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diciembre, 2021:

Soles de sobra, prodigios sin cuento

prodigios y misterios de la provincia de Guadalajara

Un libro que nos brinda el estudioso Angel Arroyo Benito, me permite recordar algunos sucesos espantables, misteriosos, escalofriantes o simplemente ridículos, acaecidos a lo largo de los siglos en nuestra provincia. El escritor, biólogo y natural de Guadalajara, se ha pasado años recogiendo datos curiosos de libros, de periódicos y de crónicas antiguas, para mostrarnos en vertiginosa cascada estos misteriosos que inquietan.

Tres soles bailando

El 3 de febrero de 1672 (festividad de San Blas, en pleno reinado de Carlos II de Austria) todo el mundo en Cifuentes se quedó pendiente del horizonte, que a media mañana de ese frío día fue ocupado por la visión espectacular de varios soles / lunas / arcoiris en el firmamento. Lo cuenta con todo lujo de detalles el que fuera cura de los Gárgoles, don Juan Bautista Guerra, en un informe que dio al ayuntamiento de la villa alcarreña, y de su señora la condesa de Cifuentes: era la fiesta de San Blas, y hacia la Cueva del Beato se encaminaron numerosas personas, para en ella hacer homenaje al santo eremita.

Antes de llegar, todos quedaron paralizados al contemplar cómo, sobre el horizonte, se dibujaban brillantes tres soles paralelos “el del centro, grande y natural, a  los lados, otros dos soles, acompañados de dos pequeñas lunas y un colorido arco iris”. Alguien después lo recordó y plasmó en un dibujo que se quedó para los anales de los prodigios alcarreños. Se ve junto a estas líneas.

Lo que en realidad vio el cura de Gárgoles y mucha gente del entorno fue el fenómeno del “parhelio” que surge en ocasiones, en días fríos, por la mañana, y que consiste en un efecto óptico producido por la refracción de los rayos solares al atravesar los cristales de las partículas de hielo existentes en nubes de tipo cirro, cuando se dan unas condiciones excepcionales de baja temperatura. Los «parhelios» aparecen exactamente con una inclinación de 22 grados sobre la posición del sol, debido al ángulo con que son refractados los rayos luminosos. En esos casos, los rayos solares refractados se condensan en dos globos de aspecto solar, más pequeños y menos brillantes que el original, dando en tiempos primitivos la sensación de que tres soles aparecían, y aún bailaban, sobre el horizonte. Una cosa similar fue registrada en Almonacid de Zorita, en octubre de 1580.

El relato de Arroyo Benito es minucioso, erudito y ameno. Mezcla tradición con prodigio, y ciencia con historia. Este parhelio de Cifuentes en el invierno de 1672 coincidió con la festividad de San Blas, y a propósito de este santo el autor nos entretiene con las historias de los “tres blases” que en la comarca se veneran, y que son el San Blas de Sebaste, el de Oreto, y el del Tovar, tres leyendas en torno a un personaje, y en las que la Alcarria y Cifuentes tiene solar, ermitas y ceremonias.

Los Tres Soles de Cifuentes

El cometa Halley se ve desde el palacio del Infantado

Otro de los prodigios que se hicieron famosos en la ciudad fue el avistamiento de una estrella poderosa y cambiante, que sobre el horizonte apareció, siendo vista desde el palacio del Infantado, en 1531. Andaba por entonces don Diego Hurtado de Mendoza, tercer duque del título, muy afectado por la enfermedad de la gota, progresivamente empeorando, y el avistamiento del cometa hizo a todos temer que era clara presunción de su pronto fallecimiento, como así ocurrió. Este cometa, que en su caminar por el espacio recurrentemente se ve desde la Tierra, apareció ese año de 1531 porque le tocaba, y así lo registró el científico alemán Pedro Apiano en su “Astronomicum Caesarum”, reproduciendo adjunta la página en que se describe, y que venía a decir que “es como una estrella grande, con tres rayos de fuego, que al parecer eran tan anchos como una mano, y tan largos como una lanza de armas”.

Los milagros de Auñón

Son muchos los que siguen acudiendo en los días de su fiesta a la ermita de Nuestra Señora del Madroñal, en término de Auñón, erigida sobre un peñascal a orillas del embalse de Entrepeñas. Tradiciones e inventos, historias ciertas y sueños recopilatorios envuelven su devenir que, eso es seguro, tiene ya más de ocho siglos. Fray Bernardo de Cartes, en 1721, escribió sobre ella, haciéndola fundación del rey Alfonso VII en 1137, trasladándose de lugar, y poniéndose donde hoy la vemos, en la Edad Media. Las “Relaciones Topográficas” de Felipe II en 1575 hicieron constar los milagros que en la ermita se producían a menudo, y fue un franciscano alcarreño, fray Miguel de Yela y Rebollo, en 1667, quien nos dejó un libro manuscrito en que con todo detalle escribió los milagros sucedidos en aquel edificio y su entorno, de tal modo que hoy puede considerarse la enciclopedia milagrera de la Alcarria más completa y sorprendente.

