
Un breve resumen y comentario de lo ás interesante que muestra el libro que acaba de publicarme Aache, sobre los escudos heráldicos más curiosos de esta provincia.
Artículos y comentarios sobre Guadalajara
Muchas personas me lo han preguntado, y algunas más se han quedado con ganas de hacerlo. –Pero ¿realmente vale para algo la heráldica? Sería una respuesta larga, y si meditada, prolija y quizás erudita. No voy por ahí. –Voy por lo sencillo, por lo contundente: sí, vale para algo. Alguno ya estará diciendo: –Claro, que va a decir. Si le nombraron hace tiempo Académico de la Real de Genealogía y Heráldica de Madrid ¿qué va a contestar? No es por eso, ni mucho menos, ni por alardear de saberes, de “muebles heráldicos” de “campos” y jefes, de esmaltes y cimeras. No: es porque la heráldica es una auténtica ciencia, –auxiliar–de la Historia. Porque (y es muy sencillo comprobarlo a nada que uno se ponga a elucubrar sobre fechas y poseedores de un edificio con tallas heráldicas…) las piedras armeras son como firmas. Declaran fechas, declaran poseedores, declaran intenciones. Siempre he pensado que el arte, como la historia, y cualquier recuento del humano expresarse, es un lenguaje con el que los seres vivos transmiten sus ideas para que las recojan otros. El idioma, los gestos, la música (y ahora, no cabe duda, la heráldica) son formas de decir uno, a los demás, quién es, qué piensa, de qué talante está ese día. Por eso toda manifestación humana es, en el fondo, un intento de comunicación, de transmisión, de declarar sentimientos, objetivos, o de “vendernos una moto”, hay de todo. La heráldica ha tenido magníficos representantes y estudiosos. Hace pocos meses murió uno de los más sabios en el tema, don Faustino Menéndez-Pidal y Navascués, con quien tuve buena amistad, y gracias (entre otros) a quien llegué a estar en esa Real Academia que antes he mencionado. No se lo agradeceré nunca bastante. Tuve la suerte también de ser editor de uno de sus libros más capitales, los “Apuntes de Sigilografía Española”, en los que daba las normas básicas, para estudiantes de historia, del significado, las formas y los objetivos del arte de los sellos, de los sellos validantes de documentos y hechos jurídicos. Por tanto, Menéndez-Pidal era uno de esos sabios que tenía el concepto claro del valor del mensaje heráldico y sigilográfico, como elemento transmisor de valores, de noticias, de significados. En Europa, tan larga en historias y tan prolija en revoluciones, es España la nació que con mayor profusión aún guarda y muestra en mil lugares los escudos de […]
España ha tenido la suerte, a pesar de sus periódicas revoluciones, agresiones gratuitas a sus monumentos y ajustes de cuentas con el pasado, de conservar un inmenso acopio de escudo heráldicos tallados, pintados, grabados y forjados en mil y un monumentos. De los escudos se ocupa una ciencia, la Heráldica, a la que podemos definir como la ciencia que trata de la creación e interpretación de los escudos de armas. Ciencia compleja donde las haya sujeta a numerosas normas que, en ocasiones, complican la vida a quien pretende acercarse por primera vez a ella: Aquí intento hacer un aproximación breve y útil a la misma. La Heráldica se basa en el escudo, pieza defensiva que el combatiente ha usado desde los albores de la humanidad. Efectivamente los escudos, de diferentes tamaños y construidos con todo tipo de materiales: pieles, madera, juncos trenzados y, por supuesto, hierro y acero, han sido empleados sujetos por el combatiente en su brazo izquierdo, mientras en el derecho empuñaban el arma ofensiva, lanza o espada, por todos los pueblos de la humanidad: zulúes africanos, aztecas e incas, hóplitas griegos, legionarios romanos… Y en casi todas las ocasiones el escudo se ha adornado con multitud de elementos y motivos, a veces como emblemas, a veces con el interés de amedrentar al adversario. Pero el escudo del que tratamos es el que aparece en la Edad Media y entre los combatientes cristianos, tanto en Europa como en las Cruzadas. De forma triangular, era más grande en las tropas de a pie, en las que servía para proteger buena parte del cuerpo, mientras que era más reducido entre los de a caballo por razones operativas. Pronto se decorará con determinados emblemas, entre los que destaca la cruz que distingue a los combatientes cristianos que acuden a las citadas Cruzadas contra los musulmanes. Y, si bien el de los peones busca cierta uniformidad, similar al empleado en las legiones de Roma, pronto el de los jinetes se va a convertir en distintivo personal del guerrero que lo porta. Y va a coincidir con la aristocratizacióndel caballero como combatiente: aquel que puede costear un caballo de guerra y acude con él a la misma es más apreciado y objeto de multitud de privilegios legales: con frecuencia no paga impuestos y se dedica solo a la actividad militar, entrenándose en el uso de las armas. Ha nacido la caballeríacomo clase social […]
