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enero, 2023:

Hoy se cumplen los ocho siglos del Fuero de Talamanca

Hoy se cumple, exactamente, el octavo centenario del Fuero de Talamanca. Una ocasión tan concreta y un tan abultado cómputo de siglos, bien merece ser celebrada al menos con un recuerdo del hecho, y una breve explicación de su significado. Ocho siglos desde que don Rodrigo Ximénez de Rada, arzobispo de Toledo, concediera a Talamanca y su tierra un Fuero repoblador y animoso.

En la progresiva reconquista de la Transierra, el reino de Castilla y León va avanzando a lo largo del siglo XI desde la orilla del Duero a la del Tajo. Son años de peleas, de algaradas, de avances y retrocesos. El paso fundamental, concretado en la toma definitiva de Toledo, a la que los cristianos consideraron siempre la primitiva capital del país, por haber sido la sede de los reyes godos, se dio en 1085, cuando Alfonso VI y su ejército tomó la ciudad protegida del Tajo, y todo el resto de su taifa o territorio, en el que se incluían importantes poblaciones musulmanas, como Alcalá de Henares, Guadalajara, Atienza, Uceda, etc.

Así quedaron en poder de los cristianos los valles del Jarama, del Henares, del Tajuña, y del Tajo. Poco antes, en 1079, parece que Alfonso VI alcanzó a tomar temporalmente Talamanca, que era también población fortificada de los árabes, y había sido antes lugar importante de la Hispania visigoda. Su puente sobre el Jarama le daba señalado relieve estratégico. Y años adelante, tras haber sido tierra de realengo, la reina Berenguela donaba, en 1214, la plaza de Talamanca y todo su alfoz al Obispo de Toledo, a la sazón don Rodrigo Ximénez de Rada. Que fue no solo obispo, sino militar y político de raza, teniendo a su cargo la dirección del reino durante los primeros años de edad de Fernando III, de quien se constituyó pronto en Canciller, y Adelantado.

Rodrigo Ximénez de Rada, consiguió de la monarquía como señorío del Arzobispado [Primado] de Toledo, numerosos alfoces y Comunidades de Villa y Tierra, especialmente interesantes por su costado norte los de Alcalá de Henares, Talamanca, Uceda y Brihuega. A todos esos lugares, el obispo Ximénez ayudó a construir iglesias que guardan gran semejanza entre sí.

Apoyándose en un primitivo, y muy escueto fuero, Rodrigo Ximénez de Rada quiso afianzar su señorío en Talamanca con la concesión de un Fuero, amplio, propio de las tierras de repoblación, que pretendía impulsar la población, los derechos, la economía y la cultura en la Transierra. Y así, en presencia personal, el 23 de enero de 1223, don Rodrigo entregó a los “hombres buenos” de Talamanca su fuero, que constituía un territorio en torno al Jarama formado por las siguientes aldeas: Valdepiélagos, Valdetorres,Valdeolmos, El Espartal, el Vellón, El Molar, El Casar, Alalpardo, Ribatejada, Campoalbillo y Silillos. Todas bajo la protección y dirección de la Villa, Talamanca, que era el lugar fortificado, con historia, con su gran puente.

Esta comunidad de villa y tierra no fue especialmente fuerte. No disponía apenas de bosques que la dieran consistencia y reservas económicas. Tan solo tierras de labranza, y huertas, para que los propios vecinos las explotaran. Eso supuso una escasa consistencia al Común. Que además se vio todavía mermada por la llegada y fuerte presencia en siglos posteriores, de la Orden de los Cartujos, con su sede en El Paular, y que pusieron aquí en la cabecera del común una granja enorme, depósitos y almacenes, delegados e intereses, de tal modo que la economía y la vida social se vio muy condicionada por el “ambiente cartujo”.

Aunque estos días he buscado con insistencia el texto del Fuero de Talamanca, y por parte de alguien se me prometió enseñármelo para leerlo, me ha sido imposible todavía hacerme con él. Pero como la fecha impone cierta perentoriedad a la noticia, por eso me he adelantado a darla. Y recordar aquí cómo este fuero de Talamanca nacía en ese ímpetu repoblador de Alfonso VI, y sobre todo de su descendiente Fernando III quien a través de los obispos señores de alfoces estaban dando fueros repobladores a sus territorios.

