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Molina de Aragon

Lecturas de patrimonio: el castillo de Embid

castillo de embid

Un viaje a Embid, con visita incluida a su castillo fronterizo, que ha sido recuperado completamente de su progresiva ruina. Con lectura de sus elementos patrimoniales más destacados.

Lecturas de Patrimonio: Pairones de Molina

pairones de molina

Un escrito en el que se explica el significado de los patrones, su objetivo y sus mejores ejemplares, haciendo hincapié en su función señalizada de caminos y municipios.

En el centenario del Capitán Arenas

Capitan Felix Arenas Gaspar

En el centenario de la muerte del capitán molinos Félix Arenas Gaspar, u recuerdo de su vida y de su heroísmos.

La iglesia de San Gil, en Molina

Molina de Aragón, ciudad de rancia tradición, “heroica en grado sumo”, y sumida en la supervivencia, tiene elementos que la anclan en un pasado interesante y destacable en el conjunto de España. Lo consigue por su historia y por su patrimonio. Y de sus viejos edificios algunos destacan especialmente, como este templo dedicado a San Gil, que hoy hace de parroquia única del burgo. Santa María la Mayor de San Gil fue construida, allá por los siglos XII o XIII, como uno de los primeros templos del recién creado Señorío. Por ser una ciudad pujante y en continuo crecimiento, la de San Gil sería de inicio una sencilla construcción románica, una iglesia de barriada. Asentada en terreno blando y movedizo, su torre, airosa y altísima, fue cediendo en verticalidad y llegó a quedar tan notablemente torcida que, durante años, décadas, gozó de fama y nombradía por España; tanta que, cuando Fernando el Católico, aún joven, pasó de Aragón a Cas­tilla, en Molina no se perdió la visita a la torre inclinada de San Gil, que debía competir con la de Pisa en inestables equilibrios. El cronista Núñez dice de ella que parecía «tenerse en el ayre y ponía temor verse qualquiera debajo della». El Católico Fernando, ante el estu­por y curiosidad de los molineses, cumplió el rito obligado de cuantos visi­tantes se acercaban a San Gil, y, poniendo las puntas de los pies y la tripa pegada a la misma torre, no se podía tener si no le ayudaban, «y assí llevó que contar de esta torre, como cosa que parecía maravillosa». El caso fue que, andando los años, el resto de la iglesia vino al suelo y solo la torre torcida se mantuvo. Hacia 1524 se comenzó a levantar de nuevo la iglesia, ya en un estilo de decadente y fácil gótico, con un mucho de ramplón manierista. Gruesos muros y la capilla mayor estaban ya levantados a mitad del siglo XVI. Y la historia de la torre siguió: a princi­pios del siglo XVII vino un maestro de obras, llamado Juan Fernández, aureolado de fama por haber levantado, y con buen arte y valentía, la ca­pilla de los Garcés de Marcilla en el convento de San Francisco. Dijo que él se comprometía a levantar una hermosa torre que hiciera olvidar la fama de la anterior. La empezó, pero a poco murió. Y añade el cronista que a su muerte […]

Doña Blanca de Molina

En el recuento de las vidas, de las actitudes y memorias que personas concretas han generado, está muchas veces como en resumen la historia de un territorio. El Señorío de Molina, tan singular en orígenes y desarrollo, tiene en sus jerarcas, y más especialmente en doña Blanca de Molina, una palpitante declamación de historia. En la sucesión de señores de Molina, titulares de la behetría que el fuero manriqueño creó a mediados del siglo XII, la quinta de la serie es doña Blanca Alfonso de Molina, la más querida y brillante en la memoria colectiva de estos nombres antañones y medievales. Era hija doña Blanca de los cuartos señores de Molina: don Alfonso [de Molina] infante de Castilla (hijo a su vez de Alfonso IX y de Dª Berenguela), y doña Mafalda Manrique, hija del tercer señor don Gonzalo Pérez de Lara, matrimonio con el que se dio cima a la Concordia de Zafra. Casó Blanca con don Alfonso Fernández el Niño, hijo del rey Alfonso X y de una tal doña Aldonza o Landada. Al morir el padre de Blanca, en 1262, acceden al señorío el joven matrimonio. Pero de hecho, quien gobernó siempre la tierra molinesa, durante 30 años consecutivos, fue doña Blanca, pues su esposo se dedicó por entero a la milicia, con su padre el Rey, y anduvo aquí y allá siempre metido en batallas y estrategias, especialmente dirigidas contra las fronteras de Al-Andalus. Murió en 1281, después de una campaña contra Granada, y los molineses apenas le echaron de menos, porque casi nunca le vieron. Doña Blanca siguió, con más interés si cabe, al quedar viuda, procurando su atención al señorío que gobernaba. Entre sus obras destacan los historiadores la apertura del comercio molinés hacia Aragón y Castilla; la construcción de la iglesia románica de Santa María de Pero Gómez (hoy del convento de Santa Clara), y la fundación en 1284 del monasterio e iglesia de San Francisco. Creó además la Orden Militar de los Ballesteros de San Julián, y amplió a un centenar el número de los miembros del Cabildo de Caballeros, que desde entonces pasó a denominarse de Caballeros de doña Blanca. Quizás su prueba más difícil fue la guerra que infectó el territorio hacia el año 1283. El alzamiento y rebeldía de don Juan Núñez de Lara, señor de Albarracín, y algo pariente de doña Blanca, contra el reino de Aragón, supuso […]