Artistas en la ciudad: Campoamor, Cruz y Roa

Artistas en la ciudad: Campoamor, Cruz y Roa

viernes, 3 junio 2022 2 Por Herrera Casado

Un trayecto que atraviesa la ciudad en varias direcciones alcanza la presencia de tres grandes artistas en nuestra ciudad: Jesús Campoamor, Juan Cruz y Francisco Roa, con sus óleos, esculturas y acuarelas sorprendentes.

De vez en cuando salgo a pasear por los ejes de la ciudad, y entro en los edificios que mantienen una actividad de promoción artística. Por ejemplo, la Sala “Antonio Pérez” del Centro Cultural “San José” de la Diputación, o la Sala de Arte de Ibercaja en la calle del Capitán Arenas. También en el Palacio del Infantado, en sus salas altas, o en el patio central del Palacio de Dávalos. Esta vez he recorrido todos ellos para admirar algunas obras que nos han regalado los artistas a los que tenemos la suerte de contar entre el paisanaje militante de nuestra Alcarria.

Es Jesús Campoamor un clásico del arte alcarreño. Desde muy joven (nació en 1933) ha sido un referente de la pintura, con actividad incansable, y exposiciones periódicas. Ahora la Diputación Provincial ha montado una gran exhibición que reúne los caracteres de antológica, porque ofrece todas las facetas que el artista ha tocado, a lo largo de más de 60 años de actividad.

Así, y en la penumbra de la sala, despierta nuestros sentidos la luz que sale de sus cuadros, el aire sugerente que rodea a sus esculturas. Campoamor es un artista excelente y completo, que no se limita a tener una perfección estilista o técnica, a realizar de encargo de este o aquel retrato, sino que posee una sólida formación cultural y unas ideas propias acerca del hombre y de la vida. Ello le posibilita volcar en sus lienzos, a la hora de hacer tangible su pensamiento y su inspiración, un paisaje de humana dimensión, una marca de impresionismo subjetivo y personal que acentúa el valor y la belleza del cuadro.

Las Cuatro Estaciones, de Jesús Campoamor

Tengo que agradecerle, y aquí lo hago, que en su catálogo haya escogido unas frases mías para, junto a las escritas por Cela, Nieto Alcaide, Ramón Hernández o García Marquina, tratar de aproximarme a su mensaje. La obra pictórica de Campoamor es no solo una parte del arte de la pintura, sino que comulga de la música y de la poesía. Como gran conocedor y amante de esas otras parcelas del arte, es capaz de unificar en los lienzos sensaciones y valores de todas las parcelas de la belleza.

En esta exposición antológica brilla con fuerza su descarnada visión del paisaje alcarreño, en sus cuatro estaciones, con sus modulados colores, sus cielos eternos, sus distancias infinitas. Le tengo por artista de cabecera, por sabedor de referencia y sobre todo por amigo de intenciones: una persona junto a la que se puede caminar el mundo.

Es Juan Cruz un artista que –nacido en Madrid– se ha hecho universal por su arte, y su trayectoria, ya tan larga. A sus 92 años, pletórico de ideas y entusiasmos, reside en Cañizar, un pequeño pueblo alcarreño cercano a Torija. El pasado jueves 26 de mayo, y llevado por Javier Orozco de la Galería Inaudita de Guadalajara, pasó dos horas en charla con el público que acudió a conocerle en el patio central del palacio de Dávalos. Tiene su obra escultórica de pequeños tamaños expuesta en varios espacios de la ciudad, y en ellos muestra el concepto de rotunda vigilancia que sobre el mundo y sus seres movientes ejecuta a diario.

Juan Cruz, que forma ya en la galería de grandes escultores españoles (junto a nombres como Pablo Serrano, Eduardo Chillida, Josep Maria Subirachs o Agustín Ibarrola) se ha venido especializando en obras de gran tamaño, en construcciones que afrontan el aire y el vacío con sus mensajes atención a la renovada fe en el hombre. Ese Ícaro que aletea junto a los ascensores de la Biblioteca Provincial es muestra ávida de su concepto del arte, en el que aúna formas concentradas sobre materias contundentes. Fue un placer y una gran enseñanza oírle, porque Juan Cruz rebosa humanidad y saber, y hace que todos nos sintamos un poco sus discípulos: de momento invito a que mis lectores contemplen su obra, sobre pedestales o en vitrinas, y hagan suya la alegría del escultor al encontrar esas formas frente a sí, esas formas que andaban perdidas en un aire de vacíos. Guadalajara se felicita de tener a Juan Cruz, ahora, viviendo entre nosotros.

Ícaro, por Juan Cruz

El quehacer del escultor va más allá de las piezas de esta colección que ahora vemos. Él tiene en su casa de Cañizar (donde fijó su residencia huyendo del ruido y la tontera de Madrid) un acopio inabarcable de proyectos, maquetas e ideas. Decía la semana pasada que siempre está creando, porque si no tiene tiempo de construir una escultura, “la va pensando”. No solo imagina el aire cuajado, sino que tiene soluciones técnicas para armarlo, ejecutarlo y entregarlo a la vida perenne.

Es Fernando Roa un singular ejemplo de artista arriacense. Nacido en nuestra ciudad, en 1963, a la edad de los estudios se fue a Madrid y allí obtuvo los títulos correspondientes de la licenciatura de Bellas Artes en su Facultad correspondiente. Desde entonces, su vuelo ha sido continuo, planeando entre Madrid, los Estados Unidos de América y los Países Bajos. Técnicas aprendidas a cada paso, experimentación continua, y un ansia por encontrar nuevos caminos, siempre amparados por la guardia segura de la perfección y el hiperrealismo.

He visitado su exposición en la Sala de Linajes del palacio de los duques del Infantado de Guadalajara. Es un lujo tener esos cuadros enormes, esas minúsculas ráfagas de lápiz y acrílico a un metro de nuestros ojos. También lo es ver pasar ante nuestros ojos las formas cadenciosas y perfectas de sus figuras talladas. Va a estar abierta la muestra hasta el 3 de julio, y allí el espectador podrá comprender otro de los caminos del arte, el que atrae sobre una superficie lisa, a base de color y paciencia, la realidad que nos rodea. Allí están los apuntes de paisajes soñados, y las evidencias ciertas de castillos y campanarios de la Alcarria. Allá estarán a la vista de todos las secuencias geométricas de los edificios que bordean los canales del Amster y las posibles resurrecciones en otra dimensión de edificios (románicos, góticos, barrocos) que el hombre alzó y se perdieron.

De Francisco Roa solo cabe decir que siempre asombra. Que tiene técnica (cosa que se adquiere a base de estudio y horas) y, sobre todo, ideas. Visión analítica del entorno, delicada pasión por generar mundos nuevos. En estas estamos, y en este camino de arte y artistas nos vemos. Guadalajara muestra en ellos su dinámica continua, su plausible apuesta por el futuro.