En el Arzobispado de Toledo, don Rodrigo Ximénez de Rada dio fueros a Uceda en 1222, a Talamanca en 1223, a Alcalá [de Henares] en 1235 y a Brihuega en 1238. En esos fueros se daba consistencia social y jurídica al sistema de autogobierno de las villas y las aldeas de sus alfoces, administrando justicia y cobrando impuestos. La Tierra de Talamanca se estructuraba en cuatro partes, denominadas cuartos, que con el tiempo derivaron en cinco y que, con pequeñas variaciones, se mantuvieron hasta el siglo xvi; el primero, lo conformaban las localidades de Valdetorres y Valdepiélagos; el segundo, las de El Molar y El Vellón; el tercero, las de Fuente el Saz y Algete; el cuarto, las de Zarzuela del Monte, Valdeolmos y Alalpardo y el quinto, la de El Casar (que es el pueblo único de este grupo que hoy pertenece a la provincia de Guadalajara, ya que todos los anteriormente mencionados han quedado en la tierra/comunidad de Madrid).

Al frente de cada cuarto se puso un «Procurador de Tierra», elegido por sus “hombres buenos” y entre ellos, administrando el patrimonio del común, recaudando los impuestos y administrando justicia La villa (de Talamanca) contaba con una autoridad superior, que era el Procurador Síndico.

Esta es la noticia escueta de un aniversario, que si la incluyo en mi colaboración habitual de “Nueva Alcarria” es porque importa a la provincia, en el sentido de que El Casar (que fue “de Talamanca”) pertenecía entonces a ese Común de Villa y Tierra que se vio favorecido por el Rey Fernando y su Arzobispo Primado don Rodrigo con esta gracia y este empuje, el Fuero de convivencia.

Ahora debo recordar, a la que paso, que el año 2022 se cumplieron también ocho siglos del mismo fasto en relación con Uceda. El mismo arzobispo histórico toledano, Ximénez de Rada, concedió Fuero a la villa de Uceda, entonces con fuerte castillo, provista de iglesias de estilo de transición, poderosa y adinerada, importante estratégicamente sobre el transitado valle del Jarama. Por aquí nadie conmemoró nada. Hay que reconocer que el cuidado a lo cultural se hace notar más, y con sentido, en la Comunidad de Madrid mientras que la nuestra, esta Castilla La Mancha que parece ir a otras cosas, no destacó nada porque, posiblemente, nadie en las alturas de la gestión cultural se percató del hecho.

Bernardino López de Carvajal, el Pastor Angelicvs

bernardino lopez de carvajal
bernardino lopez de carvajal
bernardinvs Carvaial card s +

En los 500 años desde su muerte, recuerdo hoy a don Bernardino López de Carvajal, un magnate de la Iglesia Católica, del que todos los que visitan la catedral de Sigüenza, (de donde fue obispo) oyen hablar, pero al que nadie vio nunca por aquellos pagos, porque nunca los visitó.

Es lógico que el historiador y obispo de Sigüenza don fray Toribio Minguella, en su monumental “Historia de la Diócesis de Sigüenza y sus Obispos”, mencione ampliamente a Bernardino López de Carvajal, porque este eminente personaje del Renacimiento español, del que tan largas páginas podrían escribirse, pues no paró en su vida (que duró 57 años) un momento de hacer cosas, fue Obispo de Sigüenza. Pero lo fue de tal modo que nunca llegó a aparecer por la ciudad del Henares, ya que su periplo vital le llevó por otros derroteros, más lejanos, y densos: casi toda su actuación está centrada en Roma, y buena parte de ella en otros lugares de Europa.

