniendo en cuenta el establecimiento en la ciudad, desde el siglo anterior, y fundada por don Juan López de Medina, arcediano de Almazán, de la única Universidad que ha cabido en los límites de nuestra provincia. Exactamente el 11 de abril de 1551, por decisión del claustro de profesores, se creaba la cátedra de Medicina, que impartió sus enseñanzas hasta el año de 1771, en que, según el «Plan General de Estudios», del conde de Aranda, quedaba eliminada (3).

De ella salieron algunos médicos renombrados, que inmediatamente pasaban a ocuparse de la, por lo general, quebrantada salud de los miembros del Cabildo. En el siglo XVI, dos muy importantes ocuparon este puesto: don Juan Gutiérrez y don Pedro Galve, que llegaron a ser médicos de cámara del rey Felipe II y sus descendientes (4). De este último se conserva el recuerdo y la estatua yacente en la humilde parroquia de Riosalido (5). Aún podemos recordar en tal puesto y siglo al doctor don Francisco Díaz Cortés, natural de Molina.

En la siguiente centuria se distinguieron en Sigüenza los doctores don Juan del Castillo, autor de  una obra titulada «Tam de Anatome quam de Vulneribus et Ulceribus»; don Antonio Pérez de Escobar y otros (6).

Del siglo XVIII, en su mitad, poseemos datos fidedignos en cuanto a los nombres y ganancias de todos los profesionales relacionados con la sanidad seguntina. Tres médicos había en 1753. Uno de ellos, don Gerónimo Montero, titular del Cabildo, Comunidades y Hospital, percibía un suelo le siete mil reales al año, verdaderamente sustancioso para la época. Don Manuel Hermoso, «escripturado por algunos pueblos ynmediatos, y por las Agencias de la Ciudad», ganaba 5.500 reales. Finalmente, don Juan Manuel de Briega, titular de Sigüenza, cobraba 4.500 reales anuales (7).

En cuanto a los cirujanos que por la misma época actuaban en la ciudad mitrada, conocemos también sus nombres y ganancias. Eran los siguientes: «Cuatro Cirujanos, a quien Regulan las Utilidades hasí: a Dn. Joseph Jalón, escripturado por el Cavildo y Comunidades eclesiásticas, por esto y demás ganancias, 5.700 reales; a Pedro de Aguas, escripturado por la Ciudad para la Asistencia de los Pobres, por esto y las demás agenzias en la ciudad, 2.800 Rs.; a Juan de Ariza, 2.200 Rs., y a Juan Antonio de Yta, otros 2.200». Estos hombres no tenían las mismas características que sus homónimos actuales, pues, aparte de ser meros ayudantes de los médicos, actuaban también de sangradores y barberos. Eran lo que comúnmente llamaban «cirujanos romancistas» o de traje corto. Los «cirujanos latinos», o de toga, tenían mayor categoría aún que los médicos, pues añadían a ese el título de «algebristas», o conocedores de las enfermedades de los huesos. Ninguno de éstos habla por entonces en Guadalajara.

Finalmente, un breve recuerdo para los tres farmacéuticos o «boticarios» que, también al comedio del siglo XVIII, se ocupaban de administrar hierbas y tisanas a los seguntinos: don José García Linares, que lo era del Hospital; don Francisco Serrano y don Diego Ramírez de Arellano, este último de linajuda familia alcarreña.

Esperamos sirva este breve pincelada, con olor a formol y a hierbabuena, para evocar a unos hombres que con su profesión humanitaria y su mejor voluntad, trataron de llevar el alivio en el dolor de los seguntinos.

Antonio HERRERA CASADO (del «Programa de Fiestas de Sigüenza. 1974.)

(1) Ver mi artículo sobre «El Hospital de San Mateo» («Nueva Alcarria» de 3‑11‑73),

(2) De los «Autos Generales» que la ciudad de Sigüenza en 1753 envió por contestación al Interrogatorio para el establecimiento de la única contribución. (Archivo Histórico Provincial. Guadalajara)

(3) Montiel, Isidoro; “Historia de la Universidad  de Sigüenza”. (Tomo I, pp. 86 y SS.).

(4) Minguella, fr. Toribio: «Historia de la Diócesis de Sigüenza y de sus obispos». (Tomo III, pp. 567 y ss.).

(5) Ver mi artículo «Riosalido: un sueño en piedra». («Nueva Alcarria» de 6‑IV‑74.)

(6) García López, J. C.: «Biblioteca de escritores de Guadalajara…».

(7) Datos tomados de los ya citados «Autos Generales» del Catastro del Marqués de la Ensenada (Archivo Histórico Provincial. Guadalajara). Fr. Toribio Minguella: op. cit., p. 568, menciona a este último y lo cita como nacido en Argecilla, en 1686, señalando sus actividades médicas en Jadraque y monasterio de Sopetrán. Según Eduardo, Juliá Martínez, en «La Universidad de Sigüenza y su fundador» (Madrid,, 1928, p. 54), don Juan Manuel Briega fue nombrado catedrático de Medicina en 16 de junio de 1749.

Cogolludo, historia y arte

 

El viajero que en estos días se llegue hasta ­Cogolludo va a recibir una de las más agradables impresiones que pueda esperar, y marchará luego de allí con las retinas ocupadas de perspectivas bellas y el corazón pleno de deseos de volver. Cogolludo se enclava, como un dulcificado mastín que sestea, en la suave falda de un monte. Y allí mantiene sus páginas de historia abiertas por las calles; y sus importantes piezas artísticas distribuidas en plazas y rincones, siempre en la encrucijada de lo sorprendente y lo equilibrado.

