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octubre, 2023:

Lecturas de patrimonio: el templo de Almonacid de Zorita

Una iglesia que está sin acabar, mal rematada, y desarticulada en sus partes, sigue teniendo interés por los elementos que ofrece, y aquellos de los que carece. Una iglesia a medias, pero interesante, la de Almonacid de Zorita.

Presidiendo una de las varias plazas con que cuenta Almonacid de Zorita, se encuentra su templo parroquial dedicado a Santo Domingo de Silos. Se trata de una obra que está sin terminar. Su construcción comenzó realmente en los últimos años del siglo XV, y de entonces data la portada principal, orientada al sur, tallada en piedra caliza de muy mala calidad, que ha resultado desgastada y dañada por los elementos. Modernamente se le puso un tejaroz para protegerla, continuando el atrio porticado que corre sobre el muro meridional del templo. 

Posiblemente sea esta portada del templo almocileño lo más interesante del edificio, al menos en su vertiente ornamental. Se conforma por un alto alfiz que engloba el ingreso, el cual está formado de cuatro arcos superpuestos, semicirculares, decorados de bolas, cardinas, baquetón y numerosos elementos de iconografía gótica (animales, quimeras, niños, frutas, etc. ) todo éllo bajo un último arco de tipo florenzado, que está guarnecido de cardinas y grandes cardos en las puntas, de una estructura muy poco utilizada y plenamente incluido en el estilo gótico‑isabelino. Los arcos descansan sobre breves capiteles y columnillas adosadas, recubiertas también de profusa ornamentación gótica.

En las enjutas de este arco se ven sendos escudos tallados: el de la izquierda pertenece a la Monarquía castellana, en la época de los Reyes Católicos, lo cual nos confirma la datación del templo. El de la derecha pertenece a la Orden de Calatrava, porque la administración de la villa y su término correspondían a esta Orden Militar, señora de territorios. Esta portada del templo parroquial de Almonacid guarda una indudable relación de parentesco con la portada de la parroquia de Albalate, hasta el punto de poderse afirmar que se deben al mismo, y desconocido artista. 

De lo que se pensaba realizar como ampliación del templo, en unas dimensiones colosales, solo se llegó a levantar el ábside y parte del presbiterio, y es lo que hoy vemos sin terminar. Los muros, muy elevados, pero sin rematar nunca, quedaron constituyendo la torre del templo, con muchos vanos, simulando una torre castillera sin estilo alguno, muy pesada incluso fea. Ya en el siglo XVI, por aumentar notablemente la población de la villa, se trazó el proyecto de una gran ampliación, pero de ella solo se levantó, como he dicho, el ábside y presbiterio, que hoy lo encontramos abrazando el templo por detrás, y sin techar, por lo que constituye una especie de amplio patio trasero al que se accede por una puerta desde el lado del retablo.

Aunque el grandioso proyecto, muy en la línea de la Orden Calatrava, no se llegó a acabar, hoy se puede contemplar detalladamente pasando por una puertecilla tras el altar actual. Así nos encontramos en una amplio espacio en el que la estructura inacabada de este ábside ofrece una planta poligonal, con una gran altura en sus muros, que son de sillar con contrafuertes, añadiendo flameros, ventanales y moldurajes de gran efecto, todo ello en el mejor estilo del gótico último, que tanto se utilizó en Castilla durante la primera mitad del siglo XVI. Es realmente impresionante ver, sobre una planta poligonal, los grandes pilares cilíndricos adosados a las esquinas, y totalmente estriados, con collarines al inicio de las bóvedas, que conforman el primitivo presbiterio, sin techar hoy, de este templo. Las trazas del mismo parecen estar dadas por Ballesteros o algún otro arquitecto del siglo XVI que, como él, trabajara ampliamente en los pueblos de la Alcarria. El templo quedó reducido a un simple ámbito de tres naves con pilares revocados de yeso separándolas y una cubierta abovedada sin relieve alguno, más un coro alto a los pies.