Al hacer ahora, en este año, los quinientos de su muerte, es lógico que recordemos esta figura. El historiador seguntino le da como fecha de fallecimiento el 17 de diciembre de 1522, aunque otros biógrafos suyos alargan más su vida, diciendo que murió ese día, pero de 1523. En el epitafio de su enterramiento, que está en Roma, se lee que tuvo de vida 57 años, y que murió “Obiit 17 Calen. Jannuaria Ann. 1522”. Sus más aplicados biógrafos han sido Álvaro Fernández de Córdova Miralles, que hace de él una densa referencia en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia (2006) y Jerónimo Mateos Calvo, que ha escrito un libro en honor de su ilustre paisano (2022)

De él pueden decirse muchas cosas, pero la principal, creo, sería la de calificarle como un tipo listo. Había nacido en Plasencia, en 1456, en una familia de altas posibilidades, aristócratas, eclesiásticos, etc. Muy joven fuese a Salamanca a estudiar, lo que por entonces se solía: Artes y Teología. Tanto se aplicó a ello, que en 1472 (a los 17 de edad) se recibió de Bachiller, luego a los 23 de Licenciado, y a los 25 le dieron el grado de Maestro en Teología. Tanto sabía de ello, que la Universidad de Salamanca le empleó ese año de 1478 como profesor de la Cátedra de Prima, y con 25 años alcanzó a ser Rector de Salamanca. Como Unamuno, pero con muchos menos años.
De tanto que sabía, asombró a todos. Cuando más tarde llegó a Roma, de él decían que era “brillante por sus letras y por sus costumbres” (F. Guicciardini), “célebre por su modestia de vida y su ciencia teológica” (R. Maffei), “hombre muy elocuente y brillantísimo teólogo” (Lucio Marineo Sículo), y tan amante de la filosofía que hizo grabar su alegoría en su propia medalla con la inscripción qui me dilucidant vitam eternam habeb[unt]. Él fue capaz de crear y mantener en Roma algunas tertulias filosóficas a las que concurrían (entre otros muchos) Pomponio Leto, Pietro Marso, Sulpizio da Veroli o Paolo Cortesi.
Como sería demasiado prolijo contar todos los cargos que asumió, y las tareas que le fueron encomendadas, cabe hacer un resumen genérico sobre don Bernardino, y de él decir que fue, ante todo, un diplomático de altura, pues durante los reinados en Castilla de los Reyes Católicos, luego en solitario de Fernando de Aragón, más tarde de don Felipe el primero, y de su hijo Carlos el Emperador, Carvajal actuó de mediador en todos los conflictos que la monarquía hispana tuvo con el reino de Francia, y especialmente con los estados de la península itálica, llevando conversaciones con los jerarcas de Nápoles, de la Señoría de Venecia, del gran Ducado de Milán y, por supuesto, del estado pontificio, de la Roma papal.

En ella, destacó durante decenios como candidato al Pontificado: al ser un protegido del Cardenal Mendoza (Cardenal de la Santa Cruz) se convirtió en su agente en roma, moviéndose primero para favorecer el nombramiento como papa del alcarreño, luego laborando en favor de Alejandro (Borja) VI, y después ayudando a que Adriano de Utrecht fuera elegido papa favorable al emperador Carlos. Entre medias, se movió siempre como agente de papables, y en 1503 fue él mismo candidato en el cónclave que finalmente eligió a Julio II.

Él dejó correr, durante sus años romanos, la especie de que bien podría ser el “Pastor Angelicus” de quien las profecías anunciaban su llegada en tiempos de tribulación. Hacia 1502 se inauguró el Templete de Bramante y su aneja iglesia, montado todo ello sobre una tradición martirial en la que jugaban su puesto las profecías del beato Amadeo, o “Apocalypsis nova” que anunciaba el nacimiento del “Pastor Angelicus” y que Carvajal movió en esos años la teoría de que podría referirse a él mismo. Esto se hace hoy también mucho. Cuando se crean miedos y ansiedades previos, la llegada de un salvador que todo lo arreglará es esperada y por algunos mantenida.

Después se encargó de vigilar las obras de construcción de la iglesia de Santiago de los Españoles, por encargo de los Reyes Católicos. En plena Piazza Navona, este templo que dirigía Antonio da Sangallo se convirtió en el templo nacional del Reino de Castilla en la capital pontificia, y fue apoyado además por el papa (español) Alejandro VI. Al mismo tiempo, Carvajal se encargaba de supervisar las obras de la Basílica de la Santa Croce, en el centro de Roma, que apadrinaba con sus caudales el Cardenal Pedro González de Mendoza. En esta iglesia, finalmente fue enterrado al morir don Bernardino, y allí sigue, en un costado del altar mayor, su tumba y epitafio.

