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abril, 2022:

Visita a Embid, y hallazgo de una tabla japonesa del siglo XVII

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Otra historia, hasta ahora desconocida, del Camino Real de Aragón, a su paso por nuestra provincia. Se trata de la identificación de un frontal de altar realizado en Japón, por artistas japoneses, y representando una comitiva señorial del lejano País del Sol Naciente. Está en Embid, y aquí cuento de su hallazgo y significado.

Hacía dos años que teníamos previsto el viaje cultural al confín de nuestra provincia y el bajo Aragón. Las medidas confinatorias por la pandemia lo impidieron y ahora se ha hecho posible. Porque, además, el alcalde actual de Embid es un asociado a los Amigos de la Biblioteca de Guadalajara, que es la institución cultural que ha organizado el viaje.

Tras haber conocido la población de Daroca, en la ribera del Jiloca, y visitado las lagunas de Gallocanta, fronterizas entre Aragón y Castilla, el numeroso grupo de socias y socios de la Biblioteca nos trasladamos a Embid, donde visitamos el castillo, ahora felizmente restaurado y tan bien mantenido que será objeto de próximo trabajo divulgativo por mi parte.

Lo que sí visitamos a continuación fue la iglesia parroquial, dedicada a Santa Catalina mártir, donde buscamos las esencias de esa ancestral cultura religiosa en forma de retablos, santos populares, pila bautismal, y orfebrerías. Cuando pasé por allí con ánimo de búsqueda y catalogación del patrimonio de la villa, hace ya varias décadas (teniendo entonces la suerte de penetrar en la casona que fue vivienda del historiador León Luengo, y analizar sus archivos) hice una valoración muy somera de un elemento clave de esta iglesia. Concretamente, el frontispicio de su altar, al que de un plumazo catalogué como “un frontal de altar en cordobán oriental, de increíble belleza”. Ahora he vuelto a ponerme ante esa pieza, que afortunadamente sigue allí resistiendo el paso de los siglos, y me he percatado que la cosa no es exactamente así. Porque se trata en realidad de un grupo de maderas sueltas, acopladas constituyendo una pieza uniforme, y que bien podría proceder de un anterior biombo o cuadro (puesto que está hecho sobre madera) de indudable filiación oriental, sí, y más concretamente japonesa.

Este frontal de altar de Embid, que con la nueva lectura que me atrevo a hacer se erige como pieza única y sorprendente del arte japonés del periodo Azuchi-Momoyama en la provincia de Guadalajara, está constituido por un conjunto de tablas ensambladas de 2,5 metros de anchura, por 0,8 m. de altura, aproximadamente. Pintado con una técnica de relieve brillante, que sin duda es un lacado de gran calidad, porque ha aguantado ahí mucho tiempo, concretamente cuatro siglos largos. Y que fue un regalo del samurái Hasekura Tsunenaga a la parroquia molinesa, cuando la visitó en el verano de 1615, en su viaje de Madrid a Barcelona. 

Pero primero conviene saber algo, escueto y esencial, del personaje donante y de su trayectoria vital.

La embajada Keicho, del Japón a España

Sobre esta interesante parcela de la historia de España mucho puede decirse. Este sería su breve resumen, orientado en datos a lo que aquí nos concierne. La embajada del samurai japonés Hasekura Tsunenaga se hace con el objeto de iniciar intercambios comerciales entre ambos imperios. Discurre el largo viaje del samurái y sus gentes entre 1613 y 1620, y se le da clásicamente el apelativo de “La Embajada Keichó” en alusión a la época del calendario japonés en que se realizó.

Enviada esta embajada por el daimyo (o monarca) de Mutsu, Date Masamune, el grupo parte de Japón hacia Filipinas primero, luego llegan a Acapulco, atraviesan la Nueva España, y emprenden viaje hasta Sanlúcar de Barrameda, donde desembarcan el 5 de octubre de 1614. En Sevilla, su principal objetivo, establecen relaciones comerciales, pero siguen camino, por Coria del Río, hacia Madrid, donde llegan a comienzos de 1615, siendo recibidos por el rey Felipe III el 30 de enero. En Madrid quedan, alojados en el Convento de las Descalzas Reales, donde es bautizado el samurái el 17 de febrero, tomando el nombre de Felipe Francisco Hasekura, en presencia del rey y de la Corte. Pasan en Madrid la primavera y verano de 1615, y en septiembre de ese año inician su viaje hacia Roma, para ser recibidos por el Papa.

El viaje desde Madrid lo hacen por el Camino Real de Aragón. Que ya sabemos por qué lugares pasaba en nuestra provincia: lo vimos la semana pasada. Alcanzan de inicio Alcalá de Henares, donde son recibidos por el rector de su Universidad. Pasan por Guadalajara (habrá que investigar quien los recibió, en aquellos días de finales de agosto-principios de septiembre de 1615) y siguen el Camino Real por Torija, Alcolea del Pinar, Maranchón, y llegan a Daroca, pasando también por Concha, Tartanedo, Tortuera y Embid. En Barcelona embarcan para Roma, donde son recibidos por el Papa, cardenales diversos, humanistas de todo tipo, quedando rastros múltiples, literarios, artísticos, etc. del paso de la Embajada Keicho por Roma. La vuelta se hizo por el mismo camino, en marzo de 1616.