En uno de los muros exteriores de esta iglesia aparece un pequeño emblema heráldico, sencillo, que muestra dos llaves cruzadas bajo una esquemática cruz. Y en su parte inferior, surmontadas las letras PE / DRO en dos líneas. Evidentemente es un escudo representativo del curato, porque muestra las llaves del primer pontífice, Pedro, símbolo que recibió de Cristo al fundar la Iglesia.

En el interior destacan las dos capillas de tipo gótico que se encuentran en la cabecera de las naves laterales, teniendo su ingreso formado por arcos apuntados y las cubiertas de sus ámbitos ocupadas por bóvedas de crucería con muy bellos arranques en las esquinas.

La actual capilla mayor ofrece un retablo moderno, en el que sobresale de mérito un lienzo representando a la Inmaculada. A los pies del templo hay un buen cuadro de San Martín, y en la sacristía se encuentra una pieza verdaderamente excepcional, como es el Cristo de la Buena Muerte, pieza gótica, del siglo XIV, tallado en madera, recientemente restaurado, que puede calificarse de la auténtica joya de la parroquia, y de un estilo y aspecto como no se encuentra en muchos kilómetros a la redonda. Además existe una pequeña talla de un Niño Jesús, que tradicionalmente se ha atribuido a Berruguete, aunque pertenece, más modestamente, a algún buen tallista de la escuela barroca castellana. También hay una abundante colección de cálices, patenas, etc, pero todo bastante moderno y sin especial valor. Y por supuesto un abundante y bien cuidado Archivo Parroquial en el que se guardan interesantes documentos para la historia eclesiástica de Almonacid.

Además encontramos, en la capilla derecha del crucero, la pila bautismal que es obra del siglo XVI y ofrece una copa adornada sobre la piedra con detalles ornamentales platerescos. No he llegado a hacer, en el caso de Almonacid, indagación documental en su archivo parroquial, pero es muy posible que allí se encuentren los datos que refieran autorías de piezas y elementos. Sin embargo, por proximidad (geográfica y de fechas) con la pila parroquial de Albalate, esta de Almonacid podría ser obra del escultor Juan de la Sierra, a mediados del siglo xvi. 

En la nave del Evangelio se abre la capilla de Ballesteros, donde están enterrados los restos mortales de tan magnánimo caballero que dejó una Memoria al pueblo. El apellido Ballesteros, muy común en Almonacid y en general en toda la comarca de Zorita, quedó también dando carácter a una leyenda que corre sin cesar de boca en boca, y es la que dice que un tal Manuel Ballesteros fue uno de los que asesinaron a Prim, el general que fue presidente de gobierno, en 1871, y que como era de aquí se refugió en su casa, y aunque todo el mundo sabía quien era, y lo que había hecho, nadie le denunció y pudo seguir viviendo tranquilo, y con su amante, muchos años en el pueblo. Así lo contaba Emeterio Ceballos, pero nada seguro hay sobre ello.

Lecturas de Patrimonio: La Capilla de Luis de Lucena

capilla luis de lucena

Repasando los edificios que hacen de Guadalajara una ciudad singular, heredera de tiempos distintos, y expresivos de otros modos de entender la humana existencia, llega hoy la estampa de la capilla de Luis Lucena, dura por fuera, blanda por dentro, como una fruta añeja.

La capilla de Luis de Lucena, situada en la cuesta de San Miguel, es el único resto conservado de lo que fuera iglesia parroquial de San Miguel del Monte, obra románico‑mudéjar que fue derribada en el siglo pasado, salvándose por fortuna esta su capilla aneja. 

La capilla fue diseñada, costeada y dirigida en su construcción por su fundador el doctor Luis de Lucena, sabio humanista nacido en Guadalajara a fines del siglo XV, eclesiástico y médico: cuidó de la salud de los Papas, en Roma, tras haber ejercido su profesión y publicado algún libro sobre enfermedades, en Tolosa de Francia; erudito investigador de la antigüedad clásica y preocupado por todos los problemas de la cultura, residió en Italia largos años, acudiendo a las Academias más afamadas. Muy posiblemente erasmista y hondamente interesado en las cuestiones del espíritu, planeó su capilla de Nuestra Señora de los Ángeles, en Guadalajara, como un monumento a la Espiritualidad (programa iconográfico de sus pinturas murales) y a la Sabiduría (en el piso superior mandó instalar una biblioteca pública).

