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febrero, 2023:

Lecturas de Patrimonio: antiguas artesanías

esparto en tortola de henares

Preparo un volumen dedicado a las lecturas del patrimonio, recogiendo mis aportaciones de estos últimos años, y algunas otras señaladas pero no tenidas en cuenta hasta ahora, que es el momento de dedicarse a la salvaguarda íntegra de ese patrimonio heredado, esencia del pretérito que nos antecede y elemento clave del que deberemos dejar a nuestros descendientes. Conocido, apreciado y finalmente salvado. En esta ocasión, recojo dos temas (de los muchos que conforman ese capítulo) de las artesanías antiguas, fórmulas y elementos que debemos mantener en el recuerdo.

El vidrio

De la artesanía del vidrio tenemos remotos ejemplos. De todos ellos hizo estudio, en su monumental tesis doctoral sobre el tema, Eulalia Castellote Herrero, que vió publicados sus análisis en el libro “Artesanías tradicionales de Guadalajara” (Aache, 2006). En la provincia hubo varios lugares productores de vidrio soplado, consiguiendo piezas más o menos bellas, destinadas al uso diario y, algunas, al embellecimiento de alacenas y aparadores.

Desde el siglo XVIII fue en El Recuenco donde se produjo vidrio con calidad y belleza. Tres fábricas hubo allí desde comienzos del siglo XVIII. A mediados de ese siglo, las titulares eran las tres viudas de los fundadores: Juana Heredia, María López de Aragón y la de Diego Dorado. Y a finales de la centuria ilustrada, solo los hijos de este continuaban con la industria, que a pesar de renovar técnicas y contratar especialistas alemanes, vinieron abajo por problemas económicos, ya que el Estado nunca quiso ayudarlos, a pesar de sus súplicas. Y eso que muchas de sus piezas, las de mayor uso y trote, iban destinadas a “La Caba del Rey”, por lo que no exagero si digo que eran “proveedores de la real casa”.

Produjeron, con la sílice de extraordinaria calidad que existe en aquellas alturas serranas, grandes frascos y damajuanas, vasos de botica, vasos acampanados, botellas y algunas piezas de servicio de mesa como fruteros, ensaladeras, salseras, candiles, etc., todo ello de buena calidad aunque de escaso empaque artístico. Hay que destacar la finura de su vidrio y la transparencia de su pasta, además de su ligereza y escaso peso, y tuvieron un adecuado mercado, popular, que nunca llegó a las clases altas.

En otras localidades de esta sierra frontera del Alto Tajo existieron industrias vidrieras, que durante el siglo XVIII produjeron piezas utilizadas con profusión, para el uso diario. Hubo vidrieros en Arbeteta, en Armallones y en Villanueva de Alcorón. En el Madoz leemos que “en Arbeteta hay una fábrica de vidrio ordinario, en la que se hacen botellas, vasos, porrones, vidrios planos y demás artículos de este género”. Muy pequeña fue la industria vidriera que hubo en La Solana, una aldea que hoy es caserío y finca particular en el cruce de las carreteras que de Trillo van a Viana y Peralveche. Ni rastro queda, aunque sí memoria, de una fábrica de vidrios que hubo en la zona pinariega de la comarca molinesa, en el lugar llamado «El Pajarero», y en la que allí recuerdan que se produjeron botellas de pasta verde y gruesas paredes. Finalmente, la fábrica de Tamajón tuvo vida hasta mediados del siglo XIX, quedando hoy sus ruinas junto al convento de franciscanos. De ella decía Madoz en su diccionario que era “fábrica de vidrio blanco”, pero no se conocen ejemplares de ella salidos.

El esparto

Mucha actividad en torno a la Stipa tenacissima, que ya desde el Neolítico ha sido aprovechada por el hombre, entre nosotros. Y desde luego a partir del siglo XVI consta la especialización de las gentes de muchos de nuestros pueblos en el trabajo de esta planta. Por ejemplo, las Relaciones Topográficas de Felipe II aluden a ello diciendo que en Yebra “… se elaboran en mayor escala objetos de esparto, especialmente capachos para encerrar la oliva en la prensa de aceite”, y en Chiloeches “ hay muchas personas que viven de la grangería de esparto”. En Ciruelas también se hacían serones, y en Yebes eran “varios los tratantes de esteras”. Igual que en Guadalajara ciudad, donde había ya en el siglo XVI “seis maestros esparteros…. Y cuatro oficiales”.

