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marzo, 2023:

El legado Layna regresa al palacio de la Diputación

legado layna

Con motivo de una reciente visita que los miembros de la Academia de Ciencias Sociales y Humanidades de Castilla La Mancha hemos girado a la Excmª Diputación Provincial en su “Casa Palacio”, he tenido la oportunidad de visitar la nueva ubicación del “Legado Layna” en una amplia habitación de la primera planta.

En la primera planta del edificio principal de la Diputación Provincial, está instalado, al parecer ya definitivamente, el “Legado Layna”. En una habitación muy amplia, cubierto el suelo con una enorme alfombra en la que se representa el escudo completo de la institución con los escudos de sus nueve partidos judiciales, se han reunido todos los muebles, cuadros, accesorios, libros y condecoraciones que la familia de Francisco Layna Serrano donó (a instancias del propio cronista) a la provincia, para guardar su memoria más allá de la muerte.

En el mes de junio pasado se hizo la inauguración de este espacio, tan bien montado, tan cuidado en todos sus detalles. Pero no me he enterado de ello hasta ahora. Y no quiero perder la oportunidad de contárselo a mis lectores. Y de animarles a que lo visiten, porque no solo disfrutarán de un hermoso conjunto habitacional [la mesa de despacho, los sillones de cordobán, las librerías de madera tallada] sino que podrán ver retratos, cuadros clásicos, y muchas otras cosas curiosas.

En esta habitación se mantiene bastante intacto el espíritu de Layna Serrano, que debería ser conocido por todos cuantos habitamos la provincia. En muchas ocasiones he hablado de él, y contado anécdotas suyas. Un libro en que se cuenta todo (biografía, obra, anecdotario, minúsculos detalles que le retratan) es el que escribió Tomás Gismera Velasco en 2002 y tituló “Francisco Layna Serrano, el señor de los castillos”. A él me remito para quien quiera saber más del personaje.

Lo que yo sí puedo relatar es mi relación personal con él, que fue breve, y que en una de las ocasiones que tuve oportunidad de charlar largamente, sobre la historia y el patrimonio de Guadalajara, fue precisamente en su casa de la calle Hortaleza de Madrid, y en su despacho, este recinto que ahora Diputación reconstruye tan acertadamente en una habitación del Palacio Provincial.

Tras andar el ancho zaguán de la calle madrileña, subir las cómodas escaleras al primer piso, cruzar el portón suficiente, y andar breve pasillo, se alcanzaba el despacho de Francisco Layna, ocupado de oscuros muebles y lámparas no muy potentes. Allí pasaba la consulta y escuchaba los problemas de sus pacientes. Se sabía que a los que acudían desde cualquier pueblo de la Alcarria, nunca les cobraba.

Pasada una ancha y acristalada puerta, se entraba en el recinto quirúrgico, que no era otra cosa que un gabinete más estrecho en el que una gran silla metálica de otorrino podía albergar cualquier tipo de humanidad, y el médico con su instrumental se acercaba a explorar (el espejo de Clark, tan complicado de entender y utilizar, con el agujero en centro) o a operar, si se terciaba, alguna amígdala, algún pólipo o algún cuerpo extraño que se hubiera quedado metido en el oído.

En el despacho tenía Layna varias reproducciones de cuadros de Velázquez. Y su retrato, señorial y elegante, posando la mano sobre el bloque de sus más queridos librazos. Lo pintó Manuel Montiel, y fue regalo del padre de Layna cuando se instaló profesionalmente. De Montiel tenía también una acuarela representando la cofradía de la Caballada de Atienza. Ambas obras de arte se ven hoy en el “Legado Layna”.

