La cuestión del Volapük

viernes, 23 febrero 1968 1 Por Herrera Casado

 

Publicado en Nueva Alcarria el 23 de febrero de 1968

I

Tengo entre las manos un libro pequeño. Un libro simpático, opti­mista, ingenuo. De esos que hoy ya no  existen. Todo él, sus pastas de color Burdeos y sus amarillentas páginas va firmado por el doctor Fernández Iparraguirre, quien lo titula así: «Gramática para apren­der el Volapük. Resumen de las lecciones dadas en el Círculo Filo­lógico Matritense. Segunda edición. Madrid. Imprenta de la viuda e hija de Fuentenebro. Bordadores, 10. 1886». Como se puede apre­ciar, el libro ya es algo antiguo. De todas formas, aunque no tuvie­ra fecha de ninguna clase, el pró­logo que l, doctor Fernández Iparraguirre firme en Guadalajara a 17 de noviembre de 1885, rezuma por los cuatro costados ese aire triunfalista y culminante, tan pro­pio de fines del siglo XIX, cuando ya «no quedaba nada por descu­brir», cosa que la metálica torre Eiffél se encargaría de proclamar tan ostentosa como ingenuamente, en la ya tan próxima para las pa­labras del doctor Fernández Ipa­rraguirre, y tan abismalmente le­jana para nosotros, Exposición Universal de París de 1890.

Quisiera hoy dar a conocer, y comentar, algunos párrafos de este prólogo, sabroso y aleccionador, y dejaré para una próxima ocasión, la exposición del contenido del li­brito esas cinco lecciones «para aprender el Volapük en sólo algu­nas horas» y que creo también merece una atención cariñosa, tan­to por lo que tiene de curiosidad, como por ser una nueva oportuni­dad de conocer el alma europea decimonónica.

Ahora me imagino a don Fran­cisco Fernández Iparraguirre, en la rebotica de su farmacia, que por entonces ocupaba el número 4 de la plaza de Santo Domingo de Guadalajara, escribiendo, alumbrado por una vela, este prólogo. Lo de la vela no es porque se hubiera ido la luz aquel 17 de noviembre de 1885, sino, sencillamente, por­que aún no se había instalado este invento en nuestra provincia. Sin embargo, y a pesar de los guiños de la lamparilla don Francisco, rebosando confianza en la ciencia, en el idioma común para todos los humanos, yen la magnífica Expo­sición de París, haciéndose polvo los ojos, y helándose de frío por falta de una buena estufa de bu­tano, escribía, escribía sin cesar…

El “Volapük” encabezaba su pe­queño libro. Y a continuación es­cribía: «Tal es el nombre conque ha sido bautizada la lengua universal, inventada hace algunos años en Suiza por el eminente fi­lólogo Mr. Schleyer; éste ha for­mado un idioma universal tan sen­cillo que en algunas horas puede aprenderse su gramática y en Muy pocos meses su diccionario». He de hacer constar que, llevado de su desbordante entusiasmo por la nueva idea, después de esta publica­ción con el resumen de las leccio­nes para aprender la gramática, el doctor Fernández Iparraguirre lan­zó un diccionario “Volapük‑Espa­ñol» por si acaso había alguien dispuesto a aprenderlo en «muy pocos meses.

He aquí otro párrafo: «El pro­pósito del inventor ha sido dar al comercio un medio que facilite sus comunicaciones en todos los paí­ses; mas dado el entusiasmo con que el invento ha sido recibido, no  será extraño que bien pronto los hombres de ciencia traten de uti­lizarlo para la traducción de las diversas obras que en las distintas naciones ven la luz». ¡Ay, don Francisco, y parece mentira que a sus 33 años aun creyera que «dado el entusiasmo con que el invento ha sido recibido» el mundo entero lo haría suyo para «in seculam seculorum» .No ha sido así, ya lo estamos viendo, aunque el doctor Fernández Iparraguirre se fue a la tumba, desgraciadamente para todos sobre todo para las letras alcarreñas, el 7 de mayo de 1889, en la espera de que esa Exposición Universal de Paris, de 1890, viera la constitución de la Academia de la Lengua Universal, en la que a él le hubiera correspondido un merecido puesto. Murió pensando en un «in crescendo» mundial del Volapük. Murió feliz.

Y murió feliz porque 61 veía hecho realidad ese proyecto. Así escribe en su prólogo: «He ahí porqué un proyecto que en tantas ocasiones ha fracasado, porque todo el mundo lo ha tomado a broma, en la ocasión presente se extiende y se impone, porque no puede menos de tomarse en serio». Si don Francisco hubiera leído estas Palabras suyas 30 años más tarde, hubiera reído o hubiera llorado sobre ellas. Hubiera reconocido que se había equivocado. Hubiera sentido, en fin que a las, palabras las eleva el tiempo, no el sentimiento del que las pronuncia.