Aunque nunca apareció por Sigüenza, es notable la huella que dejó en la ciudad, y en la catedral. Su nombramiento se produjo en 1495, casi de forma automática al morir el Cardenal Mendoza, porque había sido su ayuda preferida hasta entonces. Él sabía que le hacían jerarca de una de las diócesis más ricas de España. Y que debía quedar su memoria impresa en las piedras del burgo. Disponía de muchos dineros provenientes del señorío y los impuestos, y quería gastarlos dotando al templo de elementos que le mejoraran y perpetuaran su nombre. De ahí que, en los primeros días del siglo XVI, decidió hacerla nuevo el claustro a la catedral. El que había era medieval, estaba viejo y no era útil a los canónigos y sus funciones. Así es que encargó al maestro seguntino Alonso de Vozmediano que le presentara proyectos de una nueva estructura para el claustro que se haría adosado al muro norte de la catedral, y se eligió uno de aspecto gótico a pesar de que (y él bien lo sabía) en todas partes se empezaba a construir “a la antica”, en imitación de la Antigüedad. Ejecutaron el proyecto los maestros canteros Fernando y Pedro de las Quejigas, Juan de la Gureña y Juan de las Pozas, todos montañeses, y lo hicieron en el breve periodo de tres años, pues en 1507 se daba por finalizado, aunque las rejas nos se pusieron hasta 1512. El claustro tiene siete tramos en cada panda, y se abre al patio central por medio de luminosos arcos góticos. Las bóvedas son de crucería simple con un nervio longitudinal que recorre el claustro en toda su longitud. En las claves de cada tramo, aparecen, alternando, los escudos de López de Carvajal, y del Cabildo. Y para el paso desde el claustro a la catedral, uno de los espacios más transitados del templo, quería hacer también algo nuevo, especial. Y mandó construir la “Puerta del Jaspe”, que se consiguió mostrar como uno de los complejos protorrenacientes más antiguos de la catedral y de España: se trata de un arco de medio punto escoltado de sendas pilastras sobre pedestales, y encima de sus sencillos capiteles corre un entablamento y friso con flameros laterales. En el friso aparece la leyenda «B. CARVAIAL CAR. S. +» significando haber sido costeada por el obispo, y Cardenal de la Santa Cruz, don Bernardino de Carvajal. El autor de esta interesante obra fue Francisco Guillén, quien la terminó en 1507. El nombre del Jaspe le viene a esta puerta del material durísimo en que está hecha.

Además se ocupó López de Carvajal de mejorar el urbanismo de Sigüenza, y de reformar los estatutos de su Universidad, que había sido fundada poco antes por el canónigo mendocino don Juan López de Medina, en una línea que se probaba como de renovación en la enseñanza y en la cultura europeas.

Fábricas de papel en la Alcarria

gárgoles de abajo

En el cómputo del patrimonio industrial, antiguo y silenciado, de esta provincia, cabe recordar someramente algunos lugares que contaron, desde el siglo XVIII, con molinos y fábricas de papel. En ellos se ponía un germen de industrialización, al abrigo de las ideas ilustradas de la centuria “de las Luces”. Que dieron trabajo a muchos aldeanos, y algún beneficio a sus dueños. Todo en pequeña cantidad, como en ensayo.