De Tórtola de Henares, que ya en esa época era sin duda el mayor centro productivo de los objetos hechos con esparto, nada podemos colegir de esas Relaciones, porque las de este pueblo no aparecen en los archivos. Pero sí vemos cómo algo más tarde, en el siglo XVIII, y en las contestaciones al catastro del Marqués de la Ensenada, aquí “dijeron haber la industria del esparto en que trabajan las mujeres haciendo pleitas, y de éstas muchas se venden a los esparteros de Guadalajara, y de las restantes se hacen serones por los vecinos, cuya industria se contempla en cuatro clases: primera … de los que trabajan continuamente haciendo todas las pleitas serones; segunda, los que hacen serones, pero no continuamente; tercera … la de los jornaleros que en tiempo que no pueden hallar jornal se ejercitan en este trato; y la cuarta … son algunos labradores y viudas pobres que se ejercitan muy poco en este trato”. También Larruga, a finales de ese siglo, confirma a Tórtola como uno de los principales centros productores de toda Castilla.

A este centro capital se deben sumar lo que hacían los de Chiloeches (esteras y serillos), los de Illana(piezas de esparto machacao), los de AlmogueraEscariche y Almonacid (cubiertas, y cordelerías varias), y Yebra (especializados en la fabricación de capachos para las prensas de los molinos de aceituna.

La abundancia del esparto, que es planta silvestre de las zonas áridas y los cerretes arcillosos de la Baja Alcarria, añadida a la miseria de sus jornaleros, que la mayor parte del año estaban desocupados, más el bajo coste de las herramientas, hizo que prosperara en nuestra región esta industria. Aunque se han hecho muchas piezas, todas de utilidad cotidiana, y hasta algunas de mero adorno o juego, son los serones como elementos de carga de las mulas lo que más se produjo por aquí. Los pleitistas hacían aguaderas también, con esparto crudo, así como esporches, espuertas, esteras, bozales, ceberos, cubiertas, cuerdas, frontiles, lías, niñuelos, peludos, posillos, tomizas, serillos y, por supuesto, serones. Más otra larga ristra de nombres que representan objetos ya sin uso y casi olvidados. Sin duda un verdadero “museo aéreo” de piezas que ayudaban en la vida sencilla de las gentes, y que hoy se han esfumado en el recuerdo, o directamente se han hundido en el olvido.

Solamente en Tórtola de Henares han tenido el buen cuidado de mantener viva la confección de espartos, y reconocer el mérito de sus artesanos levantando en una de sus plazas un sencillo y tierno “monumento al espartero” del que doy aquí imagen reveladora.

Sesmas, veintenas y quiñones, en el Señorío de Molina

resmas, veintenas y quiñones del señorío de molina

Planteo de nuevo el análisis de la división geográfica que tuvo en tiempos antiguos el Señorío de Molina, como evidencia de la actual forma en que son considerados sus pueblos, encuadrado en sesmas,  y cómo en cada uno siguen existiendo cinco partes bien delimitadas en orden al aprovechamiento de la tierra.

