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febrero, 2022:

Robledo, de memoria

Robledo de Corpes

Una de las personalidades más relevantes de la cultura provincial, tras muchos años de continuada actividad, resistencia y madurez, es José Antonio Alonso Ramos, quien pone ahora en movimiento su máquina de investigar, y la hace sonar y producir resultados portentosos en Robledo de Corpes, ese pueblecito de nuestra Serranía que da vistas a Atienza y madura entre el oscuro brillo de su arquitectura rural.

El próximo miércoles 2 de marzo, a las 7 de la tarde, y en el Patio Central de la Biblioteca Pública Provincial del Palacio de Dávalos, hará Alonso presentación de su obra, grande y definitiva, en una especie de muestra total de sus saberes sobre algo que siempre es fundamento de nuestra sociedad: la Tradición, la Vida Tradicional, el Costumbrismo, o como se le quiera llamar a ese conjunto de saberes que han sustentado nuestra sociedad en todos sus perfiles.

Al pueblo de Alonso Ramos llaman ahora los tratados de geografía y los usos administrativos Robledo de Corpes, pero antiguamente su nombre usado era el de “Robledo de Atienza”, según consta en viejos pergaminos. De él se deduce que el término es abundoso en robles, y en altos páramos con jara y amplios campos de cereal, lo que supuso para el pueblo un granado recurso de agricultura, ganadería y bosques, a lo que en el siglo XIX se sumó la minería (es parejo de Hiendealencina el término).

La esencia de la obra está reflejada en las primeras páginas, en las que el autor se explica, y nos da con frases cortas y sentenciosas la verdadera razón de su trabajo. De una parte nos dice, (página 11) que “Lo que pretendo, en las páginas que siguen, es rescatar del olvido, una parte de esa memoria de nuestras gentes, antes de que el tiempo se las lleve. Es por tanto un intento de reencuentro con la vida, con la cultura tradicional de mi gente, de mis paisanos y supone un reencuentro conmigo mismo, con mis raíces”. Y en la siguiente afirma “He tenido la enorme suerte de que mi madre sea una de esas personas sabias, que conserva en su memoria un cúmulo de saberes  y experiencias extraordinario. Ella es, realmente, la coautora de este libro. Todavía hoy, me sigue sorprendiendo su extraordinaria memoria, cuando recita romances enteros que aprendió de sus abuelas, cuando era una niña de cinco o seis años y que no ha olvidado hasta el presente”. Sin duda que uno de los personajes de mayor relieve en la historia de Robledo de Corpes es Petra Ramos, la madre de José Antonio Alonso. Y ello porque, bien dirigida, ha sido capaz de mantener en la memoria viva un acervo costumbrista, festivo, y literario-musical de gran envergadura. Es esta obra, sin duda, la proclama vital de su autor, a quien todos conocemos por su maestría en cuanto hace, por su dedicación, su saber, su humildad y su ingenio. Acaba con esta frase las que sirven de introducción a su magna obra: “Para mí este libro no es un libro más, es el libro del pueblo en el que nací hace más de sesenta años y al que sigo queriendo intensamente. Esta es la historia de mis antepasados a los que rindo sincero y sentido homenaje y reconocimiento”.

El ciclo anual, las artesanías, los romances, las vestimentas…

Uno de los fundamentos de este libro son las leyendas. Parece difícil que de un pueblo tan pequeño puedan surgir tantas, y tan variadas leyendas. Romances sin fin, coplas y refranes, dichos y aleluyas.., reconociendo, en todo caso, que estos eran elementos comunes al entorno, a la comarca entera y aún a Castilla plena. Pero lo cierto es que en Robledo se han almacenado, –y en la memoria de algunos de sus habitantes sobre todo– los lances que la tradición refiere como ciertos aún sin tener asiento en documento alguno.

