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robledillo

Botargas y máscaras que saludan al invierno

En estos días próximos de inicios de febrero, y cuando se suceden las fiestas de la Candelaria, San Blasillo, San Blas y Santa Agueda, los pueblos de la Campiña Alta y de la Sierra se encuentran sorprendidos por la aparición de algunos enmascarados y coloristas personajes que hacen sonar sus cencerros por las calles empinadas. Son ancestrales costumbres que aún pueden ser admiradas en determinados lugares emblemáticos, que aquí se señalan. Diferentes todas, pero con elementos que las unen y las hacen semejantes en su origen, consisten las fiestas de botargas y carnavales en la aparición por las calles de los pueblos de uno o varios personajes, revestidos de trajes hechos a retazos de trapos multicolores, y cubiertas sus caras de máscaras (de goma, de madera, de cartón, de tela…) que los hacen extraños aunque todos sepan quien es el personaje. Ellos se dedican a revolver el sustraot sical pegando, robando, persiguiendo y asustando a la chiquillería, al mocerío femenino o a los forasteros. La primera de todas salió en Valdenuño Fernández, el domingo 10 de enero, en la llamada “Fiesta del Niño” que tiene lugar en ese pueblo campiñero el domingo más cercano a la Festividad de la Epifanía. Además de un grupo de danzantes que participan en la misa mayor, y luego recorren las calles tocando instrumentos y alegrando el ambiente, se perfila entre ellos la figura juguetona y llamativa de la botarga, que asusta y divierte. Aparecen después por la Campiña otras fiestas similares, en torno a los días de San Sebastián (19 de enero) y La Paz (24 de enero). Así, en Montarrón asoma por los espacios abiertos, y al frío del invierno le crece esta simpática fiesta, que realmente empieza la víspera, con procesión, baile de la botarga ante el santo, y golpeteo de castañuelas pidiendo “la voluntad” a la gente. Luego sale el 22 de enero, en la Ronda, y el 23 por San Ildefonso, al que llaman “día de la Caridad Chica”, corriendo las calles mientras los pequeños se burlan de él y le cantan “Botarga la larga, la cascarulera, más vale mi culo que todas tus tetas». El traje está hecho de piezas de paño multicolores, destacando en él un higo que lleva alfileres para que se pinchen los que quieren quitárselo. En esos días de La Paz aparece la botarga de Fuencemillán, que ejerce un vecino del pueblo que se ofrece […]

Recordando a Caro Baroja, un enamorado de Guadalajara

Muy amigo de Sinforiano García Sanz, Julio Caro Baroja, de quien al año próximo se cumplirá también el centenario de su nacimiento, vino a Guadalajara pero ni paró: estuvo subiendo cuestas por Retiendas, tomando tintos por Robledillo, cogiendo olivas por Tendilla y mirándole el culo a las mulas en la fiesta de las Candelas de El Casar, aunque de esto no llegó a escribir. Una lástima, porque le hubiera sacado mucho jugo, seguro. La última vez que Julio Caro Baroja estuvo enGuadalajarafue el 12 de febrero de 1991. Fue esa también una de las últimas veces que se alejó más de lo debido de «lchea», su casona residencial, su familiar mansión en la orilla del Bidasoa, en un difícil equilibrio fronterizo entre España y Francia, pero en el corazón de uno de los territorios más hispánicos que existen: Euskadi. Esa fue la última vez que el gran historiador, el gran intelectual español Caro Baroja estuvo en Guadalajara. Antes había venido muchas otras veces por nuestra tierra. En ella fue el descubridor, junto al también desaparecido Sinforiano García Sanz, de quien el pasado año celebramos su centenario, de las botargas de nuestros pueblos serranos y campiñeros. El fue quien valoró el inmenso tesoro etnológico de estas figuras ancestrales, y con ellas y la pericia cinematográfica de su hermano Pío, rodó una película de soberana grandeza: «A caza de botargas» que restaurada por el DEFIHGU de Guadalajara se está proyectando en encuentros culturales, el último de ellos en el IV Día de la Serranía celebrado el pasado octubre en Jadraque. Julio Caro Baroja ha sido una de las colosales figuras de la cultura española del siglo XX. Como decía Alvar en su apresurada necrológica, la mejor definición que le cabía era la de ser «un hombre libre, un hombre independiente». Qué pocos podemos decir hoy eso. “Sólo soy libre, cuando me siento libre” intentaba definir Paul Valéry a esa intangible condecoración que para el hombre esla Libertad. CaroBaroja la llevaba puesta, antes que esos premios (decenas de ellos tenía cosechados) que Academias, jurados, Príncipes y ministras le concedieron. En 1980, el entonces ministro de Cultura Ricardo dela Ciervale nombró asesor suyo. Pocos meses después abandonaba el puesto (que a tantos les hubiera parecido miel sobre hojuelas) declarando que la vida pública española le desencantaba profundamente: seguiría dedicando sus horas a la investigación, al estudio, a la meditación, a los viajes, a ilustrar […]