El viaje de ida desde Madrid a Roma, pasando por Alcalá, Guadalajara, Daroca, Zaragoza, Montserrat, Esparreguera y Barcelona, lo narra con todo detalle Scipion Amati, que escribió una crónica detallada sobre esta Embajada, y se publicó en Roma por G. Mascardi en 1615. Y además sirve de información detallada de este viaje la recopilación documental “Dai Nippon Shiryo. Japanese historical materials” hecha por el Institute of Historial Compilation de la Imperial University of Tokyo, parte XII, Volumen XII, Tokyo, 1909. Añadiendo de interés la lectura de “Visiones de un mundo diferente”, de Osami Takizawa y Antonio Míguez Santa Cruz, en edición del Centro Europeo para la difusión de las Ciencias Sociales, Córdoba, 2015.


Hasekura Tsunenaga pasó por Embid en 1615

El regalo de Hasekura Tsunenaga a la iglesia de Embid

Es sabido que el Camino Real de Aragón, que pasa del valle del Henares, atravesando la meseta alcarreña y el páramo molinés, para alcanzar la vertiente del Ebro en el Jiloca de Daroca, tenía su final aduana castellana en Tortuera, y su frontera definitiva en Embid, por entonces una villa de importancia, enseñoreada por un gran castillo fronterizo, y con varios palacios de hidalgos escudos frontales. El señorío lo ostentaban los Ruiz de Molina, herederos del mítico “caballero viejo”, que en el transcurso del siglo XVII alcanzarían el beneficio de recibir el marquesado de Embid de manos del monarca español. No podemos entrar ahora en los detalles de quien era el cura, los beneficiados, y las jerarquías que gobernaban el pueblo en ese verano de 1615, pero sí que es muy probable que tras pernoctar allí esta embajada, y en agradecimiento a las atenciones recibidas por la población, el grupo japonés encabezado por el samurái Hasekura les regalara una de las piezas artísticas que llevaban encima, traída desde el Japón en largo viaje, y que allí quedó como testimonio del paso de esta Embajada nipona por aquellos campos ya agostados y pálidos bajo el sol de la meseta.

El conjunto de la obra, muy oscura de tonos, muestra un paisaje oriental muy vivo, cuajado de especies arbóreas no identificadas porque todas son del archipiélago oriental, más montes orondos, y un celaje bravío en el extremo superior.

Al centro, vénse muchos personajes varios, pero llama la tención una comitiva señorial en la que un jerarca tocado de gorro de gran ceremonia, a lomo de un caballo, es protegido del sol por una especie de hornacina que lleva un sirviente. Otros van a caballo, llevando grandes parasoles, y muchos otros caminan portando en sus manos, banderolas, estandartes y plumas. Escenas individuales, como complementos ambientales, se ven distribuidas por el frontal. Y así destacan unos monjes budistas, un cazador de tigres, dominando uno de estos animales, varios músicos, sentados al paso del cortejo, y algunos ancianos caminando sobre puentes. Hasta un total de 30 figuras humanas se ven en esta obra (9 de ellas sobre caballos), que al menos queda clasificada de cara al necesario inventario del patrimonio provincial, y que debe ser, de forma permanente, admirada, considerada y cuidada como merece.

Memoria del Camino Real de Aragón por Molina

concha camino real de aragon

Además del Camino de Santiago, que muchos hacen a través de la antigua Ruta de la Lana, por nuestra provincia corrieron otros muchos caminos de denso tránsito, por los que obligadamente habían de pasar cuantos tenían que hacer viajes a lejanas tierras. O al Sepulcro del Apóstol, o a la gran ciudad de Zaragoza, junto al Ebro. Camino de la Lana, Camino de Navarra, Camino Real de Aragón… esos eran los antecesores de nuestras actuales autopistas.

Al Camino Real de Aragón muchos lo conocieron como “senda de los aragoneses” y era un importante itinerario de tradición medieval por la España interior. Era realmente el trazado principal (no fácil, sin ciudades de relieve ni acomodos residenciales) que servía para llegar desde Madrid, la Corte, a Zaragoza primero, y de allí más tranquilamente hasta Barcelona y la vecina Francia. Buena parte de este camino se hacía a través del Señorío de Molina, donde han quedado diversas memorias de su trazado. Aunque desde Madrid subía por el Jarama, y el Henares, desde el siglo XVII cobra auge la subida de Torija, y el uso de la llanura alcarreña hasta Alcolea del Pinar, a partir de donde se utilizan los pasos de Aguilar de Anguita, Maranchón, Balbacil, Anchuela del Campo, Concha, Tartanedo, Tortuera y, Embid (donde había aduana) siguiendo por Used, Daroca, Retascón, Mainar, la Venta de San Martín, Cariñena, Longares, La Muela, la Venta de Mozota, la Venta de Botorrita, Santa Fe llegando a Zaragoza.

Utilizó este camino (está bien documentado) Felipe II y su corte, en febrero de 1585. En Maranchón ha quedado memoria de su paso, y el recuerdo de cómo tuvo que detenerse el rey unos días, por haber caído una gran nevada que paralizó cualquier posibilidad de comunicación. Volvió a nevar unos días después, con los campos de Tortuera y Embid completamente blancos: los hombres de Used salieron para ayudar a bajar los carros por la cuesta que desciende a Daroca. Por este camino pasaron, quedan memorias, los reyes Carlos II (1677), Felipe V (1701) y Carlos IV (1802). Numerosos escritores extranjeros lo describen, porque lo usaron en ocasiones, como la de 1794 en que lo transitó Camilo Borghese, príncipe de Sulmona, segundo marido de Paulina Bonaparte, o el príncipe florentino Cosme (III) de Médicis, en 1668-1669, cuando fue acompañado en su corte por Pier María Baldi que fue haciendo retratos de paisajes y pueblos por donde pasaban.