Lo tituló fray Miguel “Aparición y milagros de Nuestra Señora del Madroñal”, y en su relación abundan prodigios que a la fe ciega de nuestros mayores debían deberse. Muchos de ellos obrados a través del aceite de las lámparas que escoltaban a la primitiva imagen. Esa capacidad milagrera del aceite (alcarreño) lo compartía con la Virgen de Monsalud, junto a Córcoles, con cuya advocación la del Madroñal comulga en sus orígenes. Quizás lo más llamativo de esta relación sean los casos de posesión demoniaca y correspondientes exorcismos que el franciscano relata. En su mayoría son chicas, o mujeres, de la comarca, que ven al diablo en forma de jóvenes que las pretenden, o bien sienten graves afecciones de melancolías y aprietos del corazón, que las llevan a pedir ayuda al fraile, quien para todo tenía remedio. El más famoso de los casos es el de la niña Gregoria Sebán, de 13 años, que poseída por el demonio llegó a sufrir una herida en el pecho que el fraile dibujó en su manuscrito. Curada por sus exorcismos, meses después desapareció la marca. En todo caso, es divertido leer lo que Ángel Arroyo nos cuenta en su libro acerca de este verdadero espectáculo de milagros, diablerías y rayos destructores que en torno al Madroñal de Auñón se desatan, y que han merecido un homenaje poniendo la imagen de la Ermita y su entorno en la portada del libro.

Los corporales de Tartanedo

Aunque con cierta frecuencia, el viajero por España se sorprende al ver que en diversas iglesias, ermitas o casas particulares quedan paños en los que se ven todavía pintadas en rojo las huellas redondas de Sagradas Formas que recibieron vejación y ultraje, es la de Tartanedo una de las mejor documentadas.

En su retirada y derrota, las tropas del archiduque Carlos (de Habsburgo) en la guerra de Sucesión que las potencias extranjeras desplegaron por nuestra patria a principios del siglo XIX, pasaron por Tartanedo, en el señorío de Molina, y que entonces estaba en el Camino Real de Aragón, destruyendo y profanando. Sacaron las sagradas formas del sagrario parroquial, y las desparramaron por el suelo. Un vecino las recogió y envolvió en un paño, y poco después comprobaron todos con asombro que habían dejado una marca rojiza y redondeada, tal que si hubieran sangrado. Hoy las guardan en una especie de copón dorado, en la parroquia, con una nota que el cura escribió dando cuenta del milagro. En Daroca pasó algo por el estilo. Y en Maranchón, y en Barbatona…

Esta de Tartanedo adquirió más fama porque el propio rey Felipe V (de Borbón) a su paso por Tartanedo, paró a contemplar el objeto del milagro, y lo ponderó mucho, pidiendo que en adelante se mostraran y divulgaran estos acontecimientos. No hace muchos días que pasé, una vez más, por Tartanedo, y entré en su iglesia, hoy maravillosamente restaurada y resplandecientes sus docenas de piezas artísticas, como un museo brillante. Allí siguen “los corporales de Tartanedo”, expresión máxima del prodigio. Y (aclaración conveniente) nuevo testimonio, entre otros muchos, del crecimiento de la bacteria “Serratia Marcescens” sobre depósitos de harina (que es de lo que están hechas las “Sagradas Formas de la Comunión”) cuando se juntan mucosidades de origen humano sobre un paño, y la bacteria segrega la “prodigiosina”, sustancia roja que se parece mucho a la sangre humana. Y que una vez seca, da memoria del prodigio. Leyendo estas cosas, y sabiendo sus entretelas, de verdad que uno pasa la vida entre divertido y asombrado.

Lecturas de Patrimonio: Noche Buena en el Arte

La Natividad en el retablo mayor de la catedral de Sigüenza

El año 2021 en que se cumple el 50 aniversario de la creación de la Asociación de Belenistas de Guadalajara ha tenido una especial relevancia en el camino de la conmemoración del eje del cristianismo: la exposición “Belén y Tradición” asoma a las salas altas del palacio del Infantado, con una extraordinaria muestra de figuras y ambientes basados en la historia del Nacimiento de Cristo.

Belén, arte y tradición

La representación artística del momento de la Natividad de Cristo, para el que no hubo reportero, fotógrafo o corresponsal acreditado que participara ni diera constancia, ha sido una constante en el arte occidental desde tiempos muy remotos, pasando por las manos de escultores anónimos, grands figuras de la pintura, y artesanos de variado pelo en lo escultural y artesano. Hoy, además, llega multicolor y alegre a los juguetes, a las pantallas, a los escenarios vivientes. 

Creo sinceramente que este momento de la Natividad, que supone un trance obligado para todo ser humano, como es el nacer, pero con dimensiones universales al reconocerse como Hijo de Dios al recién nacido en Belén, es uno de los más venturosos y reinterpretados de la historia del arte. Voy a dar a continuación cuatro pinceladas relativas a esa Natividad de Jesús en formas y colores que por Guadalajara pueden verse y admirarse.

La Riba de Saelices

Me dicen que van muy avanzadas las obras de contención y reparación de la iglesia parroquial de Riba de Saelices, que visité hace unos meses con su alcalde Ricardo Villar, quien me dijo de su preocupación por el estado arquitectónico del templo, y quien me facilitó el estudio y grabación gráfica del retablo mayor de esa iglesia.