Por fin, he de reseñar también algo sobre la conferencia que el 14 de noviembre de ese mismo año de 1885 dio en el Círculo Filológico Matritense el doctor Letamendi, una de las figuras, sin discusión, más preclaras de la Medicina española. El doctor Letamendi, «admirador entusiasta y propagador incansable de toda idea nueva», incluyó «felices pensamientos» en su conferencia. Así, por ejemplo, dijo: «Obedece la invención del Volapük a una necesidad histórica, pudiendo considerarse como providencial imposición, al propio tiempo que en el concepto político está llamado a realizar la unión y salvación del género humano, frente al peligro de destrucción con que le amenaza el derecho de la fuerza». De ahí su aplaudida conclusión: «El que no está con SchleYer, está con Bismarck».

No soy yo el que les ha quitado la razón a los doctores SchleYer, Fernández Iparraguirre y Letamendi. Ha sido la Historia.

II

Continuando mi comentario sobre el pequeño libro (libro simpático, optimista, ingenuo), del doctor don Francisco Fernández Iparraguirre «Gramática compendiada para aprender el Volapük», traigo hoy el resumen del «Resumen de las cinco «lecciones de Volapük” que dicho paisano nuestro dio en el Círculo Filológico, Matritense, en diciembre de 1885. Por esta razón, lo que aquí aparece es casi una opulenta comida reducida a una pastilla de bolsillo. El espacio y el tiempo, esas dos cosas que los físicos modernos dicen que no existen, a nosotros los de los periódicos nos aprietan la garganta y la muñeca.

La primera lección es para mi gusto la más interesante. Comienza con la pronunciación, y dice que el alfabeto del Volapük comprende ocho vocales, lo cual ya es, en un principio, complicar la cosa. Pero su intención no es esa. A continuación aparecen los 31 principios fundamentales del Volapük en castellano y Volapük «para satisfacer la curiosidad de nuestros lectores» (me cuesta trabajo imaginar que aquellos lectores de lacios bigotes, botines y bombín, y aquellas lectoras de sombrilla multicolor, faldas historiadas, sombreros supraplanetarios y fácil desmayo, fueran a aprender Volapük en serio» y no a una fiesta de Carnaval). Algunos de dichos principios fundamentales eran: 1‑ Para una Humanidad, una Lengua (lógico pensamiento… en los tiempos de Adán y Eva) 6‑ En todas partes, caracteres latinos (no sé qué opinarían de este Principio los adeptos que el Volapük tenía en Asia, pero me temo que no les haría mucha gracia afirmación tan categórica). 7‑Ninguna letra muda o superflua. 9‑Ninguna excepción en las reglas. 13‑Nada de verbos irregulares (… ¡quimérica felicidad de los escolares!). 17- ­Todo lo bueno, bello, breve, sencillo, libre y lógico de todas las lenguas, utilizado. 24 Signo de plural único, la s. 30‑ El acento, sobre la sílaba final de cada palabra. 31‑ Una Academia Internacional de la Lengua, un Congreso Voapukista y un Senado Nacional.

Las restantes lecciones, de la segunda a la quinta son una auténtica gramática: sencillamente explicada, pues el idioma no encerraba, ninguna, dificultad especial en cuanto a su estructura, y todo ello expuesto con brevedad (sustantivos, adjetivos, verbos adverbios, etc.). Al final de cada lección, un pequeñísimo, vocabulario, y una práctica.

Al dar fin al librito y suponiendo que el que lo hubiera leído con un mínimo de atención estaría ya en los secretos de la Lengua Universal, Fernández Iparraguirre creyó oportuno colocar unos cuantos “Rimapets” o pareados, compuestos por un tal Jleyer J. M., para entrenamiento de los alumnos, y que, sin el doctor F. Iparraguirre confesarlo claramente, intentaban elevar al Volapük desde un principio a la categoría de idioma poético, a la par que eminentemente científico y comercial, que era papa lo que fundamentalmente se habla creado. Así pues, aquí va uno de .estos «Rimapets» de Jleyer J. m, que dice así:

Regin

Vo, begin valik

binom fikulik

Begin significa principio. Vo, verdaderamente. Valik, todo Binom era la tercera persona del presente de indicativo del verbo binoem, que significaba «sr». Y fikul se traducía por dificultad, con lo cual, fukulik resultaba su adjetivo calificativo al añadirle la sílaba ik. Por todo lo cual, podría traducirse el tal «Rimapak» de esta forma: «Verdaderamente, al principio todo es difícil», y con verdad tan lapidaria, el alumno aprendiz de Volapük quedaba recompensado de sus fatigas como traductor.

En total el pequeño libro de gramática y de fallida profecía, tiene 48 páginas. En la última, figura la siguiente «Carta al señor Schleyer: Muy apreciable señor: El profesor y los alumnos (julels) volapukistas de España, saludan cordialmente al inventor del Volapük al terminar, con la quinta, sus lecciones de gramática. Madrid, 20 de diciembre de 1855. Firmado, Doctor Fernández Iparraguirre».

Y aquí se queda, pequeño y lejano, descolorido y optimista, con una ligera sonrisa suspendida en el vacío, este libro. Desempolvado un momento vuelve a su estante. Esa es su vida. Yo sólo he querido que sus palabras viajen en nuestro siglo, por nuestras mentes atomizadas, electrificadas, metalizadas, y, desde luego, mucho menos optimistas en lo que a lenguas universales se refiere, que las de nuestros abuelos.

