Los Escritos de Herrera Casado Rotating Header Image

septiembre, 2022:

Un día y todos los días en la provincia de Guadalajara

provincia de guadalajara

Celebra hoy, tras muchos años de parón, su Día la Provincia de Guadalajara. Y lo hace en Torija, que es como una puerta de entrada a la misma, aún estando en medio de ella. Y lo hace también con entrega de distinciones, música popular y encuentros personales. Por eso me detengo a considerar algunas páginas que, si breves, pueden ser representativas de esta tierra, de Guadalajara, convertida en provincia.

Porque no siempre existió este ente al que hoy llamamos provincia de Guadalajara. Nace exactamente en 1833, y lo hace de la mano y firma de un ministro del gobierno que surge inmediatamente tras la muerte de Fernando VII, en un primer atisbo de liberalismo en que se quiere modernizar España. Javier de Burgos da forma a una península ibérica que al estilo francés divide en provincias, cada una con su jefe político, su gobierno civil, sus instituciones culturales y guardadoras de las esencias que cada una creará en años sucesivos. Guadalajara es creada acoplando tierras que tradicionalmente habían sido de los Mendoza, aquí y allí de Alcarrias y Serranías, más fragmentos de la diócesis de Cuenca y múltiples retazos de señoríos viejos, de tierras independientes y ajenas. Por eso, amalgamar tanta variedad de esencias supuso durante años una tarea de pensar y cantar, un continuo recordar de historias, de personajes y monumentos. Sacando a luz, ya va para 200 años, un territorio que hoy sí tiene una cohesión constatada, porque el tiempo da valor a las cosas frágiles, las fundamenta y ancla sobre la tierra. En el caso de Guadalajara, la provincia se ha constituido firme y ya antigua, sobre ciudades, gentes altas y bajas, y libros, muchos libros.

Desde hace ya casi cincuenta años he disfrutado en el cometido que en su día se me encomendó de ser Cronista de esta provincia. Y desde entonces vengo pensando en las razones por las que debe ser considerada un todo con personalidad. De ellas destacan fundamentalmente las geográficas, las históricas, las patrimoniales y personales, pero también las folclóricas y aún anecdóticas.

De las razones geográficas, está claro que nuestra provincia de Guadalajara es la más elevada y norteña de las que conformaron (en la división de Burgos) la región de Castilla La Nueva. Al pie de la sierra central, en esa Transierra que era el lugar más remoto de la Extremadura castellana, todo en ella es “cuesta abajo”, son arroyos que luego ríos, fríos que se templan, y camino que se va haciendo cómodo. Es el paso de la Castilla recia y solemne a una tierra en la que lo mudéjar, lo judío, lo reformado y lo poético tiene su asiento. De esa geografía queda clara una cosa: que sus ríos (que fueron siempre los conductos y acompañantes de caminos) comunican la meseta ancha de la Nueva Castilla con la vieja territoriedad de los páramos burgaleses, sorianos y aragoneses. En definitiva, Guadalajara fue durante siglos “un camino”, un lugar por donde todos (moros y cristianos) pasaron.

El Arco de los Perdigones, un monumento perdido que suponía la unión del palacio de los duques del Infantado con la iglesia mudéjar de Santiago. Del acervo patrimonial de Guadalajara, muchas piezas se han perdido, y deben ser recordadas.

De las razones históricas, se queda nuestra provincia con las esencias castellanas, las que fundamentan un devenir de recepciones (romanos, visigodos, árabes) sobre la esencia ibérica que se transformó en castellana, y luego en española. Largo recorrido en el que se fueron afianzando unas formas de vivir y gobernarse que aún se palpan vitales, especialmente en la esencia municipalista del alfoz y el fuero, el respeto a la figura del Rey, el temor a los señores y la confianza alegre en el buen gobierno de los letrados y humanistas. Son muchas páginas en las que pueden leerse el discurrir de un pueblo entre el temor al señorío despiadado y la confianza en personas de buen criterio.

