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junio, 2020:

La Carta Candelas de El Casar: color y alegría

la carta candelas de el casar
la carta candelas de el casar

En estos días aparece un nuevo gran libro sobre la provincia. De nuevo la magia de un libro, su multiplicada oferta de imágenes e informaciones, se abre ante la gran avenida de emociones que supone una fiesta en nuestra tierra. En este caso es la Fiesta de Las Candelas, en El Casar, con la veterana conjunción de don Marcos Ruiz Atance como autor y recopilador de historias, costumbres y “Candelas”.

Al patrimonio cultural de Guadalajara se le suman las fiestas y celebraciones tradicionales que cada año, en cada sitio, o con motivos diferentes pero repetidos, tienen lugar en todos sus pueblos. Uno de esos lugares es El Casar, y una de sus fiestas es la Lectura de la Carta de Candelas, en la que se integran celebraciones religiosas cristianas, de esencia mariológica, con otras populares, ancestrales, en las que se mezcla los carnavalesco con el homenaje a los animales, y el enaltecimiento del grupo con la literatura jocoso-festiva. Una fiesta, en definitiva, muy popular, llena de sonrisas, carreras y buenos apetitos.

Ya fue analizada, en su día, esta fiesta por López de los Mozos, el especialista en folclore alcarreño del que muchos nos sentimos orgullosos. Y nos decía que “estamos ante una fiesta en la que se entremezclan varios elementos: por un lado hay actos desde los que se puede decir que se trata de una tradición de carácter votivo; por otros, de rito iniciático, y por los demás, de censura pública”.

En ella destacaba el grupo de “personajes” (los mayordomos, los funcioneros, con un capitán, un cura de candelas, un teniente, un alférez, varios cabos, un botarga (¡¡¡en esta fiesta va vestido de frac y con sombrero de copa!!!) y el grupo de los símbolos, entre los que destacan las “picas” de cintas de colores, la bandera que se baila en la plaza, los pichones que son llevados por niños, o las mulas que se lanzan a la carrera por la plaza mayor, con los lomos “pintados” y recortados, luciendo el escudo heráldico municipal en las ancas.

Otro de los momentos más tensos y vistosos es el de “dar la bandera”, cuando los mozos o funcioneros la bailan, con un solo brazo, en medio de la plaza…

En el libro de don Marcos Ruiz, que se titula “La Virgen de las Candelas en El Casar” bien con todo detalle las partes, protagonistas y secuencias de esta fiesta.

La obra comienza con una revisión de la historia de El Casar, y luego de la iglesia. Pasa después al análisis de la parte religiosa de la fiesta, y finalmente se adentra, cada vez con más detalle, en los entresijos de la fiesta profana, del correr las mulas, del ondear banderas, y, sobre todo, del leer la Carta Candelas desde el Balcón del Ayuntamiento, la tarde del día 2 de febrero, Virgen de la Candelaria…  esa parte (primera) del libro, además de una información al milímetro, y de la interpretación que el autor hace de la fiesta en comparación con otras similares de España, se complementa con la siguiente (segunda) parte del libro, en la que reproduce las “Cartas Candelas” de muchos años anteriores, llegando a poner algunas del siglo XIX, muchas del XX y todas las del XXI. Anotando quienes fueron sus autores. Esta parte del libro es de lectura mucho más fácil, distendida y divertida.

Las mulas decoradas

Una de las cosas que, al menos a mí, más me llaman la atención de esta fiesta, es el adorno de las mulas y las carreras que con ellas dan los mozos por todo el pueblo, por la plaza… sin duda deviene de un ancestralismo ganadero. Se mima al animal, se le embellece, se está orgulloso de él. Se le muestra, bravo y ágil, adornado de campanillas, de cintas, de colores, bien peinado y arreglado. En definitiva: el hombre ensalza al animal que le ayuda.

Segundo aspecto de entraña y fuerza es el revoloteo de la bandera, su baile y manejo, con tino y fuerza, por los jóvenes del pueblo. Heredada de la primitiva bandera de Castilla, la Cruz de San Andrés, dice el autor que “La Fiesta de Candelas tiene el signo distintivo propio de su institución: tiene bandera, y en ella está contenida y con ella se rinde homenaje a la historia, los valores, la realidad de una entrañable identidad y recibe muestras de respeto y consideración”.