Con don Francisco charlé sobre el manuscrito original de Hernando Pecha que hacía referencia a la saga de los Mendoza de Guadalajara. Era este título “Historia de las Vidas de los Exmos. Señores Duques del Ynfantado y sus Progenitores desde el Infante Don Zuría, primer Señor de Vizcaya, hasta la Exma. Señora Duquesa Doña Ana y su hija Doña Luysa, Condesa de Saldaña…” Lo había conseguido en algún librero de viejo, y me lo enseñó con orgullo. Yo le animé a que lo publicara, bien en facsímil, bien transcrito y con anotaciones. Quiero recordar que me dijo que ya le faltaban fuerzas para ponerse con esas tareas sin fatigarse. Que no lo haría. Años más tarde, tras su muerte en 1971, ese interesante cuaderno manuscrito del siglo XVII pasaría a la Biblioteca de Autores de Guadalajara, que también Diputación custodia en el Centro Cultural San José, junto a todo el legado de libros, manuscritos, fotos y recuerdos, que su familia donó a la Institución.
Ha sido una suerte que la institución provincial, bien aconsejada por sus servicios culturales, haya querido dar nueva vida a este Legado, que había quedado un tanto olvidado en el Colegio San José. De esta manera, y aunque sin apenas dar referencia de ello a prensa y sociedad, el contenido de muebles, cuadros, condecoraciones y recuerdos de Layna sigue estando vivo y es visitable. Entre las curiosidades que allí se encierran, hay una pequeña escultura que representa a “Galo moribundo”, y que es copia del original que existe en el Museo Capitolino de Roma. El marmolista Olmeda, hacedor de tumbas en Guadalajara, lo talló después de la Guerra, poniéndole dos columnas rotas a los lados. Y el original del trabajo se colocó en la sepultura de la primera esposa de don Francisco, la maranchonera Carmen Bueno de Paz, que había fallecido, muy joven, en un accidente de automóvil en octubre de 1933.

Cuando estuve con Layna, en su domicilio, charlando y tomando café, nos atendió su segunda esposa, doña Teresa Gregori, que muy amable me preguntó a que me dedicaba, y se sorprendió de saber que, aunque muy joven, pensaba dedicarme también al ejercicio de la Otorrinolaringología. Fue por ello, –pienso– que tras el fallecimiento de don Francisco, ella tuvo la gentileza de hacerme depositario de los instrumentos quirúrgicos que había utilizado Layna en toda su vida profesional como médico. Con ellos (pinzas de Sluder, adenotomos, sacabocados óseos y periostotomos faciales, más algunos elementos electrónicos, todo ello adquirido por Layna en Alemania, y en Austria, en los viajes que allí hizo para asistir a congresos internacionales de la especialidad) también ejercí y operé, hasta mi jubilación.

Cuando pienso en estas circunstancias, me asombro de las vueltas que da la vida, en torno a los seres que habitamos el mundo, y mientras alentamos y nos empeñamos en hacer cosas nuevas, en mejorar, en resistir, sobre todo, a la apatía que se enseñorea de quienes no piensan más que en los rudimentos básicos de la vida, que es el comer y el procrear, dándoseles un higo investigar o ponerle mejores límites al mundo en que viven.

La idea de Diputación, al darle vida, de nuevo, a este “Legado Layna” en su casona principal de la plaza Moreno, es muy de agradecer, y yo desde aquí aplaudo sinceramente.

Lecturas de patrimonio: los escudos de pueblos

brihuega

Es la heráldica municipal, el conjunto de emblemas que identifican y representan a los pueblos, una de las más señaladas ramas -y hoy vivas- de esa ciencia tan antigua como es la heráldica.

Existen actualmente en nuestra provincia más de 150 escudos que representan a los municipios de nuestra tierra oficialmente. Algunos, como los de Sigüenza, Cifuentes, Guadalajara o Mondéjar, tienen muchos siglos de antigüedad, avalada por imágenes pretéritas o descripciones documentales. Y la mayoría han ido naciendo, y aún creciendo, considerados por todos, en nuestros días.

Esa heráldica municipal, que se debe y se quiere hacer conforme a los cánones tradicionales, es una fuente de explicaciones y simbolismos, que en la mayoría de los pueblos que ya la tienen, son conocidas de todos sus habitantes. Desde los clásicos como Jadraque o Cogolludo, donde se lucen las armas de sus antiguos señores (Mendozas y Medinacelis) hasta los más modernos como el de Azuqueca, donde se alzan la torre de su fábrica con las espigas de trigo de sus campos, hay una variedad enorme que conviene conocer, porque es motivo de curiosidad y entretenimiento.