Hay una Relación de 1738, muy en detalle, de este Camino Real que unía Madrid con Zaragoza, especialmente el que pasado Maranchón se desviaba hacia el nordeste, por Daroca y Cariñena. A este camino lo cataloga como “de los más principales de España” el Itinerario español o Guía de caminos escrito por José Matías Escribano en 1767. En esa época, estaba clasificado como Camino General de Ruedas, frente al Camino de herradura que suponía el trayecto por Calatayud. 

En el Camino Real de Aragón destacaba la localidad de Concha. Y en ella, la residencia habitual, al menos en verano, del abogado de los Reales Consejos e historiador molinés, don Gregorio López de la Torre y Malo. Habitaba la gran “casona del Mayorazgo”, que tuve la fortuna de visitar, aún habitada, hace cincuenta años, cuando en el pueblo de Concha se oían risas de niños y nostalgias de abuelos. Allí encontré un documento, que ya he comentado en ocasiones anteriores, escrito de su puño y letra por el historiador molinés, en que daba cuenta de las personas de calidad que pasaban por el camino, alojándose muchas de ellas en su casa. En esa relación se comprueba, con asombro, la cantidad de gente que pasaba entonces, mediado el siglo XVIII, por este Camino Real que comunicaba Madrid con Zaragoza, y que nos permite imaginar la amabilidad con que López de la Torre recibía a todo tipo de caminantes, peregrinos, infantes de España y ministros de su gobierno… todos tenían que andar, en carrozas o a pie, sobre mulas o en tartanas desvencijadas, por aquellas sendas polvorientas de la sesma del Campo. Y entre otras presencias ilustres menciona a:

El 28 de Febrero de 1729 estuvo en este lugar de Concha el Muy Rvdo. P. Juan Matheo López, mi pariente, Provincial de los Clérigos Menores, Catedrático de Prima de Teología en Salamanca y ynsigne Predicador que pasaba acompañado de muchos vocales de su Religión al Capítulo General de Roma, Oy Obispo de Murcia. Murió en 1744.

El día 29 de Marzo de 1729 estuvo en mi casa de Concha el Rmo. P. Juan Soto, Comisario de la Orden de N.P. S. Francisco de todos los reynos de España, acompañado del Definidor General, del Secretario Gral. Del Comisario Gral. De Jerusalén, del Custodia General de Indias, del Provincial y Custodio de la Provincia de la Concepción y otros Padres graves de la Religión, pasaban al Capítulo General de su Religión en Milán.

El día 20 de Mayo estuvo en este lugar el P. García, Obispo de Sigüenza, a la visita.

El día 17 de julio el Provincial y Custodio de los Descalzos de San Francisco de la Provincia de Alentexo en Portugal, nos dieron a mi prima, a la chica y a mí tres indulgencias plenarias.

El 7 de mayo de 1731 estuvo en Concha el Cardenal Aldobrandini, nuncio de España, y el Obispo de Sigüenza, P. García, en mi casa.

Estuvo el Conde de la Gomara, el Coronel de Nápoles, el Marqués de Grazia Rl., el conde de Tagonda, el Brigadier Veyle, el Ayudante de las Guardias, el Conde de Friburg, el Brigadier Ladron de Guevara, el Capitán Aumada, y un Coronel francés.

Estuvo en casa Pignatelli, Mariscal de Campo en abril de 1734.

El 27 de febrero de 1742 estuvo en casa el Infante Don Felipe, quando pasó a la Lombardía, en la sala de arriba, acompañado de mucha comitiva y gente como si pasara el Rey, y el confesor mi amigo el P. Aller, Clérigo Menor, Catedrático de Salamanca.

La Serenísima Infanta Doña María Antonia Fernanda estuvo en mi Casa el día 20 de abril de 1750 acompañada de la Duquesa de Medina Zeli, de Solferino, del marqués de Talbares, del Marqués de la Torrecilla Ribera y innumerable acompañamiento que de orden del Rey s ele hizo, y fue un concurso muy grande y el mismo que si pasara el Rey, con su alcalde de Corte que iba delante, D. Pedro Ruiz Egea, iba a casar la Princesa de Saboya, le dieron en dote 500 mil doblillas esto es 250 mil doblas, y se gastaría en el viaje 50 mil pesos.

Viniendo del Capítulo Gral. estuvo en Casa el P. Comisario generl. de Indias, acompañado de los custodios y Probinciales de Andaluzia, eñ Rdmo. P. Velasco, Natural de Aragamasilla, hizo el hospedaje el Guardian de Medinaceli.

El Excmo. Sr. D. Pedro Abarca y Bolea, Conde de Aranda, Capitan Gral. unico de los Exercitos de España y Presidente de Castilla, estuvo en Concha yendo a Madrid en 21 de Sep. de 1769 y vino a visitarme a mi casa en dho. dia con muchas espresiones.

Algunos años después, en plena Guerra contra Napoleón, Alexandre Laborde en 1809 le considera capital en su ”Itinerario descriptivo de las provincias de España”. Todavía en 1830 el ingeniero Francisco Javier de Cabanes (que intentó hacer navegable el Tajo por el centro de España) en su “Guía general de correos”, mantiene el camino entre Alcolea, Anguita, Maranchón, Anchuelo, Tartanedo, Tortuera, Embid, Used y Daroca, como principal, aunque dice que se está usando otro que va de Molina directamente a Daroca, y que al final sería el más utilizado. Fue en la época de Pascual Madoz, mediado el siglo XIX, cuando se iniciaron los estudios para crear el Camino de Alcolea a Teruel por Monreal, lo que es hoy la carretera N-211, y estableciendo ya como definitivo el camino real de Madrid a Zaragoza por el Jalón, Calatayud y los Montes Ibéricos.