De las razones patrimoniales, afortunadamente nuestra tierra provincial tiene todavía muchísimos testimonios vivos. El palacio de los duques del Infantado, la catedral de Sigüenza, el castillo de Molina de Aragón… son cientos, miles aún, los elementos físicos en los que vemos retratada la historia. Unos a medio derruir, otros firmes y restaurados, en todos ellos encontramos un detalle, un dintel, un escudo, unas ventanas, en las que late severa y en pétrea serenidad la esencia de la provincia. Quizás fue en esa parcela en la que más me entretuve, porque considero que lo físicamente construido es el testimonio más relevante del pasado y sus quehaceres. De ahí que me halla entretenido en revisar, descubrir y describir castillos, monasterios, palacios y plazas mayores (con sus escudos, sus rollos y picotas, sus claustros y sillerías). Fijándome también, como he hecho recientemente, hasta en esas recónditas cuevas donde habitaron los eremitas de siglos viejos. Lástima que hubiera tiempos, momentos de locura social, y pasiones desatadas, en los que esos edificios, esos escudos y esas filigranas del apasionado vivir fueran destruidas sin otra razón que el compulsivo entusiasmo por derrocar lo antiguo, lo pasado, lo que ya no nos nutre.

Un coche Hispano-Suiza que se fabricó en Guadalajara, en aquella época de inicios del siglo XX en que la ciudad surgió como potente motor de la industria automovilística y aeronáutica de España. Su recuerdo es una asignatura pendiente.

De las razones personales la provincia se fundamenta en algunos nombres que son luz de España y Europa, los poetas (el Arcipreste de Hita, el Marqués de Santillana, Gálvez de Montalvo, y aún Ochaita, o Suárez de Puga) los guerreros, los escultores, los estetas y los fundadores. En esa ventana de las gentes notables se muestra también la riqueza de esta tierra, que siempre nos dará (que nos sigue dando a día de hoy) la muestra cierta de su identidad.

Y al fin la razón costumbrista, que nos permite ver señas propias en un conjunto de expresiones que se hacen comunes al más amplio mundo en que asentamos. Guadalajara tiene fiestas que resaltan entre todas las de España, y que vienen a compactar más aún la idea de provincia. Así, por ejemplo, la Caballada de Atienza (hoy mismo Medalla de plata de la provincia, reconociendo ese valor de cohesión y de significados seculares) o las botargas serranas y campiñeras. También las danzas propiciatorias, tan antiguas y aún hermosas (en Valverde, en Utande, en la Hoz de Molina, en Majaelrayo y Galve) que son ya una vigorosa seña de identidad. Y esas leyendas, esos respetos por los montes a los que se supone seres vivos. Y esas romerías tras la Virgen María que se bambolea en unas andas…

Ante la iglesia de Alcocer, un grupo de alcarreños y alcarreñas de pura cepa posan ante el fotógrafo. Como diciendo y recordando sus viejas leyendas repetidas e identifcadoras.

Por todo ello, el Día de la Provincia vuelve, y lo hace con el sentido correcto y medido de dar testimonio de una personalidad certera, de una cohesión histórica y social que debe mantenerse y aún promoverse, ir al crecimiento, dejar clara la palabra de en qué consiste. La Provincia de Guadalajara tiene sus señas de identidad cada vez más claras, mejor dichas y estudiadas, puestas en el álbum solemne de sus realidades. Solo nos queda mantenerlas, y aún acrecentarlas.

En homenaje a Josepe: Memoria viva de Suárez de Puga

jose antonio suarez de puga josepe

En los próximos días, concretamente el 21 de septiembre, miércoles, a las 8 de la tarde, en el Teatro Moderno, la ciudad de Guadalajara rendirá homenaje a uno de sus más ilustres hijos, que cumple años, todos generosamente productivos.

