Un Virrey del Perú

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Herrera Casado, Antonio: “El gobierno americano del Marqués de Montesclaros”. Colección “Virrey Mendoza” nº 2, Excmª Diputación Provincial de Guadalajara, Guadalajara, 1990. 264 páginas, grabados.

Aunque parezca un recurso fácil, cuando se habla de la historia de Guadalajara se debe recurrir a los Mendoza. Por varias razones: porque dan tono, porque surgen mil humanas anécdotas, y porque se puede hacer el discurso todo lo largo que se quiera. Y además hay otra razón, más seria: porque sin hablar de los Mendoza no puede entenderse la historia de Guadalajara.

Este libro, fruto de una amplia investigación en archivos de España y de América, supone la puesta en valor de la memoria de un Mendoza, alcarreño, que llegó a la cúspide del poder en el Antiguo Régimen. Nada menos que llegó a ser Virrey del Perú… demostró, además, que valí apara ello. La vida de este personaje, que aquí refleja Herrera en un libro amplio, meticuloso, en una biografía clásica y, sobre todo, muy documentada, se muestra aquí como símbolo de una época, de una situación.

Nació Juan de Mendoza y Luna en Guadalajara, en enero de 1571. Vivían sus padres en el caserón de los marqueses de Montesclaros, frente por frente al palacio de los duques del Infantado, sus primos. Educado en la corte frontera de su tío don Iñigo López de Mendoza, entró en el círculo de las armas y fue todavía joven nombrado Capitán de Lanzas, asistiendo a la jornada de Portugal junto a Felipe II y el duque de Alba. A los 20 años de edad, a la vuelta de la excursión guerrera, recibió el hábito y las insignias de la Orden de Santiago.

Casado en 1595 con una parienta suya, doña Ana Mesía de Mendoza, hija del marqués de la Guardia, tuvo con élla algunos hijos, aumentando su descendencia luego con otras mujeres, de las que fue siempre muy ilusionado. Sus cargos públicos se iniciaron en Sevilla, con el nombramiento por parte de Felipe III de Asistente de la ciudad del Guadalquivir. Era en realidad un símil al cargo de Corregidor, y todos le felicitaron porque sabían era ésa la antesala de mejores prebendas en América. Tres años después llegaron éstas, y fueron, como se suponía, la de Virrey de Nueva España (México), que alcanzaba don Juan de Mendoza a sus tan sólo 32 años de edad, pasando de allí, tres años después, a ocupar el Virreinato del Perú, donde permaneció más tiempo, de 1607 a 1616. Los años de virrey en tierra de los Incas fueron especialmente densos, de actividad y creación. Allí mejoró las minas de mercurio en Huancavélica, las de plata en Potosí, creó las defensas del Callao (el puerto limeño que aparece, en grabado antiguo, en la portada de este libro), sostuvo el embate de los piratas holandeses, que nunca como entonces (1615) estuvieron tan a punto de quedarse con todo el Perú, creó los tribunales económicos de Cuentas y el Consulado, etc. Allí en Lima fue donde también descolló en su afición a las letras: de un lado, protegiendo y alentando a docenas de escritores que pululaban en su torno. Unos banales, otros de peso, como Francisco de Figueroa, Diego de Aguilar, o Bernardino de Montoya, todos éllos reunidos en la «Academia Antártida» de poetas que fundó y protegió el virrey Montesclaros. De otro lado, esa afición a las letras la desarrolló el propio don Juan de Mendoza escribiendo poesías y prosas, unas veces administrativas (Memoriales y Ordenanzas), otras de gentil ironía y lucidez. Allí, en Lima, finalmente, vivió el Mendoza su amor apasionado con doña Luisa de Mendoza, de la que tuvo dos hijos secretos (a voces).

Vuelto a España, deambuló por despachos de la Corte, subió y bajó las escaleras del Alcázar real madrileño hasta que consiguió, de un lado, una encomienda en América (o sea, un buen sueldo para retirarse) y de otro los cargos sucesivos de Consejero de Estado, de Hacienda y de Aragón, llegando a ser presidente de este último Consejo en 1626. Murió en 1628, en Madrid. Sus retratos, que le pintan como hombre severo, delgado y bigotudo, muy al estilo de la época, nos miran desde las paredes de las academias de Historia de México y Lima. El libro de Herrera Casado sobre este personaje, que es esencia de los Mendoza americanos, merece ser leído porque abre una perspectiva nueva, distinta, de los manidos Mendoza alcarreños.

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