Una cuarta parte, larga, de los municipios de Guadalajara, tiene emblemas que tallados en piedra o dibujados sobre las cerámicas esquineras de sus calles pregonan los colores y símbolos de su historia en forma de escudos heráldicos. Más de 150 localidades de nuestra provincia cuenta hoy ya con su escudo aprobado y en uso. Otras muchas están esperando hacerlo, inventarlo y reconocerlo, pero en cualquier caso el empuje de la historia, en forma de emblemas y armas blasonadas, viene con fuerza. Se aposenta en la plaza mayor de cada uno de nuestros pueblos. Quiero aquí repasar alguno de esos escudos que resumen en forma de jeroglífico una historia y un patrimonio singulares.

Es de muchos sabido el proceso histórico de formación de los escudos institucionales españoles. Cómo partiendo de los simples leones y castillos, sumados de las armas aragonesas y sicilianas se van creando los emblemas de los monarcas españoles. Y lo mismo ocurre con los escudos de las provincias, personalizadas en sus Diputaciones. Existen libros que explican todo esto, especialmente el de la “Heráldica Municipal de Guadalajara”, que a la limón escribimos el profesor Ortiz García y yo mismo, en 2001. En él se da un vistazo, rápido y claro, a los fundamentos de la heráldica, dejándonos luego contemplar, uno a uno, y en su brillantez de colores y formas, los escudos de los municipios, de los que se dan en ese libro “pelos y señales” con el origen del pueblo, la lógica de sus armas, el variado uso que de las mismas puede hacerse, etc.

Claro es que el mejor libro, en mi opinión, para estudiar los escudos de los pueblos es el visitar estos en directo, mirar las fachadas de sus Ayuntamientos, los frontispicios de sus fuentes, las bienhechuras de las esquineras lápidas que marcan los nombres de sus calles y plazas: en definitiva, conocer la provincia y sus cientos de pueblos, es al final la mejor forma de entender sus símbolos emblemáticos.

Si uno se para a mirar escudos como el de Almoguera, en el que aparece el castillo que realmente tuvo sobre el roquedal que acoge a la villa, las cabezas de tres moros a los que el ejército de “homes buenos” de la villa combatió en peleas medievales allá por la Andalucía, y la escolta de esas grandes banderas ornadas con frases arábigas que dan saludo y honor a Dios, se dará cuenta de cuánta historia cabe en el corto trámite de la extensión de un escudo. Pasa igual con el de Peñalver, gran cruz de la Orden de San Juan que recuerda quienes fueron durante siglos sus señores; o el de Molina de Aragón, que resume batallas, nombres originarios, bodas y heroísmos puestos juntos. 

Otros escudos de municipios lo que hacen es mostrar la belleza de sus elementos patrimoniales, haciendo a veces de parlantes emblemas, como le ocurre al de El Pozo de Guadalajara, que enseña picota y pozo en sus mejores colores, o el de Yunquera Henares, y aun el de Cabanillas del Campo, que ponen en su escudo la presencia galana de la torre parroquial, grito en piedra sobre el contorno.

Desde las leyendas señeras y hondas como la de la Reconquista de la ciudad por Minaya Alvar Fáñez, que es el motivo del escudo de Guadalajara capital, todo él coloreado, complicado y promiscuo de ejércitos, capitanes, estrellas y amurallamientos, hasta la simplicidad de un Heras de Ayuso, en el que se ha querido representar al patrón de la villa, San Juan, subido en una barca y atravesando el Henares como en angélico paseo.

Muchos de estos escudos han ido pasando, una vez aprobados por la Junta de Comunidades, y considerados oficiales, a lugares de preeminencia, y así ha ocurrido con el escudo de Fontanar, que tallado por Del Sol aparece en relieve sobre la fachada del Ayuntamiento, luciendo su recuerdo al nombre (la fuente de Fontanar), a la historia común (el castillo de Castilla) y a la historia propia (la cruz de la Cartuja por tener entre sus casas un edificio que fue sede de los cartujos del Paular en siglos pretéritos.

