
Un estudio conciso de la fuente de abajo, en Fuentenovilla, en la Alcarria de Guadalajara.
Artículos y comentarios sobre Guadalajara
En estos días me ha llegado una publicación que perfila nítidamente la ruralía de la Alcarria, los entresijos de un pueblo, sus coordenadas antiguas. Se trata de Auñón, y el autor, que es el conocido profesor del Amo Delgado, aplica el mejor método que se ha inventado para describir un territorio: se lo patea de arriba abajo, apuntando cuanto ve. Una de las perspectivas más claras que he tenido siempre para conocer los pueblos, y sus territorios en torno, ha sido la hechura de sus toponimias: saber los nombres de sus cerros, de sus bosques, de sus arroyos; conocer las denominaciones que los naturales dan a sus caminos, a los “más allá” de sus recorreres, a las navas y los ejidos. Porque a través de ellos se llega a lugares encantadores, a perspectivas grandiosas, a limpias imágenes. Y ello se hace a través de sus caminos anchos, de sus estrechas sendas, de sus carrias viejas, pasando sobre los puentes, parando en las fuentes, y anotando sus nombres que siempre son sonoros, explicativos, muy de adentro. Caminos, puentes y fuentes de Auñón Acaba de entregarnos su libro don Alberto del Amo Delgado. Es un alcarreño veterano y sabio, al que muchos conoceréis porque ha sido profesor de numerosas generaciones. Ha dado clases en los institutos, y ha charlado con todos, sobre lo humano y lo divino. Él es de Auñón, y no reniega de su pueblo: le quiere y le pregona. Ya en ocasión anterior escribió un buen libro sobre El Madroñal de Auñón, y luego con los años del retiro ha querido dejarnos escrito, e impreso, su saber de nombres y su evocación de sitios. Tras un ameno y sabio prólogo de D. Ignacio Centenera, la parte más contundente de esta obra la constituye el estudio y análisis minucioso de los caminos que desde Auñón iban a las mil esquinas de su término y a los colindantes. Esas esquinas que quedan perennemente, como talladas en mármol, reflejadas en las páginas 30 a 34 de su libro, y en las que cientos de apelativos entrañables se salvan del olvido. Allí está “el Palacio”, “la Raya”, “el Quadrón” y “la fuente de Valdegavilanes”. Allí están los recodos, las alturas y los navazos. La tierra que conoció el autor cuando (como nos dice en el preámbulo) pasaba los veranos de descansos de sus estudios en el pueblo de sus padres, labradores en él, […]
En el corazón de la Alcarria discurre el arroyo de San Andrés, humilde curso de agua, que nunca se seca, y que baja desde la meseta que media entre el Tajo y el Tajuña, corriendo hacia este último río, horadando la tierra alcarreña, escoltado de arboledas densas, de nogales prietos, de alturas carrascales y un verdor permanente. En sus orillas, pasado Irueste, y antes de llegar a San Andrés, nos sorprenden dos pueblos, muy próximos uno a otro, que vamos a recorrer en esta tarde. Yélamos de Abajo Encajonado su caserío entre las cercanas laderas, pendientes y cubiertas de olivos y abundante vegetación, del valle que forma el arroyo de San Andrés, se aparece el pueblo de Yélamos de Abajo a quien viene ascendiendo, de sorpresa en sorpresa paisajística, este hermoso y recoleto valle, quizás de los más expresivos de la Alcarria, y en el que es fama que tiene los nogales mas grandes, viejos y de sabroso fruto de la comarca toda. Para el simple excursionista, los entornos de Yélamos son pintorescos y llamativos, dispuestos a la acampada, la merienda campestre o el goce puro y simple de la naturaleza. La prestancia del caserío entre arboledas y montes, también posee una fuerza innegable de urbanismo rural. Su historia es remota. Ya en la epoca árabe, o quizás incluso antes, hubo algún punto vigía en los entornos. Lo que sí es seguro, pues la existencia de restos de torreón en lo alto de la ladera frontera del pueblo así lo confirman, es que sirvió de control o vigía para las rutas que utilizaban este valle, y asé es fácil colegir que desde el momento de la reconquista de la comarca alcarreña, en el siglo XII, hubo pueblo en este concreto espacio. Además, lo confirman documentos que explican como fue su primer señor un médico llamado don Gonzalo, señor también de Archilla y otros enclaves de la orilla del Tajuña. En 1186, este personaje hizo donación de Yélamos a la Orden Militar de Santiago, pero poco después, el pueblo quedó con categoría de aldea del Común de Villa y Tierra de Guadalajara, sujeta a la jurisdicción comunera del territorio, y solo en última instancia al Rey de Castilla. Durante un intervalo del siglo XIII, fue posesión de los arzobispos de Toledo (1240) pasando otra vez al alfoz guadalajareño. En 1629, adquirió del rey Felipe IV el título de Villa con jurisdicción […]
¿Hay mejor regalo que beber agua fresca del chorretón de una fuente, cuando en verano se camina por los campos o las calles de cualquier lugar de Castilla? Las fuentes son hoy algo ajeno a nuestro vivir cotidiano, porque antes se para en un área de Servicio a comprar una minibotella de agua envasada, que atreverse a beber de un caño que mana de un pétreo muro. Durante muchos siglos, sin embargo, la única forma de saciar la sed, con calificativo de “humana”, era aproximándose a una fuente. Que las había en todas partes de nuestra geografía provincial, pues no en vano contamos con un clima que no deja de ser atlántico, y por tanto generoso en lluvias durante el otoño y la primavera, las suficientes como para cargar las fuentes para todo el año. Cien Fuentes de Guadalajara Vienen estas iniciales disquisiciones porque ha caído de nuevo en mis manos, diez años después de haberlo leído por primera vez, un libro cuyo contenido se refiere en exclusiva a las fuentes de la ciudad, y a las de la provincia. Decasta le viene a uno de los actuales barrios de Guadalajara su apelativo de Aguas Vivas. Ya el-Idrisi, un geógrafo árabe medieval, escribía que ese era el aspecto de esta ciudad hermosa y acogedora. Efectivamente, por toda la ciudad surgieron siempre fuentes, que sirvieron para algo más que para proveer de agua a su vecinos y vecinas. Sirvieron para reunirse junto a ellas mozos y mozas, sirvieron de mentidero, de lugar de tertulia, de sorpresas, de emociones. Las fuentes han sido siempre algo más que un mini-edificio con salidas de agua. Han sido un espacio social. En nuestra ciudad hay algunas, ya muy pocas, que aún nos recuerdan años niños, en que corríamos a beber en ellas. Así la de la Niña, al final del paseo de San Roque, con su estanque del que surge la taza que rebosa y echa el líquido elemento por las mofletudas caras de anónimos duendes. O la que hay en medio del paseo de San Roque. La más llamativa, quizás, la fuente ornamental del centro del Paseo de la Concordia, sin olvidar la dedicada a Neptuno en el Jardinillo, frente a San Nicolás. Pero las mejores fuentes, sin duda, se encuentran repartidas por toda la provincia. Ellibro que comento, y que me parece un encantador catálogo de imágenes y memorias, ha sido escrito por […]