En ese retablo, majestuoso y espectacular, la segunda escena pintada por la izquierda es la Natividad de Cristo. Una pintura llamativa y conmovedora, en la que, en espacio cerrado, centra la escena un niño [recién nacido] con aureola de santidad, que reposa sobre unos paños blancos, y es admirado por tres angelitos. Sobre él surgen las figuras de María y José. Ella viste túnica dorada y manto azul, está de rodillas, y con las manos juntas ora ante su hijo, mientras José admira de rodillas al niño, sosteniendo las telas en las que reposa. El fondo de la habitación, que representa un establo, tiene en una hornacina a la Mula y el Buey, y en la otra dos pastores, mientras que tras San José hay otro pastor, de cuerpo entero, con un cayado al hombro, recubierto de manto con capucha, y que es figura utilizada por Juan de Soreda en otros retablos suyos, y aprovechada por sus seguidores como sin duda lo fue el Maestro de La Riba de Saelices.

Este retablo, que recomiendo visitar en cuanto podáis, fue producido en uno de esos talleres retablistas de Sigüenza que estaban activos en torno a 1550/1560. Su autor, desconocido, pero en el ámbito de Diego de Madrid. Pinturas sobre tabla con un fuerte sentido manierista. Tallas con resabios platerescos de modelos de Vandoma, pero con una simpleza ruda y practicona. Ramos Gómez propone que, ante la ausencia de autoría documentada, al autor se le dé el nombre de “Maestro de Riba de Saelices”. Nosotros hemos tratado de buscar los documentos, pero el intento se ha cortado de raíz, al tener la noticia de que en la parroquia no existen documentos de ningún tipo, y en el Archivo Diocesano de Sigüenza, no hay libros de fábrica ni visitas correspondientes al siglo XVI. No es problema, sin embargo, a la hora de admirar esta escena de Natividad, brillante y asombrosa en el muro mayor de una sencilla iglesia de uno de nuestros pueblos.

Escena de la Natividad de Cristo, en el retablo de Riba de Saelices

En la catedral de Sigüenza

Siempre recomendable el paseo por Sigüenza. La visita de su catedral. El descanso admirativo ante su capilla mayor. Ahora en diciembre finales, justo en la Nochebuena de 2021, nos quedamos parados mirando el fondo de esa capilla, ocupado por un magno altar mayor, hecho a instancias del prelado fray Mateo de Burgos, entre 1609-11, por el escultor Giraldo de Merlo y su equipo de colaboradores. Consiguió aquí este artista su obra maestra, muy representativa del manierismo castellano de los inicios del siglo XVII. 

Consta este retablo en madera policromada, cuajado de tallas y relieves, de un zócalo y tres cuerpos de distinto orden: jónico, corintio y compuesto. En el zócalo se ven escenas de la Pasión. En el primer cuerpo hay esculturas en hornacinas, con relieves encima: representan a San Andrés, Santa Lucía, San Francisco de Asís y Santa Catalina; en el centro, dos grandes relieves con la Inmaculada Concepción y la Transfiguración de Cristo; delante se alza un gran tabernáculo de corte herreriano, rico en tallas y estatuillas. El segundo cuerpo se forma de tallas (Santa Inés y Santa Ana) en los extremos; escenas de la Natividad y Epifanía en buenos relieves, y la Asunción de María, titular del templo, en el centro. El último cuerpo lleva al centro un sobrio Calvario, escoltándose de escenas en relieve como son la Ascensión del Señor y la Venida del Espíritu Santo. Otras muchas estatuas de santos, relieves, frisos y paneles enriquecen el conjunto de este hermosísimo retablo renacentista. 

La escena que atrae hoy nuestras miradas es la de la Natividad. En un ámbito cerrado, ocupado el fondo por muros sencillos y con un arco abierto a través del que se observan nubes densas, el primer plano está representado por un grupo de seis personas, siendo las de la derecha del espectador tres pastores ataviados a la romana usanza, uno de ellos con vara y cantimplora, señalando en el suelo la cuna sobre la que reposa Jesús recién nacido. A la izquierda, también admirándole, ella sentada y él a medias arrodillado, María y José también miran al Niño. Tras ellos, una mula y un buey calientan el ámbito, en el más tradicional de los entornos. Tiene el conjunto ese aire manierista que nos deja plácidamente inmersos en el momento que retrata, y que es el que conmemoramos hoy, 2021 años después del acontecimiento. Esencia de esta Fiesta de Nochebuena.

La Navidad de Playmóbil

El mundo de los muñecos de Playmobil ha integrado perfectamente a la Navidad en su ámbito. De todos es sabido que la marca pertenece a la empresa Brandstäter con sede en Zimdorf (Alemania), y que fue Hans Beck quien ideó la línea de muñecos basados en la sencillez, plasticidad y universalidad con base en la estructura que a los seres humanos dan los niños pequeños: ojos grandes, sonrisa eterna, estaticidad y colorido. De esa marca nacen miles de figuras y situaciones tomadas del mudo real, pero la Navidad, que es temática propia del Cristianismo, y por tanto europeo y occidental, es muy bien tratada por la marca germánica, que proporciona todos los elementos necesarios para “montar el Belén” a lo grande, sin que falte detalle. En un comercio de la parte baja de la Calle Miguel Fluiters se ha hecho tradicional la muestra navideña que ocupa sus escaparates, de los que hemos tomado una imagen que representa completo el ámbito del Portal de Belén, dando así el aire navideño, cuajado de historias, personajes, animales, secuencias completas en un ámbito entre oriental y romano, que recupera el conjunto de mensajes trasmitidos por el Nuevo Testamento, y viene a completar la tarea de la Asociación de Belenistas, tan cumplida en Guadalajara.