Escudos tradicionales y llenos de empaque, como los de Sigüenza (definitivamente queda descrito y dibujado en este libro que comento), los de Brihuega, Cifuentes, Mondéjar, Horche y tantos otros que tienen su tradición y definida silueta anclada en la certeza multisecular de los archivos, los sellos rodados, las leyendas incluso… Y escudos modernos, recién hechos, pero con lógica y sabiduría, como ese de Azuqueca que ofrece limpia su chimenea y su pareja de espigas, o el de El Recuenco, que hace alusión a la industria del vidrio entre las montañas de su desorbitado paisaje.

De las breves explicaciones dadas más arriba, puede colegir el lector que existen dos tipos fundamentales de escudos heráldicos municipales: los escudos “históricos” con su origen cierto en muy remotos siglos, y los “modernos”, que han sido elaborados por sus vecinos, eruditos, o especialistas en el arte del blasón, finalmente aprobados por la Real Academia de la Historia y sancionados por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha.

A través de algo tan sencillo, brillante y entretenido como la heráldica municipal, puede uno entrar en el camino del análisis, del conocimiento y de la defensa del Patrimonio Cultural de Guadalajara. Claro que para que ese camino sea expedito, con buen firme y destino seguro, hace falta todavía que todos entiendan lo que los escudos significan, y que la heráldica no es algo propio del pasado, periclitado en sus objetivos, sino una expresión más, perenne, del deseo y la necesidad de las gentes de sentirse identificados con la tierra en la que viven. Un sentimiento, un impulso, que nunca podrá tacharse de antiguo, de reaccionario, sino de –simplemente– fisiológico.

Félix Díaz del Campo se escribe unos poemas

Felix Diaz del Campo

Es esta una antología vital. Porque en su centenar largo de páginas reune todos los poemas que el autor ha acumulado escritos a lo largo de su vida. En momentos de crisis, cuando la perspectiva vital se endereza y se hace más severa, uno quiere recuperar el tiempo vivido. Y esto lo hace el autor, Felix Díaz del Campo, con esos sus primeros «Poemas» que son los de toda la vida.Los Poemas de Félix

Me he fijado especialmente en esos versos iniciales dedicados a la caza, al paisaje, y a los silencios de la Naturaleza. Y me he sentido en casa, un hogar común para cuantos –tipos raros, ya– nos gusta ese momento de la quietud y el monólogo. Como dice Félix en su introducción, aunque hemos tardado años en conocernos, al fin hemos coincidido y vamos andando, con sorpresa, el mismo camino. Del que no se prevén muchas leguas, pero que vamos a hacerlas cómodamente, en paz, en charla, en la seguridad de haber marcado muchos pasos, todos ellos firmes y con huella. Esa es la que este libro de “Poemas” deja: viva, inquieta, saludable y eterna. La vida, nada menos.

Los Poemas que ha escrito y publicado Félix Díaz del Campo

Félix Díaz del Campo nació el 22 de enero de 1948 en Ambite (Madrid), en la llamada Alcarria madrileña, donde residió breves años en su niñez, pasando después la mayor parte de esta y de su juventud en la casa familiar –materna– de Alcalá de Henares; es miembro de la Sociedad de Condueños de la antigua Universidad de dicha ciudad, en la que residió hasta que, al casarse, fijó su residencia en Madrid. Desde hace años pasa también gran parte de su tiempo en su finca alcarreña de Fuentenovilla (Guadalajara).

Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid, desde niño se sintió atraído por la naturaleza, pasando buena parte de su vida en el campo.

Apasionado cazador, publicó numerosos artículos en las revistas especializadas, y es autor de tres libros sobre  otras tantas modalidades de caza que ha practicado asiduamente, el primero titulado AGUARDO, sobre la caza del jabalí a la espera, seguido por otro sobre la montería de título MONTEANDO, y el tercero sobre la cetrería de título NOTAS Y CARTAS CETRERAS. 