Hubo un molino dedicado a la fabricación de papel junto a la localidad de Gárgoles de Abajo. Era el “molino de estraza” como le llaman los documentos o “la Obra del Obispo” como la gente lo conocía, popularmente. Estaba situado en la orilla izquierda del río Cifuentes, y se conformaba por un gran edificio que se abría al camino que desde Cifuentes bajaba a Trillo, junto al río.
Mandó construir esta fábrica, entre 1774 y 1775, el obispo de Sigüenza don Juan Díaz de la Guerra, al que algunos llamamos “el obispo albañil” porque muy en su papel de hombre ilustrado procuró destinar la mayor parte de los ingresos del obispado a la construcción de elementos productivos que dieran trabajo a la gente y produjeran artículos necesarios para la prosperidad del país.
De esta fábrica decía en 1781, a poco de comenzar a funcionar, decía Ponz que “en opinión de los inteligentes, es de las mejores del reino por su amplitud, solidez, máquinas, oficinas, etc. y por la buena calidad del papel”, y hacia 1846 decía Madoz que se trataba de «…una fábrica de papel de estraza y otrade papel fino; esta última, edificio sólido de figura cuadrada con buenas habitaciones para los directores y un hermoso mirador para enjugar el papel, tiene tres tinas, una de papel de estraza y dos de blanco, tresórdenes de mazos, un cilindro, una máquina para estraer la fécula de patatas y otra para encolar el trapo…»

Siempre estuvo mejorando materiales, máquinas y calidades. Se puso un nuevo cilindro para fabricar papel continuo y se añadió la máquina para extraer la fécula. De su primera época han aparecido papeles con filigrana en que aparece el nombre del obispo creador, y en otra un dibujo de mitra episcopal con báculo. A finales del siglo XVIII la filigrana llevaba el nombre de Gárgoles, y también el del industrial papelero Santiago Grimaud, que dirigió el ingenio durante un tiempo.

Poco, muy poco es lo que hoy día queda de aquel complejo industrial. Junto al río Cifuentes y la carretera que viene desde Sacedón, se ven las ruinas de un gran edificio de planta rectangular que tuvo tres plantas. Sus paramentos son de mampuesto ordinario, con sillería que remata esquinas y vanos, teniendo la entrada un amplio vano cubierto por arco de medio punto. En la baja estarían las salas de trabajo con toda la maquinaria: tinas, prensas, cilindros, y en un extremo una sala con la pila de los mazos. Se ven todavía, en la zona noroeste del edificio, galerías abovedadas comunicadas entre sí por las que circularía el agua, además de un balsa de almacenaje aneja. El segundo piso, restos de forjado y alguna hornacina en los muros. Poco más, porque todo el espacio está invadido por maleza destructora, desde hace muchos años, en un abandono total, en un olvido completo.

El referido papelero Santiago Grimaud montó una fábrica de papel en la finca “Las Cascadas” en torno al río Cifuentes, poco antes de llegar a Gárgoles de Arriba. Fue de los primeros excelentes fabricantes de papel en España, pues lo hacía de calidad sirviéndose de materiales como el esparto, la paja de cereal, los sarmientos y los juncos. Llegó a tener fama su papel fino de paja para hacer cigarrrillos de tabaco. Grimaud había arrendado la fábrica de papel del Obispado en Gárgoles de Abajo a partir de 1775, pero luego en 1800 construyó en “Las Cascadas” el molina de Gárgoles de Arriba, donde fabricó con detalle su papel de calidad. Es de 1812 la “Escritura de compañía para fabricar y vender papel que otorgan D. Santiago y D. Francisco Grimaud, padre e hijo” y que se conserva en el Archivo de Protocolos de Madrid.