Como no voy a poder estar personalmente, por mor de un viaje previamente comprometido, y aún habiendo participado, a través de los escuetos y reglamentarios treinta segundos de locución, en la grabación que se proyectará y que reunirá voces de mil sitios procedentes, quiero dar en este medio que todavía me brinda hospitalidad mi versión del personaje, dejar que suene mi aplauso sentido, y dejar rodar mi voz, débil y desapasionada, en esta hora de homenaje y beneplácitos.

El escritor guadalajareño va a recibir, además, el nombramiento más que merecido de “Hijo Predilecto de la Provincia” en la Jornada que la Excmª Diputación dedicará al recuperado Día de la Provincia en Torija, el próximo viernes 23 de septiembre. Un nombramiento que honra, aún más, a quien la propone y entrega.

Conocí a Josepe en la librería de Emilio Cobos. No podía ser de otro modo: él andaba buscando lo último de García Nieto, y yo buscaba una guía de Guadalajara. Eran, probablemente, los años sesenta del pasado siglo. Una época en la que Cobos reunía las esencias de una cultura escrita que pugnaba por emerger tras muchos años de pacífica atonía. Suárez de Puga era ya, aún en plena juventud, un valor consolidado, porque con pocos versos en su haber, y un solo libro, había sido seleccionado por Federico Carlos Sáinz de Robles para aparecer en la “Historia y Antología de la Poesía Española” que con la firma de Editorial Aguilar había sido publicada en 1967.

La presencia de Josepe (Suárez de Puga) ha sido, desde mediado el siglo XX, un continuum en la vida cultural de Guadalajara. Afiliado desde casi niño a aquellos movimientos literarios cuajados de inquietud y ganas que supusieron el nacimiento de Trilce, y de doña Endrina, y que alentaban, sobre todo, Antonio Fernández Molina, Alejandro Ortiz Navacerrada, Antonio Leiva Fernández, Miguel Picazo, José Antonio Ochaita y Miguel Lezcano, entre otros muchos, mantuvo sus primeros pasos en los postismos valientes, pero siempre con una obsesión, la de la pulcra sonoridad del verso y la medida poderosa y exacta de la rima clásica. El 21 de marzo de 1952 daba su primer recital de poesía en los altos del Bar Soria, calle mayor baja… De esa aventura, en la que sigue instalado y caminando sin pausar un momento, es de la que Suárez de Puga sale aclamado y dando fe, como dijo el clásico, de que en España solo vence el que resiste.

De su poesía, que es lo único que hasta ahora ha quedado en forma impresa, conviene destacar sus pocos pero extraordinarios títulos: la “Dimensión del Amor” de 1957 (escrita y publicada a los 22 años de edad) y reeditada recientemente con el continuado asombro de sus lectores. El poemario dedicado a los “Ángeles de Tartanedo” en edición exquisita salida de los talleres de Aache, y más recientemente “La visita del tiempo” que ha servido de antológico remate a una trayectoria de velocidad lenta, pero profundidad incalculable.

Como no trato de hacer aquí una biografía al uso, ni una recopilación bibliográfica, puedo extenderme en algunas de esas facetas a las que Suárez de Puga ha dedicado sus momentos de intensa creatividad. Siempre medida, como si los cinco dedos de su mano izquierda repitieran el baile preciso de la belleza, de su pasión han salido además muchos dibujos, hasta el punto de que en septiembre de 2010 el Ayuntamiento de Guadalajara le dedicó una exposición con lo más granado de su obra, en la que sigue latiendo (entre piel y tinta) una idea rebelde, insatisfecha, segura de una cosa solamente: el deseo de sobrevivir en las formas, o en los versos.