Algunas reflexiones sobre la arquitectura de la piedra seca

centenera chozo piedra caliza

Entre los elementos que conforman nuestro patrimonio, hay unas construcciones, de carácter muy humilde, que son esenciales para comprender la idiosincrasia de la Alcarria: son los edificios de la piedra seca, las chozas de pastores, de las que aquí inicio un pequeño estudio.

En noviembre de 2018, la UNESCO incluyó en su lista de elementos constitutivos del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad las construcciones hechas con “la piedra seca”, o sea, las que solamente tienen piedras en su estructura, sin ningún tipo de argamasa o sostenes ajenos a ella. Fueron declaradas patrimonio todas las existentes en zonas rurales de Croacia, Chipre, Francia, Grecia, Italia, Eslovenia, España y Suiza. En España, solamente se atendió a las existentes en estas comunidades: Andalucía, Aragón, Asturias, Baleares, Canarias, Cataluña, Extremadura, Galicia y Valencia. Las de Castilla La Mancha, que son muchas, y muy buenas, no entraron en esta declaración ¿Razones? Las sabrán en la Junta de Comunidades. Yo las ignoro.

Lo cierto es que aquí, entre nosotros, prácticamente nadie, a excepción de algunos estudiosos, se ha preocupado de darle la importancia que tienen a estas construcciones de piedra seca. No tienen defensa reglamentada, y de hecho, sabemos que en los últimos años (las décadas del progreso y el avance social) se han destruido a cientos, se las ha hecho desaparecer sin que nadie protestara de ello. Unas arrasadas por tractores y palas mecánicas, porque estorbaban para la explotación de superficies. Otras, saqueadas en sus mejores piedras para usarlas en chalets, y muchas destruidas, sin más. Quien tal hacía, estaba destruyendo una parte importante de la memoria colectiva y patrimonial de nuestra tierra. 

Generalidades

Con brevedad debo decir algunas generalidades de la arquitectura de la piedra seca. Es este un patrimonio muy singular que posee un valor superior al real, porque es de carácter comunitario y de una gran durabilidad. La arquitectura de la piedra seca es un elemento integrante de ese paisaje de nuestro entorno, que nos permite tener la percepción o imagen del territorio que nos rodea.

Es fruto de la necesidad, de unas condiciones naturales adversas: la piedra es una materia prima barata y abundante. Se encuentran componentes puramente fortuitos con soluciones compositivas y estéticas inesperadas, muy poco frecuentes en la arquitectura profesional. Se trata de una arquitectura virtuosa en la que predomina el sentido común, la adaptabilidad, la austeridad, y que además es económica, con soluciones creativas: contrafuertes, barreras, arcos. Cubiertas mixtas… Aporta un montón de soluciones nuevas desde el punto de vista técnico para asegurar la durabilidad de las construcciones, y modela el territorio realizando una distribución de usos del suelo, como si de una auténtica Ordenación del Territorio se tratara. 

Las plantas de estos edificios y sus estructuras predominan en lo circular. La ausencia de separación entre espacios humanos y animales es un signo de pervivencia de las formas de vida primitiva. Esta arquitectura de la piedra seca es un testimonio de formas de vida anteriores, realizadas por personas sencillas. No introduce impacto de tipo alguno en el paisaje y aprovecha recursos endógenos. Parece que hace siglos ya tenían asumidos los imperativos del ecologismo actual, aunque en realidad somos nosotros los que tratamos de imitar a los antiguos. Además, esta arquitectura es iletrada y anónima, con edificios construidos por personas sin apenas conocimientos técnicos, por usuarios anónimos del territorio, agricultores y pastores. En ningún caso pretenden construir monumentos, y su objetivo es satisfacer necesidades básicas y que cada construcción cumpla una función práctica. Se trata de una arquitectura ajena a cualquier ideal de confort y comodidad. Además es una arquitectura universal, pues aparece tanto en España como en Nepal, Australia, Italia, Grecia, Francia… solamente cambia el tipo de piedra: arenisca, caliza, basáltica. Su diversidad es casi infinita: muros y bancales, refugios de ganado, neveras, majanos, hornos de cal, aljibes, fuentes, pozos, lavaderos, molinos… su origen siempre es el mismo: agrupar las piedras sueltas del campo, que estorban para la labor agrícola, dándola un evidente destino útil. Estos edificios, con tantas similitudes en todas partes, se han hecho para un fin práctico, mimetizados con el medio ambiente, hasta el punto (penoso) de que su desaparición tampoco se percibe. No estorbaban a nadie cuando existían, y ahora que desaparecen nadie se inquieta por ello.

