La leyenda de Tarquinio y Lucrecia en Lupiana

La leyenda de Tarquinio y Lucrecia en Lupiana

sábado, 10 octubre 2020 0 Por Herrera Casado

Seguimos leyendo los monumentales detalles de nuestro patrimonio histórico-artístico. En esta ocasión viajamos a Lupiana, parando primero en la iglesia del pueblo, y siguiendo luego la visita por las dependencias de su monasterio jerónimo. 

Lucrecia se suicida
Monasterio de Lupiana

La villa de Lupiana 

Ya en ocasión anterior hice un repaso de algunas portadas de palacios e iglesias de nuestra provincia, en las que los ángulos superiores o enjutas muestran sendos medallones con personajes de la historia, el santoral o la leyenda. Ver, en este sentido, “Diálogos de piedra: santos cristianos y héroes paganos en la Alcarria” (Nueva Alcarria, 12 Julio 2013). Se me pasó entonces mencionar la iglesia de Lupiana, a la que tenía ya vista y catalogada como una obra preciosa del taller de Alonso de Covarrubias. No de su mano, pero sí de las de aprendices entusiastas, nació la portada de la iglesia parroquial de Lupiana, con la estructura clásica de tradición toledana, el friso de grutescos, y los dos grandes medallones de las enjutas, que aquí describo.

De inicio me parecieron los clásicos personajes que sirven de pilares a la Iglesia católica, por su condición de primer apóstol y de apóstol de los gentiles, respectivamente: Pedro y Pablo. Con más detenimiento examinados, vemos que en esta ocasión los diseñadores del programa decidieron no poner a Pedro, sustituyéndole por Santiago. Y dejaron al refundador del cristianismo, a San Pablo, que se identifica por su espada y su luenga barba. El otro, a la derecha del hueco aportalado, es Santiago, porque lleva una bolsa en su mano izquierda, y un bordón en la derecha, más la venera de peregrino en el frontal de su sombrero. No es baladí entretenerse en estas cosas, porque a veces se encuentran relaciones de espacios con situaciones, y en este caso, podríamos pensar que a Lupiana le corresponde cierto lugar en las rutas jacobeas por este interés de sus gentes de colocar al patrón de España, su “santo nacional” en la portada del templo mayor.

El claustro mayor del monasterio de San Bartolomé

Una de las joyas del Renacimiento arquitectónico español es, sin duda, el claustro mayor del monasterio jerónimo de San Bartolomé, en Lupiana. En ese espacio que emociona, por sus dimensiones, sus acordes y su decoración elegante, hay muchas notas de aprecio. Hoy, que estoy hablando de medallones, me paro a considerar solamente un detalle que a muchos que lo visitan les pasa desapercibido, y son los cinco grandes medallones o tondos tallados con figuras que decoran las enjutas de los arcos de la panda norte del claustro, en su parte interior. 

En la exterior, Alonso de Covarrubias, que fue su directo diseñador y arquitecto director, puso tondos con las armas de la Orden, un león cobijado por un gorro ancho con cinco borlas a cada lado. Pero en la interior, posiblemente a requerimiento de quien por entonces (hacia 1535) fuera prior del monasterio, puso cinco imágenes muy bien talladas, espléndidas en factura y detalle, que simplemente enumero, y que con claridad se identifican como figuras claves de la Iglesia y de la Orden: Allí aparecen San Jerónimo, como padre de la Iglesia y protector de la Orden; San Bartolomé, como Apóstol cuyo título ostenta el cenobio; San Pedro, primero de los apóstoles, y San Pablo, aleccionador de los gentiles. En el centro, María Virgen, con su hijo infante entre los brazos. Fácil de entender por todos, el simbolismo y la jerarquía. 

La iglesia monasterial

De la iglesia monasterial de Lupiana, que fue erigida en un dignísimo estilo manierista en 1613 por el arquitecto vallisoletano Francisco de Praves, solamente quedan hoy sus altos muros perimetrales. Por el abandono de la propiedad, en su día, la iglesia se derrumbó hacia 1920, desapareciendo sus techos (que estaban pintados por los pintores italianos traídos por el rey Felipe II para decorar el templo de El Escorial) y todo ornato o estructura fuera de sus muros.

