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duron

Gentes que parecen de hoy mismo

gentes de otras épocas

Gentes que vivieron en esta tierra, hace muchos años, y que dejaron su huella, viva y palpitante, entre sus vecinos, entre la gente que sabía de ellos, que les admiraba, que les habían visto crecer…. Al estilo de las antiguas “notas de sociedad” se me ha ocurrido rememorar a estos vecinos destacados. En otras páginas de este mismo semanario, y en muchos rincones de los periódicos de nuestros días, vie­nen de vez en cuando señalados los «Nombres de la semana», en los que aparecen -ellos y ellas- marcados por su quehacer o su aspecto noticiable. En esta recopi­lación de gentes que de un modo u otro protagonizan la actualidad, hay siempre lagunas, pues el momento concreto del avanzar imparable de la historia lo hacen a un tiempo mi­les de personas. Cuando surge un nombre destacado es porque hay de­trás otros que le ayudan o favore­cen en su quehacer o triunfar. Quisiera ahora traer algunos nom­bres de «otras semanas», de otras edades pasadas, que bien pudieran haber llenado esas pequeñas parce­las de un periódico que supone el rincón de los «destacados». Gentes que, por uno u otro motivo, dieron renombre a la tierra donde habían nacido y que, con medios más o menos escasos, habían llegado a es­calar lugares de relieve en la socie­dad de sus días. Como si fueran re­tazos mínimos de periódicos de otras épocas (épocas en las que to­davía no existían periódicos, al menos en Guadalajara), van aquí algu­nos destellos de esas «Nombres de la semana» que lo fueron en otras, en muy pretéritas ocasiones. Luis de LUCENA Este conocido doctor, que tanto ha entregado de sí y de su sabiduría a la ciudad de Guadalajara, en la que ha nacido, y que por circunstancias de todos conocidas tuvo que salir hace años de entre nosotros para quedar residiendo en Italia, ha vuelto a estar en la ciudad del Henares con motivo de la inauguración de la capilla de Nuestra Señora de los Ángeles, que, con su patrocinio, se termina de construir junto a la iglesia parroquial de San Miguel. Doctor en Medicina, matemático escritor, filósofo y arqueólogo, Luis de Lucena es, hoy por hoy, el máxi­mo representante de las nuevas ideas renacentistas en Guadalajara. Su avanzado pensamiento le ha ganado la animadversión de ciertas perso­nas, y ello hizo en años anteriores que tuviera que salir de entre nos­otros. Pero su valía y honradez han quedado bien patentes […]

La mirada de Cela sobre el patrimonio alcarreño

Ahora que rememoramos el “Viaje a la Alcarria” que a pie y con mochila hizo Camilo José Cela en el mes de junio de 1946, vuelvo a leer sus andanzas y siempre me maravillo de los diversos valores del libro clave del Premio Nobel. Uno de esos valores es, sin duda, el descriptivo: de sus gentes, de sus paisajes, pero no de su patrimonio. Porque como ahora veremos, no lo trató demasiado, ni en profundidad ni en cariños. En las pocas jornadas que duró el Viaje por la Alcarria de Camilo José Cela, y que él plasma, en los dos años siguientes, en un libro contundente y definitivo, pasó por un país pobre y lejano, pero cargado de glorias antiguas, y de patrimonio denso, conocido, estudiado, ya famoso. En esos años, Layna Serrano se ocupaba de historiar Cifuentes, los castillos alcarreños, los monasterios y las cabalgadas de reyes, santos y magnates. Cela salió al campo con su mochila y su cuaderno de notas. Sin apenas más referencias que las que le habían dado sus amigos del café Gijón: Alonso Gamo, Emeterio Arbeteta, Domínguez. Y volvió a casa con el asombro que las gentes que pululaban los caminos y los soportales de los pueblos le habían causado, y mucho material informativo para abultar su final capítulo sobre Pastrana, gracias a la conversación que sostuvo con el médico de la villa, en ese momento don Francisco Cortijo Ayuso. Por hacer un repaso a ese tratamiento que del patrimonio hace Cela en su “Viaje a la Alcarria”, doy aquí los datos testigos del desapego que la silueta monumental le supuso. Cuando subiendo desde la estación del tren hacia el centro de Guadalajara, pasa por la plaza de los Caídos, dice Cela que ve a un lado el palacio “del duque del Infantado”. Y que está en el suelo, que es una pena. “Debía ser un edificio hermoso. Es grande como un convento o como un cuartel”. Ahí acaba su análisis del palacio que ahora pugna por ser declarado Patrimonio de la Humanidad. También es verdad que entonces llevaba diez años con las huellas del bombardeo, sin tocar. En Taracena, dice simplemente que “es un pueblo de adobes, un pueblo de color gris claro, ceniciento, un pueblo que parece cubierto de un polvo finísimo”. Y en Torija pasa como de puntillas junto al castillo, diciendo que el pueblo, que está subido en una loma […]