Chozo de piedra caliza en Atanzón

Cabañas de piedra en la Alcarria

La técnica de la piedra seca es de origen tradicional y consistente en hacer edificios y estructuras con solamente piedra, sin utilizar ningún tipo de argamasa. Desde la revolución humana del Neolítico, cuando el hombre pasó de ser cazador al sedentarismo de la agricultura y la ganadería, se están haciendo estos edificios. Esta es la evidencia de su importancia: su antigüedad. Y su utilidad siempre. Y su belleza…

En la Alcarria hay muchas construcciones de este tipo, a las que aquí llaman “cabañas” o “chozones”. Generalmente servían para que los pastores se guareciesen de las tormentas. De las miles que hubo, han desaparecido muchas, y otras están desapareciendo en el momento actual, las están derribando. Hace poco escribió de ellas en estas páginas mi amigo Pedro Vacas. Y sobre el conjunto de los chozones y bombos de la Mancha escribieron hace unos pocos años un libro-catálogo Javier Escribano Buendía y María Isabel Sánchez-Duque, magnífico en todos sus conceptos. Pero quien más escribió de ellos en la Alcarria fue Doroteo Sánchez Mínguez, quien en su gran libro “Peñalver en la memoria” nos dejó un amplio capítulo acerca de los chozones de su pueblo, de las construcciones en piedra seca (majanos, paredes, tollos, eras, corrales, colmenares y hornos de cal), con el catálogo de los existentes entonces (2006) en el término, y muchos otros que él conoció en pueblos limítrofes. Sabemos, ahora, que don Juan Manuel Abascal Colmenero, el cronista “in pectore” de Tomellosa, está preparando otro libro catálogo de los de su término, en El Monte Llano.

Chozos y cabañas pétreas de Peñalver

Extendidas por toda la Alcarria, vemos surgir entre matas de espliego y arropadas por carrascos benéficos las humildes cabañas de pastores, que en cualquiera de sus formas conllevan una belleza implícita que nos emociona. Las hay por toda la provincia, porque las hemos visto también en la Sierra, y en la Campiña, y aún en el Alto Tajo hay otras, más grandes y especiales, hechas con piedra y madera de sabina, que también s están perdiendo.

Las de Peñalver fueron enumeradas y descritas, fotografiadas y señaladas por Sánchez Mínguez. De ellas cabe recordar esa de la que acompaño aquí fotografía, y que es de las más llamativas y ejemplares, la Cabaña del Cerro del Tío Facundo. Se encuentra en las Vallosas, y según ese autor es la más grande de todas las conservadas en el término, con un corral anejo para el ganado. Tiene una altura de tres metros al exterior, y 2,20 metros en el interior. Es de planta irregularmente circular, con un diámetro menor de 2 metros y el mayor de 2,40. La puerta mira se abre al este y tiene una altura de 1,20 metros con una anchura de unos 50 centimetros, lo que obliga a agacharse para entrar. Tiene por dintel una piedra de grandes proporciones, habiéndose aprovechado su forma natural curvada sin retoque alguno para servir de entrada. La bóveda es de falsa cúpula, reforzada con gruesos troncos de chaparra, que ayudan a soportar el enorme peso de la techumbre. El corral anejo es un círculo de 10,5 metros de diámetro, y la altura de sus muros alcanza la altura de un hombre, estando coronados por una barda de espinos y zarzas trampaculeras secas.

En el estudio de Sánchez Mínguez se refieren otras cabañas pétreas en los términos de Fuentelencina, Moratilla, Hueva, Pastrana y Valdeconcha. Las hay también, y muy buenas, en Hontoba, que estudió en su libro local don Aurelio García López. Y en Atanzón, donde llevan años queriendo hacer su estudio y catalogación, pero no arrancan.

En Fuentelencina, destaca entre todas la cabaña de la Curva del Cura, que se encuentra junto a la cuneta de la antigua carretera, en una curva muy peligrosa, tristemente conocida por varios accidentes mortales ocurridos en sus inmediaciones. Tiene la portada orientada al NE., y mide 1,40 metros de altura por 70m centímetros de anchura. Su altura al interior es de 3 metros y el diámetro es de 3,10 m. La cúpula está recubierta de tierra en el exterior. En término de Fuentelencina refiere Sánchez Mínguez una cabaña que califica sin duda como la mejor que ha visto en toda la Alcarria, y es la que existe junto a la recta que va del Berral a este pueblo. Con 3,20 metros de altura y un metro de espesor del muro en su entrada, muy proporcionada, toda ella está rodeada por un contrafuerte de 1,10 metros de alto y 0’70 de grosor. Dice además “Esta extraordinaria cabaña se encuentra adosada exteriormente a un corral de grandes proporciones, dividido en dos mitades por un paredón de dos metros de altura. Esta es la mejor cabaña de todas las que he visitado. Está hecha a lo grande y, de ella, no se sabe qué admirar más, si la grandiosidad proporcionada de sus dimensiones, o la perfección de su ejecución, en la que destaca el interior de su maravillosa cúpula. Su contemplación inspira la sensación de gran seguridad y de total comodidad para este tipo de construcciones.

Mucho más podría hablarse de estas cabañas de piedra de la Alcarria. Adjunto a mis palabras otras dos imágenes: la del chozo que se encuentra en el cruce de la carretera de Atanzón con la de Aldeanueva, en el páramo alcarreño, y el Chozo del Tío Rasillo en término de Ujados, en plena Sierra, foto que debo a mi amigo José María Alonso Noguerales. Como resumen, pienso que ha llegado el momento de empezar a tomarnos en serio este otro patrimonio, íntimo y hermoso, esencial para mantener la singularidad de nuestra ancestral cultura agrícola y ganadera.

Antigüedades de Gualda

antigüedades de gualda

Un viaje dominguero por Gualda, acompañado de buenos amigos, me ha deparado sorpresas como la visita de una necrópolis tardoantigua en el lugar llamado “El Tesoro” por Carramantiel, al sur del pueblo. Y otras varias cosas que, ligadas, dan pie a teorías novedosas.