Aún viviendo en Roma, donde murió en 1552 y quedó enterrado en Santa María del Pópolo, Luis de Lucena encargó la capilla que fue construida en torno al año 1540. Es un curioso edificio todo él fabricado en ladrillo, con el que su arquitecto y diseñador logró unos magníficos efectos ornamentales. Sus paramentos, orientados al norte, sur y a poniente el más amplio, muestran las huellas de sus arcos que en tiempos fueron descubiertos. Reforzando las esquinas, y al comedio del muro occidental, se levantan unos cubos cilíndricos que rematan en almenadas cupulillas, sustentadas a su vez por modillones. El pronunciado alero se sustenta por un complicado friso de mocárabes, todo ello en ladrillo consiguiendo en los huecos que entre sí forman los modillones inferiores de este friso, representar cruces y otras figuras ornamentales, todo ello manejando con verdadera gracia el elemento mudéjar por excelencia. En esta pieza arquitectónica se comprueba la amplitud de registros y saberes que los albañiles y ornamentistas de mitad del siglo XVI tenían en nuestra ciudad. 

La elaborada estructura de esta capilla, con su arrebatado mudejarismo, sorprende en pleno siglo XVI. Y más aún al conocer la filiación hondamente humanista de su fundador. Sobre el cubo angular del S.O. del exterior de la capilla, hay una cartela de piedra tallada en la que se lee lo siguiente: Deo Optimo Maximo / Dei Matri Beatissime / Angelorumque Hierarchiis / Ludovicus Lucenius erigendum / Curavit, dicavitque, Anno / et Christo nato M.D.XL. Viene a decir, tras la exclamación teológica a favor de “Dios el Mejor” y de la “Beatísima Madre de Dios y Reina de los Ángeles” que Luis de Lucena pagó y dedicó el edificio en 1540.

Sobre la puerta de entrada, que estaba entonces dentro del atrio meridional del templo de San Miguel, el eclesiástico mandó poner tallado en piedra caliza su escudo heráldico, en el que figura centrando el elemento una cruz desbastada, esencia del cristianismo, y expresión de sus ideas reformistas.

El interior de esta capilla es de nave única. En su cabecera, orientada al este, se situaba un retablo (ya desaparecido). A sus pies, en el lado occidental, aparece un alto cubo rematado en cupulilla similar a los del exterior, en cuyo interior asciende helicoidal una escalerilla que sube al piso superior, donde Lucena quiso que se instalara su fundada biblioteca pública.

Las pinturas de las techumbres, arcos y enjutas, más las que probablemente asentaron en sus paredes, se encuentran hoy en buen estado de conservación, tras una cuidadosa restauración a la que ha sido sometida esta capilla, y así se puede admirar su conjunto y el programa religioso que forman: la línea central de rectangulares cuadros ocupa, en sucesión y disposición que recuerda a la de la Capilla Sixtina, toda la bóveda de la capilla, y presentan escenas de la vida del pueblo judío, guiado por Moisés, y luego por Salomón, representándose en el arco mayor una magnífica escena de la llegada a Tierra Prometida. En las mismas bóvedas, se ven representaciones de las Virtudes Cardinales (cuatro figuras magníficas, de fina ejecución) con sus correspondientes atributos, de diversos profetas y luego de Sibilas, que en número de doce rellenan también algunos espacios de enjutas, completándose con representaciones de las virtudes teologales. Pueden interpretarse como un «camino en el Cielo hacia Cristo» de indudable inspiración erasmista.

Las techumbres, bóvedas, y arcos del interior, están recubiertos de pinturas de estilo manierista. Todas estas pinturas, hechas ya cuando el fundador había muerto, pero siguiendo sin duda un plan previamente trazado por él, son debidas al pincel de dos artistas italianos contratados en Roma por el fundador de la capilla. Fueron estos pintores Pietro Morone y Pietro Paolo de Montalbergo. Algunas de estas pinturas de las bóvedas han quedado sin concluir. Además quedan inscripciones en el pasadizo de la entrada, en que se alude a la sucesión de personajes en el patronato de la capilla.

