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La capilla de Luis de Lucena, hace un siglo

Hoy nos asombramos, y aplaudimos, del resultado que ofrece la capilla de Nuestra Señora de los Angeles, que fundó a principios del siglo XVI el humanista Luis de Lucena, en la cuesta de San Miguel. Pero los avatares que ha sufrido esa capilla han sido muchos. Hoy traigo al recuerdo de mis lectores su peripecia secular. Concretamente en 1914, y tras varios años de pelear en instancias madrileñas por conseguir de algún modo protección para el edificio, que se venía al suelo sin remisión, un seguntino de pro, académico de la Real de Historia por entonces, don Manuel Pérez-Villamil, de quien ahora se cumplen los 100 años justo de su fallecimiento, consiguió que la Academia de Bellas Artes de San Fernando promoviera su declaracion de Monumento Nacional, que actualmente tiene, y gracias a ello no se derribara, como estaba previsto. En ese proyecto salvador influyó mucho el por entonces primer ministro del Gobierno de España, don Alvaro de Figueroa y Torres, conde de Romanones, que apoyó la idea. Se consiguió comprar la capilla a sus dueños, que la tenían abandonada, y así se dedicó a almacén de las obras de arte desperdigadas por la ciudad. Se acumularon algunas estatuas, y posteriormente se llevaron los restos de la capilla de los Orozco (de la derruida iglesia de San Gil) y de los enterramientos de los condes de Tendilla (destruidos en julio de 1936 en la iglesia de San Ginés). Rescato ahora de un viejo boletín el escrito que envió don Manuel Pérez-Villamil a “su” Academia de la Historia, para apoyar esta declaración de nombramiento de Monumento Nacional, consiguiendo salvar esta joya del arte del Renacimiento en Guadalajara. Capilla de Luis Lucena, vulgo de los Urbinas, en la ciudad de Guadalajara. Nada tan grato para mí como informar a la Academia acerca del mérito histórico de la capilla mal llamada de los Urbinas que existe, aunque desmantelada y ruinosa, en la capital de la Alcarria, y que por iniciativa, que mucho la honra, de nuestra hermana la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, trátase de elevar a la categoría, muy merecida, de monumento nacional. Cuando yo era niño y hacía mis primeros estudios en Guadalajara, la histórica capilla se hallaba ya enterrada en los escombros de la iglesia de San Miguel, a que desde su fundación estuvo unida, y comenzaba a iniciarse ya la implacable ruina que aqueja y acaba […]

Jenaro Pérez Villamil y su paso por Guadalajara

Quizás las mejores estampas de nuestra ciudad cuando era toda ella monumental y espléndida, nos las dejó un extraordinario artista que viajó, mediado el siglo XIX, por toda España, y aquí llegó a transformar algunos viejos edificios guadalajareños en pasto eterno del recuerdo. Me refiero a Jenaro Pérez Villamil, de quien doy aquí un apresurado toque biográfico. Un gallego internacional Jenaro Pérez Villamil nació en El Ferrol (A Coruña) en 1807, y murió en Madrid en 1854. A pesar de lo corto de su vida (murió con 47 años de edad) nos dejó una producción artística enorme. Y de su visita a Guadalajara, en torno a 1835, dejó una serie de apuntes del natural, algunos mucho más elaborados en su estudio, que han venido definiendo desde entonces la romántica silueta de nuestra ciudad. Casi en la infancia, muy joven aún, ingresó en la Academia Militar de Santiago de Compostela. El traslado de su familia a Madrid hizo que dejara esos estudios, apostando enseguida por la carrera literaria. En las algaradas callejeras del Madrid de 1823, protestando contra el absolutismo de Fernando VII, fue herido y trasladado a Cádiz como prisionero de guerra. Le soltaron enseguida y volvió a cambiar de intenciones. Ahora quería ser pintor. Y viajero, pues con su hermano se trasladó primeramente a Inglaterra, y enseguida a Puerto Rico, en 1830. Allí les fue encargada la decoración del Teatro Tapia, en San Juan, donde se mantuvo durante 3 años, volviendo a España y recorriendo un poco en plan bohemio Andalucía, conociendo en Sevilla al artista escocés David Roberts, de quien se hizo admirador enseguida, discípulo y seguidor, adquiriendo en las formas y los conceptos del británico el sentido del paisajismo romántico, que Pérez Villamil desarrolló con fuerza, con una personalidad que, sabiendo de estos años tan movidos, tan viajeros y brujuleantes, debía ser muy fuerte. Es en 1834 cuando se establece en Madrid, otra vez, y en este caso, “rompeolas de todas las Españas”, trabajando intensamente y adquiriendo fama y distinciones, pues al año siguiente le dieron el título de académico de mérito de la Academia de San Fernando, en la especialidad de paisaje. Ya muy conocido, los magnates europeos le pedían obra, le hacían encargos. El barón Taylor le encargó en 1837 varios cuadros que colgaron luego en los salones franceses. Tanto evolucionó y tanto dibujó, que en 1845, con apenas 38 años, fue nombrado Teniente de Director […]

Luis de Lucena, un paisano con prosapia

De los elementos patrimoniales de la ciudad alcarreña, la capilla de Luis de Lucena es uno de los más curiosos porque no se parece a ningún otro. Resto único de la iglesia de San Miguel, tiene elementos mudéjares y manieristas formando un conjunto que atrae cada año a miles de visitantes. Aquí veremos hoy un breve memorial de la vida de su promotor, un alcarreño del siglo dieciséis. Vivió Luis de Lucena en su niñez y juventud los años dorados en que don Iñigo López de Mendoza, segundo duque del Infantado, levantaba su gran palacio gótico‑mudéjar. Y los vivió en Guadalajara. Llegada la edad del estudio, quizás fue a Alcalá, quizás a Montpellier. No hay papeles que lo confirmen. Pero estudió, de eso no hay duda, y se hizo doctor en Medicina. Tras terminar la carrera, fuese a Toulouse, donde se quedó a residir y ejercer la profesión. Estando allí, en 1523, publicó un libro que poco antes había compuesto. Le preocupaban entonces los temas de la salud pública, y su enemiga, la callada y misteriosa enfermedad de la peste, y la obra se dirige al atento cuidado de la Peste y los útiles remedios contra esta enfermedad. Hasta ahora, todos cuantos se habían ocupado de Lucena, le hacían eclesiástico al tiempo que médico. E incluso ha habido autores, que le hicieron cura párroco del lugar de Torrejón. Hubo un tiempo en que lo llegué a dudar, y que el único clérigo de la familia habría sido don Antonio Núñez, también canónigo, su hermano. No hay duda de que don Antonio fue cura párroco de Torrejón de Alcolea (hoy Torrejón del Rey) y de las Camarmas (Camarma del Caño y Camarma de Esteruelas) pueblecillos todos pertenecientes entonces al alfoz o común de Guadalajara, en su sesma del Campo, en el pequeño valle del río Torote. Consta en esos documentos que el canónigo Antonio Núñez se hizo construir una casa con granero en Camarma del Caño, así como que Lucena dejó bastantes bienes, fundamentalmente olivares, en el término de Torrejón, para acrecentar los fondos de su fundación pía. Las investigaciones más recientes de Liliana Campos concluyen que Luis de Lucena fue también clérigo. Así es que en eso quedamos. No fue la dulce Francia el destino último de nuestro personaje, sino los más equilibrados confines de la península itálica, en donde radicó dos largas temporadas de su vida, la última de […]