Cervatos, el románico castellano

sábado, 23 septiembre 2017 0 Por Herrera Casado

CervatosEstos días pasados, con mis amigos y amigas de la Asociación Arquivolta, me he movido por las tierras altas de Palencia, visitando edificios, pueblos, y conjuntos que a través de su arquitectura, la mayoría de estilo románico, evocan el tiempo antiguo del Medievo, en el que valores y aspiraciones eran tan distintas de las actuales. Uno de los lugares más espectaculares, que bien merecen una visita, es la colegiata de Cervatos, en la comarca de Campóo, pero comunidad autónoma de Cantabria.

Desde Aguilar, donde nos hemos alojado en la posada del Monasterio de Santa María la Real, hemos viajado por el Alto Campóo, y entre otras maravillas hemos visitado la iglesia románica de Santa Cecilia en Vallespinoso de Aguilar, y el templo de San Salvador de Cantamuda, al pie de la cordillera cantábrica.

Sin embargo, el más interesante de los edificios visitados ha sido esta Colegiata de San Pedro, en Cervatos (Cantabria), que concentra en un espacio reducido una larga y prolija historia, y, sobre todo, una conjunción de arquitectura y escultura que sorprende por la temática espectacular de muchos de sus detalles en capiteles y canecillos.

El monasterio de San Pedro se creó cuando el territorio era plenamente castellano, y su templo fue construido en el primer tercio del siglo XII, viniendo a ser consagrado en 1199 por don Marino, obispo a la sazón de Burgos, a cuya diócesis perteneció varios siglos este enclave.

Por documentos directos e indirectos se sabe que el monasterio de San Pedro llevó vida precaria, aunque la iglesia centró siempre la atención, de monjes y fieles. Es pequeña, de una sola nave en su interior, a la que se suma un presbiterio recto y un ábside semicircular.

En la portada, construida sobre muro saliente, destacan los arcos de la entrada, de trazado semicircular. Y bajo ellos, lo más espectacular es el tímpano, tallado en tres piedras independientes, pero ensambladas, mostrando una densa ornamentación de caladas cenefas y grandes palmetas de estética mudéjar, como una filigrana o celosía oriental, sobre un par de dinteles monolíticos, uno de ellos cuajado de leones enfrentados. En total vemos seis leones, que proporcionan una idea de fuerza, de firmeza espiritual.

Erotismo románico

Lo más interesante, sin duda, de este templo románico de Cervatos, es la decoración de sus capiteles y canecillos. Porque en ellos se muestra una colección de tipos/as y escenas de explícito carácter sexual, en tan gran cantidad que puede ser calificado como el “Khajuraho castellano” (por si algunos no lo saben, el templo de Kandariya Mahadeva, en Khajuraho, en la India, está a su vez considerado como el monumento con mayor carga explícita de sexo tallado del mundo).

Esas imágenes rotundas aparecen en las ventanas del ábside, y en los canecillos que sujetan la cornisa de la misma estructura. En las ventanas del ábside ya aparecen algunos elementos sorprendentes. Por ejemplo, la ventana meridional del ábside, que se compone de una arquivolta rehundida compuesta de tosco baquetón con bezantes, apea en sendos capiteles historiados que muestran dos figuras que sin duda alguna mantienen a su vez una historia propia, muda, de la que ahora solo percibimos la tallada hilaridad de sus posturas.

El capitel del lado oeste, muestra a una dama casada, puesto que lleva toca en su cabeza. Es esta la única prenda textil que la adorna. Sujeta con las manos sus piernas elevadas con los talones a nivel de las orejas, mostrando con decisión el sexo a la figura del capitel vecino. Y en ese segundo capitel, el del lado este, vemos al “amante” o distinguido partícipe de la historia, provisto de un desproporcionado miembro viril, que se echa las manos a la cabeza, realmente asombrado de o que le ocurre… Más de ochocientos años lleva el “pollo” intentando dar el salto de apenas dos palmos que separan ambos capiteles. ¡Qué tensión! En otro ventanal del ábside vuelve a aparecer la pareja, en capiteles enfrentados, y ya tallados con peor calidad.