La Concordia Navideña

Aunque con un “Parque Temático” dedicado a la Navidad, según reza el cartel puesto a la entrada de la Concordia, pero que pocas alusiones hace al hecho histórico/religioso del Nacimiento de Cristo, el único elemento alusivo al hecho de la Natividad es un grupo escultórico de moderno perfil, al que poco a poco han ido dejando adheridos sus mensajes de suciedad algunos grupos de jóvenes que tienen por única ilusión estropear y pintarrajear todo lo que con esfuerzo hacen el Ayuntamiento y sus ciudadanos ejemplares. El Niño Jesús, como siempre, viene este año generoso y a todos perdona, pero no deja de ser lástima que haya que ponerle vallas y fronteras al arte para protegerle del vandalismo imperante.

La profusión de luces, de árboles navideños y de mensajes de Paz, Felicidad y Buenas Fiestas, queremos aquí complementarlos con estas breves y concisas alusiones artísticas al hecho cierto e histórico del Nacimiento del Mesías, que fue Cristo, Jesús, creador de esa teoría nueva (de hace veinte siglos largos, ya, a la que llamamos cristianismo) en la que solo cabe el Amor por los demás, y la Solidaridad entre los humanos.

Grupo escultórico de la Natividad de Cristo en el Paseo de la Concordia

Lecturas de Patrimonio: los ángeles de Chera

angeles de chera

Otra gran serie de ángeles inmaculistas, casi desconocida hasta ahora, es la que forma en los muros de la ermita de la Purísima Concepción en la pequeña aldea de Chera, en el Señorío de Molina de Aragón, en las orillas del río Gallo seminaciente. Estos son ángeles arcabuceros, en lo mejor de la tradición cuzqueña, y están solamente a medias restaurados. Merece la pena conocerlos.

 

En uno de esos rincones del Señorío de Molina, apenas sin gente, pero con dos barrios separados por el Gallo que allí es arroyejo, se encuentra un conjunto de obras de arte que sorprenden por varias razones, fundamentalmente por el lugar en que se encuentra y por el tema que ofrecen. El lugar es la ermita de la Purísima Concepción, junto al cementerio de la localidad, en las afueras de Chera. Y el tema, un conjunto de catorce cuadros representando en gran tamaño ángeles arcabuceros de época barroca.

La ermita de Chera, medio perdida en el páramo molinés, tiene una planta cuadrangular y está precedida de un atrio que soportan cuatro columnas. Sobre la piedra clave del arco de entrada está tallada la fecha de construcción, “Año 1694”. Sin embargo, los cuadros de su interior son algo posteriores, de 1720 en adelante, la mayoría de ellos están fechados, por lo que al respecto de la datación no existe ninguna duda.

El interior está completamente decorado con pinturas murales que enmarcan los lienzos en que se representan los ángeles. Todo ello anda bastante dañado por el paso de los años, pues el conjunto está cumpliendo actualmente los tres siglos exactos de vida. Las pinturas, representando molduras, medallones y cortinajes, encuadran frases que identifican los símbolos que portan los personajes angélicos con elementos de la letanía laurentiana. Aunque en algún momento, quizás para su limpieza, se desmontaron y luego recolocaron inadecuadamente. Por ejemplo, vemos que bajo la inscripción de Fons Aqua, figura el Ángel con una torre; y bajo la Scala Coeli, el Ángel con un lirio. Así mismo, el espacio reservado a la Stella matutina, donde se aloja el Ángel con estrella, fue enmarcado con un cortinaje escenográfico.

La calidad de las pinturas no es demasiado buena, pero en cualquier caso se identifican bien los ángeles, se aprecian con detalle sus ropajes, se admiran en diversas formas sus armamentos, y se ven los símbolos que campan sobre los escudetes que portan. Diversas cartelas sobre el fondo liso de los cuadros dan idea veraz de las personas que los encargaron, los sufragaron, y las fechas en que se hicieron. Así vemos que en el cuadro de San Rafael, figura la

inscripción “A devoción de Thomas Sanz y su muger. Manuel Sanz. Año

1720”. En el Ángel con luna se lee “Dio de limosna este cuadro Juan Martínez de Monguía. Año de 1723”. En el Ángel con lirio leemos “A deboción de Diego Malo, de Ignacio López y sus mugeres. Año 1724”. En el Ángel abanderado pone “A devoción de Ramiro y su muger Isabel Lopez. Año…”. Todavía en el Ángel con el arcabuz señalando al cielo vemos la inscripción “A devoción de Antonio de Segovia y Ángela M…. su muger. Año 1720”. Luis de Segovia y Ana Mr, su mujer”. Y en el Ángel con arcabuz en los brazos que mira de frente pone “A devoción de Andrés Go… y Ana Sanz Merino. Re… Año 1720”. Por estas inscripciones que se han salvado podemos saber las fechas de producción de la serie, concretamente de 1720 a 1723, y la costumbre existente en Chera de pagar un cuadro con ángel a devoción de las almas de vivos y muertos de las familias allí residentes en la época.