Como además de sus cargos públicos, administrativos y políticos, ha ejercido la voluntaria tarea de analizar el pasado y sus protagonistas, en 1971 fue elegido Josepe Cronista de la Ciudad de Guadalajara, a la que ha dedicado sus meditaciones y estudios. Cuajando en forma de numerosas conferencias sobre aspectos relacionados con la historia y las esencias de Guadalajara y su tierra. Participando, además, de forma muy activa en diversas iniciativas culturales de las que destaca por encima de todas el mágico sentido de la alteridad en que ha puesto sus interpretaciones de don Juan Tenorio ante las volutas protorenacentistas de los palacios y las casonas de Guadalajara. El grupo “Gentes de Guadalajara” que es el que promueve este homenaje que la Ciudad rendirá a Suárez de Puga el próximo miércoles en el Teatro Moderno, ha querido así agradecer su entrega en tiempo dilatado a esta tarea, que ha supuesto la dignificación, y la afirmación certera de una marca, para el sustrato literario y patrimonial de Guadalajara.

No es exagerado decir ahora que José Antonio Suárez ha sido un lujo para Guadalajara, que le ha dado a la ciudad ese empaque con que él se presenta y articula su discurso. Desde la solemnidad con que escalaba las escalerillas del escenario del viejo Teatro Liceo, de riguroso esmoquin, dando la mano a Natalia Figueroa Gamboa, para entre los dos declamar las estrofas renacentistas del Marqués de Santillana en los días de su quinto centenario, a la emoción que puso en los recitales que ante miles de personas en la Guadalajara tapatía de México dio en diciembre de 1980, Josepe ha tenido siempre, como atributo esencial de su expresión literaria, y poética, la capacidad de transmitir la solemnidad de la vida expresada a través de sus más cotidianas esquinas.

Por todo ello considero que es de justicia este homenaje, que se ha hecho esperar mucho tiempo, pero que ha llegado con la certeza de estar cumpliendo una obligación de la sociedad alcarreña. Lo puedo decir con la emoción sincera de quien ha sido, en muchas ocasiones, testigo afortunado de su presencia, y aprendiz perpetuo de su lección, que se ha repetido en ocasiones diversas, más allá de las aulas, de la universidad o las fundaciones; en el corazón de las gentes, que emocionadas han aplaudido y felicitado a este a quien ahora reconocemos como guía y señal de nuestra tierra.

Una historia en un escudo: el de Guadalajara

escudo heraldico municipal de guadalajara

Para celebrar la Fiesta de la Ciudad de Guadalajara, nada mejor que viajar hasta el interior de su escudo heráldico, de ese emblema que representa a todos cuantos en ella vivimos, hemos nacido y seguiremos disfrutando de sus esencias.

Cabe decir, de entrada, que existen actualmente en nuestra provincia más de 150 escudos que representan a los municipios de nuestra tierra oficialmente. Algunos, como los de Sigüenza, Cifuentes, Guadalajara o Mondéjar, tienen muchos siglos de antigüedad, avalada por imágenes pretéritas o descripciones documentales. Y la mayoría han ido naciendo, y aún creciendo, considerados por todos, en nuestros días.

Esa heráldica municipal, que se debe y se quiere hacer conforme a los cánones tradicionales, es una fuente de explicaciones y simbolismos, que en la mayoría de los pueblos que ya la tienen, son conocidas de todos sus habitantes. Desde los clásicos como Jadraque o Cogolludo, donde se lucen las armas de sus antiguos señores (Mendozas y Medinacelis) hasta los más modernos como el de Azuqueca, donde se alzan la torre de su fábrica con las espigas de trigo de sus campos, hay una variedad enorme que conviene conocer, porque es motivo de curiosidad y entretenimiento.

Una cuarta parte, larga, de los municipios de Guadalajara, tiene emblemas que tallados en piedra o dibujados sobre las cerámicas esquineras de sus calles pregonan los colores y símbolos de su historia en forma de escudos heráldicos. Más de 150 localidades de nuestra provincia cuenta hoy ya con su escudo aprobado y en uso. Otras muchas están esperando hacerlo, inventarlo y reconocerlo, pero en cualquier caso el empuje de la historia, en forma de emblemas y armas blasonadas, viene con fuerza. Se aposenta en la plaza mayor de cada uno de nuestros pueblos.