El otro aspecto, el de la lectura de una carta que es jocosa, divertida, plural, nos dice el autor que “la Carta de Candelas es una composición poética que tiene por argumento glorificar a la Virgen de las Candelas, en cuyo honor se celebra la Fiesta, y enalteciendo a los Funcioneros, dar a conocer alguna característica divertida de su “vida y milagros”. De cada uno de los participantes en la Fiesta se hace una pincelada de su personalidad, se resaltan aspectos jocosos de su conducta o carácter, sus modos de ser o decir peculiares, y se cuentan anécdotas curiosas o sucedidos que contengan algún atractivo hilarante o morboso con intención de divertir al auditorio”.

Forma parte esta fiesta de El Casar, del acervo más antiguo y vibrante del costumbrismo alcarreño. Aunque esté en la Campiña, entre Henares y Jarama, la tierra casareña comulga de los antiguos fueros histórico y sociales de la Alcarria, es mendocina y comunera, tierra de buenos amigos y de entrañables encuentros. Todos debería asistir, al menos una vez en la vida, a esta gran Fiesta de la Carta Candelas, en El Casar, que ahora don Marcos Ruiz, en un voluminoso y hermosísimo libro cuajado de noticias y de imágenes, nos entrega.

Datos del libro y de su autor

Las datos técnicos del libro sobre El Casar que acaba de aparecer son estos:

Marcos Ruiz Atance: “La Virgen de las Candelas en El Casar”. Aache Ediciones. Colección “deCastillaPueblos” nº 7. Guadalajara, 2020. 514 páginas, muy ilustrado. ISBN 978-84-18131-12-7.

Sobre su autor, Marcos Ruiz Atance (Cubillejo del Sitio, 1931) podemos decir que es un estudioso e historiador molinés. Sacerdote desde 1954, ha ejercido como párroco en diversas comunidades castellanas, y en sus ratos libres se ha dedicado al estudio de la historia de los pueblos de la provincia en que ha nacido, y muy especialmente de la devoción a la Virgen en su advocación de «la Antigua» en la villa de la que ha sido párroco durante más de 30 años: en El Casar.  Realizó los estudios de filosofía y teología en el Seminario de Sigüenza, y fue ordenado sacerdote en 1954. Ha sido Coadjutor de Pastrana y Párroco de Chaorna (Soria), Rueda, Poveda y Torija. Actualmente jubilado, vive en Guadalajara.

Ruiz Atance es aficionado a la investigación histórica, y viene publicando desde hace cincuenta años datos y noticias sobre la devoción a la Virgen de la Antigua de El Casar, sobre la construcción de sus monumentos y la vida de sus numerosas Cofradías y Fundaciones. En 2002 completó su obra titulada «La Virgen de la Antigua de El Casar (Monumentos, Cofradías y Fundaciones en las fuentes documentales)». Y en 2003 otro libro sobre “Los Coronados de la Inmaculada Concepción de la villa de El Casar”. En todas sus obras, Ruiz Atance pone una atención completa sobre datos, rituales y personajes, consiguiendo libros perfectos en torno a las tradiciones de El Casar.

La Martiniega de Atienza y otros temas medievales

En estos días aparece un estudio, curioso y valioso, en torno a temas medievales de Guadalajara. La Edad Media es fuente que no cesa, y por eso nos siguen interesando aspectos de su fiscalidad, alianzas de familias, enterramientos y escudos, y un largo etcétera de temas, provinciales todos.

Vericuetos históricos entre Atienza y Guadalajara

Acaba de aparecer un libro escrito por José Ignacio Rodríguez Castillo, un historiador que está haciendo, desde hace pocos años, una gran labor de investigación y análisis de temas que pudieran parecer marginales, pero que llegan sin duda, como dardos finos, al corazón de la Historia Medieval de Guadalajara. Esa palpitante materia de la que -por diversos motivos- aún vivimos como herederos.

El libro lleva un largo, un prolijo título, que sirve para orientarnos a través de los complicados caminos que transita. Es el estudio de “La Martiniega de la Villa de Atienza y su tierra, y el Mayorazgo de El Sotillo en los siglos XIV al XIX: Orozcos, veras, zúñigas y pachecos en tierras de Guadalajara”. Un apretado resumen de toda una obra que comporta casi 300 páginas, muy ilustradas de escudos y fortalezas, muy bien aderezada de árboles genealógicos explicativos.

Cualquier libro que nos muestra la historia de la tierra en que vivimos es interesante y viene a abrirnos nuevos caminos de conocimiento. Por este libro, como por seguro camino, vamos a poder transitar para saber algo más de nuestros ancestros, de esas instituciones antañonas y prolijas que articulaban la existencia en tiempos pasados. Gentes, reuniones, villas y símbolos… todo se da cita en las páginas de Rodríguez Castillo, para desvelarnos viejos misterios.