El concepto actual de la ciencia histórica es de totalidad, agrupando en su estudio los aspectos más diversos del devenir de los grupos humanos sobre la tierra y a lo largo del tiempo. De una historia de reyes y batallas, hemos pasado al desmenuzamiento de las causas por las que unas y otras cosas sucedieron, dando paulatinamente al pueblo el papel que en este dinámico proceso le corresponde. Aún se acentúa, como quería Unamuno, el valor de la intrahistoria, que es ese cúmulo de pequeños hechos, al parecer inconexos entre sí, de escasa importancia, pero que, unidos e interpretados en conjunto, dan muchas veces la clave para comprender algún paso más significativo e importante del devenir de un país. Las grandes batallas de la reconquista son fundamentales para conocer la historia de España, pero seguramente esas batallas no se habrían dado si no se hubieran reunido una cierta cantidad de hechos menores, pero capitales: dinámica económica de los judíos, procesos migratorios, ansias culturales o de riqueza de otros grupos, tensiones en grandes familias, epidemias, nuevos modos de asociación, etc. Y es a esos puntos a los que el investigador actual se acerca para llegar a la comprensión total de un fenómeno que, es indudable, posee unos fundamentos extensos sobre cosas en apariencia simples.
Viene a este apartado de saberes y mirares un tema que quizás pueda parecer inútil, ingenuo, carente de valor. Es, qué duda cabe, un mínimo reflejo de la intrahistoria que, aisladamente, dirá muy poco, pero que puede mostrar los quilates de su verdadero valor cuando se le engarce en el contexto de un estudio más general. Trato aquí de la tierra de Molina: y si en otra ocasión conoceremos a los señores que durante los siglos XII y XIII dieron su tono de independencia, y las diferentes efemérides que, en plan de revolución, de petición de los Fueros, fueron ocupando las páginas de su historia a lo largo de las siguientes centurias, quizás quedemos un tanto cortos al recordar tan sólo a don Manrique, a doña Blanca, a Sancho IV o a Beltrán Duguesclin. Porque la historia del Señorío de Molina la hicieron ellos, sí, pero totalmente envueltos (no conduciendo, sino conducidos) por un pueblo con dinámica propia. Ese pueblo molinés debería ser mejor observado, para que, poco a poco, fuera dando las claves de muchos hechos.
Una de estas observaciones es la que ahora pongo ante la consideración del lector. Al estudioso y buen conocedor del Señorío de Molina no se le escapa que el territorio todo está sistemáticamente dividido en una serie de demarcaciones: sesmas, veintenas y quiñones. Unas y otros todavía utilizadas con mayor o menor asiduidad actualmente. Tales denominaciones proceden del momento mismo de la repoblación y creación del territorio, allá por el siglo XII, y están planteadas como un modo homogéneo y justo de distribuir la tierra a sus nuevos pobladores. Desde el primer momento de la ocupación del territorio tras la reconquista de los árabes (y así ocurre en otros lugares de Castilla en la misma época) se establece una capital donde va a radicar el señor, su castillo o palacio, y todo el poder legislativo, administrativo y judicial. En esa capital, y por delegación del señor, asientan unos individuos llamados sesmeros que tendrán por misión subdividir y repartir las tierras de cada una de las sesmas o partes en que el Señorío se ha fragmentado. En el territorio molinés fueron desde un principio sólo cuatro (El Campo, El Sabinar, El Pedregal y La Sierra), aunque en otros territorios castellanos fueron seis (que es la cantidad que justifica el nombre) y en otros solamente dos, o siete, etc. Cada sesma era dividida en veintenas, de las que, lógicamente, había veinte en cada una de ellas. Equilibradamente dispuestas a lo largo y ancho del territorio de la sesma, la veintena venía a corresponderse con el actual municipio. Prueba de ello es que, de los ochenta núcleos de población que actualmente posee el Señorío de Molina, corresponden casi exactamente veinte a cada sesma. Para no alargar este artículo con una larga serie de nombres, me limito a invitar al lector a que consulte un buen mapa del Señorío molinés y podrá comprobar este aserto.
Cada veintena o término municipal se dividió, y aún siguen algunos con estas viejas denominaciones, en quiñones, que vienen a ser la quinta parte de un término. Estos quiñones se entregaban a individuos que por ello adquirían el título de quintaneros y que tenían ya por misión concreta trabajar y hacer producir a ese pedazo de tierra del Señorío. Pero en esta distribución del término municipal en quiñones, aún es de destacar el carácter de proporcionalidad y equidad que este sistema tiene: cada parte definida del término era dividida en cinco partes (la vega se dividía en cinco partes, lo mismo que los carrascales, pinares, yermos, campos de cereal, etc.) y cada quiñón llevaba una parte de los diferentes parajes, con lo que a cada quintanero le correspondía una parte del municipio que era muy similar en calidades a las otras cuatro, estando prohibido, por lo menos en los años de la Baja Edad Media, hacer permutas de partes del quiñón: éste se traspasaba en su totalidad o no se traspasaba. Con el tiempo se relajó esta costumbre, siendo divididos los quiñones y aún sus diversas partes en otras muchas. El fraccionamiento de tierras comenzó a incrementarse en los siglos XV y XVI, alcanzando su máximo en el XIX.
Este curioso sistema, casi matemático, de dividir un territorio, era, sin embargo, muy lógico y útil. Por una parte, porque posibilitaba el buen gobierno del Señorío al estar todo él representado en el Común de un modo proporcional; por otra parte porque se tenía un modo equitativo de distribuir las tierras entre colonos y nuevos habitantes; y, en fin, porque se atendía de modo cabal a los diversos aspectos geográficos de la comarca, unificando las tierras llanas (El Campo) frente a las más agrias (La Sierra) o las dedicadas al pastoreo, minas y otros cultivos. Un sistema, en fin, para seguir teniendo en cuenta hoy en día con vistas a una más racional planificación de un territorio; aunque reconociendo que son estos métodos antiguos que gozan ya de escasa vigencia y utilidad hoy en día. Son, en cambio, muy elocuentes desde el punto de vista organizativo: en la Edad Media se sabía lo que se quería y se ponían las medidas para conseguirlo.
¿En qué modo influyó esta forma de dividir el Señorío molinés para conseguir su prosperidad y poblamiento, la grandeza económica y social que en los siglos XVI y XVII gozó? La observación de otros datos, quizás tan simples como éste, pero en razonado haz conjuntados, podrán darnos una clave para entender aún mejor el devenir de esta tierra impar que es el Señorío de Molina: que en sesmas, veintenas y quiñones tuvo su latido multiplicado durante siglos.