Y de ahí que la Afrenta de Corpes, que es narrada con pelos y señales en el “Cantar de Mío Cid”, primero de los libros épicos de nuestra literatura, muchos la sitúen en este pueblo, en un prado bajo la severa mirada del Cerro del Otero, junto a la Fuente de la Lanzada. Dice el poeta anónimo que a las hijas de Rodrigo el de Vivar, a las que llaman doña Sol, y doña Elvira (aunque en realidad se llamaban María y Cristina) sus esposos los Infantes de Carrión las llevaron de viaje por territorio que aún era de moros, y allí las azotaron y dejaron desmayadas, hasta que el primo de ellas, Félix Muñoz, las encontró, y salvó llevándolas a San Esteban de Gormaz. Otros eruditos afirman que este paso ocurrió a la entrada de un desfiladero en Castillejo de Robledo, hoy provincia de Soria. Un episodio sin raíz histórica que tiene su asiento en el Cantar cidiano… y que da consistencia legendaria a nuestro Robledo de Corpes.

Pero esto es el tema de un par de páginas del libro de Alonso. Hasta completar las casi 400 que tiene quedan muchos aspectos por tratar. Los obligados, e iniciales, son los relativos a la toponimia, la geografía, el patrimonio y la historia. De la iglesia, que trata con pelos y señales, destaca la pila bautismal, de estilo románico, que prueba la existencia del pueblo en la plena Edad Media. Y de su pertenencia a la Tierra de Jadraque, y al señorío de los Mendoza y duques del Infantado, pocos detalles más se desprenden. Porque son similares a todos los pueblos del entorno.

En lo que con acierto, y pasión contenida, se sumerge el autor es en el tema que le compete y del que sabe más que nadie, en la Vida Tradicional. Con método se lanza a explorar todos sus recovecos. Y analiza primero la economía desde sus vertientes clásicas de la agricultura, la ganadería y la minería, la tierra y sus frutos, es lo que hay. Pasando luego a ver la actividad productiva, artesanal en su mayoría (la forja, los molinos, el pan, la matanza, la caza y pesca…) economía de subsistencia, que demostró durante siglos que con lo que da la tierra se vive, y bien.

Es el otro capítulo el de la organización social, la forma en que los hombres mantienen su cohesión, y crean su fuerza, a base de actividades y reglas que todos respetan. Allá aparece la cendera (el trabajo común en bien del pueblo) y los alboroques (las celebraciones comunitarias por cualquier buen paso que alguno de sus vecinos da), regidos siempre de un derecho consuetudinario, basado en la filosofía natural. Sigue la exposición de la comunicación y el transporte, con los modos de generar noticias y avisos mediante el toque del cuerno, la gaita, las campanas…

Las creencias constituyen uno de los fundamentos de este libro. Y en ellas la revelación de la profunda perdurabilidad del animismo. El ámbito que rodea a la muerte (la enfermedad primero, la inexorabilidad del hecho, el misterio de la ultratumba) con sus ritos anejos, sus oraciones, las sepulturas, los conjuros… no es un paso triste, sino un conjunto de evidencias ante el más seguro y universal destino de la vida. Trata de medicina, médicos, curanderos y remedios naturales. Y de los sorprendentes conocimientos populares, como la medida de las cosas (del tiempo, de las distancias), sumido todo ello en otro ámbito que engulle, el natural: los animales, las plantas, el clima…

El espacio más abultado de este “Robledo, de memoria” que escribe y nos presenta José Antonio Alonso Ramos es el relativo al sentimiento y la expresión de la gente, que se plasma en gentilicios, en el vocabulario, en las mil formas de denominar las cosas, con sus matices, su belleza locuaz, su sabia paremiología sentenciosa (los refranes) y al fin en las formas en que las palabras se hilan y forman historias, apareciendo los Romances, con los que las madres dormían a sus hijos recitando monótonas mil historias de santos, de valientes, de doncellas, de amores y temores. En este sentido, Petra Ramos se alza como una torre que lanza sin parar sus versos sonantes, largas parrafadas que son esencia de un saber antiguo, emocionante.