El interior, que se encontraba aireado porque en su inicio los arcos de la capilla estaban abiertos, existían los elementos propios de un templo devocional. En el piso superior, de techo bajo, y que apoyaba sobre las bóvedas pintadas y visibles, el humanista quiso que se creara una biblioteca pública con sus libros personales. En su testamento (cuyo original se conserva en archivos romanos) propuso la estructura y funcionamiento de esa biblioteca pública, la primera que se establecía en España. Hoy podemos visitar esta capilla, y en ella se ofrecen en vitrinas numerosos fragmentos procedentes de las decoraciones murales de la capilla de los Orozco en San Gil de Guadalajara, y de restos de los mausoleos de los Condes de Tendilla en la iglesia de San Ginés.

Declarada Monumento Nacional en 1914, (gracias al informe del académico seguntino Manuel Pérez-Villamil) y salvada (por el entonces primer ministro Alvaro de Figueroa y Torres) del seguro derrumbe junto a la iglesia de San Miguel, durante muchos años estuvo vacía y abandonada, sirviendo para que los chiquillos del barrio vieran las películas que proyectaban en el Cine “Terraza Actualidades” desde las ventanillas de su piso superior. En 2017, el Instituto Cultural Español se encargó del arreglo definitivo, eliminando humedades y mejorando sus condiciones de conservación, permitiendo su visita, que hoy corre a cargo de los servicios turísticos del Ayuntamiento de Guadalajara. 

Una visita a Peralejos de las Truchas

perplejos de las truchas miguel march

Llegando desde Molina, atravesando el caserío de Terzaga, cruzando intrincadas serranías y densos bosquedales de pinos, cañones rocosos del Cabrillas e insólitos panoramas, el viajero llegará a uno de los pueblos más interesantes y renombrados de la serranía molinesa. 

Tres venas acuosas marcan con profundos barrancos su territorio: el Hoceseca, el Cabrillas y el Tajo en su caminar más alto. Los tres atraviesan hondas depresiones calizas, cubiertas sus laderas de bosques, de tal modo que el amante de la naturaleza puede disfrutar una temporada larga de este enclave, realizando excursiones a los sitios más diversos: el puente del Martinete sobre el Tajo; la ermita de Nª Srª de Ribagorda al pie de las ingentes terreras de La Muela; las ruinas del torreón o Castillo de Saceda, que otean el barranco del Rincón por donde caen en cascadas las aguas que bajan del Prado de la Lobera; el despoblado ruinoso del Zarzoso; el Barranco de los Encarcelados; la herrería de Hoceseca, y mil lugares más de increíble belleza.

En término de Peralejos, y a partir del citado «puente del Martinete», tiene su inicio, río abajo, el «parque Natural del Alto Tajo», enorme extensión de territorio molinés y serrano, que se forma a lo largo de 64 Km. de río, hasta Valtablado, incluyendo una reserva interesantísima de tipo ecológico y paisajístico.

Historia

La historia de Peralejos es simple, pues su nombre castellano indica claramente haber sido puesto en su lugar actual durante los años de la repoblación, en el siglo XIII. Una tradición, no confirmada totalmente dice que en su término hubo un convento de monjes cistercienses, pronto abandonado para fundar el monasterio de Piedra, de esa misma orden. El hecho cierto es que Peralejos fue siempre del Común y Señorío molinés.

En su inicio, cuando la repoblación del territorio, algunas familias del asentamiento procedían de Vizcaya, como los Arauz que se establecieron en su término municipal para dedicarse a la forja de hierro y minería, de larga tradición en el País Vasco, centrándose más tarde en actividades ganaderas, sobre todo el pastoreo de vacas y ovejas. La ermita de la patrona, Nuestra Señora de Ribagorda, es testigo mudo de ello. Allí están enterrados vástagos de la familia Arauz. También la casa grande de los Arauz en la plaza mayor es una hermosa representante de la arquitectura popular y que data de principios del siglo XVIII. Entre los naturales de Peralejos de las Truchas, menciono a don José Sanz y Día (1907-1988), historiador molinés del que muchas cosas aprendí. Destacado carlista, la Diputación Provincial le editó su “Verdadera historia del Señorío de Molina de Aragón).