Cuatro labriegos parecíamos, el domingo 20 de marzo de este año, mientras Madrid ebullía de tractores y pancartas, de chalecos fosforescentes y cazadores contrariados. Cuatro éramos los que andábamos por trochas borradas de la Alcarria, donde los caminos van perdiéndose sin remisión, borrados por la climatología y las ausencias. Éramos Augusto [Agüeros], el sabedor de Gualda, Reyes [Todoterreno], Pablo [O`Frenchi] y un servidor, disimulado bajo un tabardo de piel oscura. Tras un corto trayecto en el todopoderoso Toyota que ahora gasto, nos echamos a andar, y a buscar las evidencias de pasadas glorias.

Pronto las encontramos, al Sureste de la población, en un recodo elevado de una meseta rocosa, que da vista amplia y despejada sobre el Barranco Grande que rodea al actual pueblo por el Sur. Lo primero que encontramos fue el espacio de la necrópolis. Un total de 35 tumbas se ven excavadas sobre la irregular roca arenisca. Son de diversos tamaños (en general las hay grandes para contener cuerpos adultos, de 1,80 metros de media, y pequeñas, de poco más de 40 cms. para contener cadáveres infantiles). Están agrupadas de dos en dos, a veces tres y en un par de casos, hay varias juntas, alineadas. Sin duda, para almacenar cuerpos de grupos familiares.

Esta necrópolis de Gualda era conocida de antiguo por los habitantes del pueblo, y cuando a finales del siglo pasado (a partir de 1992) se hicieron excavaciones regladas, y se obtuvieron hallazgos de piezas interesantes, el Estado tomó la tarea de hacer una excavación arqueológica de la misma, que dio por resultado la publicación de su memoria, la recogida de piezas para el Museo, y la señalización del entorno. Es fundamental la publicación que hace su director de excavación, Miguel Angel Cuadrado Prieto, del Museo de Guadalajara, en el Libro de Actas del Primer Simposio de Arqueología de Guadalajara. En ella, a lo largo de 8 páginas de texto y 4 de gráficos, expone lo encontrado y le otorga datación y valoración, avanzando la existencia del poblado anejo, y de otro lugar de poblamiento y necrópolis en el término, concretamente en el Cerro de la Horca, al NE del pueblo.

En la necrópolis, además de las tumbas, algunas de las cuales aún contenían los esqueletos completos de los difuntos, se encontraron elementos metálicos, y muy escasos cerámicos. De los metálicos, destacan varias piezas ornamentales procedentes de los cinturones que sujetaban las túnicas sobre los cuerpos. Ellas han sido la clave de la datación del espacio, pues se encontraron varias hebillas de cinturón, en forma arriñonada, de bronce, y fragmentos de cuchillos, así como un clavo y otros pequeños anillos que podrían corresponder a pendientes. Todo ello del siglo VII d. de C. Esto es lo que puede decirse, técnicamente, de la necrópolis hispano.visigoda, o tardoantigua, de “El Tesoro” en Carramantiel, término de Gualda.

Muy cercano a ella, apenas 200 metros las separan, se ha encontrado el poblado original, situado en un lugar preeminente, sobre un largo resalte rocoso, acantilado sobre el valle del Barranco Gordo que discurre a sus pies. Sin duda poseía una situación muy estratégica, más de visualización del entorno que de defensa. Porque no se aprecian restos de defensas militares, murallas ni nada por el estilo, sino solamente los trazados de muros que constituían las viviendas: da casi un metro de anchura, y una elevación sobre el sustrato rocoso de otro metro, lo que supone que sobre ello se alzaban las paredes construidas a base de piezas de adobe, cubriendo los espacios con enmaderados protegidos por tejas, de las que sí se han encontrado numerosas huellas. Hay algunas piedras muy bien talladas, buenos sillares, los pavimentos allanados, y todo ello dando prueba de la existencia de un poblado residencial de no más de 10 viviendas, lo que contabilizando las tumbas encontradas, viene a suponer una ocupación de aproximadamente dos siglos. 

Sin duda que en el conjunto de poblado y necrópolis de “El Tesoro” de Gualda, visitado y admirado, estamos ante una ocupación humana de largo recorrido y en la época de la monarquía visigoda de España. Al otro lado del pueblo, en un cerrete también de estructura rocosa, se han encontrado otras pocas sepulturas del mismo estilo, excavadas en la roca arenisca, sin agrupaciones específicas, en un total de 23 ejemplares. El arqueólogo director de la excavación supone que esa necrópolis, llamada de “El Cerro de la Horca” sería más grande que la de “El Tesoro”. Y para su poblado rector, considera que el lugar sería lo que hoy es el pueblo. Que, por cierto, tiene un gran roquedal, hoy vacío de construcciones, al sur del mismo, y al que clásicamente se le ha denominado “El Castillo”, denotando que, por tradición, se ha transmitido la noticia de que ese alto estuvo ocupado por una fortaleza (débil sería, porque no han quedado restos) o quizás un poblado, el que depositaba sus muertos en la necrópolis del Cerro de la Horca.