Trata todavía Alonso en su libro de la música popular, los bailes y la expresividad social. Y sigue aún con muchas notas sobre la arquitectura rural (Robledo está en zona de arquitectura negra, o muy oscura, al menos), sobre los juegos, sobre la indumentaria, las labores, la cocina. Un sin fin de elementos que recogidos con sistema levantan la teoría de la Vida Tradicional Serrana que es la que este libro muestra, completa, y al detalle. De tal manera que cualquiera que lo lea (ha de hacerlo despacio, en muchos días, como a sorbos) conozca y evoque otro tiempo, y sepa que hay otros mundos, o los ha habido, y han estado en las manos de nuestros padres, de nuestros abuelos… y ahora que estamos a punto de perderlo todo, saber que aún hay lugares, escritos, gentes con memoria que lo han recuperado, y nos lo muestran.Termino agradeciendo a José Antonio Alonso Ramos por haber pasado tantos años recogiendo tantos materiales expresivos. Por haberlos ligado en su sentido, por haberlos recogido sobre el papel, por habérnoslos entregado en este libro. Su libro. El libro de su pueblo.

Las ruinas de San Salvador en Pastrana

san salvador en pastrana

Un viaje sobre los polvorientos caminos de la Alcarria me ha llevado a visitar una ruina famosa, pero por muy pocos vista hasta ahora: la gran ermita, monumental podría calificarse, de San Salvador, en término de Pastrana, de la que doy aquí descripción, y algo de historia.

En el término de Pastrana, y en las coordenadas 40º 22’ 26.7” N  /  2º 52’ 18.1” W se encuentran las impresionantes ruinas de un viejo templo, cuya construcción, tal como hoy lo vemos, se remonta al siglo XVI. Este era el lugar llamado Ermita de San Salvador, también conocido como “El Santo”. Aunque muchos creen que es de Sayatón, porque es desde este pueblo como mejor se llega al lugar, realmente pertenece al municipio de Pastrana, y en su historia ha sido contemplado, las pocas veces que se ha hecho mención de él. Uno de los que hablaron de San Salvador de Pastrana fue don Mariano Pérez y Cuenca, historiador de la villa, quien en su “Historia de Pastrana” dice que estaba en el despoblado de San Salvador de los Heruelos, y luego lo describe cuando habla del lugar de “La Común”.

El tema lo aumenta con datos referidos por gentes del lugar, el historiador tendillano José Luis García de Paz, quien en su “Patrimonio Desaparecido de Guadalajara” nos dice que el edificio fue llamado de San Salvador de las Heruelas y quizá fue construido por los monjes calatravos de la cercana Zorita. En Sayatón me ha contado mi amigo Ignacio del Olmo que la conocen como «El Santo», y en Pastrana se conoce como «San Salvador», abreviando el nombre. En medio de su retablo había un Cristo en una cruz. El edificio está muy deteriorado, conserva la portada y un muro lateral; también la cabecera; la bóveda del altar, de estrella con algún paño roto; y el arco triunfal apuntado, faltando el resto de la cubierta. Se desmontó el santuario en 1814 y entonces se trasladó a Pastrana el cuerpo incorrupto del último ermitaño, Buenavida, que reposaba en el mismo sepulcro de piedra en el que dormía. En el paraje corre un arroyo que va a desembocar en el Tajo, entre Bolarque y Zorita y que aporta frescor al lugar, donde crecen algunos chopos, carrizos y zarzas, cuenta Ignacio. El recinto del «Santo» sirve en la actualidad como corral de ganado. El que quiera visitarlo tiene que ir a Sayatón y desde allí tomar un camino. Aunque García de Paz incluye este edificio en su clásica obra “Patrimonio Desaparecido de Guadalajara”, más que desaparecido, en este caso, se debería incluir en el capítulo de deteriorado, abandonado, olvidado…