Lecturas de patrimonio: una peregrinación a Monsalud

Acaba de aparecer un libro dedicado a Monsalud. Que no es una guía al uso (que ya existía) ni una historia exclusiva, sino un conjunto de visiones que acercan este monumento al hombre de hoy, le hacen cercano y vivo, y animan a visitarlo para comprenderloUn aporte de noticias que se complementan para dar idea de un patrimonio vivo y latiente, todavía.

Más o menos, todos saben ya donde está Monsalud. Y cual es esa meta. Muchos de mis lectores, seguro que han ido. Y han visto lo que allí queda de una historia densa y secular. Durante una época, el lugar fue meca de peregrinaciones, y sede de grandes abades, opulentos y generosos, capitanes de la Fe y jueces de las costumbres.

En muy resumidas líneas, de Monsalud debe saberse que fue monasterio del Cister. Uno de los pocos que la Orden, en apoyo de la monarquía hispana, puso en la frontera meridional de Castilla, frente a Al-Andalus. Localizado al norte de la localidad de Córcoles, el monasterio más longevo y mejor conservado de la Orden en la provincia enraíza sus orígenes en una leyenda visigoda en la que Nuestra Señora de Monsalud acudió en socorro de la reina Clotilde. Cuentan los cronistas que en honor a esta intercesión se erigió una ermita que amparaba a los peregrinos en busca de la salud. Monjes venidos de las Galias asentaron junto al Tajo en el siglo XII. En 1167 el arcediano de Huete, Juan de Treves, les donaba la villa de Córcoles, recibiendo posteriormente numerosas tierras y propiedades, de parte de los reyes.

Desde el primer abad Fortún Donato hasta el siglo  XV predominan los abades franceses, cayendo en decadencia el cenobio por una gestión de intereses personales hasta el fin de los abades vitalicios en 1527, sustituyéndose por el sistema de elección trienal. La imposición de la Observancia de Castilla a partir de 1538, no sin resistencia de los monjes, desembocó en un período de reorganización beneficiosa para la institución, reconstruyendo el claustro y el acceso oeste de la Iglesia. En el XVII se alzó la portería, el nuevo refectorio, la ampliación de la sacristía y el coro alto. En el XVIII el padre Cartes escribió la obra apologética de referencia del monasterio, Historia de la muy milagrosa Virgen de Monsalud (1721). Y en 1835 conforme a las normas de la Desamortización de bienes eclesiásticos, quedó en propiedad del Estado. 

Hoy Monsalud, tras olvidos y hundimientos, es un conjunto recuperado, aunque en ruinas, en el que resalta la sencilla elegancia de la recia arquitectura cisterciense, admirando la iglesia, el claustro y la sala capitular, a los que se adosan el locutorio, refectorio y sacristías.  La sala capitular acoge las sepulturas de Don Sancho de Fontova y Nuño Pérez de Quiñones, tesorero y cuarto gran maestre de la Orden de Calatrava respectivamente, con sendas inscripciones lapidarias. En la iglesia es notable la credencia con decoraciones de influencia mudéjar del altar mayor y las múltiples marcas de cantero. El conjunto es una mezcla de épocas y estilos, aunque la mayor sonoridad la da el templo románico de tendencia cisterciense.