En estos días han concluido las tareas de restauración, limpieza y acondicionamiento de uno de nuestros rincones más emblemáticos: la capilla del Contador Real don Diego García de Guadalajara, en la cabecera del tempo parroquial de Santiago. Y tras esas tareas pueden verse las luces, los colores y los símbolos (escudos, dragones, letreros…) que le dan valor artístico y fuerza histórica. Entrar en Santiago es siempre una experiencia. El hecho de pasar del nivel de la calle a su profunda nave, parece trasladarnos a un mundo de criptas y húmedas sombras en las que nos van apareciendo, a diestro y siniestro, recuerdos de antiguas épocas. Santiago, que fue la iglesia enorme de un convento de monjas clarisas, ha sufrido muchos avatares, pero es al fin un lugar de culto en el que palpita siempre la vena segura del encuentro con Dios. No solo personal e íntimo: también conducido por la luz de los vitrales, por el ansia de elevación de los pilares pétreos; por esa razón alegre del ladrillo mudéjar. Y al fin por ese vericueto valiente de la capilla gótica del fondo de la nave de la epístola, o la renacentista covarrubiesca del fondo de la nave del evangelio. A la primera de ellas me dirijo hoy. Porque la han arreglado, la ha restaurado y reucperado en su primitivo valor de luces y colores. La suelen llamar (guías y gentes habituales) la “capilla gótica de Santiago”. Es una forma de identificarla. Realmente se trata de la capilla que a la iglesia clarisa quiso añadir un alto funcionario real para en ella ser enterrado. En 1452 don Diego García de Guadalajara la fundó, y enseguida los buenos maestros de obra que a mediados del siglo XV había en la ciudad la dieron dimensión, altura y vanos. Su planta, que continúa a través de un arco, la de la nave meridional del templo, tiene unos 7 metros de larga, por la mitad de ancha. Consta de dos tramos separados por delgados haces de columnas adosadas al muro adornadas con afiligranados collarines en vez de capiteles, donde lucen los escudos del fundador y sobre los que apoya un arco apuntado adornado en su intradós por calada piedra; el fondo de la capilla, lo qie podríamos llamar su presbiterio, ofrece la inserción de la apuntada bóveda nervada en el muro. Con mucho tino hecho todo. Los nervios descansan sobre unas ménsulas similares a […]
El pasado 20 de septiembre, y a la edad de 65 años, fallecía quien fuera destacado autor e historiador de nuestra provincia, Antonio Ortiz García, catedrático de Historia en Enseñanzas Medias, durante muchos años, y autor de numerosos libros que nos han abierto puertas al conocimiento de nuestro pasado. El 13 de junio de 1990, dedicado como todos los trecesdejunio a la festividad de San Antonio de Padua, decidimos presentar juntos y a la limón nuestro libro sobre el Palacio de don Antonio de Mendoza. Hacía mucho calor, como suele hacerlo todos los trecesdejunio, y en el patio de ese palacio alcarreño, que ya por entonces se llamaba Instituto “Liceo Caracense”, nos encontramos un buen número de alcarreños y alcarreñas para evocar nuestros tiempos de alumnos, y para explicar la razón por la que habíamos puesto nuestro saber, escaso pero apasionado, sobre ese palacio en un pequeño libro. Los protagonistas éramos tres Antonios. Por eso habíamos elegido el día: uno era Antonio Ortiz García. El otro era don Antonio de Mendoza y Luna. El tercero era yo. Nos presentó el delegado (entonces) de Educación en Guadalajara, el profesor Angel Abós Santabárbara. Y lo pasamos estupendamente. Porque las tardes que se dedican a presentar libros suelen ser muy felices para los autores, pasables para los amigos, e insufribles para los que por protocolo no tienen mas remedio que asistir. Esa fue la primera tarea en la que me embarqué con Antonio Ortiz a trabajar en temas de historia, de arte, de heráldica y patrimonio. Fue un camino largo, frondoso, generoso de encuentros y satisfacciones. Vinieron luego otros libros en común, como el de la “Heráldica Municipal de Guadalajara” en el que yo puse los textos y Ortiz los dibujos, espléndidos, que él realizaba con una maestría pasmosa en ordenador. Por su cuenta escribió otras cosas que yo ayudé a darle vida a través de ediciones muy cuidadas: su gran “Historia de Guadalajara”, que alcanzó varias ediciones. Su estupenda “Historia de Mandayona” junto a Manuel Rubio. Su estudio sobre los Fueros de Guadalajara. Su recopilación y análisis de las “Relaciones Topográficas de la provincia de Guadalajara” de las que él encontró 18 pueblos más de los que inicialmente había encontrado don Juan Catalina… Y fueron muchos otros viajes por la provincia, en Sigüenza, en congresos, en actos culturales, en defensas comunes de elementos patrimoniales amenazados, como el sepulcro de doña Brianda de […]