En esta ocasión nos trae al papel impreso sus poemas, escritos a lo largo de su vida, especialmente en su adolescencia y madurez más joven, y que ahora publica, pensando –como él dice– sobre todo en su familia y círculo más intimo de amigos, guardando así su memoria y evitando que se pierdan y acaben en el olvido y la papelera.

Recordando a Alonso Gamo, un escritor de Torija

alonso gamo

Por la amistad que me dedicó, y la admiración que le guardé, recuerdo hoy de nuevo a José María Alonso Gamo, escritor de talla que había nacido en Torija, y del que se cumplen ahora, exactamente, los treinta años de su muerte.

Una de las fichas que la Real Academia de la Historia me pidió redactar, en orden a hacerlo con personajes de la historia de Guadalajara para con ellos nutrir el Diccionario Biográfico Español, fue la de Alonso Gamo. Trabajé en ella con todo detalle, y creo que lo sustancial se alcanzó a anotar. Con la sistemática de RAH, aquí va este texto en el que pretendo recuperar, en su aniversario (110 de su nacimiento, y 30 de su muerte) anual, lo mucho que escribió, lo bien que lo hizo, y la huella imborrable que José María Alonso Gamo dejó en aquellos que le conocimos.

Ficha de Alonso Gamo en el Diccionario Biográfico de la RAH

Torija (Guadalajara), 17.IX.1913 – Madrid, 16.III.1993. Abogado, diplomático, escritor, ensayista, poeta y traductor.

Cursó sus primeros estudios de bachillerato en el Instituto de San Isidro (Madrid), de 1923 a 1928, realizando a continuación sus estudios universitarios de Derecho en el Real Colegio de Estudios Superiores de María Cristina (El Escorial). La licenciatura con el grado de sobresaliente la obtuvo por la Universidad de Valladolid, en el curso 1931-1932. Finalmente, alcanzó el grado de Doctorado en la Universidad de Madrid, en el curso 1932‑1933.

Participó en la guerra civil española, que terminó con la graduación de teniente provisional de Caballería. Siguió su carrera militar, como ayudante del agregado militar de España en Roma desde finales de 1941 hasta agosto de 1943, y como ayudante del agregado militar de España en Buenos Aires desde septiembre de 1943 hasta diciembre de 1946, fecha en que dejó el Ejército.

Ingresó en la carrera diplomática en 1949. Al año siguiente, realizó un curso de Derecho Internacional en la Universidad Internacional de La Haya (Holanda). Destinado en el Ministerio de Asuntos Exteriores hasta junio de 1953, actuó como cónsul adjunto de España en París, desde junio de 1953 a mayo de 1955.

Continuó en los cargos de secretario y agregado cultural de la embajada de España en Lima (Perú) desde junio de 1955 hasta diciembre de 1959, y de secretario y consejero cultural de la embajada de España en Roma desde febrero de 1960 hasta diciembre de 1966.

Destinado al Ministerio de Asuntos Exteriores en Madrid, fue director de Actividades Artísticas en la Dirección General de Relaciones Culturales, hasta febrero de 1971, y posteriormente, consejero cultural adjunto y ministro consejero cultural adjunto de la embajada de España en Londres desde marzo de 1971 hasta enero de 1977. Finalmente, fue cónsul general de España en Amberes desde febrero de 1977 hasta agosto de 1980.

Su actividad literaria abarca los campos de la poesía, el ensayo y la historia literaria. Como poeta, publicó varios libros, de una medida y clásica métrica, obteniendo en 1952 el Premio Nacional de Literatura con su obra Tus rosas frente al espejo. Obtuvo además el Premio Ejército de Poesía en 1976 con su obra Paisajes del alma en paz, y el José Antonio Ochaita por su obra Rincón. Dejó también una importante obra poética, que aún no ha sido editada. En la crítica literaria destacó con estudios muy amplios sobre el poeta latino Catulo, de quien realizó un amplio estudio y tradujo al castellano su obra completa, libro que fue editado después de su muerte (Aache, 2004).

También escribió muy estimables obras de análisis literarios sobre Jorge Ruiz de Santayana (con el que obtuvo el premio Fastenrath de la Real Academia Española en 1967) (Aache, 2006), Luis Gálvez de Montalvo y el marqués de Santillana.