Otras fábricas de papel hubo en el territorio provincial, que tuvieron su auge en la época de la Ilustración. Así cabe recordar la fábrica de papel de estraza de Corduente, que todavía estaba en funcionamiento mediado el siglo XIX, y al mismo tiempo otra similar en Somolinos, así como un molino papelero en Trillo. Todas ellas aprovechando la fuerza de las aguas de sus respectivos cauces anejos. También cabe recordar el señalado complejo fabril de “Los Heros”, cercano a Sigüenza, aunque en término de La Cabrera, y en la orilla estrecha del río Dulce. Hoy quedan importantes restos de esta fábrica de papel, que produjo, entre otras cosas, los primeros billetes del Banco de España. Aquí en Los Heros hubo, desde principios del siglo XVIII, dos molinos para fabricación de papel y tres para la harina. De los de papel, uno se dedicaba soalmente a lo basto, el papel de estraza. Era propiedad de la “Memoria de Ánimas de la villa de Torremocha del Campo” fundada por Juan Bautista Ortega y aguantó hasta mediado el siglo XIX. Pero la fábrica de papel fino prosperó mucho, porque la había creado y protegido el maestro papelero Juan Carroset, y durante la mitad del siglo XVIII la rigieron los hermanos los hermanos Josep y Tomás Romaní, fabricantes papeleros de Capellades. Siguió funcionando hasta los años 60 del siglo XX, y concretamente en 1868 su propietario Pedro Nolasco Oseñalde a la sazón firmó un contrato con el Estado español para la fabricación de papel destinado a la emisión de billetes del Banco de España, con calidad extra y elementos de seguridad patentados por el fabricante. Duró el contrato hasta 1902, en que por dificultades técnicas se vio superado en calidad por fábricas francesas con las que contrató el Estado. Nolasco Oseñalde se presentó en la Exposición Universal de París de 1878 con muestras de papeles fabricados a mano, y que en el catálogo de la exposición se describía como “papel común, de grandes dimensiones; antiguo para ediciones elzeverianas, para billetes de Banco y documentos de crédito; liso y con las contraseñas de una hebra ó cinta intercaladas en la hoja”. Le añadía a los papeles destinados para imprimir billetes una malla de hilo incrustada, o tarlatana, en colores diversos. 

Aguas abajo, en la localidad de Aragosa, hubo también molino papelero que fundó a finales del siglo XVIII un francés emigrado de la Revolución. Queda el edificio, aunque utilizado como vivienda, en el casco del pueblo y se ve en su planta baja el amplio espacio en el que cabrían las maquinarias y una gran rueda de molino.

Por la Alcarria hubo otros complejos papeleros de fama y calidad. Uno de ellos estuvo en Pastrana, donde los duques de dicho título montaron un molino destinado a la fabricación de papel en la “Vega del Quadro” junto al río Arlés, un poco aguas abajo del convento que fue de padres carmelitas de San Pedro. A mediados del siglo XVIII estaba arrendado a Valentín Briones, y a finales de ese siglo se hicieron cargo de la producción de papel el catalán Pedro Guarro asociado a L. Gozque. Aún siguió funcionando hasta los comienzos del siglo XX. También hubo de estas fábricas en Casasana, junto a Pareja, y en Mandayona, donde se ubicó una “Casa Molino de papel” en la calle de la Fuente. 

Finalmente, cabe recordar la fábrica/molino de papel que hubo en Cívica, término de Brihuega. Está en lo alto de la roca tobiza que se ve cuando se pasa por la carretera que orilla el Tajuña. En el poblado de arriba, hubo edificio con planta en U, cubierto a dos aguas y con tres plantas, que tenía adosada incluso una capilla dedicada a Santa Catalina. Lo fundó en 1797 el obispo de Sigüenza don Juan Díaz de la Guerra, dentro de su ingente plan de industrialización de la diócesis, y produjo papel de estraza gracias a su maquinaria, alimentada por una potente cantidad de agua que procedía de la “Fuente de los Siete Caños” aneja y que se trasladaba al edificio a través de subterráneos y acueductos, de los que muy pocos restos quedan.

En el quinto centenario del Conde del Cid

rodrigo diaz de vivar conde del cid

Comienzo mis trabajos de 2023 con la memoria de un personaje muy de nuestra tierra, el primogénito del Cardenal Mendoza, don Rodrigo [Díaz de Vivar] y Mendoza, al que su padre transmitió los valores del Renacimiento, del estudio, del amor a las bellas artes, y a la guerra.

Este año 2023 va a tener algunos aniversarios para recordar en nuestra tierra. El primero de ellos es el quinto centenario de la muerte de don Rodrigo Díaz de Vivar, que fue un destacado Hombre del Renacimiento, y que se distinguió por su protagonismo en guerras y en artes, en lecturas y batallas, en erector de palacios y en órdenes de gobernación.