Porque si el duro acontecer medieval, con su complejo hilar de guerras y donaciones, teje la historia más densa de Cogolludo, es ya el gentil y plácido deslizarse del siglo XVI el que dará a la villa sus más galanas vestiduras de arte y empeño estético. Frente a frente, y unidas a un tiempo, la historia y el arte forran un libro inacabable que hojear mientras se visita Cogolludo.

Su antiguo nombre, Cugulut, ya estaba diciendo bien a las claras que se trata de un topónimo de base geográfica, pues como un cogollo se alza el caserío desde los más remotos siglos. Alfonso VI la conquistó a los moros, y su descendiente, el emperador Alfonso VII de Castilla, la regaló, en 1176, a la entonces naciente Orden militar de Calatrava, que edificó en lo más alto el castillo, del que hoy sólo quedan unas insignificantes ruinas. Muy contentos estuvieron los del pueblo con estos señores, y a la fuerza cambiaron de dueño cuando, en 1335, el maestre calatravo don García López entregó la villa, castillo y territorio a don Iñigo López de Orozco, como pago de muchos favores que le debía.

Tras varias vicisitudes de trueques y cambios de señoríos, paró Cogolludo en las manos de los duques de Medinaceli, en seguida emparentados con los Mendoza y acendrados, por tanto, en el cariño total hacia la tierra alcarreña. Del mecenazgo de estos señores, de aquel don Luís de la Cerda, tan renacentista y amador del italiano modo, surgieron monumentos que aún hoy perduran. El palacio ducal, que llena y enno­blece un costado de la plaza mayor, es obra suya, y de Lorenzo Vázquez, como arquitecto, en la segunda mitad del siglo XV. De sus descendientes, la parroquia mayor de Santa María, en lo más alto de la villa, es la que ahora va a centrar nuestra atención y a conducir nuestro paseo minucioso.

Un gran volumen de piedras doradas conforma en la altura este templo, cuya torre remata en chapitel al estilo español, propio de la época de Felipe II, en esa segunda mitad del siglo XVI en que se construye. Dos buenas portadas le dan acceso, por el sur y el occidente. En ésta, hoy cerrada, se encuentra por remate un ‑interesante grupo tallado de la Trinidad, en el que Dios Creador aparece sosteniendo en sus brazos a Cristo crucificado. En aquélla, que sirve de entrada principal, aparece en una hornacina la bellísima imagen de la Virgen, tallada en el siglo XVI, que contemplamos en la fotografía adjunta.

El interior de la parroquia de Cogolludo es deslumbrante por su grandiosidad. Cante en ella, con voz propia, el estilo gótico que aún se usa en el siglo del Renacimiento español, domeñado ya y decantado por los modos de hacer platerescos. Se dividen las tres naves por gruesas columnas intermedias, apoyadas en plintos muy moldurados, y rematadas en cenefas de las que arrancan unas bóvedas nervadas de muy agradable aspecto. Semicirculares aberturas en los marcos dan paso a diversas capillas laterales, y en lo alto se abren ventanas del mismo estilo.

Al fondo de la capilla mayor ya no queda, desgraciadamente, nada de lo que fue retablo mayor de esta parroquia y que poseía bastante mérito. En la nave del Evangelio, un pequeño altar contiene el gran cuadro que pintara José Ribera, «El Españoleto», a comienzos del siglo XVII, dentro de la técnica más pura del tenebrismo hispano. Sus grandes dimensiones ‑2,32×1,75 metros- y la extraordinaria factura del mismo lo elevan a la categoría de las mejores obras, pictóricas que se atesoran por todo el cinturón de la provincia de Guadalajara. Su tema son los «Preliminares de la Crucifixión y existen copias del mismo en Méjico, Florencia y París. Lo regaló a la iglesia el duque de Medinaceli, un año en que sustituyó su tradicional regalo al pueblo de un pollo que solía ofrecer por Navidad, por es, te gran cuadro, tomando así el apelativo cariñoso de «el capón del duque», con que se le conoce en Cogolludo.

En una capilla de la nave del Evangelio aparece como sistema de cierre una magnífica reja gótica, de la que queremos dejar aquí constancia, y en él suelo, a su entrada, encontramos una lauda sepulcral, en la que, bajo aparatoso escudo de armas, se lee lo siguiente: «Esta piedra mandó poner el muy magnífico Sr. Barón de Mendoza, patrón de esta Capilla de Nuestra Señora María CPL, donde están enterrados sus padres y abuelos y bisabuelos».

Para seguir anotando todo lo que de interés se encuentra en este templo, hemos de mencionar también un pequeño relieve, fragmento de otro que fue más extenso, representando la, Visitación de María a su prima Santa Isabel. En la sacristía existe un juego compuesto de tres sacras, seis candelabros y un crucifijo, todo ello en plata. En las sacras aparece grabada un águila bicéfala, y en los candelabros se encuentran los siguientes motivos: por una cara, el donante, que fue don Juan Francisco Delbira y Rojas; por otra, un castillo y la palabra «Cogolludo», y en la tercera, el nombre del grabador, que fue Mateo Pérez.

Ahora que la villa de Cogolludo celebra sus fiestas patronales, y entre sus muros antiguos y remozados recibe una gran afluencia de visitantes curiosos, bueno es recordarles que una gran cara de historia, arte Y tipismo baja rodando, desde el castillo y la iglesia, por sus calles empinadas y frescas. Y que no deben marcharse de allí sin haber gustado de todas esas cosas.