Por todo ello, de su decoración, posiblemente muy rica en iconografía y simbólica, muy pocas muestras quedaron. Dos de ellas están hoy en los machones que escoltan las escaleras que permitían subir al elevado presbiterio, en el extremo oriental del templo. Son, precisamente, dos medallones enormes, don tondos tallados con precisión y elegancia. No sabemos por quién, pero en todo caso allí se pusieron para servir de ejemplo (como siempre en la decoración religiosa) a los fieles.

En este caso, no se recurrió a imágenes santas ni figuras testamentarias. Aquí se fue directamente a la Historia de Roma, o, mejor dicho, a su más cara y antigua leyenda, la de Lucrecia y Tarquinio y la fundación de la República Romana.

Según la tradición, que recoge Tito Livio en su obra magna, el último “rey de Roma” fue Tarquinio “el Soberbio”, sacudido de su trono por una serie de individuos que tomaron como pretexto la violación que días antes había sufrido la patricia Lucrecia por parte del príncipe Sexto Tarquinio. Entre los líderes de la revuelta estaban el sobrino del rey, Lucio Junio Bruto, el esposo de Lucrecia, Lucio Tarquinio Colatino, y el padre de la joven, Espurio Lucrecio, junto con su poderoso amigo Publio Valerio Publícola. Ellos consiguieron que el Rey se exiliara en Cumas, donde acabó sus días, mientras que Bruto y Tarquinio Colatino eran elegidos cónsules (en este caso pretores) dando inicio al sistema republicano que duraría siglos en Roma.

Según la tradición, que recoge Tito Livio en su obra magna, el último “rey de Roma” fue Tarquinio “el Soberbio”, sacudido de su trono por una serie de individuos que tomaron como pretexto la violación que días antes había sufrido la patricia Lucrecia por parte del príncipe Sexto Tarquinio. Entre los líderes de la revuelta estaban el sobrino del rey, Lucio Junio Bruto, el esposo de Lucrecia, Lucio Tarquinio Colatino, y el padre de la joven, Espurio Lucrecio, junto con su poderoso amigo Publio Valerio Publícola. Ellos consiguieron que el Rey se exiliara en Cumas, donde acabó sus días, mientras que Bruto y Tarquinio Colatino eran elegidos cónsules (en este caso pretores) dando inicio al sistema republicano que duraría siglos en Roma.

Las figuras de la iglesia monasterial de Lupiana son dos:

  1. Un varón barbado cubierto por una clámide, y que en su mano derecha empuña un arma, un cuchillo de grandes dimensiones. Es Tarquinio.
  2. Una hembra joven y hermosa, a la que le falta un brazo, precisamente el que empuña un puñal y se lo clava en el pecho, viéndose en él una herida de la que brotan borbotones de sangre.

La leyenda dice que Lucrecia fue violada por el hijo del rey, y que los familiares de ella fueron a pedir cuentas al monarca, exigiendo el juicio y muerte de su hijo el príncipe Sexto Tarquinio. Pero ella, entre tanto, decidió quitarse la vida y en ese momento la retrata el escultor.

La historia, tan truculenta, ha sido muchas veces reproducida y utilizada por artistas de varias épocas para plasmarla en lienzos y estatuas. Quizás la más famosa de las interpretaciones es la que hace Tiziano (¡¡a sus 80 años !!) por encargo del rey Felipe II de España. La obra, pintada en 1571, actualmente se encuentra en el Museo Fitzwilliam de Cambridge (Reino Unido). Pero existen muchísimas otras interpretaciones, en pintura y escultura, debidas a buen número de artistas europeos, desde el siglo XVI al XIX. Ver en esta página muchas de esas imágenes: https://jesusangelortega.wordpress.com/2009/08/22/lucrecia-sangre-y-honor/

Se me hace difícil interpretar el sentido didáctico o catequético que esta historia representada tan escuetamente en Lupiana pueda tener en su época, que son los inicios del siglo XVII. A partir del Concilio de Trento, el suicidio (sea del tipo que sea) es considerado pecado y los suicidas apartados radicalmente de la posibilidad de acceder a la Gloria. Quizás aquí se quiso exponer más el sentido de la valentía que una mujer adopta frente a la agresión sexual y personal que sufre, quitándose la vida en un suicidio “ejemplar”, pero no nos han quedado ni remotamente alusiones escritas o comentarios coetáneos al hecho en sí. El valor que nos entrega esta pareja de tondos lupianeros, es la belleza de sus figuras, y la sorpresa de encontrar un tema, entre histórico y mitológico, relativo al mundo clásico, en la iglesia mayor de la Orden Jerónima en España