Nacido hacia 1463, muy posiblemente en el castillo [viejo] de Manzanares, donde el Cardenal Mendoza dejó retirada de la corte a su amante, Mencía de Castro, para que diera a luz en la tranquilidad y la discreción que los tiempos imponían. El padre, ya alzado como jefe de la casa de Mendoza tras la muerte de su padre Íñigo, el primer marqués de Santillana, estaba iniciando su carrera de eclesiástico, y había sido nombrado obispo de Calahorra. Con 35 años a sus espaldas, iniciaba su carrera de hombre de estado. La madre, una bella dama de compañía de la reina Isabel [de Portugal] llegó a España cuando las bodas de su señora con el rey Juan II de Castilla.

Este fue el mayor de “los bellos pecados del cardenal”, a quienes el pontífice Inocencio VIII legitimó. En las Genealogías de la casa de Mendoza se dice que fue “uno de los de maior valor y mas hermosa disposicion corporal […]”, y en una nota al margen se añade lo que Fernan Mexía, veinticuatro de Jaén, dice del marqués: “Fue mui hermoso cavallero asaz grande de cuerpo, bien compasado y de fuertes miembros, el rostro feroz, de hartas carnes, valiente y esforzado, diestro en toda manera de armas; presciábase de tener mucha comparsa y de que fuesen los suios valientes y esforzados; partia con ellos francamente y galardonaba bien los servicios que le façian. Fue rico y gran señor, tenia fama de mucha moneda, despendíala sin dolerse de ella, era muy quisto y amado de la gente comun de Valencia donde él mas acostumbraba estar y adonde acabó sus dias […]”. En sus Batallas y Quinquágenas, Fernández de Oviedo plantea la primera biografía, aunque muy sucinta, del marqués del Zenete, describiéndolo físicamente y alabándole como gran humanista y hombre de armas. En ella dice que don Rodrigo “fue uno de los mas gentiles hombres de disposicion de su persona que en su tiempo obo en España y de mejor graçia en qualquiera cosa que competiese de pié o de cavallo y que mejor y mas agraçiadamente se vestia, excelente latino y de fino, sotil y presto ingenio. Afable y muy enseñado en todas armas, muy animoso y valiente cavallero”.

De este personaje, que en su tiempo fue admirado, y con el que hubo que contar en las tramas de la política castellana durante el reinado de los Reyes Católicos y finalmente en los inicios del de su nieto el Emperador Carlos, puede resumirse su vida, como lo hice en la ficha que la Real Academia de la Historia me encargó para su Diccionario Biográfico Español, con medidas palabras. Porque dio para mucho lo que en su vida, que no duró más de 60 años, hizo y fraguó. Se educó en la Corte del infante Juan, aprendiendo allí sus primeras letras y dando muestras de ser aficionado y perito en música. También desde muy joven manifestó su carácter violento, agresivo, hiriendo a algunos artesanos o comerciantes proveedores, o incluso mandando asesinar a Jerónimo de Deza. Aunque dado lo violento de los tiempos en que vivía, él mismo tuvo que defenderse del intento de asesinato en Coca que los familiares de su segunda mujer le prepararon. Como se ve, todo muy adecuado para sacarle, ahora en su quinto centenario, en alguna serie televisiva de esas que hacen con cualquier soso personaje americano, olvidando los fuertes caracteres, y los episodios de honda emoción, que guarda nuestra historia.

Ya legitimado por el Papa, su padre instituyó para él un mayorazgo en 1488. Durante unos años tuvo el cargo de canciller mayor del Sello de la Poridad. Finalmente, en 1492, los Católicos Monarcas de la España unida le conceden los títulos de marqués del Zenete y conde del Cid. Con el primero, se añaden en señorío las villas que forman el estado granadino: La Calahorra, Jerez del Marquesado, Alquite, Lanteira, Aldeira, Ferreira, Dólar, Huéneja y los palacios de Don Nuño, en Granada. Y con el segundo, la villa y castillo de Jadraque, junto al río Henares, más todo su territorio en torno, formado por numerosas villas, así como las casas mayores del cardenal en la ciudad de Guadalajara.

Sabemos que don Rodrigo amó y consideró cordialmente su tierra alcarreña. El castillo de Jadraque, bastión guerrero desde los tiempos de la reconquista, fue transformado por él en palacio del Renacimiento, del que también poco ha quedado, vencido de los siglos y la incuria.