El escudo de Guadalajara

El de Guadalajara es uno de los más señalados. Es, además, complejo y elegante. Falso, porque se ha inventado modernamente, y falto aún de declaración y aprobación oficial. El escudo de la ciudad se forma de un campo verde sobre el que aparece un caballero medieval seguido de una numerosa tropa, y al fondo una ciudad amurallada de la que destacan edificios contundentes, torre y banderolas. Todo ello sumado de un cielo azul sembrado de estrellas de plata. Siempre se ha dicho que representa el momento de la conquista de la ciudad por Alvar Fáñez, hecho legendario ubicable en el mes de junio de 1085. 

Pero la realidad es bien distinta. El escudo original de la ciudad, el que puede verse en sellos de cera pendientes de los documentos concejiles del siglo XIII, y luego en escudos tallados procedentes de iglesias, concejos y palacios, es más sencillo. Trátase de un caballero armado, cubierto de arneses metálicos, con espada en una mano y un pendón o banderola en la otra, sobre caballo, con un fondo de estrellas. Esta enseña es más lógica y genuina, pues procede del símbolo de la representatividad democrática del pueblo arriacense por antonomasia. El caballero de la imagen es el juez o primera autoridad elegida por los caballeros, hidalgos y pecheros. 

Este símbolo heráldico, que ha sido estudiado con mucho detenimiento en la variada bibliografía existente sobre el tema, debería ser adoptado como auténtico escudo de la ciudad. Siempre es buen momento para articular el correspondiente estudio y la propuesta al pleno del Ayuntamiento, para que si existe consenso suficiente, sea enviado a la aprobación de la Junta de Comunidades previo informe favorable de la Real Academia de la Historia.    

Minaya Alvar Fáñez

Todas las ciudades tienen su mitológico nacimiento a través de las manos de un dios pagano, de un héroe griego, de un ejército romano, o de un guerrero medieval que la sacó de ajenas manos. León fue fundada por una legión romana, y Tarazona nada menos que por Hércules. Así hasta el infinito. Guadalajara, para no ser menos, tiene en el héroe Alvar Fáñez (minaya era un apelativo amistoso y familiar) su iniciador más contundente. Primo y alférez del Cid Campeador, participó junto al rey Alfonso VI de Castilla en la campaña de acoso y conquista final del reino andalusí de Toledo. Luego tuvo mando en diversos alcázares de la tierra (leáse Zorita, Alcocer y algunos otros) y quedó en las leyendas de diversos pueblos, como Armuña, Horche e Hita como su mítico conquistador. 

Del guerrero y estratega (que entonces, en el siglo XI, era sinónimo de político, porque la política se hacía con  lanzas y catapultas) han quedado entre nosotros algunos recuerdos someros: el torreón de la primitiva muralla medieval, por donde se dice que entró a tomar posesión de la ciudad en la estrellada noche de San Juan de 1085; la calle de su nombre, que parte del referido torreón y llega al Mercado de Abastos, y el busto en bronce que modeló Sanguino y hoy vemos en el paseo de las Cruces. 

Es muy acertado el tratamiento, basado en imágenes, frases, recuerdos, del héroe castellano, en el espacio museificado de ese Torreón de Alvarfáñez, que durante siglos se llamó del Cristo de la Feria, por haber dedicado su espacio al culto de una talla de Jesús crucificado. Es una forma de entregar a las nuevas generaciones la memoria de un personaje, de su época, y de sus hechos. 

Por eso se entiende que el original escudo o emblema de la ciudad, con un caballero representativo de sus fuerzas populares, haya sido interpretado en años de romanticismo como el personaje conquistador, el héroe motivador, minaya Alvar Fáñez.

Historia y tradiciones en imágenes

Sea de una manera u otra, la historia y las tradiciones, que son esa base cultural y popular sobre la que debe edificarse el caminar futuro, están bien representadas, y con sabia mano, en los escudos heráldicos municipales. El de Guadalajara es un ejemplo muy llamativo de ello.

