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Soreda

Una pincelada de Renacimiento

Recuerdo épocas muy antiguas, en las que la peste asomaba sus dientes, y mordía por todas partes. Bocaccio nos describe en su “Decamerón” cómo unos jóvenes de Florencia se recogen en una quinta de las afueras, y pasan la cuarentena entretenidos en contar cuentos. El Renacimiento, que daba primacía al ser humano y consideraba sus acciones independientes de la soberanía divina, quedó también estupefacto ante tales calamidades. Pero de ellas salió fortalecido. Quiero aquí dedicar un breve recuerdo a aquella época, no vivida por todos, pero sí densa e infiltrada, de tal manera que el mundo (ese mundo teocéntrico medieval de largas centurias) comenzó a cambiar.  El marqués de Santillana, los alumbrados, los obispos seguntinos, los palacios alcarreños, las torres y galerías, las novelas pastoriles, los poetas garcilasistas, la academia del cuarto duque, los grandes retablos, la orfebrería…. un mundo increíble, pleno, que debe ser conocido y apreciado por todos. Y de aquí que hoy repase, aunque sea someramente, lo que el arte nos dejó en aquella época. Un arte que nace de la maestría y la técnica, pero que se nutre también, y primero de todo, de unas ideas filosóficas, de una consideración nueva respecto a la vida, la Naturaleza, y los seres humanos. La pintura renacentista en Guadalajara Un detalle de esa inmensidad patrimonial, que se parcela en arquitectura, pintura, escultura, orfebrería, telas y arte efímero, es la pintura, que se centra en los retablos, fundamentalmente y en elementos murales de gran calado. Algunas, muy pocas, pinturas de caballete, pertenecientes a los altos linajes mendocinos, y poco más. Nos vamos a dar una vuelta por la provincia, con la cámara de fotos preparada, y los ojos bien abiertos, para disfrutar de la belleza de formas y colores que nos ofrece este tema. Los conjuntos pictóricos murales son fundamentalmente tres. Muy desiguales entre sí: los techos de las salas de la planta baja del palacio del Infantado, de gran aliento manierista italianizante; las bóvedas de la capilla de Luis de Lucena, con ínfulas vaticanas pero resueltas con aire provinciano; y el muro de un cuarto de estar de una casa particular de Albares. Las del Infantado las pintó Rómulo Cincinato, entre 1578 y 1580, aprovechando una licencia que le diera Felipe II para trasladarse a Guadalajara a servir de este modo al duque del Infantado, quien por entonces se encontraba rematando su colección de reformas palacianas. Cincinato no demostró […]

Hércules en Sigüenza

Un viaje, uno más, a la catedral de Sigüenza, con motivo de la exposición aTémpora que se mantendrá abierta hasta el próximo 6 de Noviembre, me ha permitido situarme delante del gran retablo pétreo dedicado a Santa Librada en el ángulo norte del transepto, y admirar la pintura italianizante de Juan de Soreda, que desgrana generosamente detalles y apuntes del Renacimiento italiano en su obra. Hércules se pasea por la catedral seguntina El periplo universal del héroe griego, que poetas de todos los siglos han usado como recurso y centro de sus escritos, llegó a Sigüenza, al crucero de su catedral concretamente, allá por los primeros años del siglo XVI. Representadas algunas escenas de su fabulosa existencia en el altar de Santa Librada, pueden servir aquí para rememorar el nombre y las hazañas de este ser mitológico, y dar a conocer un aspecto muy curioso y poco conocido del arte renacentista de esta catedral sorprendente. Por deseo del obispo seguntino Fadrique de Portugal, a comienzos del siglo XVI se levanta en el muro septentrional del transepto norte un retablo a honor y gloria de la patrona de la diócesis, a Santa Librada virgen. Se ejecutó en su parte escultórica por gentes de la escuela de Vasco de Zarza, entre los que se incluía como un tallista más, Alonso de Covarrubias, todavía joven. Hacia 1525, y como remate del gran retablo, el pintor aragonés Juan de Soreda coloca en la hornacina inferior un retablo pintado sobre tablas, en las que con la galanura más exquisitamente renacentista, y con influencia total de Rafael Sanzio, relata la historia de Santa Librada y de sus ocho hermanas. Ella aparece, sentada y con un libro y una palma entre sus manos, en el cuadro central. Se rodea de una arquitectura romana, cuajada toda ella de simbología humanística. Y, como friso que remata horizontalmente la arquitectura de este cuadro central, aparece Hércules, en cuatro escenas representado, correspondientes a otros cuatro trabajos suyos. Es indudable el contraste que, para los espectadores y fieles de comienzos del siglo XVI, puede suponer la inclusión de figuras y escenas mitológicas en un contexto cristiano. Sin embargo, hay muchos testimonios de que aquello era habitual, como forma de cristianizar cuanto del mundo clásico ha llegado. No hay más que leer a Pérez de Moya, en su «Filosofía secreta», editada en Madrid en 1585, cuando dice respecto a Hércules que «según alegoría […]