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enero, 2021:

Memoria de los celtíberos en Padilla del Ducado

padilla del ducado

Con motivo de la aparición, en estos días, de un nuevo libro de temática local, concretamente referido a la historia, la geografía y el patrimonio de Padilla del Ducado, mínimo y entrañable lugar de nuestra serranía, voy a tocar algunos temas que atañen, en general a ciertos aspectos del cuidado y la salvaguarda de nuestro patrimonio cultural, para que sean tenidos en cuenta.

En estos tiempos en los que tanto preocupa, y con razón, la progresiva despoblación de algunas áreas del interior de España, después de decenios de estimular la vida en las grandes ciudades, y el desprecio a la cultura local, teniéndola por caduca y obsoleta, supone una alegría ver cómo aún hay gente que se preocupa de rescatar la memoria de esos lugares que, sin apenas habitantes, pugnan todavía por mantener viva su memoria, cuando no su vida y su voz.

Hace años, y en estas mismas páginas, surgió la noticia, que el libro de Juan Martínez recoge con pormenor. La iglesia de Padilla del Ducado, por abandono en sus cuidados, habíase derrumbado en parte, quedando tan solo sus cuatro paredes. El pueblo, casi vacío de gentes, apenas fue escuchado en sus lamentos. Alguien se llegó al Obispado de Sigüenza, por ver si le vendían los restos del templo, porque al menos de su portada covarrubiesca se podría sacar algún beneficio. Y la venta se consumó. Por lo cual me atreví a lanzar aquí (véase el periódico “Nueva Alcarria” de 10 febrero 1973) una protesta de tal atentado, que vino a servir para que el tema se parase, la reconstrucción del templo se iniciara, y hoy todos contentos pueden verlo en un estado de normalidad y uso.

Los Ancerales

De los múltiples lugares que nos dejó la huella celtibérica en la Serranía del Ducado, uno de los menos conocidos es la Necrópolis de “Los Ancerales”, entre Hortezuela de Océn y Padilla del Ducado. A principios del siglo XX, en tarea personal y apasionada, don Enrique de Aguilera y Gamboa, marqués de Cerralbo, anduvo excavando las tierras norteñas de la provincia de Guadalajara, a la búsqueda de huellas del pueblo celtíbero. Una tarea inteligente, costosa, y altruista, que nos dejó descubrimientos sin fin, muchos hallazgos, y un dibujo perfecto del territorio en los cinco siglos anteriores a nuestra Era, por aquellos altos.

Preguntaba el marqués a curas, maestros y gente del campo, si habían encontrado en sus paseos y tareas agrícolas algunas piedras curiosas, o si habían encontrado “pucheros” enterrados, o cosas que les hubieran llamado la atención. De sus estudios, excavaciones, y hallazgos, todo fue entregado al Museo Arqueológico Nacional, según mandaba la ley de entonces. Pero casi todo fue guardado en bolsas de papel, con las anotaciones y fotografías hechas por el marqués. Y allí siguen. Este es un tema que trataré una y cien veces, sin conseguir que alguien se tome en serio su recuperación, y con ellas el montaje de un Museo Nacional de la Celtiberia, que en Guadalajara tendría mucho sentido. No están, en todo caso, los tiempos para crear museos arqueológicos.

De los lugares visitados, estudiados y excavados por Aguilera, destacan Sigüenza, Anguita, Aguilar de Anguita, Luzaga y Hortezuela de Océn. Menos conocido es su interés y estancia en Padilla del Ducado, donde también excavó y encontró huellas de la época celtíbera. De todo lo hallado, quizás lo más interesante fuera “el bronce de Luzaga”, hoy desaparecido, que con 123 signos venía a sellar un pacto entre pueblos y tribus de la Celtiberia, en el primer siglo antes de Cristo, entre los habitantes de Lutia (la actual Luzaga) y los arecoraticubos y ticesebos.