El inicio de Monsalud es muy remoto, y en este libro que acaba de aparecer, su autor hace una relevante aportación, hasta ahora inédita, acerca de su origen prehistórico. No en balde Fernández Ortea es arqueólogo de profesión. Y así hace un examen arqueológico del mismo, y nos dice que existen restos del Paleolítico Superior. Pero que también hay constancia de restos celtibéricos, y por supuestos romanos, muchos, visigodos y árabes. La época romana es especialmente densa en restos, teniendo a la ciudad de Ercávica muy cerca. Aquí destaca los yacimientos “El Palomar I” y “El Castillejo” y nos dice que fue este un lugar, a 230 metros al NE del monasterio, codiciado estratégicamente por todas las culturas.

Milagros y peregrinaciones

Un capítulo interesante, novedoso, a resaltar, es el de los milagros y romerías. Monsalud fue durante siglos un foco brillante de salvación, y un destino “turístico” para quienes padecían del mal de rabia, mal de corazón, y melancolías. En su obra actual, el profesor Fernández Ortea nos informa de los textos antiguos, de cronistas y documentos, que señalaban a Monsalud como un lugar donde se producían continuamente milagros, y portentos. Y cómo la imagen de la Virgen, ayudada con buenas dosis del aceite de sus lámparas, se transformaba de devoción en abogada, y de su mirada de madera se transmitía no solamente tranquilidad, sino beneficios para la salud.

Nos dice Fernández Ortea en su obra, y a este respecto, que “Los milagros imputados a la virgen son predominantemente en relación a la rabia, tanto en humanos como en ganado, pero también encontramos otras tipologías como protección contra tormentas, agresiones sexuales, ceguera, resurrección de muertos, fle­mones, nombramientos de cargos públicos, fiebres, locura, mal del riñón, ende­moniados…” Lo cierto es que este capítulo es tratado con gran detalle y minuciosidad: exponiendo los problemas que se llevaban a la Virgen, y la forma en que se resolvían. Además, viene a considerar a Monsalud como un lugar clave en el Camino de la Lana hacia Santiago, desde Levante, porque muchos peregrinos, sobre todo los devotos de la Virgen de Monsalud y conocedores de sus virtudes sanatorias, preferían bajar un poco al sur, desde el paso por Valdeolivas/Salmerón/Trillo, pasando por Alcocer/Córcoles/Sacedón hacia tierras de la Alcarria.

Relieve patrimonial de Monsalud

En este libro del profesor Fernández Ortea se da mucha información sobre otro aspecto, más actual y vigente, de la importancia de Monsalud. Y es su adecuación como elemento de visita turística, y como eje de una protección patrimonial, que en este caso se ha evidenciado siempre dubitativa. Desde 1835, progresivamente el abandono del lugar resultó en ruina. Sumando a ello la rapiña. Recordar, en todo caso, las palabras de Camilo José Cela en su “Viaje a la Alcarria” cuando cruzó en su literario periplo por el arroyo frente al monasterio. “Por Córcoles, el grupillo pasa entre los muros, cubiertos por la yedra, de un convento en ruinas, rodeado de olmos y de nogueras. En el claustro abandonado pacen dos docenas de ovejas negras. Cuatro o seis cabras negras trepan por los muros deshechos, aún milagrosamente en pie, y una nube de cuervos, negros también, como es natural, devoran entre graznidos la carroña de un burro muerto y con los ojos abiertos y el cuerpo hinchado al sol.” nos dice escuetamente, sin ni siquiera dar el nombre del cenobio.