El profesor Mario Avila Vivar ha estudiado con detalle esta serie de ángeles molineses, a raíz de su descubrimiento por Teodoro Alonso Concha, y su preparación e inicio de restauración, que corrió a cargo, en cuatro de ellos, de Elena García Esteban y Marta Urmeneta Oscoz, en 2008. Destaca la intervención de dos manos, de pintores muy diferentes. Atenidos al rigor de unas dimensiones fijas, y con patrones tomados de aquí y de allá, son varios los elementos estilísticos a considerar en este conjunto. Primero sus atavíos, que se ven españoles, usando corazas de la época de Carlos II, vestimentas de origen romano, cascos y rodilleras defensivas muy barrocas, mantos y túnicas de inspiración clásica pero con detalles del inicio del siglo XVIII, utilizados de forma real en procesiones y manifestaciones rituales en la época. Después las armas que portan, que en numerosos de ellos son arcabuces, y que recuerdan las series de ángeles arcabuceros andinos, del virreinato del Perú. En este sentido, nos dice el profesor Ávila que “los ángeles arcabuceros surgieron en el Alto Perú, en la segunda mitad del siglo XVII, y representan la última gran aportación del arte occidental a la iconografía angélica. Estos ángeles visten como la aristocracia cortesana de tiempos de Carlos II y van armados como los tercios. Su estilo artístico es el denominado “barroco mestizo”, y constituyen una de las expresiones más significativas del barroco hispanoamericano. La mayoría de los historiadores del arte virreinal los consideran creaciones indígenas, y piensan que surgieron para cristianizar ancestrales cultos andinos asociados a los astros y a la naturaleza, o como imágenes cristianizadas de los Huaminca, los soldados alados de Viracocha, y como ángeles custodios del Imperio «austroandino» en el Nuevo Mundo”. Hay que destacar que las vestimentas de estos ángeles son muy similares a las que se usaron en el desfile de la Hermandad del Santo Entierro de Sevilla el Viernes Santo de 1729, capitaneados por los siete arcángeles de Palermo, uniformados con petos, espaldares, túnicas, guirnaldas, morriones, botines, y armados con picas. La procesión fue presidida por Felipe V e Isabel de Farnesio, los príncipes, infantes, deán y cabildo catedralicio; procesión que Mira Ceballos consideraba como “la más genuina y ampulosa manifestación callejera de Fe de la Sevilla Moderna”.

También hay que destacar que algunas posturas y, sobre todo, las cartelas con símbolos marianos que se ven a los pies de los ángeles, recuerdan mucho a los ángeles de la serie de la iglesia de San Bartolomé de Tartanedo, los cuales, a su vez, recuerdan a los cuatro grandes arcángeles de las pechinas de la iglesia de Nuestra Señora de la Luz de Almonacid de Zorita, en la Alcarria, y que fue mandada construir y decorar por los jesuitas. Estas ultimas son posteriores a lo de Chera, pero en todo caso nos demuestran que los patrones para representar ángeles, arcángeles y seres celestiales en época barroca fueron ampliamente utilizados por los pintores que recibieron encargos de este tipo, y que recogieron formas, aptitudes y elementos de muy diversas procedencias, tanto peninsulares como coloniales.

La ermita de la Purísima Concepción de Chera es un llamativo ejemplo y paradigma del patrimonio artístico de la provincia de Guadalajara: un innumerable catálogo de piezas, sueltas o por series, que duermen en el silencio y el olvido de todos en remotos edificios aislados por los páramos. Esta es la evidencia de un país que lleva gafas bifocales, y solo mira por la parte alta de sus cristales. Por la parte de abajo, que es con la que se examinan los detalles, casi nadie mira nunca.

 

Lecturas de Patrimonio: los ángeles de Tartanedo

Los angeles de Tartanedo

Tras siglos de progresivo deterioro, se consiguió salvar –restaurándolo adecuadamente– el conjunto de doce cuadros representando ángeles en la iglesia parroquial de Tartanedo: Junta de Comunidades, Obispado de Sigüenza y Asociación de Amigos de Tartanedo, lo consiguieron. Hoy es una meta a visitar, como lo he hecho muy recientemente.

La constante petición que desde España (monarquía, instituciones, eclesiásticos y fieles) se hizo durante largos decenios para que el Vaticano declarara a la Virgen María libre de pecado original tuvo su final respuesta con la declaración, en 1854, de dicho dogma, que no hay que confundir con el que proclama la virginidad de María tras la concepción y parto de Cristo, declarado mucho antes, en 431, durante el Concilio de Éfeso. Los españoles fueron especialmente insistentes en la defensa del inmaculismo de María, y una de las formas artísticas de expresarlo ha sido la representación de cohortes, de pequeños ejércitos de ángeles, que en la tradición se dice que escoltaron siempre a la Virgen, la anunciaron, la protegieron y la elevaron en el aire en su definitiva Asunción a los Cielos.