Pero aún hay más datos acerca de este lugar. Son los que proporciona Alain Saint-Saëns en su artículo Une nouvelle approche méthodologique de l’ermitage du XVII siècle: l’exemple de San Salvador à Pastrana, publicado en 1990 en los “Mélanges de la Casa de Velázquez”, tomo 26-2 de la época moderna, páginas 55-61, y en el que nos informa sobre el proceso inquisitorial que en 1676 se siguió en el Tribunal de Toledo contra tres individuos llamados en el auto Francisco Sánchez, Zerrata y Lafuente, por haber celebrado una “misa sacrílega”. Una tarde de agosto de mucho calor, los tres se acercaron a San Salvador, y aprovechando que el santero (Juan Rojo) estaba ese día de mercado en Pastrana, hicieron fuerza a su mujer, la santera (Isabel Cara) y tras haber comido y bebido en abundancia, “sacaron las vestiduras sagradas de los caxones de la sacristía”, se revistieron con ellas, y ante el altar mayor del templo hicieron mofa del santo sacrificio. Visto por la santera, y por otras personas que por allí andaban, lo denunciaron, y a los chavales les cayó encima la peor policía que en esa época podía echarte mano: el Santo Oficio de la Inquisición.

De este documento podemos deducir que en el siglo XVII el edificio estaba aún en pie, entero, y en uso. La iglesia, muy grande, tenía varios altares, coro, campanario, etc. Adosada a la cabecera estaba la sacristía, provista de muebles, ropas, orfebrería e imágenes. Y junto a los pies del templo, una regular vivienda para los santeros, o ermitaños, como también se les llama. Uno de ellos, como hemos visto, había sido en el pasado Juan de Buenavida, que con fama de santo quedó allí sepultado y luego llevado a la cripta de la colegiata de Pastrana. El ámbito de la ermita era ameno, con una fuente cercana, que surgía entre una densa arboleda de olmos. La legua que mediaba entre San Salvador y Pastrana era recorrida a menudo por gentes que iban “al Santo” a orar, o a pasar el día.

Por lo que respecta al edificio que hemos podido ver, y que cualquiera con ganas puede alcanzar en un buen día de esta primavera, he de decir que no ha quedado documento o descripción que nos diga cuando se levantó esta ermita, quien fue su autor, o los avatares de su construcción y deterioro. Aunque es posible que desde la Edad Media los calatravos pusieran ermita en ese lugar, en precario, debieron ser los nuevos señores de Pastrana (a partir de 1541), la condesa de Mélito doña Ana de la Cerda, viuda de don Diego Hurtado de Mendoza, quienes quisieran manifestar su generosidad para con el lugar, y mandaran levantar un nuevo edificio, con ciertos detalles de buena arquitectura y decoración. Ello debió suceder a mediados del siglo XVI, y no sería raro que incluso alguno de los arquitectos que por entonces laboraban en el palacio pastranero, diera la traza para construir y decorar este templo, que es verdaderamente monumental.

Se trata de un edificio de gran envergadura, manufacturado en sillarejo calizo con sillares esquineros y un frontal muy ancho de fina labra, orientada a Poniente. La portada consiste en un amplio arco rebajado, con tres arcadas superpuestas, ornados de molduras y apoyadas en columnillas que rematan en capiteles individuales de tipo gótico con cardinas y rosáceas bien talladas y molduras en sus límites superior e inferior. Todo ello se enmarca por un elevado alfiz que a su vez apoya en ménsulas junto a los capiteles de la portada. Y en el comedio de su superficie vemos una hornacina con remate de venera que en su día albergaría una talla pétrea hoy desaparecida.

Las ruinas de San Salvador en Pastrana. Fachada occidental.