En término de Hortezuela, lindando con Padilla, se excavó entonces la necrópolis de “Los Ancerales” que supuso el hallazgo de numerosas y valiosas piezas de ajuares celtíberos. Allí se hizo el marqués de Cerralbo algunas fotos, con gentes del lugar, y con el fondo del pueblo e iglesia de Padilla. Las publica ahora Juan Martínez en su nuevo libro sobre Padilla del Ducado, lamentando que por la falta de organización (de entonces, y de ahora) los restos encontrados en aquel lugar sean casi inidentificables. El dato más curioso a ese respecto, es la serie de documentos que en el archivo del Museo Cerralbo ha encontrado este autor, respecto a las tareas de estudios del marqués en aquel término municipal. En 1917, don Julián Moreno, cura de Villarejo de Medina, escribía al marqués esta carta, que abrevio: “No he podido hacer otras exploraciones, pero si V.E. después de examinar lo que le remito comprende que debe continuarse, para septiembre podría darse principio a las excavaciones en ese sitio y a la vez hacer otras calicatas tanto en dicho Padilla como en el término de este de Villarejo. D. Rafael me entregó 25 pesetas para pago de los jornales y también me dice que comunique a V. E. el sitio donde se encuentra la Necrópolis y es el siguiente: Una tierra de labor en el sitio que llaman Rochos de Cubillas, término de Padilla del Ducado, propiedad de Roque Igualador, linda por el norte con tierra de herederos de Román Martínez, al este con el rio de Cubillas, sur liego y al oeste con término de Hortezuela de Océn. Dista proximadamente tres kilómetros del pueblo y unos 100 metros de la carretera de Alcolea del Pinar a Canales del Ducado. Me alegaré muy mucho que lo que le remito llene los deseos de V.E. y le sirva para continuar sus estudios arqueológicos…

De todo ello nos habla ampliamente Juan Martínez en su libro sobre Padilla, que -vuelvo a insistir- es modélico en el trato de la historia, el patrimonio y las costumbres de un pueblo. Libros y tareas como esta deberían ser premiadas, alentadas y apoyadas. De momento, las aplaudimos. 

El libro y su autor

Revelador y entrañable, este libro estupendo nos devuelve la memoria completa de un pequeño lugar de la Sierra del Ducado. Me parece paradigmático del momento y las intenciones: recuperar historias, analizar pasados, recoger anécdotas, historias documentales, datos de elementos patrimoniales que fueron, costumbres de quienes dejaron a sus descendientes colocados por las grandes ciudades, pero alentando en sus corazones el cariño por su esencia, por su raíz, por sus ancestros.

El autor se ha empeñado durante años en recoger todo cuanto pudiera quedar memorizado en libros, documentos, periódicos y relatos vivos. La estructura de la obra está muy en la línea de los libros que forman (ya son 116) la Colección “Tierra de Guadalajara”. Empieza por una recopilación de datos geográficos, geológicos, meteorológicos y toponímicos. 

Sigue el gran capítulo de la historia, en el que Padilla descuella especialmente en lo arqueológico, porque su valle y sus roquedos fueron habitación de unas densas poblaciones de gentes celtíberas. Pero desde ellos hasta la Edad Media, y desde los tiempos modernos con sus monarcas, sus desamortizaciones y sus guerras napoleónicas y carlistas hasta casi lo contemporáneo, con la Guerra Civil, el franquismo y los tiempos de la Democracia, surgen curiosos elementos que centran perfectamente la forma de vida en este lugar.

Aparece luego un capítulo (el más largo y denso de noticias) que el autor titula “La vida en el pueblo” en el que está por menudo buscado y encontrado lo relativo a los médicos, los curas, los maestros, los alcaldes, los pinares, las fiestas, (también los crímenes, los amores, las peleas y las paces de unos con otros). Qué gran retablo, vivo y parlante, de la vida en Padilla durante un siglo. Es un capítulo grande y paradigmático, que nos da sorpresas en cada línea.

Otro final estudio del patrimonio viene a demostrar que si no muchas cosas lo conforman, sí son queridas, interesantes, y reveladoras de artistas antiguos, de modos perennes de convivencia, de esencias de una raza. Por eso circula en este capítulo todo lo relativo a la iglesia, su portada, sus campanas, y la ermita e imagen medieval de Nuestra Señora de la Cañada.

Tras unos listados entrañables con los nombres de los alcaldes, los curas, los secretarios y los maestros de Padilla, aún el autor aprovecha a darnos con alfabético orden muchas palabras y frases locales que trascienden de lo cotidiano a lo universal, y nos llena las alforjas, sin amolarnos, de bureos y chifles emocionantes.