El vigor inmaculista del arte español, desarrollado en toda la península, y en Hispanoamérica, ha dado por fruto algunos bloques de pinturas con ángeles que siguen asombrándonos cuando los vemos. En la provincia de Guadalajara han quedado dos series completas, que están actualmente recuperadas y admirables, en sus lugares de Tartanedo y Chera, ambos en el Señorío de Molina. Los he visitado recientemente y quiero dejar aquí constancia de ellos, y animar a su visita por parte de mis lectores.

Una docena de ángeles

Hace unos días pude contemplarlos de nuevo. Lo había hecho en 1976, cuando aún estaban marchitos, oscuros y deplorables en los muros de la parroquia. Y lo hice luego en 2010, cuando se restauraron por la Junta de Comunidades a instancias de la Asociación de Amigos de Tartanedo. Fue una tarde de agosto en la que, además, se presentó solemnemente el libro que con versos de José Antonio Suárez de Puga ponían palabra y serena dimensión poética a sus formas y colores.

Los “ángeles de Tartanedo” en número de doce, cubren dos muros (este y sur) de la capilla del Rosario de este templo barroco, y nos sorprenden como miembros que son de la corona de la Virgen María. El número doce, sagrado en el Antiguo y Nuevo Testamento (las doce tribus de Israel, los doce apóstoles de Cristo) incrementa su sentido trascendente. Revestidos con esplendor festivo, cada uno porta una cartela con símbolos marianos, con objetos que surgen de los salmos anunciadores, y que viven en la Letanía Laurentiana. Tienen todos la fuerza del arte barroco hispano, y aunque no se sabe con certeza donde fueron hechos, y por quien pintados, sin duda son españoles, de la mitad del siglo XVIII.

Estos doce ángeles, surgiendo sobre fondo neutro de grises y ocres, se nos ofrecen en actitudes amables, cariñosas, dulces, como de paso de danza, en andadura sosegada. Sus vestiduras son amplias, rimbombantes, de capas y faldellines, con algunas corazas, cueras, botas y rodilleras especialmente hermosas, broches ricos en el pecho, y largos pelos sobre suaves facciones que, a nada que se observen, nos dejan en la duda, en la confusión de sexo e intención que muestran. Cada uno de ellos lleva en su mano un escudo o cartela en el que se pinta una figura tomada de la Letanía de la Virgen, por lo tanto son ángeles que quieren honorar a María Madre de Dios, llevando sus poéticos iconos tomados de los Salmos: “Electa ut Sol”, “Fons signatus”, “Scala Salutis”, “Lilia inter spinas”, etc. Tres de ellos añaden un símbolo, pudiendo ser caracterizados como arcángeles: el principal, el jefe de todos ellos, es Miguel, con vara de mando y gran sombrero de plumas coloreadas. Otro es Rafael, caracterizado por su bordón y su esclavina como arcángel caminero. Y el tercero, que levanta en su mano izquierda un puñado de rosas, se trata de Gabriel. Los demás son ángeles, del montón, ninguno armado, pero elegantes, soberbios, bellos e inolvidables. Sin nombre propio, pero nacidos de la corona de estrellas (doce estrellas) que la virgen María Inmaculada lleva.

Datos para su admiración

Ocupan los huecos de dos altares que tapizan los muros de la capilla del Rosario, que fundaron en el siglo XVIII los Montesoro y Rivas, un linaje de procedencia italiana, que había afincado en la planicie molinesa durante los años de la pujanza económica generada en torno a la ganadería lanera. El propietario de la capilla fue don Andrés Carlos de  Montesoro y Rivas, casado con doña Sebastiana Malo de Molina. En el retablo se lee esta cartela: «Estas pinturas y retablos mando hacer a su costa el Sr. D. Andrés Carlos Montesoro y Ribas, patrono que es de esta capilla. Año de 1756». De todos ellos, es especialmente relevante el que figura como capitán de las fuerzas celestes, San Miguel, que viste de capitán general, con coraza en cuerpo y piernas, morrión adornado con cimera de plumas, túnica corta y un ostentoso manto que se asemeja a una capa pluvial y a un paludamentum. En su escudo aparece una pintura con la imagen completa de la Inmaculada Concepción. El segundo de los arcángeles, San Rafael, lleva en su escudo una palmera, y el tercero, San Gabriel, cambia su habitual ramo de azucenas por un bloque de rosas y ampara un escudo en que se representa un sol, alusión a la esposa del “Cantar de los Cantares” que es “Resplandeciente como un sol”.

El resto de los ángeles de Tartanedo, que han de verse en detalle uno a uno, llevan espectaculares vestimentas, y cada uno el escudo en que se representan símbolos de la letanía, alusivos a frases bíblicas que preludian la vida de la Virgen. Son estos sus nueve restantes atributos: fuente, pozo, luna, escalera, puerta del cielo, torre, ramo de lirios, ciprés y ramo de olivo. Quien más sabe de ellos, y en el libro de Suárez de Puga escribe con detalle su estudio y significado, es Teodoro Alonso Concha, profesor emérito del IES Buero, quien movió el proceso de restauración hasta completarlo en la luminoso realidad que hoy constituye esta serie de cuadros.