Se conservan el muro septentrional del templo, de fuerte sillería, con refuerzo de un contrafuerte en la zona de paso a la cabecera. El muro del sur está hundido por completo. La cabecera es de planta cuadrangular pero con un presbiterio todavía cubierto por bóveda de nervatura, reforzándose los encuentros de las arcadas con piedras claves talladas, así como los fundamentos del arco mayor, que apoyan sobre capiteles tallados con rosáceas. El aspecto general es el de haber sido muy bien concebido y ejecutado el edificio, por canteros expertos y cuidado durante mucho tiempo, aunque en época de la Desamortización, principios del siglo XIX, se debió abandonar todo, y no solo quedar al albedrío de los ladrones, sino incluso sistemáticamente vaciado de sus riquezas por interesados en el valor de las cosas de arte. En la pared del fondo de la cabecera, donde apoyó un gran retablo del que aún queda la marca, se ven pinturas con escenas y leyendas de muy difícil interpretación.

En alguna de las fotos que Google ofrece del mundo, y que por tanto incluye este rincón del arroyo del Salvador en término de Pastrana, se ve con nitidez un coche todoterreno con remolque añadido, junto a las ruinas del edificio. Fue casualidad que el satélite hiciera la foto el día en que alguien se puso a llevarse piezas pétreas de este templo, al que poco a poco le van faltando elementos, y que acabará por desaparecer, dado el nulo cuidado que ayuntamiento, diócesis y gobierno regional ponen en la protección de este elemento patrimonial. Al que por lo menos le queda el recurso de decir “¡aquí estoy!” y “¡aún se me puede visitar!”. Que dado el rigor del tiempo en que vivimos no es poca cosa.

Arbancón, patria de las botargas

La botarga de Arbancón

Este domingo llega a Arbancón la celebración grande de su botarga, aunque a la Candelaria ya le hizo homenaje en su día. En la Sala Museo de Las Candelas, junto a las máscaras talladas por Hermenegildo Alonso, aparecen como invitados especiales, los dibujos de Isidre Monés Pons en torno a las botargas guadalajareñas.

Este año –el pasado 28 de enero– se ha alcanzado la declaración de “Bien de Interés Cultural” para el conjunto de las botargas que aparecen en los meses invernales por la Campiña y Serranía de Guadalajara. El tema no es baladí, aunque a las botargas no les suponga de mucha ayuda esa declaración, porque son importantes por sí mismas, y porque llevan en la veteranía de sus actuaciones el galardón más auténtico. No es un premio, pero sí un acicate para seguir dando la murga, y haciendo sonar los cencerrones y las campanillas de sus multicolores ropajes.

En el libro que recientemente dediqué a las botargas de Guadalajara y a los enmascarados de España, tenía una página entera dedicada a la botarga de Arbancón, y las palabras que a ella referí puedes leerlas ahora a continuación. El trabajo, que es resumen de lo mucho que allí se sabe y se quiere en torno a esta figura, iba acompañado de un dibujo, también mío, que hice a partir de una visita al pueblo un 2 de febrero de 1973. Este es el resumen de lo que debe saberse sobre la botarga de Arbancón:

Siempre que sale a la calle, y lo hace solamente el día de la Candelaria o su sábado/domingo más cercano, hace un frío solemne en Arbancón. Al resguardo del áspero viento norte, en las solanas, la gente se arrima para verla pasar. Como todas es alegre, no para. Nunca habla, y va dando saltos, multicolor, rememorando la salida de la Virgen tras la cuarentena de su parto (según la rebuscada interpretación del cristianismo) y procurando dar con su naranja a las chicas, para que de mayores se reproduzcan, como la tierra en los trigos, y los olivos en sus aceitunas (según la más antigua y segura razón de su ritual ancestral celtíbero).

El aspecto de la botarga de Arbancón, en la antesala de la Sierra Norte de Guadalajara, es de un hombre revestido de un traje multicolor, con retales de color blanco, rojo y azul, contradrapeados, más florones rojos. Muy característica es su máscara, de madera pintada, en la que se añaden dos cuernos en lo alto, lengua de piel, y bigotes y cejas tupidos. Durante muchos años las fabricó “el Mere”, un artesano de máscaras residente en el pueblo. La figura se completa con un par de cencerros al cinto, la capucha que le cubre la cabeza, una cachiporra de madera tallada, y una naranja en la otra mano.