Porque tenemos el elemento original y sustanciador del mismo, un caballero armado y abanderado, símbolo y autoridad del burgo. El juez, o el más destacado representante del rey y del pueblo al unísono: armado, montado, abanderado. En su origen, el mejor símbolo que pudiera tomarse.

Pero luego modificado por las leyendas traídas, por las ensoñaciones de poetas, por los escritos seudoeruditos de viejos cronistas. Ese emblema que hoy parece multicolor escena de una ópera de basamentos históricos, es sin embargo el que da pie a cabalgatas y logotipos, a la sustentación de pregones y aparataje festivo. El juez transformado en guerrero con nombre y apellido. La solemnidad de un cortejo ampliada a la escena, casi cinematográfica, de un instante cuajado en el tiempo.

Así es que la fecha festiva en que nos encontramos es un momento ideal para volver a plantear esta vieja disquisición de lo singular y ancestral inserto en nuestros días. A través de algo tan sencillo, brillante y entretenido como la heráldica municipal, puede uno entrar en el camino del análisis, del conocimiento y de la defensa del Patrimonio Cultural de Guadalajara. Claro que para que ese camino sea expedito, con buen firme y destino seguro, hace falta todavía que todos entiendan lo que los escudos significan, y que la heráldica no es algo propio del pasado, periclitado en sus objetivos, sino una expresión más, perenne, del deseo y la necesidad de las gentes de sentirse identificados con la tierra en la que viven. Un sentimiento, un impulso, que nunca podrá tacharse de antiguo, de reaccionario, sino de –simplemente– fisiológico.

Lecturas de Patrimonio: el templo de Millana

Millana

Una de las iglesias románicas más meridionales de Castilla la encontramos en la Hoya del Infantado, en el valle del río Guadiela, frontera de las tierras de Guadalajara y Cuenca. Junto con Alcocer y Valdeolivas, son los mejores testigos de la Edad Media en estas tierras de la Baja Alcarria. Vamos a visitarla hoy, por fuera y por dentro, y adentrarnos en el mensaje que su piedra tallada encierra.