Viajó a Italia, entre 1499 y 1500, poco después de haber muerto su padre y estar en posesión de la gran fortuna legada. En ese viaje, que partiendo de Valencia le llevó primeramente a Nápoles, visitando posteriormente Roma, Milán y Génova, para desde allí regresar a España, tomó contacto con la cultura del Renacimiento italiano, declarándose ferviente admirador y ejecutor de su estilo y formas de vida. Admiró el arte y la arquitectura que se realizaban a la sazón en la península itálica, y allí contrató proyectos, materiales, arquitectos, plateros y todo lo que se necesitaba para dar vida al proyecto del gran palacio que deseaba tener en el centro de su estado del Zenete, en La Calahorra (Granada). Pero también contactó con artistas y contrató obras para la cabeza de su estado “del Cid”, en Jadraque.

Tras su regreso, viajó por España, pasando por Valencia, a visitar sus estados; por Jadraque, para lo mismo; por Medina del Campo y Coca, donde ocurre todo lo concerniente a su segundo matrimonio. Gracias al Memorial de Cuentas del marqués, publicado por Falomir Faus, puede concretarse el itinerario de Rodrigo de Mendoza por España en los años de su más activa creatividad, y por Italia, tanto en 1499-1500, como en su segundo viaje entre 1504 y 1506.

Al mismo tiempo, en ese documento se demuestra, con gran minuciosidad, la suntuosidad del modo de vida que llevaba Rodrigo. En sus continuos viajes, en sus estancias en Jadraque, Valencia y La Calahorra, estuvo siempre rodeado de tapices, muebles, vajillas, reposteros, cuadros y joyas. Fue un señor del Renacimiento, que formó una gran biblioteca, aunque heredada de su padre el cardenal Mendoza. 

Casó el 8 de abril de 1493 con la hija (única) del duque de Medinaceli, que murió muy joven, en 1497, al igual que el hijo único que con ella tuvo. Formado exclusivamente para el ejercicio militar, desde muy joven participó en batallas de la guerra de Granada, y tras quedar viudo, y en su periplo italiano, participó en acciones guerreras, apoyando las campañas de los Reyes Católicos en el norte de la península latina.

Aunque el pontífice Alejandro Borgia trató de casarle con su hija Lucrecia, viuda entonces del duque de Bisceglia, no cuajó el intento al quedar Rodrigo enamorado de María de Fonseca y Toledo, sobrina-nieta del que fuera arzobispo de Sevilla, y señor de Coca y Alaejos, consumando su casorio el 30 de junio de 1502, aun en contra de la voluntad de la familia de la novia. Tras diversos lances casi novelescos, los esposos consiguieron tranquilidad y estabilidad, residiendo varios años mientras gobernaban su estado del condado del Cid, en tierras del Henares, en Guadalajara, desde su castillo-palacio de Jadraque.

Es muy larga e interesante la historia de don Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza. En este breve apunte solo quiero recordar la ocasión de su quinto centenario, pero seguro que a lo largo del año volveré a rememorar algunos detalles asombrosos de su vida. Tras muchos avatares, viajes y acciones, Rodrigo y su familia pasaron a vivir a Valencia, donde le sorprendió el levantamiento de las Germanías. Como en la ocasión era virrey de Valencia su hermano menor Diego de Mendoza, conde de Mélito, y siendo sus tropas acorraladas por los revoltosos en Játiva, Rodrigo acudió a resolver la situación, destacando nuevamente por su valor y táctica militar, consiguiendo reducir la revuelta tras la derrota de los sublevados, con su cabecilla Vicente Peris al frente. Poco después de estos sucesos, y quizás del disgusto y susto pasados por ellos, falleció su esposa María de Fonseca, el 16 de agosto de 1521. Don Rodrigo murió en Valencia, el 22 de febrero de 1523, alrededor de los sesenta años de su edad; sus restos se depositaron en el mausoleo de mármol de Carrara, labrado en Génova, que ellos encargaron previamente y que hoy se ve en la capilla llamada “de los Reyes” en el antiguo convento de Santo Domingo de la ciudad de Valencia.