Desde muy temprano recorre las calles del pueblo, pidiendo limosna en las casas, tocando las castañuelas y golpeando con la porra a quien le quiera quitar la naranja. Antiguamente, se acompañaba de un grupo de danzantes que a la usanza serrana bailaban ante la Virgen de las Candelas, a la que ofrecían un par de pichones blancos.

En Arbancón tienen tal veneración por su botarga, que el traje lo guarda el alcalde y solo lo entrega, cada año, a quien vaya a hacer de personaje, generalmente por promesa: nadie sabe quien es, porque va callado, y su cara oculta. Tienen, además, un pequeño Museo que recoge los trajes antiguos, las cachiporras viejas, las letras cantadas y las fotografías añejas

Teniendo en cuenta que el Ayuntamiento quiere este año dedicarle una especial atención a su fiesta botarguil, y más en el momento justo de su declaración como BIC, y en el de lanzamiento de la Campaña que Diputación Provincial hace de divulgación y apoyo a las botargas, en colaboración con el grupo “La Tradición Oral”, este domingo a mediodía daré una charla en su Centro Museo de las Botargas en la plaza de Arbancón. 

Allí trataré de poner en valor, una vez más, estas figuras del folclore ancestral, cada vez más reconocidas y aplaudidas. Y lo haré siguiendo el índice y las imágenes del libro “Botargas de Guadalajara y Enmascarados de España” que recientemente me editó la editorial Aache y que va inigualablemente ilustrado por el conocido artista catalán Isidre Monés i Pons.

En esa charla, que ya adelanto no va a descubrir nada nuevo, sí que intentaré poner un poco de orden (cronológico) entre las botargas y mascarones que aparecen en nuestra provincia, diferenciando las que son fruto del entusiasmo solsticial (que son la mayoría), las que se centran en ese momento clave del invierno que es el segundo día de febrero, la Virgen de la Candelaria, y las que van más al genérico cajón de las celebraciones carnavalescas.

Así, pueden incluirse en lo solsticial puro las del Tórtola de Henares (24 de diciembre), Humanes y Alarilla (el uno de enero), las que se hacen, o hacían, en torno a la Epifanía, y que dedican al Santo Niño Perdido (Razbona, Valdenuño Fernández, Majaelrayo, hoy pasada a septiembre…), y Montarrón y Mohernando en San Sebastián, o en San Antón la de Guadalajara y San Pablo en Fuencemillán, para en torno a la Paz y San Ildefonso ver aparecer las de Robledillo de Mohernando, Mazuecos y Taracena. Después, en San Blas, saca la botarga Peñalver, y la cofradía sonora y colorista del santo en Albalate de Zorita, y en el momento clave del cambio de rumbo, en La Candelaria, la ya referida y aplaudida de Arbancón, más las de Retiendas y Beleña de Sorbe.

Muchas otras, o bastantes representaciones de máscaras, figuras coloreadas, grupos transformistas y terribles presencias demoniacas, salen ya con motivo del Carnaval, que es ese fin de semana (este año será el 26 de febrero) que precede al Miércoles de Ceniza, en el que se da rienda suelta a las alegrías sin freno y copiosas comidas, preparándose a lo que ha de venir, la larga y austera Cuaresma. En ese Carnaval, que resuena también de cencerrones y danzas, salen en Valdesaz el estudiante y la amuguilla, en Salmerón las mascaritas, en Almiruete los vaquillones y sus mascaritas, en Luzón los diablos, en Villares los vaquillones y de Valverde de los Arroyos el quizás, porque su fiesta, que ahora es en la Octava del Corpus, es muy posible que ancestralmente tuviera salida, también, en estas épocas solsticiales y proveedoras de la esperanza de la primavera.