Lástima que solo podamos pararnos un rato a mirarlos. Y que estén –por ser un altar su habitación postrera– tan altos. Se vieron muy bien cuando, tras la restauración, en 2010, pararon una temporada en el palacio del Infantado de Guadalajara. De entonces son las fotos que hay hechas y que nos los muestran en detalle. Porque si pudiéramos disfrutar más tiempo de su inquietante armonía, nos vendrían otras cuestiones a ma mente. Decía José Luis Sampedro en su novela Octubre que “Los ángeles son andróginos castos”. Todos los seres andróginos son, por esencia, castos, puesto que se trata de especies biológicas básicas que poseen los dos sexos, pero no pueden fecundarse a sí mismos. Aunque los ángeles han sido considerados siempre masculinos, al menos en el cristianismo moderno, y sus nombres, especialmente los de los arcángeles, que son los más usados, han sido dados a los varones (Miguel, Rafael, Gabriel y Uriel), no dejan de ofrecer, hoy todavía, una inquietante imagen hermafrodita. Y dado que hay tanta gente, al menos en nuestro país, que no tiene nada qué hacer, no sería extraño que ante la contemplación de estas pinturas se levante de nuevo la bizantina cuestión, clásica en el anaquel de las frases hechas, de tratar en hondura, con amplitud y hasta en Congreso, sobre “el sexo de los ángeles”.

Viene esta disquisición a propósito de lo que, siempre que me paro a contemplar estas pinturas, se levanta entre algunos espectadores que me acompañan: “aunque son ángeles, parecen mujeres”, “es que son ángeles y no tienen sexo”, “es que los ángeles realmente son femeninos”… etc.

El libro en su homenaje

Al libro que surgió con motivo de la restauración, no me canso de ponderar, pues lo merece. El título de la obra es escueto: “Angeles de Tartanedo”, y sus autores son muy conocidos entre nuestros lectores: José Antonio Suárez de Puga, que escribe los versos de arte menor en homenaje a estos alados seres, y Teodoro Alonso Concha, quien se encarga de hacer un estudio de sus símbolos (esos elementos que portan y muestran en sus escudos) y aún de la búsqueda del sentido de los ángeles en el arte.

Guadalajara en la Edad Media

Guadalajara en la Edad Media

En estos días aparece un nuevo libro de gran calado y mucho músculo, en el que se trata de una época –ya mítica– de nuestra ciudad de Guadalajara, en la que no todo fue paz y felicidad, sino en la que hubo conflictos, peleas, venganzas y también espléndidas construcciones. La Edad Media está ahora retratada por el profesor Javier Plaza de Agustín, a quien hoy aplaudo.

En un libro de casi 400 páginas caben muchas historias. De todas ellas, verificadas por los documentos y la bibliografía, algunas son muy conocidas, pero otras no tanto. Y en esa visión general, panorámica, de 800 años alborotados y no tan oscuros como se creía, aparecen muchas caras, muchos edificios, y el poso de muchas batallas por los rincones de la vieja ciudad. Esa que quedaba comprendida entre los barrancos de El Alamín (al Este) y San Antonio (al Oeste), con el hondo foso del Henares (al Norte) que solo podía sr cruzado por poderoso puente torreado, y con la llanada del Mercado (hoy Santo Domingo, al sur) encerrado el conjunto entre murallas.

Las señoras de Guadalajara

En uno de sus capítulos, presenta este libro un aspecto hasta ahora no tratado en la Historia de Guadalajara: la nómina de sus señoras, que fueron mucho más numerosas que los señores. Desde la Reconquista a los árabes, la villa de Guadalajara (que fue titulada de ciudad a partir de 1460) fue “de realengo”, esto es, que tenía por único señor al Rey. En la ciudad vivían nobles, aristócratas, letrados, clérigos, escribanos, pecheros de todo tipo, artesanos, etc, pero todos reconocían por su señor al Rey de Castilla. Sin embargo, de una forma habitual, los reyes entregaron el señorío de la villa/ciudad (con sus correspondientes derechos de cobro y justicia) a sus esposas o a sus hijas, de tal modo que la ciudad pudo decirse que fue “señoreada de señoras” durante varios siglos.

Con dudas se reconoce a doña Blanca de Portugal, hija de Sancho I y fundadora de las dominicas de Coimbra, hacia 1212, como señora primera. Sí que lo fue, con toda la seguridad de los documentos, doña Berenguela de Castilla, hacia 1240. Hija de Alfonso VIII, hubiera sido reina al morir muy joven su hermano Enrique I, pero ella peleó porque lo fuera su hijo Fernando (III el Santo). Vivió en Guadalajara algunas temporadas, donde tenía casas en la parte baja de la ciudad. Ver la página que le dedica el Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de la Historia en dbe.rah.es/127473/berenguela-de-castillo-y-aragon. También merece ser leída la novela de José María Pérez “Peridis” “La Reina sin Reino” en la que trata con rigor su figura.

