En los 850 años que ahora se cumplen de la consagración del templo mayor de la diócesis, la catedral por antonomasia, cumple recordar algunos detalles del edificio, porque en ellos está la claves, las claves, de su significado último. Con la llegada del siglo XVI, en España se abren las puertas a nuevos modos de construir, y, sobre todo, a nuevos modos de representar. Lo que llamamos “Renacimiento”, y que en esencia es la toma de conciencia del hombre por su papel en el Universo, verá plasmados sus principios en muchos ámbitos: en la literatura, en la filosofía, en la política, y por supuesto en el arte. Y en ese impulso constructivo, renovador de formas, que se centra por templos y palacios, a la catedral de Sigüenza le tocarán los mejores elementos de la provincia. Es lógico, puesto que es el lugar donde más posibilidades hay de hacer cosas nuevas, y donde más presupuestos existen, y más generosos, para levantar y experimentar. Durante el episcopado de don Bernardino López de Carvajal se construyen los mejores ejemplos del Renacimiento en la catedral. Este obispo, que nunca llegó a aparecer por la Ciudad Mitrada, ya que vivió siempre implicado en los asuntos vaticanos, dio sin embargo dinero para construir retablos, estancias y obras públicas. Su sucesor, don Fadrique de Portugal, hizo lo mismo, y en competencia con ellos, el Cabildo de la catedral también se esmeró en propiciar novedades constructivas y decorativas. La sacristía de las Cabezas Es la Sacristía mayor de la catedral, la que el Cabildo encomendó a Alonso de Covarrubias, la que muestra más interés en cuanto a techos se refiere. Se esconde su portada en una oscuridad que no merece, ya avanzado el tránsito por la girola. La estancia ha sido calificada entre las más impresionantes obras de la arquitectura del Renacimiento europeo, y consiste en una gran estancia rectangular, en cuyos lados mayores se abren amplias hornacinas, en las cuales se alberga la cajonería con talla profusa, magnífica, plena de figuras y simbolismo. Merecería hacerse un detallado estudio de la simbología y mensajes que esas tallas de madera sobre cajones y aparadores llevan. Es uno de los elementos que aún permanecen arcanos en el conjunto catedralicio. En las enjutas de los arcos que forman los muros de la estancia, aparecen enormes medallones representando bustos de profetas y sibilas. Todos son preciosos elementos escultóricos que completan el conjunto. […]
alonso de covarrubias
Solemne presencia del Renacimiento
De vez en cuando conviene repasar presencias y memorias de los lugares y edificios que nos rodean, o por los que pasamos a diario. Aquí va el recuerdo y la alabanza de un fantástico espacio histórico de nuestra ciudad: el palacio que construyó Antonio de Mendoza, magnate y guerrero, y la iglesia adjunta que mandó elevar su sobrina Brianda de Mendoza, devota, beata… y alumbrada. Lo que sí consiguieron estos dos personajes, tío y sobrina, Antonio de Mendoza y Brianda de Mendoza, fue contratar a los mejores arquitectos de su época: primero a Lorenzo Vázquez de Segovia, para construir el palacio, y después a Alonso de Covarrubias, para proyectar, levantar y tallar hasta hasta en su más mínimo detalle la iglesia. El palacio de Antonio de Mendoza En el centro de la ciudad vieja (del “casco antiguo” como ahora se le llama), en la antigua colación de San Andrés, donde habitaba a finales del siglo XV nutrida colonia hebrea, puso don Antonio de Mendoza su gran palacio renacentista, una de las primeras muestras que del estilo recién importado de Italia se elaboraron en Castilla. Era este señor hijo del primer duque del Infantado, don Diego Hurtado de Mendoza, y junto a él y sus numerosos hermanos y familiares, que constituían la lucida corte mendocina de Guadalajara, intervino en la guerra de Granada, mostrándose en ella valeroso. Permaneció siempre soltero, y al retirarse de la guerra decidió construirse casa propia, elevando este palacio con la colaboración de artistas que ya su tío el gran Cardenal Mendoza había tomado a su servicio, y que fueron los introductores en Castilla del modo renacentista de construir, decorar y concebir el arte. Muerto don Antonio en 1510, con el palacio ya concluido, pasó (por testamento) a manos de su sobrina, también soltera a la sazón, doña Brianda de Mendoza y Luna, hija del segundo duque del Infantado, don Iñigo López de Mendoza. Piadosa señora que reunió en su torno a una nutrida colección de espirituales congéneres, todos muy en la línea de incrementar la pureza del cristianismo, en la onda que movió primero en Castilla don Francisco de Cisneros, y luego, en toda Europa, y con más fuerza, Erasmo de Rotterdam. Lo que en esas reuniones se decía, y se hacía, no ha quedado reflejado de forma fidedigna en documentos de archivo, pero por indirectas alusiones parece que aquello rozaba, aunque fuera muy de lejos, […]