Lecturas de patrimonio: Alcocer, la catedral de la Alcarria

Alcocer

Para Alcocer va hoy mi recuerdo, y un paseo por el entorno e interior de ese templo fabuloso, su iglesia parroquial, al que ya se llama, y desde hace algún tiempo, “la catedral de la Alcarria”, por ser ejemplar que trasciende la mera idea de “iglesia de pueblo” y alcanza, por su estructura y volúmenes el aire de una catedral de canonjías y fundaciones.

El monumento capital de Alcocer es su iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, declarada Monumento Nacional y que ha recibido en los últimos años muy valiosas y acertadas restauraciones que la han devuelto en parte su antiguo porte. Es un edificio colosal en el que predomina la arquitectura de estilo gótico, aunque muestra detalles del románico, y algunos del Renacimiento. Su época de construcción hay que situarla en el siglo XIII, quizás cuando su señora doña Mayor Guillen, que mostró unos grandes ímpetus fundacionales, dio en levantar similares templos románicos en Cifuentes, Millana, el monasterio de Santa Clara en las cercanías de Alcocer, etc. Durante el siglo XIV continuó levantándose este edificio, y hasta la XVI centuria vio producirse aumentos y reformas. 

Al exterior muestra su fábrica de recia sillería. Sobre el muro norte se alza la torre-campanario de dos cuerpos: el inferior con escuetas aspilleras horadando el muy grueso muro, y el superior con una parte cubierta de arquillos ojivos ciegos, sobre la que apoya el segundo cuerpo, de planta octogonal, en el que se abren esbeltas y muy adornadas ventanas góticas ajimezadas, rematando dicha torre con una linterna muy moderna. Cuatro puertas se abren en el templo. En su muro del norte, el que da sobre la actual plaza, se ve la primitiva puerta, hoy principal de entrada; es un ingreso incluido en saliente cuerpo de sillar, con arco semicircular abocinado, formado por cinco arquivoltas baquetonadas y un arco exterior cuajado de puntas de diamante; apoyan estos arcos sobre moldurada imposta, y bajo ella aparecen columnas adosadas con sus bases molduradas y sus capiteles de sencilla traza vegetal. Una cornisa sostenida por canecillos de diversos temas completan esta portada, la más antigua y plenamente románica. La otra portada de este muro es la más moderna de todas. Consta de arco trilobulado exornado de puntas de diamante y florones, y sobre ella aparecen tres arquivoltas de apuntada traza rodeadas de la misma decoración de puntas de diamante. Todo ello apoya sobre esbeltas columnas adosadas que rematan en pequeños capiteles de gótica hojarasca. Un alto plinto sirve de descanso a las columnillas y da realce a la puerta. Modernamente relleno su arco trilobulado, sirvió para lucir en el tímpano un escudo de armas. Al interior también luce escudos esta puerta, que comunica la plaza con el brazo norte del crucero.

Otra portada existe, abierta a los pies del templo, en el muro de poniente: tiene dos arquivoltas de arco apuntado, con exorno exterior de puntas de diamante, y los arcos van baquetonados. Las dos columnillas de cada lado se rematan en bellos capiteles foliáceos. La portada del muro meridional es verdaderamente grandiosa. Se la llama la puerta del sol, y en los muros de su derredor se veían antiguamente varios relojes pétreos para marcar la hora solar. Se encaja también esta puerta en un cuerpo saliente y forma honda bocina con cinco arquivoltas baquetonadas, de arco apuntado, y un exorno exterior de puntas de diamante. Columnas cilíndricas adosadas, cinco a cada lado, rematadas en sus respectivos capiteles de elegante traza vegetal. Todas estas puertas son elegantísimos y bien conservados ejemplares de la arquitectura románico-gótica de la Alcarria del siglo XIII.

El interior del templo es grandioso. Es de tres naves, estrechas y muy largas. La central más alta que las laterales. Se separan por pilares semicirculares en los que se adosan semicilíndricas columnillas que se rodean de collarines cubiertos de muy bien trabajada decoración vegetal. De ellos surgen las bóvedas nervadas, elegantísimas, apuntadas.