Los datos bibliográficos del libro son: Juan Martínez Martínez: “Padilla del Ducado. Historias y Memorias”. Aache Ediciones. Colección “Tierra de Guadalajara” nº 116. Guadalajara, 2021. 236 páginas. ISBN 978-84-18131-29-5. PVP.: 20 Euros.

El autor es Juan Martínez Martínez (Padilla del Ducado, 1961) quien estudió Derecho en la Universidad Complutense, y ejerce como funcionario de la Administración General de la Comunidad de Madrid, donde ha ocupado varios puestos relacionados con los presupuestos y la contratación pública. Ha colaborado con artículos en libros y revistas especializadas de ambas materias. El amor a las raíces y su afición al pueblo le han encaminado a este libro, en el que demuestra sus indudables dotes como historiador de lo local, acertando plenamente en la estructura del libro, sus objetivos, y sus logros.

En el centenario del Capitán Arenas

Capitan Felix Arenas Gaspar

Se celebra (o espero que se celebre) este año el centenario de la muerte de un hombre de nuestra provincia, que destacó por su valor, por su entrega a la causa de la dignidad de España. El capitán Félix Arenas Gaspar, molinés como todos los suyos, entregó su vida defendiendo Monte Arruit, en la Guerra del Rif, y haciendo notar su saber, su valor, su capacidad de amor a la Patria.

Un Centenario que a todos atañe

Es este un personaje que cae de pleno en la mitología de los personajes de relieve en Guadalajara. Porque su nombre les suena a todos, pero muy pocos identifican cuales fueron sus méritos para haber concitado atención y recuerdos. La historia, breve y dramática, del Capitán Arenas, es la de una valentía, la de un soldado español que, lo mismo que otros muchos miles a lo largo de nuestra historia, no tuvo miedo a la muerte, y ésta le llegó en uno de los hechos guerreros más desfavorables de nuestra historia contemporánea. Su mérito fue el del auténtico heroísmo, despreciando el riesgo que su vida corría por salvar la de sus compañeros, en una campaña (el desastre de Annual en la Guerra del Rif, 1920-1925) y en una batalla que se intuía perdida. Su serenidad de acción, su desprendimiento y generosidad, su sereno enfrentamiento final con la muerte, es lo que nos entrega la dimensión de la figura del Capitán Arenas. Le historió con detenimiento don José Luis Isabel Sánchez en su obra “Caballeros de la Real y Militar Orden de San Fernando”, dedicada a los que en el Arma de Ingenieros obtuvieron esa recompensa, la que cinco años después de su muerte le entregó la Patria: la Gran Cruz Laureada de San Fernando.

El Capitán Arenas defendiendo Monte Arruit,
en dibujo de Augusto Ferrer Dalmau

Por cumplirse ahora los cien años de su fallecimiento (tenía 29 años cuando murió el 29 de julio de 1921), creo que es motivo más que suficiente para que su tierra le recuerde. Ya lo hizo, no hace mucho, en abril de 2013, cuando se le dio su nombre de “Capitán Arenas” al Parque y Centro de Mantenimiento de Material de Ingenieros de Guadalajara, en un acto al que asistió su hijo el Contralmirante de la Armada don Francisco de Borja Arenas, más sus nietos y biznietos, todos militares, inaugurando un busto a la entrada del establecimiento de Defensa, que es réplica del que Coullaut Valera le dedicó en Molina, y aún sigue allí, ante la fachada del Colegio de los Escolapios donde estudió el bachillerato el que sería pronto eminente militar. Ese monolito y busto en bronce lo inauguró el Rey don Alfonso XIII, en julio de 1928, porque fue su deseo, y el del Gobierno de don Miguel Primo de Rivera, de que Molina de Aragón guardara la memoria de su hijo preclaro.

La corta e intensa vida del Capitán Arenas

La carrera de Félix Luis Arenas Gaspar había sido fulgurante. Había nacido en Puerto Rico, en diciembre de 1891, hijo del Capitán de Artillería del mismo nombre, que a la sazón se encontraba destinado en aquella isla americana. Pero muy poco después la familia regresó a España, y el joven Félix llegó a Molina de Aragón, de donde era toda su familia, viviendo allí su infancia y primera juventud, cursando los estudios en el Centro que los Padres Escolapios tenían montado en un moderno edificio, con vistas a los Adarves.