La villa de Millana se encuentra situada en plena Alcarria, en el valle del río Guadiela, dentro de lo que históricamente se conoce como la Hoya del Infantado. Reconoce un pasado común con Alcocer, Salmerón y otros lugares del mismo entorno geográfico. Tras diversos avatares señoriales, en el siglo XV quedó en poder de los Mendoza alcarreños, que la poseyeron durante muchos siglos. Y aunque no podemos asegurar que este lugar fuera incluido en el Señorío que Alfonso X creó para doña Mayor Guillén de Guzmán en 1255, sí que podemos sospecharlo, tanto por la proximidad a la cabeza de ese Señorio, la villa de Alcocer, como por el ejemplo palpable de su iglesia, cuya portada meridional puede datarse en los inicios de la segunda mitad del siglo XIII, lo cual añade otro dato a nuestra teoría de una cronología muy avanzada para el románico alcarreño.
La iglesia de Millana presenta importantes restos de su primitiva construcción románica. En el siglo XVI fue completamente rehecha, pero se conservaron sus dos portadas y buena parte de sus muros, procediéndose solamente a la reedificación y ampliación de la cabecera del templo. Su interior es de una sola nave y no ofrece elementos de interés, salvo el gran cuadro de Felipe Diricksen, recientemente restaurado, que supone una joya de la pintura del Siglo de Oro en esta apartada iglesia.
En el exterior, aparte de las numerosas y diferentes marcas de cantería en los sillares de sus muros, especialmente en el del norte, lo más señalado de este templo es la presencia de dos portadas que le confieren un interés especial en el examen del arte románico en la Alcarria.
La portada norte es muy sencilla y se encuentra hoy tapiada e inutilizada. Consta de un arco muy simple, con moldura sencilla y decoración de bolas. Enmarcando al arco aparece un filete con simple molduraje. En cualquier caso, y a pesar de su sencillez, esta portada norte, utilizada en tiempos remotos, del templo parroquial de Millana, es interesante y prueba de un modismo constructivo habitual en el siglo XIII.
Pero el elemento más valioso y definitorio de este templo es su gran portada meridional, que ofrece una estructura muy clásica dentro de lo que el arte románico suele presentar. Tenemos aquí un ejemplo vibrante, que además ha resultado muy bien restaurado, del románico castellano de la Transierra.
Situada centrando el paramento sur del edificio, necesitó que a éste le hiciera un cuerpo saliente para albergarla, debido a la profunda bocina de sus arcos. No hay duda para asegurar que, desde su construcción, en el siglo XIII, esta portada se ha mantenido sin cambios apreciables en su conjunto. Se aloja, como digo, en un saledizo cuerpo de sillares bien tallados, en los que abundan las marcas de canteros. Este cuerpo saliente se cubre de un tejaroz sostenido por magnífica serie de canecillos que alternan con metopas o rosetas en las que aparece decoración interesante. El ingreso propiamente dicho se constituye por una serie de cinco arquivoltas baquetonadas, llevando al interior un arco liso que hace el oficio de cancel, y que se apoya en lisas jambas laterales que escoltan el ingreso, en tanto que las cinco arquivoltas descansan sobre una serie de cuatro columnas adosadas a cada lado, con basa moldurada y corrido plinto. Estas columnas rematan en sendos capiteles que ofrecen una bella e interesante decoración, que comentaremos a continuación. Finalmente, ante la portada descrita se abre un amplio espacio rodeado de alta barbacana, correspondiente al antiguo cementerio o salón del templo, hoy ocupado de árboles y jardines, lo que le confiere un encanto aún mayor.
La portada románica de Millana tiene unas características comunes con la del Salvador en Cifuentes. Es de su misma época (2ª mitad del siglo XIII), está erigida y costeada (muy posiblemente) por la misma persona (Mayor Guillén de Guzmán), y presenta una distribución de sus elementos tectónicos y decorativos muy similares, aunque eviden¬temente es más sencilla. El estilo de sus elementos iconográficos es, dentro de su ingenuidad y rudeza, también similar a los de la referida portada, y a su vez a los de la puerta mayor del templo de Santa María del Rey de Atienza. Pertenecen al arte muy esquemático y simple de una cuadrilla de canteros que obedeciendo programas previamente establecidos por clérigos y matizados por señores, recorren la Alcarria poniendo en esa época su ingenua visión del mundo trascendente. Y la recorren a lo largo de un eje que coincide con el “Camino de Santiago” levantino, o “Ruta de la Lana”, el auténtico Camino de Santiago que atraviesa la provincia de Guadalajara.

La iconografía

Los elementos iconográficos más destacados de esta estructura románica se encuentran localizados en el friso superior de canecillos y metopas alternantes, y en la serie de ocho capiteles que rematan las columnas adosadas en el ingreso. En los canecillos apenas se advierte rastro de escultura, pues la mayoría son simples bloques de piedra tallada, ofreciendo algunos muy esquemáticos perfiles de animales. En los huecos entre los canecillos aparecen tallas denominadas metopas, en las que se pueden observar algunas curiosas figuras. Predominan las de tema vegetal, con rosáceas, palmetas, etc., siempre tratadas con una intención claramente decorativa e irreal. También se ven dos figuras de animales: un cuadrúpedo, que podría ser un león, y un ave de presa, indudablemente un buitre, que ataca y engulle a una víctima.