Luego pasamos a admirar la totalidad del alero que sujeta la cornisa, en el que aparece una sucesión de figuras talladas sobre canecillos que rompen con todo lo imaginado… Desde un jugador de bolos y un carnero, pasando por una pareja –hombre y mujer- mostrando sus órganos genitales con toda generosidad. A continuación un severo personaje con un grueso libro en las manos y después, una mujer pariendo, con la cabecita del niño asomando por sus bajos. Más una grotesca máscara precede a otra realista escena de cópula y a continuación lo que aparenta ser un jabalí. En este caso, la escena de cópula se presenta desde un ángulo inverosímil, ingeniosa e inédita.

Seguimos mirando hacia arriba, hacia los canecillos del ábside de Cervatos. Increíble la variedad y procacidad de lo que se muestra. Además de los canecillos, las metopas. En una de ellas, la gran alegoría de la lujuria: dos serpientes mordiendo los pechos de una mujer que visto lo visto a su alrededor, es escena muy recatada. Y otro individuo rechoncho y fortachón que en su mano levanta una gran bola, intérpreta quizás de un jugador de bolos montañeses.

Y más allá apareciendo incrédulo un ser itifálico de rasgos faciales deformes que se echa las manos a la cabeza, asombrado quuizás de la monstruosidad de su miembro. Hacia la derecha vemos otra dama con los tobillos a la altura de las orejas mostrando sus partes bajas mientras que por encima de ella sobresale una cabecita de alguien que se encarama a sus espaldas. Entre los canecillos aparecen las metopas, en las que predominan los animales, que se animan y hacen lo mismo que los humanos, o sea, reproducirse y disfrutar. Un conjunto escultórico único en España, sorprendente y divertido.

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Escultura medieval en Cervatos

En el interior del templo de Cervatos encontramos una sola nave con bóveda de nervaduras al gusto gótico, rehecha probablemente por desplome de la original. Magnífica es, también, la cabecera del templo. Recordando el templo del interior del castillo de Loarre, aquí nos sorprende una serie de diez arquillos ciegos con bellos capiteles historiados y por encima tres ventanales al modo jaqués. Esos diez arquillos ciegos absidales apean en once capiteles de buena factura que tienen además un valor añadido: están justo frente a nuestros ojos por lo que su contemplación en directo es magnífica. Este es otro de los disfrutes de Cervatos, ver con detalle y parsimonia los capiteles del ábside interior.

El primero de ellos, comenzando por el lado norte junto al vano abierto en el presbiterio que permite acceder a la construcción adosada, muestra dos leones con sus cabezas juntas, bajo las que asoma otra cabecita humana, de tosca hechura. El siguiente capitel muestra un par de aves con sus cabezas vueltas sobre el lomo con los picos juntos. Sobre ellas y en las volutas, aparece un motivo repetido en esta iglesia, la estructura del “oleaje” como líneas onduladas y repetidas, aludiendo al agua, al viaje… sabe Dios a qué aludiendo. Este motivo del oleaje protagoniza el tercer capitel.
En el cuarto, dos serpientes muerden los pechos de una mujer a la que falta la cabeza, en repetida alegoría a la lujuria. Le siguen tres cabecitas y en la cara opuesta del capitel, un San Pedro, titular del templo, portando báculo y llaves. El siguiente muestra entrelazos geométricos. Y el sexto cuatro leones con sus cabecitas juntas en las esquinas, alternando con otras humanas y más oleajes. Que vuelve a mostrarse en el séptimo, el mejor de todos. Alzándose con un protagonismo arcano, entre musical y naturalista, alternativa del mundo al hombre. En los siguientes capiteles se ven elementos vegetales, leones, ajedrezados jaqueses y oleajes.

En todo caso, y como una muestra más de un amplio viaje cuajado de sorpresas, esta visita a la colegiata de San Pedro de Cervatos, en Cantabria, que recomiendo vivamente a mis lectores.

 

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