Era su tío abuelo el eminente escritor e investigador don Anselmo Arenas López, erudito local que además se había dedicado a la política como ferviente partidario de la República Federal, siendo profesor de Geografía en Granada y Valencia, y muy considerado en los ambientes intelectuales españoles. Don Anselmo tenía a Félix como su sobrino nieto preferido.

Aún muy joven, a los catorce años, en 1906, ingresó en la Academia de Ingenieros, a la sazón en Guadalajara, y a los diez y ocho de su edad ya había sido promovido a teniente, alcanzando el grado de capitán poco después, en 1919, haciéndose cargo del mando de la 2ª Compañía de Zapadores de la comandancia de Ingenieros de Melilla. Un año después, y ya iniciadas las operaciones contra los rebeldes rifeños, en noviembre de 1920, tomó el mando de la Compañía de Telégrafos de la Red Permanente de Melilla.

Anteriormente, su servicio como Teniente lo hizo en el Servicio de Aerostación y en los Talleres del Material de Ingenieros de Guadalajara, hasta que fue enviado con las tropas que batallaban en el Norte de Africa, agregado a la compañía de Aerostación en Tetuán, a continuar librando aquella desafortunada guerra colonial en la que España puso lo mejor de sus hombres, pero sin la fe necesaria para mantener sus posiciones en un continente en el que por entonces ya nada, ni nadie, nos pedía continuar. El año 1921 fue en esa guerra de Marruecos el más desafortunado y triste.

Tras el desastre de Annual, las tropas indígenas marroquíes habían crecido en moral y empuje, llegando ya, en el verano de ese año, hasta las mismas costas mediterráneas. El ataque arrollador de los moros, que diezmaban sin piedad al Ejército Español, sonó como un clarín de alarma en Melilla, donde se encontraba Félix Arenas, capitán a la sazón de una Compañía de Telégrafos.

La hazaña heroica del Capitán Arenas

Con sus hombres tomó en ascenso el río Zeluán, llegando hasta la cabecera de la llanura de Ben-Sidel, donde se dió cuenta de que el enemigo ya les cerraba el paso. Allí tuvo que tomar el mando de todo el ejército que se batía en retirada, por ser el Capitán más antiguo, y en un momento de verdadero peligro, cedió su caballo a un sargento herido, para que pudiese ser evacuado. Siempre en la retaguardia del ejército hispano, Arenas fue sosteniendo el empuje moro, retirándose a Tistutín, y luego a Monte Arruit. En la defensa del primero de estos enclaves, ya tuvo Arenas ocasión de mostrar su valor y genio militar. Por las noches extendía con su gente gran cantidad de paja, que rociada prendía luego, dificultando así el avance enemigo. Dirigió con serenidad las operaciones de retirada hacia el valle, y siempre en el puesto de mayor peligro, muy próximo ya al refugio de Monte Arruit, cayó muerto de un balazo en la cabeza.

Fachada del acuartelamiento de Monte Arruit antes del ataque rifeño.

Homenajes póstumos

La figura del Capitán Arenas, queridísima para cuantos habían sido compañeros de campaña, se agigantó tras su heroica muerte. Previos los trámites correspondientes, en 1924 le fue concedida a título póstumo la gran Cruz Laureada de San Fernando. Y en 1928 se inauguró en Molina de Aragón, en un solemnísimo acto al que acudió el Rey Alfonso XIII y parte de su Gobierno, un monumento a este preclaro hijo del Señorío, que aún hoy puede admirarse en el atrio de entrada al viejo edificio de los Escolapios.

Vemos junto a estas líneas el busto realizado en bronce por el extraordinario escultor Coullaut Valera, de quien aparece firma en la parte baja de la talla, y consta de un pedestal que sostiene un monolito de piedra, rematado en un castillete símbolo del Arma de Ingenieros, y sobre una repisa en su parte anterior, se muestra el busto en bronce del militar que, a pesar de su juventud supo escribir página tan gloriosa para la historia de España, y poner así su nombre en el abultado número de las figuras que por uno u otro motivo han merecido quedarse a vivir en la memoria de sus paisanos. 