Otra Berenguela, esta hija de Alfonso X el Sabio, ejerce el señorío concedido por su padre en la segunda mitad del siglo XIII. Y después vendrá doña María de Molina, la última señora del Territorio Molinés, casada con Sancho IV. Esta señora, la hija de la gran doña Blanca de Molina, tuvo la regencia de la nación, también, y pasó temporadas en nuestra ciudad.

Las hijas de Sancho IV y María de Molina, las infantas Isabel, y Beatriz, recibirían ya en el siglo XIV el señorío de Guadalajara, viviendo muchos años aquí. Se conoce a su época como la del “señorío de las Infantas” y ellas mandaron construir, entre otras cosas, el puente que cruza el barranco del Alamín junto al torreón del mismo nombre.

También doña Juana Manuel (1339-1381) tuvo el señorío, y algunas más (ver el cuadro de la página 95)

El reinado de Alfonso XI no conoció delegación señorial en féminas. El propio rey, que quería mucho a esta ciudad, donde fundó la Orden de la Banda, celebró Cortes, desarrolladas en el Alcázar donde residía (ver la página 96 de este libro, donde se da razón meticulosa del hecho) y aquí en 1390, todo el invierno y consiguiente primavera, fue sede de la monarquía. A la muerte del rey, tuvo nombramiento de señora de Guadalajara su viuda doña María de Portugal. En todo caso, nombre más nombre menos, lo sensacional consiste en saber que durante casi tres siglos de la plena Edad Media la ciudad de Guadalajara fue regida por mujeres.

La traída de las aguas

Otro de los temas, hasta ahora no tratado en las historias anteriores (Pecha, Núñez de Castro, Layna, Ortiz, etc.) es el de la traída de las aguas, a una ciudad que no tiene apenas manantiales. El crecimiento demográfico forzó a buscar pozos, escasos, pero sobre todo “viajes” de traídas de aguas, al objeto de abastecer a los vecinos principales de la ciudad, como eran los Mendoza. En sus diversos palacios, y a partir de finales del siglo XV en la sede del ducado del Infantado, en la parte baja de la ciudad, junto a sus murallas, se necesitaba mucho agua, que era traída por conducciones de diversos tipos desde los manantiales de El Sotillo, aunque el agua era muy caliza, y por eso fueron frecuentes los padecimientos renales de sus habitantes (el mismo Cardenal falleció en su palacio frente a Santa María tras haber estado un par de años con molestias renales que acabaron en un apostema de riñón, muy probablemente un cáncer renal, o de próstata).

El agua era controlada por el Concejo, que distribuía su salida a los habitantes en forma de fuentes y pilones. Pero los aristócratas la disputaban, teniendo en cuenta que eran ellos los que quería aparecer como magnánimos oferentes de aguas a los conventos diversos, muchos de ellos de fundación mendocina. El viaje principal, desde el “Arca del Agua” en El Sotillo (que hoy permanece en forma de un garitón de piedra presidido por el gran escudo del quinto duque) bajaba por la actual calle del Ferial, y se distribuía por el subsuelo de “El Arrabal del Agua”, (con un canal tan alto que podía pasar por él un hombre montado a caballo) hacia San Francisco de un lado, y por Barrionuevo dando agua a las carmelitas y finalmente llegando al palacio ducal.

El agua y su distribución fue siempre motivo de conflictos entre la aristocracia, el clero y el Concejo, y eso se ve muy claramente en el libro del profesor Plaza, que ofrece esa dicotomía de poder en otros muchos aspectos, especialmente en el de la distribución de cargos representativos en el Concejo, que de una parte la quería controlar el duque, y de otra el Concejo protestaba de continuo, pleiteando y protagonizando uno de los juicios más largos y sonoros de la ciudad, y aun de Castilla, que pasó años y años en las salas de la Real Chancillería de Valladolid, esperando su resolución. La ciudad, en todo caso, siguió siendo siempre señorío del Rey, hasta la Constitución de Cádiz.

No podía faltar en este libro el capítulo de las Huellas Físicas del Medievo en Guadalajara. Complemento obligado de la historia es el ofrecimiento del patrimonio. Se ha perdido mucho, la muralla especialmente, (que circuía por completo a la ciudad, hasta principios del siglo XIX) pero también conventos (alguno, como el de San Bernardo, derribado tras la Guerra Civil, o el de las Carmelitas de las Vírgenes, que cayó en los años 70 del pasado siglo), palacios, portadas, parroquias (como la de Santiago, la de San Andrés, la de San Esteban, o la de San Gil, todas mudéjares). El autor de la obra nos da una visión panorámica pero muy conjuntada de esas huellas físicas, en forma de edificios, pero también de piezas arqueológicas, hoy en el Museo Provincial, o de documentos (en el Archivo Municipal), etc.

La densa sonoridad de los nombres medievales (alfonsosberenguelasdiegos y beatrices) resuena en esta “Historia de Guadalajara durante la Edad Media” como un agua permanente que corre por las páginas del libro. Que debería ser usado, creo, en los Colegios e Institutos de la Ciudad, en ese ejercicio de dar a conocer las esencias, las raíces y los fundamentos de una cultura a la que no deberíamos renunciar.