Participó ampliamente en Antología de la literatura española actual editada por Tahuantisuyo en Lima, en 1958. Poseedor de una vasta cultura, de una dicción impecable y de una capacidad asombrosa de transmitir cuanto sabía, puso su voz en múltiples conferencias, actos literarios y encuentros poéticos.

Obras de ~: Paisajes del alma en guerra, Buenos Aires, Emecé, 1945; Tus rosas frente al espejo, Valencia, Castalia, 1952; Ausencia, Madrid, Ínsula, 1957; Zurbarán: Poemas, Madrid, Dirección General de Relaciones Culturales, 1974; Paisajes del alma en paz, Madrid, Arbole, 1976; Rincón, Guadalajara, Diputación Provincial de Guadalajara, 1984; Tres poetas argentinos: Marechal, Molinari, Bernárdez, Madrid, Cultura Hispánica, 1951. Un español en el mundo: Santayana, Madrid, Cultura Hispánica, 1966; Luis Gálvez de Montalvo. Vida y obra de ese gran ignorado, Guadalajara, Institución Provincial de Cultura “Marqués de Santillana”, 1987; El Marqués de Santillana, poeta alcarreño. Poemas de Guadalajara, Madrid, Casa de Guadalajara, 1999 (colección Arriaca); “Catulo. Poesías Completas”, trad. de ~, en Obras Completas de Alonso Gamo, vol. I, Guadalajara, AACHE, 2004.

Bibl.: “Datos biográficos de José María Alonso Cano”, en Obras Completas de Alonso Gamo, vol. Ipágs. 7-11.

Don Mariano, una evocación del tiempo de guerra

mariano el buen pastor

Me llega a las manos una biografía –muy poco al uso– de un personaje que pobló la vida de esta provincia en años lejanos. Me refiero a don Mariano Moreno Pastor, un cura católico de los que dejó huella, por su grandeza física y su entrega a los demás. Todavía habrá quien le recuerde, optimista e incansable. Pero con una historia increíble a sus espaldas.

Las que aguantaron la Guerra Civil en medio del Madrid asediado. Esas eran las espaldas anchas y poderosas de Mariano Moreno Pastor, un muchachote nacido en Romancos, que por su despierta cabeza fue llevado al Seminario Mayor de Toledo, donde se formó como sacerdote. Pero antes, en el verano de 1936, y según pasaba las vacaciones junto a los suyos, ayudando en las tareas del campo, y paseando sus ilusiones por los campos de Brihuega y el Tajuña, sufrió el choque de un violento acontecimiento: el que separó a España en dos, como un terremoto de la más alta escala.

El alzamiento militar de los generales encabezados por Franco, alarmados por la deriva del gobierno del Frente Popular de Madrid, supuso el inicio de una larga Guerra Civil de casi tres años de duración, que se llevó por delante la vida de un millón de españoles. Las peripecias de este joven [seminarista entonces] de Romancos, desde el mes de julio de 1936, dan cabida a un relato que es biografía novelada, pero densa de avatares y sorpresas. De emociones fuertes que rayan en los perfiles de la novela negra. 

Como aquí no me cabe desvelar los entresijos de este libro, solo puedo decir que su autor, Ángel Taravillo Alonso, ha acertado de pleno en la forma con que presenta la biografía de un personaje que vivió con intensidad (como la vivieron casi todos los que habitaban España entre 1936 y 1939) unos años difíciles en los que cada biografía fue, por sí misma, una novela de aventuras.

La de Mariano Moreno Pastor acabó bien esa etapa, y pudo desarrollarse luego con amplitud y un relieve que supuso el conocimiento general de su figura, especialmente en Guadalajara, donde se manifestó su inteligencia y su capacidad de gestionar los elementos necesarios para decir que fue de los que insistieron día tras día para mejorar la calidad de vida de los españoles tras la contienda.