En el mismo monumento molinés aparece esta leyenda «El Cuerpo de Ingenieros y la Ciudad de Molina al laureado Capitán D. Félix Arenas. Muerto en Tistoren – Africa, 29 de Julio de 1921. Inaugurado por S.M. el Rey D. Alfonso XIII el 5 de julio de 1928». En ese momento, la ciudad de Molina le dedicó una calle, y en 1956, lo hizo también la ciudad de Guadalajara, quedando su memoria eternizada en la céntrica rúa que va de San Ginés a la Plaza de Toros. A partir de 2013, un busto en bronce, réplica del existente en Molina de Aragón, y su nombre al frente del acuartelamiento de Ingenieros en la parte de la Vega del Henares de nuestra ciudad, supuso una renovación de la memoria que Guadalajara siempre ha rendido a su héroe Arenas.

Héroes de la Guerra de África, con los hermanos Arenas en la línea inferior

Debemos considerar aún el impacto que esta desgracia produjo en la familia de los Arenas, sabiendo que cinco días antes, el 24 de julio, un hermano del heroico capitán, el teniente Francisco Arenas Gaspar, había muerto en el ataque rifeño al Zoco Telatza, en otra operación de la misma guerra. Juntos los vemos en la página que Mundo Gráfico de octubre de 1921 dedicó a muertos en acción bélica en África. Aspectos sumados de su fama, son esos detalles que dan, como decía al principio, carácter de “quasi mitológico” a un personaje: el dibujo del gran artista Augusto Ferrer Dalmau, que representa a Félix Arenas defendiendo los cañones de Monte Arruit, o la inclusión del Capitán Arenas como “soldadito de plomo” en la colección de trajes militares del Ejército Español.

Botargas de Guadalajara

botargas de guadalajara

He declarado en algunos sitios que este año será en Guadalajara el Año de las Botargas. Por varias razones: porque la Diputación Provincial, a través de su área de Turismo y Ferias va a darlas un empujón, creando su Ruta, y dándolas visibilidad a través de un folleto, de cartelería varia y de promoción en ámbitos de ancha voz. También va a serlo porque aparecerá, muy pronto, un libro extraordinario que las recoge todas, con dibujos realizados exprofeso por el ilustrador Monés Pons.

Cual sea el origen de las fiestas con máscaras en la Península Ibérica (y aún me atrevería a preguntarlo, en su conjunto, de toda Europa y del planeta Tierra) es algo sobre lo que se ha escrito mucho, y con unas u otras razones, más o menos argumentadas, están todos de acuerdo. Es concretamente José Antonio Alonso Ramos, el gran conocedor del folclore provincial, quien nos ha ofrecido recientemente, en la Revista “Besana” de la Casa de Castilla-La Mancha en Madrid, un magnífico artículo que la estudia y retrata, y que titula “Las botargas en Guadalajara y su significado”.

Está lejano su origen, porque nace del propio sentido ceremonial del hombre. Y aunque podemos enunciar sencillamente que su raíz procede de los ritos propiciatorios de las sociedades agrícolas y ganaderas, aún más lejos están las razones psicológicas de la imitación y el sentido mimético del ser humano. Que piensa que él puede influir, de algún modo, en el desarrollo de la Naturaleza que le rodea y en la que vive. Por eso, todos están de acuerdo, las fiestas de mascaradas (aquellas en las que el hombre adopta posturas y realiza ejercicios cubierto el cuerpo con trajes infrecuentes y la cara con máscaras que ocultan su faz) tienen un impreciso origen prehistórico con una raíz común.

Pero en un momento de la historia, esas viejas costumbres se institucionalizan por parte de un Estado que adquiere fuerza ante el común del pueblo. Esto ocurre, por ejemplo, en Roma, cuando los primitivos ritos son integrados en el cuerpo religioso estatal. Y así las celebraciones Lupercales, Saturnales y Kalendas se van a formalizar como fuertes nexos festivos de un corpus religioso progresivo. Sin duda que los orígenes de las mascaradas reconocen una influencia directa de las Lupercales, ligadas a Fauno y al mundo pastoril, lo que se confirma con la atribución popular de las mascaradas a pastores en muchas de estas fiestas. Pero cada mascarada tuvo su evolución particular a lo largo del tiempo, recibiendo enseguida el fuerte influjo del cristianismo y de las propias circunstancias socioculturales e históricas de cada región. Durante los siglos del Imperio, la Hispania ocupada va adoptando progresivamente el rito romano sobre un sustrato ibérico, naturalista, que adquirió cierta consistencia en época celtibérica. 