La capilla mayor tiene un tramo rectangular anterior, y el ábside poligonal; y se cubre con cúpulas nervadas de magnífico efecto. Todos sus muros están calados por altísimos ventanales, que le confieren un tono de capilla mayor catedralicia, de un estilo gótico exquisito. Tras esta capilla mayor discurre, rodeándola, una girola o deambulatorio también cubierto de bóvedas nervadas. A esta girola se abren diversas capillas más modernas, como son las del Descendimiento, de Nuestra Señora de Lourdes, y del Cristo, con bóvedas de crucería, y la capilla de la Concepción, o de los Sendines, todas ellas construidas del siglo XVI al XVIII y sin especial relieve, excepto alguna interesante reja del Renacimiento. Por los altos muros del crucero se muestran algunos bellísimos ejemplares de rosetones y ventanales góticos. En el muro sur del templo se abre la capilla del Tremedal, con portada a la nave de la Epístola, por una pequeña y hermosa puerta de arco semicircular, con exorno de puntas de diamante y arquivolta baquetonada, apoyando todo en jambas y finas columnillas a cada lado, sobre alta basa, que rematan a su vez en bello conjunto de capiteles de tema vegetal y carátulas. Su planta es pentagonal, abriéndose magníficos ventanales góticos en sus muros, y mostrando en los ángulos columnas adosadas que parten de bellas ménsulas con carátulas. Estas columnas rematan en capiteles de profusa hojarasca, y de ellos, a través de repetidas molduras, surgen los arcos que conforman la magnífica bóveda gótica de esta capilla. Al exterior, muestra sus muros de sillería, en los que abren las ventanas de arco apuntado sobre columnas y capiteles del estilo.

En el brazo sur del crucero se abre la gran sacristía, de bóvedas de crucería. La primera de las capillas de la girola, llamada de la Concepción o de los Sendines, es construcción del siglo XVI. Se cierra por bella reja renacentista con escudos repujados y artísticos balaustres. La fundaron los señores Diego Moreno, abogado, y su mujer Lucrecia Campuzano, que en ella están enterrados, así como diversos descendientes suyos, de la familia Sendín, en una cripta bajo la capilla. Por las paredes se ven pintados y policromados diversos escudos de las Ordenes Militares de Santiago, Calatrava y Alcántara. Sobre el arco de entrada a la capilla, tallado en piedra se muestra el escudo propio de los Sendín: un par de panelas sobre árbol y en derredor la leyenda «Ave Maria Gracia Plena Do te». El conjunto de esta magnífica iglesia parroquial es único en la provincia de Guadalajara, y una de las joyas del arte gótico de la Alcarria. 

En las tareas, largas y productivas, de restauración de la iglesia de Alcocer hechas durante años por quienes fueron sus párrocos, primero por don Andrés Pérez Arribas, y luego por don Crescencio Saiz, se encontraron dos esculturas de Cristo que habían estado largos años ocultas. Eran el “Cristo atado a la columna” que vemos junto a estas líneas, y el “Cristo con la Cruz a cuestas” perdido en su mayor parte. Ambas esculturas, de gran calidad y estilo manierista, talladas sobre madera, y ahora nuevamente restauradas y pintadas, fueron realizadas por el escultor genovés Bartolomé de Matarana, en 1588, en su taller de la ciudad de Cuenca, por encargo expreso del Corregidor de la villa de Alcocer, y con destino a que sirvieran de tallas de culto y procesión de la cofradía o cabildo de la Vera Cruz, que por entonces tenía su sede en el convento franciscano de Alcocer. Al ser desamortizado este, pasaron a la iglesia, donde largos decenios se habían mantenido ocultas. Ahora están recuperadas y a la vista de todos en la capilla del Descendimiento, la principal de la girola, con luz suficiente, y una serie de paneles explicativos acerca de su interés artístico.