A estas noticias, que hemos visitado en detalle, cabe añadir otro dato, curioso, y es la existencia de una “Cueva Eremítica” al norte del pueblo, la llamada ”Covacha de la Virgen”, junto a un recodo de la carretera que lleva a Henche. Está excavada en el frontal de una gran roca arenisca, y su acceso hoy es difícil, porque en el transcurso de los siglos ha ido perdiendo el firme que permitía el acceso desde la veguilla sobre la que asienta, en el mismo Barranco Grande. La cavidad, poco profunda, bien tallada armónicamente, tiene aspecto de ser espacio sagrado o relicario, donde la tradición dice que se apareció la Virgen a un pastor, y los del pueblo dibujaron una tosca imagen de María coronada en el muro del fondo, pero que sin duda fue el lugar de recogimiento y oración de algún eremita de época visigótica, porque ya hemos visto que la zona estuvo bastante ocupada en aquella época de los siglos VI al VIII.

Para rematar el conjunto de noticias sobre Gualda, en lo que atañe a la Edad Media, coligiendo de ellas su importancia como lugar habitado, y de paso, está el dato importantísimo de haber sido esa villa en la que se alojó en la segunda mitad del siglo XIII el Rey de Castilla, Alfonso X el Sabio, donde –concretamente en 1273– firmó el documento en que da carta de naturaleza y funda la “Real Sociedad de Ganaderos de la Mesta”. Además de cazar en el entorno, el rey castellano estuvo otras veces en la villa. ¿Tenía entonces una importancia especial? De su situación, en el camino entre el Tajo y la villa arzobispal de Brihuega, deriva su importancia. Y de que tenía ya por entonces fama de muy antigua y poblada, porque su datación nos permite remontarla a los primeros siglos de nuestra Era. Los romanos debieron tener algún tipo de asentamiento también, pues en el poblado de “El Tesoro” que antes he comentado, se encontró hace unos cuarenta años una estela funeraria romana con inscripción, que se sacó del lugar y se llevó al Museo de Guadalajara, donde se conserva. Aunque no tuvo población numerosa, sí que fue mantenida en el tiempo, durante largos siglos de poblamiento (probablemente ibérico en lo alto de la eminencia del “castillo”, y después en lugares de vega por romanos, y defensivos por los visigodos. Cuando pasó (hace de ello 750 años) por allí el Rey Alfonso X y su corte, ya tenía Gualda adquirida su buena fama de lugar pasajeros, antiguo y digno.

Ojalá que se mantenga así mucho tiempo, aunque este pasado 20 de octubre allí no había casi nadie. Al llegar tuve problemas durante un buen rato para conectar con mis anfitriones, dado que en el interior del pueblo no existe cobertura de teléfonos móviles. Luego, en el paseo, las razones que me fue dando Reyes “todoterreno” de como hoy se persigue a quien simplemente va por el monte con un perro (porque se sospecha de él que es cazador furtivo) o que está prohibido limpiar el entorno de los carrascos para que de un solo tronco surja una fuerte encina, son todas razones que abundan en esta situación en la que, dirigidos por unas autoridades que tienen más de adolescentes puritanos que de regidores sesudos, nos encontramos muchos un tanto atemorizados ante tanta prohibición, y tan general y absurdo ordenancismo. Pero dejémoslo aquí, que estas son razones para charla de casino más que artículo informativo de periódico.

Vuelven las brujas de la Alcarria

alcarria bruja


A propósito del libro que estos días nos ha presentado el historiador Javier Fernández Ortea, y que titula “Alcarria Bruja”, lanzo un vistazo a estos aconteceres, viejos y oscuros, pero siempre palpitantes, que retratan con fuerte pincelada la historia íntima de nuestra tierra: hechiceras, brujas, misteriosas desapariciones, vuelos sin huella.

En dos partes se estructura este gran estudio, que son netamente diferentes pero que mutuamente se complementan. La primera jornada se hace repasando el «pensamiento mágico», desde el Paleolítico hasta la Edad Media, en el ámbito guadalajareño. Y, como dice el autor, en esa jornada “se abordan, en sus contextos, todos los perfiles de curanderos, brujas, aojadores, saludadores y demás figuras que existieron en todas las comarcas caracenses”. Solo por ver los lugares donde queda la memoria de esas prácticas ancestrales, aquí va el índice de la primera parte del libro:

  • Historia mágica de Guadalajara.
  • Historiografía de la superstición en Guadalajara.
  • Hechicería y superstición en la Alcarria de Guadalajara.
  • Procesos supersticiosos en la Alcarria.
  • Hechicería y superstición en la Sierra Norte de Guadalajara.
  • Procesos supersticiosos en la Sierra Norte.
  • Hechicería y superstición en el Señorío de Molina de Aragón.
  • Procesos supersticiosos en el Señorío de Molina.
  • Hechicería y superstición en la Campiña de Guadalajara.
  • El proceso de las brujas del Casar de Talamanca.


Por todas partes surgieron visionarios, embaucadores, magos, gerentes de lo diabólico y artistas de la prestidigitación social y bullanguera: no dejaremos de estremecernos con la historia de las brujas del Casar, los avatares de Agueda de Luna en Molina de Aragón, o los Juan de Jodra de la Sierra Norte… A este Juan de Jodra, que era vecino de Atienza, pero actuaba por los pueblos del alfoz, se le aplaudía por unos y se le acusaba por otros, por tener muchos tratos con la adivinación, el mal de ojo y las hechicerías. Al final fue procesado. A principios del siglo XVII, Sebastián Martínez confiesa ante la Inquisición que “en el lugar de tartanedo avía tres brujas y tres en Hinojosa y quatro en otro lugar que no quiso declarar”, lo que le confiere a la Sesma del Campo una densidad muy respetable de brujería. Y en El Casar, también en el siglo XVI, hubo un sonado proceso contra las brujas Catalina Mateo, Olalla Sobrino y Juana Izquierdo, a las que se acusó de infanticidios sin número… 