Pero es con la llegada, definitiva, del cristianismo, que esas tradiciones festivas se ven moduladas por la nueva religión, que da significados a los ritos y añade figuras o identificaciones a los personajes primeros.  Aunque el cristianismo trató en algún momento de prohibir estas prácticas rituales, luego se dio cuenta de que lo mejor era integrarlas en su código y alcanzar el sincretismo entre prácticas paganas antiguas y el culto cristiano. De esa camaradería, inteligente y dirigida, han llegado hasta nosotros estas fiestas que hoy nos sorprenden.

Estas fiestas han pervivido en la España rural, que fue la ocupada por la mayor parte de la población hispana durante largos siglos. Pero su evolución sigue, y así vemos que, por ejemplo, en la época de la dictadura del General Franco, y por una influencia radical de la Iglesia Católica, se prohibieron en la mayor parte de los lugares, aunque posteriormente se han rescatado, purificándolas con sus detalles más auténticos, y dotándolas de una saludable práctica que, a veces, corre el peligro de priorizar lo espectacular frente al sentido de fiesta, de acontecimiento social entre grupos muy cohesionados. Por supuesto que otra de las amenazas que en este mundo cambiante y vivo le afectan, es la consideración de “curiosidad popular” ante un público cada vez más urbano. Y la declaración de “Fiesta de Interés Equis” con el que sus organizadores pueden alcanzar subvenciones y apoyos políticos y aún comerciales.

Aunque no tiene este breve artículo un interés concreto en hacer el estudio meticuloso de estas fiestas de máscaras, sí que conviene explicar un tanto lo que este mundo de la máscara propone. Pronto tendremos en la mano un gran libro en el que aparecerá un conjunto de dibujos, todos de la mano del artista catalán Isidre Monés i Pons, quien ha demostrado a lo largo de su dilatada trayectoria una capacidad excepcional en la captación de personajes e intenciones. Y esos dibujos se articularán, acompañados de texto escrito para la ocasión, entre 25 botargas de Guadalajara y 25 mascaradas de España.

En todas las imágenes que proceden de nuestra provincia aparece la figura de “la botarga”. Se trata de una máscara de origen solsticial de invierno, que aparece en una franja temporal que va de la Navidad (el solsticio concreto) hasta mediados de febrero, en ese momento del invierno en que los días crecen y la naturaleza despierta. Tiene todas ellas muchas características comunes. Fundamentalmente la figura protagonista, un individuo revestido de traje multicolor, con careta de aspecto monstruoso, cencerros y cascabeles colgando de su cintura, y cachiporras y castañuelas en las manos. Ejecutando simples ejercicios de carrera, salto, trepa y búsqueda, siempre en silencio. Son las comarcas de la Campiña del Henares, fundamentalmente, y de la Sierra y Alcarria, en las que aparecen estas botargas. Aunque en alguno de los ejemplos aportados, se quiere destacar el grupo o la fiesta en la que la botarga actúa de acompañante o contrapunto, como en Valverde de los Arroyos, donde su grupo de Danzantes de la Octava del Corpus resalta sobre cualquier otra consideración.

Por el resto de España aparecen figuras muy diversas, en contextos también variados, pero en todas ellas hay un elemento común, que es la máscara, el protagonista humano transformado en “otra cosa”: desde demonios (en Berga), a dragones (en Reus); desde danzantes enmascarados a representaciones de la naturaleza en su forma vegetal (los hombres musgo de Béjar) y animal (el Onso de la Mata de Morella). Y en contextos diversos como las fiestas del solsticio de invierno, en el fondo de todo, siempre, o en festividades religiosas como el Corpus que supone una radical cristianización del paganismo propiciatorio. En este muestrario y amalgama de ejemplos de mascaradas aparecen las fiestas de Carnaval (especialmente el catalán, y el andaluz) y del Entroido (en Galicia singularmente, y en León) o antruejo, como manifestaciones también enmascaradas de rituales de cambio, de ocultación y trastrueque funcional, anteriores a la Cuaresma. 