III

La cuestión del Volapük aún no está concluida. El Dr., Fernández Iparraguirre no se conformó con sus charlas y su libro de Gramática y Diccionario de dicha lengua. Acometió la empresa de una mayor popularización de su defendido idioma desde las páginas de los periódicos alcarreños de aquella época. Hoy es mi intención dar, como complemento y cierre de este tema, una relación de la actividad del Dr. F. Iparraguirre y demás entusiastas de la idea en Guadalajara, y de cómo se convirtió ésta, en los últimos años del siglo XIX, en la ciudad «volapükilta» por excelencia, de toda España.

Aquella sociedad que existió en Guadalajara, el Ateneo Escolar, es, en muchos aspectos, digna de nuestra admiración. Se dedicaba al esparcimiento de los socios sin olvidar los actos culturales. Daba vida, en suma a esa simbiosis tan necesaria entre el perder y el ganar el tiempo. Pues bien, el Ateneo Escolar, que en un principio se subtitulaba «de Guadalajara», más tarde adoptó el apellido de «Caracense», porque sus promotores se empeñaron en la idea de que Guadalajara era la antigua Caraca de los romanos y no la Arriaca hoy comúnmente admitida. Esta denominación se usó desde el año 1881, pues la revista que el Ateneo Escolar publicaba, así se titulaba. Esta revista era de un interés notable. Tenía, entre otras buenas costumbres, la de cambiar cada año de nombre.  Así, en 1882, abrevia el encabezamiento, y se dice «El Ateneo Caracense» a secas. En ella se publicaban las crónicas de las conferencias que se celebraban en la Sociedad y artículos científicos y literarios redactados por los socios. En el año de 1882 se reprodujo un plano presumible de la antigua fortificación de Guadalajara. Así continuó llamándose hasta 1886. Por entonces se publicaba en la revista un interesante folleto de don José Julio de la Fuente: «Enseñanzas que existieron en Guadalajara». Y es en este año de 1886, después de dar sus lecciones en el Círculo Filológico Matritense, cuando aparece en la Revista del Ateneo Caracense el primer artículo sobre Volapük por el Dr. F. Iparraguirre, que, Junto con el señor Ugarte, eligen la sociedad para centro de propaganda de dicho idioma. El señor Ugarte, eminente filólogo y profesor de idiomas, ya le había propagado en Pamplona.

La savia del Dr. F. Iparraguirre se dejó sentir muy pronto, y así, en junio de 1887, la Revista ya se titula «Ateneo Caracense y Centro Volapükista Español. En el Ateneo, que entonces se instaló en un local de la Piedad, se daban lecciones y conferencias; y en la trastienda de la farmacia del Dr. F. Iparraguirre se despachaba la correspondencia con el extranjero o se hacían las traducciones que luego se insertaban en la revista.

Pero no sólo en unión con el Ateneo Caracense, sino también, de una manera independiente, desde enero de este mismo año se publicó la revista titulada sencillamente «Volapük» y cuyo encabezamiento estaba redactado en dicha lengua. Decía así: Volapük. Gased bevunetik, líteratík é golodik. 1887. Balul (Enero) – núm. I – Dilekel: DI. D. Francisco Fernández Iparraguirre, lodol. Plaza de Santo Domingo, 4, in Guadalajara. Pübel: don Francisco Calvo y Garrido, lodol, calle de Luchana, 13, in Madrid. Guadalajara 1887.­ Imprenta y encuadernación provincial”.

De una forma u otra, estas publicaciones continuaron, apareciendo ininterrumpida, mensualmente, hasta mayo de 1890. El fallecimiento del Dr. Fernández Iparraguirre, su principal promotor, el año anterior, hizo decaer Mucho el entusiasmo. Al fin, dio el último estertor en noviembre de 1890. Y murió. Murió, para siempre todo aquello. Más tarde, en 1896, por iniciativa del Cronista provincial de aquel entonces, señor Digel Antón, aparecieron dos números de «El Ateneo Caracense» unidos al “Flores y Abejas». Pero aquello fue una aparición de fantasma, La cuestión del Volapük estaba clausurada.

He de citar también, aunque sea someramente, a don Francisco Calvo y Garrido, que aparece en el encabezamiento de la revista. Este señor, presbítero, natural de Taracena y que vivía en Madrid, fue, el que sostuvo, con su dinero, la empresa de artificio y color de Volapük. Calvo y Garrido fue el que pagó la edición de la Gramática y el Diccionario, sin obtener ni una sola peseta de beneficio. Y además, llevado de su entusiasmo, costeó igualmente la revista. Don Francisco Calvo y Garrido murió en Madrid el 5 de enero de 1888, a los 42 años. El 7 de mayo de 1889, dejaba de existir Fernández Iparraguirre, al los 37 de edad. Sus nombres quedan en, la historia de Guadalajara y de la Humanidad, como la de dos seres enamorados de una idea que consideraron justa, bella y no demasiado quimérica. El correr de los años ha enterrado más deprisa su obra que sus nombres. Pero ahí quedan su ilusión y sus trabajos, como muestra de corazón: e idealismo.