Patrimonio

Muestra el pueblo, contemplado desde el Cerro Molina, un bello conjunto homogéneo de clásica arquitectura popular serrana, compuesto de más de doscientas casas, atravesado al centro por un arroyo escaso al que cruzan dos puentes, y que hoy ha sido en parte canalizado y cubierto. Destaca de sus edificios la iglesia parroquial dedicada a San Mateo. Obra sencilla del siglo XVII, con torre de campanas sobre el muro occidental, y al sur, bajo atrio, la portada construida en 1652. 

El interior es muy amplio, de tres naves separadas entre sí por arcos de medio punto. Es de planta cruciforme, con la parte central cubierta por cúpula hemisférica en cuyas pechinas se dibujan con vivos colores los cuatro evangelistas. Por el templo se distribuyen varios altares barrocos, de trazos y hechuras populares, con varias tallas de la época, de los siglos XVII y XVIII, entre las que destacan una pareja de San Pedro y San Pablo; un San Sebastián de madera; el Santísimo Cristo; la Virgen del Carmen y la Virgen de Ribagorda. 

Lo más relevante ahora del patrimonio artístico de Peralejos es la docena de cuadros representando un Apostolado, que siempre se supo que eran buenos, a pesar de haber estado en lamentable situación durante siglos. Se restauraron en 2012, en Toledo, y tras cumplir con una exposición itinerante por toda la Región, se colocaron de nuevo en los muros del templo, quedando a la vista del visitante, coloridos y espléndidos. Representan un apostolado cuyo modelo está tomado del original de José Ribera el Españoleto. En é aparecen, además de Cristo como “Salvator Mundi”, San Pedro, y los dos Santiagos (Mayor y Menor) que en los cuadros respectivos son nombrados como San Jaime… Además figuran San Juan (el Evangelista), Santo Tomás, San Felipe, San Bartolomé, San Mateo, San Simón, San Judas Tadeo y San Matías. Falta el de San Andrés.
El autor, es muy posiblemente Miguel March (ca. 1633-1670) un discípulo (también levantino, como él) de José de Ribera. Un gra pintor, sin duda, conocedor a fondo de la obra del Españoleto, de quien muy posiblemente sería discípulo, en Nápoles. La colección entraría a formar parte del patrimonio de Peralejos en el siglo XVII, cuando se construyó el templo como hoy le conocemos.

Por el caserío pueden admirarse, además de la gran fuente de la plaza, y diversos edificios de acusado y valioso tinte popular, algunas casonas molinesas, en su mayor parte ya adulteradas por sucesivas reformas. Así son destacables las casonas de los Sanz, del siglo XVI, aunque en gran parte reedificada en 1670 por el canónigo, consejero real e inquisidor D. Mateo Sanz Caja, quien le añadió una capilla de sencilla arquitectura y fuertes muros; la de los Jiménez, del siglo XVII, en la calle de la Cañada; la «casa grande» de los Arauz, edificada en 1816, y la de los Díaz, algo más antigua. Es también de interés el edificio, de características molinesas plenas, de la herrería de la Hoceseca, obra del siglo XVIII, con magnífica colección de rejas. Y la ermita de Nª. Sra. de Ribagorda, en plena sierra, de origen medieval, pero reconstruida totalmente, en el siglo XVIII, por los Arauz, de los que se ven algunas lápidas en el suelo.

Son muchas y muy curiosas las leyendas populares que se refieren a Peralejos. Con gran sabor medieval figuran las del hallazgo de la patrona, Nª. Sra. de Ribagorda, o la terrible historia de los hermanos moros Abendarraez y Zahara, que vivieron en el castillo de Saceda. Otras varias contarán los aldeanos, al amor de la lumbre en los largos días del invierno, si se les pregunta por ellas. La que se está construyendo a día de hoy, y que está consiguiendo poner en el mapa de la actualidad a Peralejos, es el Festival de Música que anualmente se hace en homenaje al cantante norteamericano Bruce Springsteen, a quien en 2014 se le nombró “Hijo Adoptivo” del pueblo, y del que aún se espera su venida (casi mesiánica) a Peralejos, para aplaudirle y considerarle.