Nos confiesa el autor de este fabuloso libro, a propósito de la gran cantidad de historias de brujas y anécdotas hechiceriles que se documentan a lo largo y ancho de Guadalajara: Se trata de un fenómeno muy interesante, porque nos habla de la esencia regional de cada territorio, de la lucha por la supervivencia, de cómo se entendía la religiosidad popular… Hay que comprender el alto analfabetismo que existía en la época, debido al cual no se comprendían muy bien ni los dogmas de fe ni las misas en latín. En este contexto, intervenían los rituales mágicos [y las posteriores acusaciones del más diverso pelaje]. Así, en los más de 65 procesos del territorio arriacense se distinguen desde curanderos a personas que echan el mal de ojo. Además de los relativos a las brujas, claro.

La segunda jornada de esta obra grandioso se desarrolla en Pareja, exclusivamente. Y en los alrededores más inmediatos. Aquí se da cuenta con meticulosa prolijidad de los procesos de las brujas de Pareja, sin duda el auténtico referente de la provincia. “Se describen todos los sucesos ocurridos desde que es apresada la primera rea en 1526. También se abordan las persecuciones a su círculo cercano y las descripciones de los supuestos conventículos en Barahona”, según nos dice Ortea. “Se completa el relato con imágenes de las torturas y las condenas finales al clan de las Morillas”. Este es su índice, que no tiene desperdicio: 

  • Las brujas de Pareja y el conventículo de Barahona.
  • La forja del mito desde la literatura.
  • Las brujas de Pareja. El proceso.
  • La verdad detrás de las brujas de Pareja.

El libro, que ha contado con el patrocinio del Ayuntamiento de la alcarreña villa de Pareja, viene a poner en valor aquella historia para la que podría labrarse, y en mayúsculas, una lápida visual y sonora. Hoy se diría “una serie televisiva”, porque sorpresas, personajes y escenas tremebundas no faltarían.

El autor

Javier Fernández Ortea, muy conocido en los medios culturales, y rurales, de la Alcarria neta, llevó durante algunos años la gerencia del Monasterio cisterciense de Monsalud, donde instaló de inicio una exposición sobre el tema brujeril de la Alcarria, y propuso actividades en torno al tema, que despertaron la curiosidad de muchos. Después, ha tomado protagonismo al codirigir el equipo que está excavando la ciudad romana de Caraca, junto al Tajo en término de Driebes. 
Nos dice que “Este trabajo surgió como una evolución natural de un compromiso que comenzó en 2016, cuando me encontraba documentándome con el fin de hacer una exposición sobre las brujas de la Alcarria para el monasterio de Monsalud en Córcoles”. Y añade “A partir de esta experiencia me di cuenta del potencial e interés que tenían estos procesos de heterodoxia y lo desconocido que eran para el gran público”. Desde ese momento, hace más de cinco años, comenzó su tarea de acopio de bibliografía, y de documentación en archivos. En el camino del hallazgo, y la recuperación, del patrimonio documental existente sobre hechicería y brujería. El mismo hablaba de “la vida cotidiana y de los avatares de estas mujeres en un mundo hostil”, así como de su “supervivencia en el entorno rural”. Lo más importante y novedoso del libro es que trata de todas las comarcas de la provincia, y el carácter de amplitud y universalidad que pretende, con objeto de “dar al lector las claves del comportamiento supersticioso en Guadalajara desde sus orígenes hasta el fin de la Inquisición”. Es un libro que tanto podría calificarse de divulgativo, porque aclara conceptos y señala claramente casos concretos, pero también de científico, porque analiza, secuencia y jerarquiza las informaciones obtenidas de muy diversas fuentes. La enorme carga bibliográfica que recogen las páginas finales del libro, son evidencia de la búsqueda incesante, polifacética y comprometida. En lo relativo a la segunda parte, “lo de Pareja”, Fernández Ortea asegura que “fue un icono de primer orden nacional. Y lo fue hasta la irrupción del «Auto de Fe de Logroño» de 1610”, el de las brujas de Zugarramurdi…

Pregunto al autor si en algún momento consideró la posibilidad de presentarse al Premio “Layna Serrano” de Diputación, porque con un trabajo así lo hubiera ganado sin duda. Y me dice que “no lo ha hecho porque prefería verlo editado, y que su trabajo llegara a los lectores, a toda esa gente que, hoy todavía, se interesa por la historia de su tierra, de Guadalajara”.

El libro que nos devuelve completa la historia de la Hechicería en Guadalajara tiene casi 400 páginas, y va ilustrado con muchas fotografías, planos, esquemas y una serie espectacular de dibujos debidos a la maestría de Miguel Zorita Bayón, que además de ilustrador es historiador de nuestro Siglo de Oro.

La obra ha sido editada en Guadalajara, en una colaboración especial de las editoriales AACHE y Oceáno Atlántico (Guadalajara-México). El Ayuntamiento de Pareja se ha sumado contribuyendo con el apoyo a la idea, tal como refiere en el Prólogo su alcalde Javier del Río. También lleva introducciones explicativas de Julio Martínez García, periodista e historiador, y mías, como profesor emérito de la Universidad de Alcalá. 

Dado que el libro incluye un visión muy amplia de la provincia, y de hechos históricos en ella acaecidos, y poco conocidos hasta ahora, va a ser presentado próximamente en el Centro de Prensa provincial, permitiendo así el acceso a la información en él contenida a los medios que así lo requieran.