La fiesta del antruejo está muy generalizada en toda España, teniendo esta palabra (con sus variantes regionales) el significado inicial de “introito”, introducción, referido a la entrada en la Cuaresma. Esta denominación se refiere a las fiestas que hoy generalmente se denominan “de Carnaval” y que tenían lugar los tres días anteriores al miércoles de ceniza: domingo, lunes y martes “de Carnaval”. Sebastián de Covarrubias en su conocido diccionario decía que este vocablo equivalía también a “Carnestolendas” y en las aldeas le decían “antruydo”. Dice el lingüista que hay sitios donde lo celebran desde primeros días de enero, y en otros por San Antón: “Tienen un poco de resabio a la Gentilidad y uso antiguo, de las fiestas que llamaban Saturnales”. En definitiva, una sociedad que se disfraza y oculta tras una máscara para ejercer –hoy como divertimento– lo que fue un vital llamado al crecimiento de la Naturaleza.

Aunque estas fiestas, especialmente las botargas de Guadalajara, vienen de muy antiguo, dos males las afectaron recientemente: las prescripciones moralistas del gobierno del general Franco, que las prohibió, y la masiva emigración desde los pueblos a las ciudades, que vaciaron de gentes, y de contenidos, tantos pueblos de esta provincia. Precisamente ha sido ahora, en los finales del siglo xx y principios del xxi, que el entusiasmo de los oriundos propició su rescate, y las ayudas de instituciones como la Diputación Provincial de Guadalajara, han posibilitado su recuperación, aportando ayudas a trajes y fiestas, y organizando rutas y divulgando su actividad. Creo que esta denominación que le he dado en 2021 al “Año de las Botargas en Guadalajara” va a tener muy pronto (con las medidas de la Institución Provincial, y el libro que anuncio), su sentido claramente explicado. Y que dará paso a una recuperación total y divulgación amplia de estas fiestas.

Unas notas sobre Luis Gutiérrez Jodra

En el año que acabamos de cerrar, hemos sacado un libro que mi amigo Javier Sanz Serrulla y yo llevábamos décadas preparando y escribiendo. No ha podido ser presentado debido a la restricción de movimientos y actos que los gobiernos (central y autonómico) han ido decretando y manteniendo debido por causa de la epidemia de coronavirus. Se trata de un libro sobre personajes, sobre personalidades, sobre personas, que tuvieron que ver (todas están ya fallecidas) con la Ciencia, y con Guadalajara. Una demostración de que esta tierra ha dado mucho más de lo que se piensa al avance de la Humanidad.

Hoy traigo un recuerdo breve de uno de los científicos más relevantes que ha tenido España en el siglo XX. Luis Gutiérrez Jodra había nacido, en 1922, en Madrid (donde murió, a los 95 años, plenamente lúcido), pero él se consideraba, y todos le seguimos considerando, un hombre de aquí, de la tierra seguntina más concretamente, porque su padre había nacido en Moratilla de Henares, y su madre en La Cabrera. Él, además, casó con una Gamboa de la Ciudad Mitrada.

Puedo decir, con orgullo, que tuve amistad con él, muy buena relación de paisano, de científico, y sobre todo de comunes intereses culturales, pues algunos años (hacia 1970/80) anduvimos en el común camino de la Institución Provincial de Cultura “Marqués de Santillana”, él como presidente de la Sección de Ciencias cuando yo lo fui de la de Historia. Esa relación nos vino, además, acrecentada porque él había sido muy amigo de mi madre, habiendo acudido juntos (aunque mi madre le sacaba un par de años) al viejo Instituto de la Calle Museo, a estudiar su bachillerato, que en el caso de Gutiérrez, complementó con los estudios de Magisterio, en el viejo caserón de la calle San Juan de Dios. Entre uno y otro de esos centros, recibió clases (entre otros) de los profesores Marcelino Martín y Modesto Bargalló, a quienes siempre reconoció su dirección en la futura pasión por la Química, la Física y la Ciencia.

Luis Gutiérrez Jodra tuvo a La Cabrera como lugar preferido en su vida.

El padre de nuestro personaje fue “guardia de asalto” (el equivalente a un actual “policía nacional”) y dada la humildad de sus economías, solicitó una beca de las que concedía la Diputación Provincial para cursar estudios, y gracias a ella (eran 1.500 pesetas anuales) pudo cursar la carrera y licenciarse en Ciencias Químicas.