Un artículo sobre patrimonio

Como excepción, hablo de mí. Y reproduzco el artículo que en estas mismas páginas publiqué hace ahora 50 años justos. Lo hago con motivo de que en el Festival de Cine Comprometido de este año 2023, un reportaje considera, entre otras, mi figura como uno de los ancianos personajes que siguen teniendo la mente abierta y el corazón latiente. Merece la pena ver ese documental titulado “Tercera Juventud: la edad de la calma” (de Montse de la Cal y Luis Moreno) que el FESCIGU proyectará mañana sábado 7 de octubre a las 7 de la tarde en el Teatro Auditorio Buero Vallejo.

Llevo escribiendo 60 años, casi a diario. Prácticamente todo sobre Guadalajara. Desde hace 50 ejerzo de Cronista Provincial, por nombramiento de Diputación. Y la tarea sigue siendo la misma. Esto decía en el “Nueva Alcarria” de 10 de Noviembre de 1973. Y esto se puede corroborar, prácticamente al pie de la letra, a día de hoy. Vamos lentos, esa es la verdad. Pero vamos, que no es poco.

Compromiso con el pasado

Hoy quisiera, amigo lector, parar un instante mi semanal rueda de la investigación y divulgación de nuestro pasado provincial, para tratar de un tema que, no por enojoso, deja de ser insoslayable. Es el de la conservación, hasta su más ínfima manifestación, del patrimonio histórico-artístico de Guadalajara. Del que durante años llevo ocupándome semana tras semana, y por cuya conservación íntegra prometo luchar hasta las últimas consecuencias. Aunque, como siempre ocurre en estos quijotescos lances, salga con más de una descalabradura, que, de todos modos, luciré con orgullo como fruto de una pelea por esta causa noble. Otras personas, antes que yo, han sabido ya de las amarguras de esta tarea incesante que conlleva el título de Cronista Oficial de la Provincia: del afán generoso de investigar cosas nuevas, de divulgar sin descanso lo ya conocido, y de señalar tropelías y atentados contra el pasado común de nuestra tierra. En este compromiso, el único que reconozco, son más las frases agrias recibidas, que el agradecimiento de los bien nacidos. No por eso voy a parar.

La provincia de Guadalajara, inmersa en una región por la que han pasado todas las civilizaciones que, a lo largo de los siglos, han formado día a día el ser de España, ha ido almacenando también sus huellas sublimes en forma de obras de arte. La mayoría de ellas, por las circunstancias socio­religiosas atravesadas en su evolución, han estado ligadas y relacionadas con el cristianismo. Aunque también, por supuesto, de otras tendencias político‑religiosas nos han quedado señales.

Después de catástrofes naturales, guerras y revoluciones, han llegado a nuestros días un cierto número de obras de arte que, pienso, no debemos ya perder por ningún motivo. Y en esa defensa contra la desaparición de nuestro patrimonio artístico estamos todos comprometidos. Porque todos somos sus poseedores. Aunque temporalmente haya personas o instituciones que exhiban y acrediten su dominio: la simbiosis obra de arte‑comunidad asegura su perfecto destino y correspondiente de­fensa.

No es esta la hora de señalar casos particulares. Podría ponerlos a centenares. En mi continuo viajar por la provincia en busca del conocimiento y estudio de las huellas de nuestro pasado, he dado en multitud de ocasiones con situaciones en verdad anómalas. Cruces parroquiales divididas en tres fragmentos y guardados cada uno en una casa del pueblo; altares y cuadros desaparecidos sin saber cuándo ni dónde; excavaciones arqueológicas hechas por espontáneos catadores de lo antiguo, sin orden ni metodología ninguna; archivos parroquiales, municipales, etc. estérilmente guardados en perdidas aldeas sin posibilidad de su estudio detenido y concienzudo; cajitas de plata y virgencitas de marfil incontroladamente custodiadas por personas particulares… y, por supuesto, monumentos declarados Histórico‑Artisticos, oficial y teóricamente protegidos por el Estado, que están a punto de desaparecer por ruina y abandono; monasterios y palacios, que no se sabe ni de quién son, diarias presas de los ladrones de obras de arte; murallas, pórticos, templos, conjuntos de calles y plazas, en los que hasta ­ahora se ha mantenido puro el espíritu medieval de nuestra tierra, destrozados y afeados por ese malentendido progreso que como una carcoma superficial ha invadido nuestros pueblos.

