Todos los días son buenos para andar la Alcarria. Yo ando por ella todas las semanas: me paro en Trillo, avisto en Alocén las aguas (hoy ya lejanas, mínimas) del embalse de Entrepeñas, como en Durón, en “El Cruce”, y subo la cuesta de Budia, entre chopos y olmos, mirando a lo lejos la altura y grosor del santuario del Peral de la Dulzura. Todo son nombres rotundos, acuosos y antiguos en la Alcarria. Todo son caminos de tierra, carrascales vencidos, nubes como mantos deshilachados, abejas todavía… Llegamos a Moratilla Estos días he paseado por algunos lugares muy concretos. Moratilla de los Meleros, por ejemplo. Moratilla es Alcarria pura, es un motivo de exposición antológica. Sumida en un vallejo estrecho y verderón, sus laderas cuajadas de olivos, sus alcarrias espléndidas de cereales, su hondura preñada de hortales mínimos. El caserío desvencijado y sonriente de maderas y desconchones al aire, callejas empinadas, bullicio todavía en los rincones. Su sobrenombre lo confirma. Es la tierra «de los Meleros», de los que se ocuparon en la industria rural y tierna de la miel. Los de Moratilla a producir, los peñalveros a vender. La picota de Moratilla Y en esta puerta y corazón de la Alcarria, un pueblo generoso con ancha tradición. A la entrada del pueblo, en el camino que viene desde Fuentelencina, situada a una legua corta de distancia, allá donde sale el sol, está la picota. El símbolo que demostraba un rango superior, el privilegio de ser «villa de por sí» y tener el poder de la justicia sobre sus propios vecinos. En 1580, cuando se enviaron a Felipe II las relaciones topográficas, Moratilla ya era villa y no se recordaba desde cuándo. Lo fue, desde luego, en la primera mitad del siglo XVI, aunque desde muchos siglos antes había sido un punto más en el territorio calatravo de Zorita. En esos días, de final del siglo XVI, la villa de Moratilla tenía unos hombres que hacían su justicia y regimiento, nombrando alcaldes, regidores y alguaciles para el buen gobierno de sus vecinos. Habitantes llegó a tener unos dos millares, y aún más, pues es fama que tuvo grandes talleres de tejidos, además de la tradicional industria melera. En testimonio de tan recia personalidad jurídica, con un no disimulado orgullo y justificable alegría, los de Moratilla levantaron en los años del Renacimiento hispano el rollo que demostraba su rango de villa. Colocada sobre un altozano […]
moratilla de los meleros
Moratilla de los Meleros
En lo hondo del valle alcarreño de su nombre, que lleva un hilillo de agua al más grande de Renera, y de ahí al Tajuña, se asienta esta villa que rezuma tipismo por sus cuatro costados. El nombre ya indica que fue lugar de siempre dedicado a la industria de la miel, pues está en el corazón de la Alcarria, aunque en el siglo XVIII llegó a tener también muy florenciente industria de telares en que se elaboraban paños, lienzos y seda. Su caserío, en suave recuesto asentado, guarda todavía muy interesantes ejemplos de arquitectura popular con edificios construidos a base de tapial y yeso, con entramados de carpintería. Algo de historia Fue este lugar, prontamente repoblado tras la Reconquista, dado en señorío por los reyes castellanos a una familia de caballeros de Segovia: fue el primero don Pedro Miguel, titulado primer señor de Moratilla; el segundo don Miguel Pérez y el tercero don Gutiérrez Miguel de Segovia, todos durante la segunda mitad del siglo XII. Pero aunque sigue apareciendo algún caballero más de esta familia como señor de Moratilla, el hecho es que en 1176 donó este lugar a la Orden de Calatrava el rey castellano Alfonso VIII. Y en el poder de esta Orden militar de tan ancho predominio por la Alcarria, siguió hasta el siglo XVI en sus comienzos, en que Carlos I la enajenó y luego hizo Villa, que continuó siendo de realengo. Su variado patrimonio Lo primero que conviene ver, porque es a mi entender lo más llamativo e interesante, es el rollo o picota. A la entrada del pueblo, por el camino que desde nordeste viene de Fuentelencina, se alza este elemento patrimonial, sobre el recuesto que es preciso subir para entrar al pueblo desde el vallejo. Se trata de un ejemplar de la primera mitad del siglo XVI, sin duda, uno de los más hermosos e interesantes ejemplares de picotas de la provincia de Guadalajara. Sobre una gradería circular de varios escalones superpuestos en disminución, aparece primero la basa, que presenta en cada una de sus cuatro caras sendos relieves con figuras, ya muy desgastados e irreconocibles. En uno de ellos aún se distingue un hombre desnudo, con una corna en la mano. Se trata de un conjunto que juega con el simbolismo del número cuatro ¿estaciones climáticas?, ¿los trabajos de Hércules?, ¿los cuatro vientos o puntos cardinales? Sobre esta basa se alza […]