–Pecaría de ingrato si no expusiera que pude estudiar la Enseñanza Superior Universitaria gracias a la beca que me concedió la Diputación de Guadalajara–, declaró siempre que pudo. Y muy en especial en el libro “Alcarreños de la Transición” que montó Monje Ciruelo con las vidas y avatares de un centenar de alcarreños y alcarreñas que protagonizamos aquella etapa.

Su padre murió en 1938, en un campo de concentración de la República, y él tuvo que sacar adelante a la familia trabajando como repartidor de leche, rellenando recibos de la Contribución, cambiando tabaco por comida en los pueblos y, después de la Guerra Civil, trabajando en el Servicio Nacional del Trigo. Y ya en la posguerra, tras años de intenso estudio, alcanzó el grado académico de Doctor en Química Industrial y en Ciencias Químicas, por la Universidad de Madrid. Marchó a Estados Unidos, donde alcanzó en Chicago la diplomatura de School of Nuclear Science and Engineering, y tras ganar las correspondientes oposiciones, accedió al puesto de Catedrático de Físico-Química de los Procesos Industriales en la Universidad de Madrid, desde 1958. 
De los muchos cargos, siempre con responsabilidad capital, que tuvo, él destacaba el de Jefe de la Sección de Química Industrial en la Junta de Energía Nuclear, (1951-55), Jefe de la División de Materiales (1955-58), Director de Plantas Piloto e Industriales (1958-69), Director de Reactores y Combustibles Nucleares (1969-73) y Director de Combustibles (1973-76). Fue vocal de la Comisión sobre Investigación Metalúrgica del Patronato Juan de la Cierva (1954). Miembro del Consejo de Seguridad Nuclear (1981), y miembro del Comité Científico Asesor del Organismo Internacional de Energía Atómica (1979).  Toda su vida la dedicó al estudio, la investigación y la enseñanza, habiendo dirigido numerosas tesis doctorales, cursillos monográficos y presentado comunicaciones a distintos congresos nacionales y extranjeros.
En España fue el hombre clave para la introducción de la Energía Nuclear, siendo reconocido unánimemente como el más adelantado experto en ese tema, en el que llegó a ser presidente del Foro Nuclear de España, y durante mucho tiempo destacado miembro de la Junta de Energía Nuclear, participando en organismos similares de toda Europa.

Elegido en 1983 académico de número de la Real de Ciencias, ocupó el puesto de Vicepresidente en la docta academia de 2003 a 2013. Participó muy activamente en la campaña que esta Real Academia de Ciencias inició en 1984 para la promoción de la cultura científica y tecnológica en veinticinco ciudades.
En Guadalajara, no hace falta repetirlo, fue muy apreciado. Individuo de la Institución Provincial de Cultura “Marqués de Santillana”, fue presidente de su sección de Ciencias. También alcanzó a ser nombrado director de la Escuela Normal de Magisterio de Sigüenza, recibiendo finalmente el título de Hijo Adoptivo de la Ciudad de Guadalajara y Medalla de Oro de la Provincia.

De los muchos galardones obtenidos, él destacaba especialmente el Premio Otero Navascués, en 2005 y el Premio de Invención e Investigación en Química Aplicada de la Universidad de Sevilla, en 2008. En su etapa universitaria, llegó a dirigir más de 40 tesis doctorales, siendo autor de más de 200 trabajos científicos publicados, y habiendo dado más de un millar de conferencias, pronunciadas en los cinco continentes, más la coautoría de libros y patentes.

Podría acabar aquí esta brevísima referencia a don Luis Gutiérrez Jodra con los títulos de sus intervenciones en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (hoy denominada simplemente Academia de Ciencias), tanto la del día de su toma de posesión, “Modelos y cinética de las reacciones químicas sólido-gas”, en 1984, como la de la jornada del discurso inaugural del año académico 1997-98, “En torno a la energía”, de 1997. Y aún sería conveniente destacar algunas de sus múltiples aportaciones, como “La técnica española de la metalurgia del uranio” (1960), “El uranio combustible nuclear” (1974), “La investigación en el ciclo del combustible nuclear” (1978), o sus “Informes sobre centrales y reactores nucleares en la Península Ibérica”, de 1979.

Una breve pincelada de un paisano al que deberíamos admirar, y recordar de vez en cuando.