La vida de don Mariano Moreno Pastor, a quien el autor le hace aparecer en el título de su novela como “Mariano, el buen pastor”, fue muy abierta de cara a los demás. En la diócesis, junto a sucesivos obispos, pero especialmente con el aragonés don Laureano Castán Lacoma, cumplió misiones de “mano derecha”, y en la política social de la Dictadura se ofreció a aportar a nivel local todos los medios para mejorar la calidad de vida de los estratos más desfavorecidos de la sociedad. Guarderías, viviendas sociales, ocio activo, formación y cultura… por muchos todavía vivos es recordado don Mariano. A mí me ocurre todavía: que parece que lo estoy viendo venir, por el entorno de Santa María, sonriente siempre, enorme, impetuoso, con una carpeta entre las manos, escuchando a quienes se le acercan, preparando alguna movida o enfrascado en los problemas de alguna obra.

Mariano Moreno, sacerdote diocesano, fue de esos personajes que dejan huella. Nuestro director que fue, don Salvador Embid, le dedicó algunos trabajos en estas mismas páginas, a propósito de la construcción en el Barrio del Alamín, de los hogares promovidos por el Patronato de Viviendas de Nuestra Señora de la Antigua, en lo que hoy son las calles Cáceres, Alamín y Avenida de Burgos. Y muchos otros compañeros periodistas le entrevistaron entonces, sacando de él datos concretos, cifras, fechas y objetivos, aunque todo ello se cimentaba en un interés social –desde la Fe y el empeño cristiano de ayudar a los débiles– muy en la línea de lo que la Iglesia Católica ha ido haciendo desde el pontificado de León XIII. 

El relato lineal de su vida, que va desde una infancia feliz en un pueblo de la Alcarria (Romancos) hasta la inesperada pero amable muerte en Guadalajara, ocupa 80 años de la vida de un hombre al que conviene recordar, porque fue un ejemplo de “homo auxiliator”. Con un lenguaje muy movido, en conversación permanente, describiendo pueblos, plazales y suburbios, esta novela desvela la vida de don Mariano Moreno Pastor (1913-1994) que habrá quedado en la memoria agradecida de muchos, y en el emocionado relato literario de Ángel Taravillo.

El autor de la novela sobre don Mariano

Al escritor Ángel Taravillo Alonso ya muchos le conocen, porque ha compuesto y publicado en los pasados años cuatro libros (unos de novelas, otros de relatos) que le han puesto en la vanguardia de los escritores alcarreños.

Aunque nacido en Corral de Almaguer, Toledo (1966) pero originario de la Alcarria Baja, está muy comprometido en los ambientes literarios y teatrales de Guadalajara, desde hace largos años. Con sus estudios de Geografía e Historia en la Universidad Complutense de Madrid, y su incansable tarea de leer, aprender y soñar, está consiguiendo que la historia y el patrimonio de Guadalajara sea más conocido, fuera de nuestras fronteras, y mejor apreciado dentro de ellas. 

Debo reseñar que su actividad literaria, durante 2021, dio por resultado tres libros que le han ido llevando en clamor: las “Andanzas de don Íñigo de Losada y Laínez” con la que ha obtenido un gran éxito de crítica y público, ha sido la primera, que ha visto su segunda edición recientemente. Y con sus “Cuentos y Leyendas de Romancos” seguidos de los “Relatos de lumbre y candil de Valdeconcha”, supo poner la pica en Flandes que cualquier autor pretende al escribir: y es nada más y nada menos que sus paisanos le lean. No hace mucho, en los inicios del invierno, sacó a luz otra fabulosa novela, “Tras los cipreses negros”, ambientada en Brihuega y su Real Fábrica de Paños.

Y es ahora, y de cara a la próxima Feria del Libro 2023, que aparece este relato en el que la biografía real de “Mariano, el buen pastor” nos va a emocionar con sus aventuras vitales, y muy especialmente las ocurridas al personaje durante la Guerra Civil española de 1936-39, y en las calles y ambientes del Madrid asediado, con un capítulo increíble, cuajado de emoción y claras hechuras. Quedan pues, los escritos de Taravillo, como testimonio válido, y palpitante, de cuanto por aquí ha acontecido.