Después de varios decenios, el Estado tomó cartas en el asunto y llevó a cabo tímidas reparaciones que consiguieron, al menos, evitar la progresiva ruina. El conjunto fue estudiado por don Andrés Pérez Arribas, párroco de Alcocer, y la Junta de Comunidades llegó a abrirlo a las visitas, con diversas etapas, una de las más espléndidas la que tuvo al autor de este libro, Javier Fernández Ortea, como adjudicatario y responsable de su oferta pública. Una época en la que el lugar se mostró y explicó, se mantuvo limpio y activo, con celebraciones sociales, culturales, exposiciones, iluminaciones, etc. Duró poco esa época, y se mantuvo luego cerrado, aunque el interés mostrado por un creciente número de visitantes ha llevado a su reapertura. De todo ello, con mucho detalle, y con el valor de lo vivido personalmente, nos habla el autor en su obra.

Breve resumen de un libro modélico

Un libro es este de largo recorrido. Porque analiza un elemento patrimonial desde diversos puntos de vista. Al menos tres son los fundamentales:
* Su historia, desgranada con detalle y claridad, desde sus orígenes (posiblemente prehistóricos) hasta la Desamortización en que desaparece como institución religiosa monasterial.
* Su arte, analizando sus partes destacables, los planos, los alzados, los detalles, los estilos, las reformas, (iglesia, claustro, sala capitular, bodegas…)
* Su recuperación para la visita y su gestión como elemento integrante del acervo patrimonial de la Alcarria.
El autor es Javier Fernández Ortea, profesor y doctor en Historia y Arqueología por la Universidad Complutense de Madrid en 2021. Precisamente con esta obra alcanzó el doctorado que acredita su carrera académica. Hoy es además el director de las excavaciones de la ciudad romana de Caraca, en término de Driebes, y además de sus numerosos artículos en revistas especializadas y conferencias en centros museísticos, es coautor del libro “La ciudad romana de Caraca. Historia y territorio” (2020) y aclamado firmante de “Alcarria bruja”, otro libro de AACHE/Océano Atláncio que ha sigo aplaudido por cuantos lo han leído.

Hoy por San Blas, la botarga verás

albalate de zorita

Viernes 3 de febrero, san Blas, patrono de las afecciones de la garganta, espiritual rector y advocación querida por los otorrinolaringólogos. Durante años lo celebré con compañeros, acordándonos siempre de sus milagrosas intervenciones sobre los males de la faringe, la laringe y aledaños. Ahora por las tierras de Guadalajara salen unas comparsas de hombres y mujeres ataviados de vivos colores, y lo hacen para celebrar a San Blas, que tanta relación tuvo siempre con las gentes de nuestra Alcarria.

Por San Blas conviene hablar de tradiciones. El ancestralismo de las botargas y enmascarados se tiñó de religiosidad (popular y colorista) cuando llegó el cristianismo. Pero como de todo ello hace tantos años, el origen anda velado y los motivos confusos. Por eso conviene aferrarse a lo que vemos, y esto es singular, propio. Tenemos una serie de fiestas, las botargas, que desde hace años vengo encomiando y recomendando y que ahora, por fin, han llegado al conocimiento común que porpicia, además, viajes hacia los lugares donde se celebran estas fiestas, lugares de los que no debe salir la celebración porque a las botargas y asimilados hay que seguir considerando como fiestas y celebraciones de las gentes de un lugar, con como espectáculos.

En Albalate de Zorita

Hoy viernes van a tener fiesta en Albalate. Porque una año más van a celebrar a San Blas, su querido patrón, un famoso anacoreta y hombre santo de hace muchos siglos atrás. A San Blas [de Capadocia] la cultura popular le hace patrono de las enfermedades de la garganta. Porque dice la leyenda que fue martirizado, por los romanos, cortándole el cuello. En el lugar de su muerte, que en la Alcarria sitúan en una vieja villa romana, entre Cifuentes y Gárgoles de Arriba, y junto a su ermita, la gente recoge arena y la toma cuando tiene algún mal de la garganta.

Aquí en Albalate es donde se festeja a San Blas, y donde la imagen del santo va luciendo su brazo derecho alzado completamente recubierto de rosquillas de tela y seda, exvotos de curaciones.

Hoy mismo, 3 de febrero, después de la Misa Mayor, sale en procesión la imagen de San Blas, que va acompañada de un nutrido grupo de danzantes, y es seguida/precedida por el baile, cada vez más frenético, y sonoro, de ese grupo de botargas-danzantes, que aportan un colorido sin igual a la fiesta.