Esta es la situación actual de nuestro patrimonio histórico‑artístico. Ni que decir tiene que existen muchos y buenos ejemplos, de los que a su tiempo he dado cumplida noticia, de acciones oficiales, eclesiásticas, y aun particulares en defensa de esta herencia común: las restauraciones que la Dirección General de Bellas Artes ha llevado a cabo en nuestro suelo y monumentos desde que acabó la contienda civil, levantando castillos, reconstruyendo iglesias y catedrales, alentando un nuevo y perdido sabor a plazas, calles y palacios… la creación de un Museo Provincial en el remozado Palacio del Infantado; ese gran Museo de Arte Antiguo Diocesano que el continuo y callado laborar de nuestro señor Obispo, doctor Castán, gran defensor de nuestras obras de arte, ha conseguido en Sigüenza… esos otros Museos de Pastrana (Colegiata y Convento franciscano), esa llamada continua de Buenafuente para ser conocido en su integridad… hay, sí, muchos ejemplos que me impiden ser pesimista. Pero que no dificultan, apenas, para poder catalogar de desastrosa la situación actual de nuestro patrimonio.

¿Soluciones? Dificultades, arduas, agotadoras incluso. Porque necesitan, en primer lugar, vencer la secular indolencia y caciquismo de nuestro país en estas cuestiones. Hay gentes, por fortuna cada día más, preocupadas seriamente en lograr, la solución de este problema y acometer la defensa del arte provincial. Pero, ni trabajan unidas, ni con sólo palabras se remedian las cosas. Hace falta actuar.

La solución por la que Europa ha votado (muy especialmente Alemania) es la de creación de grandes Museos, creadores de entornos históricos, auténticas vasijas vitales de una época, incluso en forma de pequeños pueblos o recintos que recrean un siglo o momento socio‑cultural, en los que guardar, clasificar, proteger y dar a conocer al mayor número de personas todos los objetos histórico-artísticos que corren peligro de perderse. Es éste, en mi modo de ver, la mejor solución. También, qué lástima, la mas cara.

En Guadalajara cabe otra posibilidad. Es, por lo menos, la que cumple a nuestro tiempo, la que se requiere en este instante: la catalogación rápida, completa, exhaustiva, meticulosa, de todo nuestro patrimonio histórico‑artístico. Del que pertenezca a moros y cristianos, como se suele decir: no sólo de lo que hay en museos, catedrales, iglesias y ayuntamientos: también de lo que para en manos particulares. Porque al fin pertenece al acervo provincial, nacional, universal del arte. Existen disposiciones oficiales que dictan normas para la elaboración de estos Catálogos; nuestra Institución Provincial de Cultura «Marqués de Santillana» lo tiene como uno de sus propósitos primordiales; muchas personas y autoridades, a nivel provincial, desean fervientemente que se acometa. ¿A qué estamos esperando?

Habrá, todavía, gentes que se molesten con estas palabras. Y que lo harán constar públicamente. Habrá, también, quien esté de acuerdo con todo lo dicho hasta aquí. Y que se lo callará con prudencia. Yo lo digo porque me creo moralmente obligado a ello; porque deseo que se salve para siempre lo que nos ha sido legado por nuestros mayores; y porque no me importa que, como los galeotes a D. Quijote, me abran la cabeza por defender lo que es patrimonio común de la provincia de Guadalajara.

Quiero agradecer a Montse de la Cal y a Luis Moreno, que en ese documental sobre “La Tercera Juventud” hayan incluido algunas de mis reflexiones acerca de esto que escribí y que hoy reafirmo: que me encuentro feliz por ser un ciudadano que ha dedicado su vida a echar una mirada sobre el entorno que me rodea, analizándolo y valorándolo. Explicándolo, y promoviendo su estudio y protección. Hoy considero que la tarea no la he hecho en vano. Y agradezco a quienes se han portado como debían. Yo me voy muy tranquilo.