millana

El capitel de la arpías en la portada románica de Millana


Los capiteles que rematan a las columnas adosadas ofrecen una decoración que entronca con la idea románica de exponer en las portadas elementos del Antiguo y Nuevo Testamento alternando con las figuras irreales del bestiario medieval, en esa mezcla tan típica de una edad en la que todo lo maravilloso e intemporal cae dentro de un mismo concepto narrativo y conceptual. A la izquierda del espectador se presentan cuatro capiteles en los que aparecen parejas de figuras enfrentadas en su centro. A pesar de la dificultad de identificación debido a las agresiones que han sufrido a lo largo de los siglos, y al esquematismo de su inicial talla, vemos de izquierda a derecha una pareja de basiliscos, otra de centauros, otra de grifos y otra de arpías. En el grupo situado a la derecha del espectador, se encuentran otros tantos capiteles, en los que de derecha a izquierda vemos un ser con gorro escoltado de dos figuras diablescas; le sigue otro capitel con una pareja de leones enfrentados; otro en el que se ve a un anciano junto a un ángel que baja de la altura y la escena de la Natividad; y finalmente, el más interno, ofrece una figura de ángel separada por la esquina central del capitel de otra figura de aspecto femenino más el abrazo de dos mujeres. Por la rudeza de su talla, el significado de estos capiteles se mantiene un tanto arcano.
Puede considerarse muy claro el significado de los cuatro capiteles de la izquierda. Son parejas de elementos del bestiario medieval. Los basiliscos (mitad gallo mitad serpiente) son unos seres maléficos que matan cuanto miran o tocan. Los centauros retratan la parte animal y baja del hombre, y pueden identificarse con elementos pecadores. Los grifos, mezcla de águila y león, son elementos benéficos, protectores de los caminos y de los caminantes. Las arpías, o sirenas-pájaro, son seres emplumados con alas explayadas y cuyas colas se enredan en los cuartos traseros, llevando un gorro de tipo frigio y los cabellos colgando sobre los hombros. Se dice que estas arpías son hijas de Neptuno y el mar, y representan al vicio en su doble expresión de culpa y castigo. En definitiva, la serie de capiteles de la izquierda de la portada de Millana tiene un equilibrio perfecto en cuanto a representación del Bien y el Mal en forma de animales del bestiario.
En los capiteles de la derecha, vistos desde dentro a fuera, nos encontramos en el primero con lo que podría ser la representación de la Anunciación del arcángel Gabriel a la Virgen María. Una figura angélica saluda a otra femenina, y es fácil identificarlo con la escena bíblica referida (Lucas, 1, 26). Además aparecen dos mujeres abrazándose, sin duda la Visita de María a su prima Isabel. La segunda escena muestra un ángel que, como si descendiera de lo alto, se aparece a un personaje con características de viejo, barbado. Podría identificarse, con ciertas dificultades, y en base a su hilación con la escena aneja, a la revelación del ángel a San José, en sueños, de la concepción milagrosa de María (Mateo, 1, 18). Tras la restauración, ha quedado a la vista la continuación de esta escena, en la que aparece claramente una cuna sobre la que yace un Niño, escoltado de dos animales que le alientan, uno con orejas grandes y el otro con cuernos. Se trata de la Natividad. En el tercer capitel, aparecen sendos animales (muy posiblemente leones) afrontados, con su habitual significado de poder. Y en el cuarto capitel aparece un anciano con barba y un alto tocado que tiene un diablo a cada lado. Estos diablos muestran el torso desnudo y portan faldellín y tocados enrevesados. Uno de ellos posee cabeza de bovino con cuernos. Está claro que, sin un orden neto, esta serie de capiteles representan dos escenas de la Biblia, del Nuevo Testamento en concreto, más otra del bestiario y, en fin, una típica manifestación del Juicio de las almas, con su sentido premonitor y advirtente de los Novísimos.
En definitiva, se trata en este caso de Millana de una iglesia románica de la que apenas sobreviven sus portadas, apareciendo en una de ellas elementos tradicionales de la iconografía medieval, inscritas en un área de influencia que, en relación directa con Atienza y Cifuentes, prolonga hasta la baja Alcarria desde la Castilla de en torno al Duero, un modo de hacer de origen netamente franco y poitevino.