Estos personajes, que forman una Hermandad de origen religioso, van revestidos de trajes de paño multicolor, en los que predominan el rojo y el amarillo. Al cinto se ponen numerosos cencerros, que son zarandeados produciendo un sonido continuo. Estos danzantes, en cuyo gorro se suelen bordar las iniciales “SB” de San Blas, o sus nombres y apellidos, gritan continuamente “vivas” al santo, dedicándole piropos y amenazas. En la descripción del folclorista López de los Mozos, estos personajes “parecen animales rabiosos o endemoniados que, lo mismo que alaban al santo a través de jaculatorias a él destinadas, profieren insultos como recuerdo de su anterior vida de pecador”.

La fiesta, que puede inscribirse en las celebraciones del ciclo invernal alcarreño, con personajes coloristas que danzan y hacen ruido, en esta ocasión se identifican como devotos y compañeros de un santo, al que hacen objeto de sus aplausos y amenazas. Desfilan juntos y en buen número con la procesión del santo, que se para ante balcones donde le hacen ofrendas.

El día siguiente, 4 de febrero, el Samblasillo, se dedica a la recogida de los ofrecimientos que hacen los albalateños a San Blas y que, posteriormente formados en lotes, serán subastados en la plaza del Ayuntamiento, repartiéndose mientras tanto la típica garnacha y las caridades.

Antes, el 23 de enero, denominado Día de las Cachiporras, los miembros de la Hermandad de San Blas, y una enorme chiquillería recorren las casas del pueblo pidiendo dinero o trigo para confeccionar las caridades con que obsequiar a propios y extraños en dicha festividad: son panes que, una vez bendecidos, tienen propiedades curativas contra las afecciones de la garganta.

En Peñalver

La de Peñalver es botarga  –como todas– de antiguo origen y misterioso manantial, que durante los días 2 y 3 de febrero (La Candelaria, y San Blas, que junto a Santa Águeda forman el núcleo de las celebraciones invernales propiciatorias del renacimiento de la naturaleza) recorre las calles cuestudas de este pueblo alcarreño, asustando a la chiquillería. Este año lo hará el domingo día 5, que es cuando el lector que a esta información se acoja puede acudir a contemplarla.

Viste la botarga de blanco inmaculado, pantalón y camisa. Por todos lados le cuelgan cintas rojas. Su cara la cubre con una máscara de cartón duro, pinta de expresión terrorífica. No lleva cencerros, ni campanilla, pero sí una larga cachiporra, que tira al suelo para que los que le siguen se tropiecen y caigan.

El día de la fiesta, sale al amanecer, se toma una copa de anís, y luego entra en la iglesia para asistir a misa, poniéndose entonces encima una capa castellana, y un pañuelo a la cabeza. Al acabar el oficio religioso, y junto al alcalde y los integrantes de la Hermandad de San Blas, la botarga se pone en la puerta de la iglesia y reparte la “caridad”, que consiste en pasas, bendecidas por el sacerdote, y que son muy apreciadas por todos cuantos quieren tener un “seguro” contra las enfermedades de la garganta. A veces también reparte cañamones y pestiños hechos con masa de trigo y miel abundante de la comarca.

Por las calles se suceden las escenas de persecución y huida. Tiene la botarga de Peñalver la costumbre de trepar por las rejas y subir a los balcones. A los niños les pregunta: “¿Tú te meas en la cama?… porque te llevaré a los montes Pirineos…” Y ellos no se asustan, a pesar de la voz retumbante y terrorífica del personaje, y le acosan con el estribillo de “Botarga, la larga  /  que a mí no me alcanzas”.

Son de Ernesto Navarrete, un antiguo estudioso del folclore alcarreño, estas explicaciones de la razón (cristiana) de esta fiesta pagana: «Se hace esto en loor de San Blas, rememorando lo que el santo hizo con la Virgen. Y puesto que María era muy joven cuando salió a misa con su Divino Hijo, a la Presentación, el día 2 de febrero, San Blas, para que la gente no se fijase en la juventud de la Madre decidió vestirse de botarga e ir delante de ella pegando saltos”.

En todo caso, y sirvan estas dos fiestas (Albalate y Peñalver) como muestra alcarreña de un general muestrario de celebraciones, la primavera se acerca, y sin más mediciones que el temblor del cuerpo, los hombres lo saben. Y lo proclaman.