El alcaide de los donceles

Y a propósito de este libro de historias alcarreñas que el historiador Rodríguez Castillo nos ofrece ahora, hay que recordar de inicio lo que dice la vieja crónica castellana, hablando de los donceles del rey y de su jefe o alcaide: “Et este Alcayde, et estos Donceles eran omes que se avian criado desde muy pequeños en la cámara del Rey, et en la su merced, et eran omes bien acostumbrados, et de buenas condiciones, et avian buenos corazones, et servian al Rey de buen talante en lo que les él mandaba”. El cargo de alcaide de los donceles, de carácter honorífico y militar, lo ostentaron nobles castellanos desde el siglo XIV. Formaban los donceles el llamado “Contino de Donceles de la Real Casa” y se trataba de un cuerpo, pequeño, de caballería ligera, integrado por jóvenes en formación, de casas ilustres, que entraban al servicio del Rey desde temprana edad, para formarse como cortesanos, a la par que militares.

El caballero Zúñiga.

Muy disputado está el nombre del primero de estos alcaides, y de su posterior número, que fue creciendo. Se sabe, eso sí, y aquí lo demuestra el autor de esta obra, que fue gente de Guadalajara la que inició esta institución y abrió sus caminos. Con ello viene a completar una serie de hallazgos que en torno a la Baja Edad Media castellana, y alcarreña más concretamente, desarrolla José Ignacio Rodríguez Castillo, en su intento –consumado– de darnos a conocer nombres, instituciones y proezas de aquella época remota.

Nombres importantes en la Guadalajara medieval

En el siglo XIV era Guadalajara una ciudad de respetables dimensiones para lo que era uso habitual en Castilla. Tenía barrio hebreo ­–judería– donde radicaba el rumor del comercio, además de un buen núcleo de artesanos mudéjares­ que se ocupaban sin descanso de elevar templos, casonas, edificios públicos y obras de mejora en la vida cotidiana del burgo, acabando con otro grupo, el menos numeroso, de hidalgos, nobles y clérigos que dejaban reducida a la mínima expresión la clase de los pecheros, de los ciudadanos que se ocupaban en trabajar duro y en pagar impuestos.

En esa sociedad un tanto desequilibrada, surge la memoria de nombres ilustres. De gentes que fueron a las guerras en Andalucía, que se ocuparon en fundar conventos, en promover obras públicas y en acaudalar ingentes cantidades de dinero para luego usarlas en empréstitos a los que pensaban que el comercio era la mejor arma para hacer crecer la sociedad.

De esa remota época surgen ahora, y a través de las páginas de este libro, las presencias de linajes ilustres (los Zúñigas, los Vera, los Orozco, los Pecha…) que van repartiendo y heredando las mejores zonas de la Campiña y la Alcarria, en el contexto del gran Común de Villa y Tierra de Guadalajara. Y así encontramos cómo Enrique II entrega la martiniega de Atienza a Fernán López de Orozco, hijo de don Íñigo López de Orozco, emparentado con los Mendoza y hacedor de hazañas sin cuento. También vemos surgir la figura de Isabel de Vera instituyendo el “mayorazgo del Sotillo” que pasa luego en mayorazgo legal a Juan de Zúñiga y Vera… y aún atisbamos entre los cientos de documentos que aquí se manejan la creación del “mayorazgo de Marchamalo”, mientras por Lupiana y los cerros alcarreños se van imponiendo los Fernández Pecha entre rezos, fundaciones y categorías episcopales.

Uno de los ejes en torno al que gira esta obra –que es entretenida, curiosa y cargada de sabidurías documentales– es El Sotillo, ese lugar que, al menos para mí, y para muchas gentes de Guadalajara, suscita tantos recuerdos. Esa cuesta que va desde Cuatro Caminos, tras pasar junto a la ermita del Amparo, hasta el llano de Alcohete, y a poco nos lleva en derechura al real monasterio jerónimo de Lupiana. En sus vaguadas, en sus umbrías, en sus luminosos cielos de la meseta alta, se fraguan la mayoría de los recuerdos de mi niñez personal, y por ello he tomado la lectura de estas páginas, que ahondan en los orígenes históricos de este enclave, con meticulosidad de orfebre. Me ha encantado saber de quienes fueron sus propietarios, promotores y mantenedores, viendo cómo llamaban a sus caminos, a sus huertos y a sus montes por donde la Galiana cruzaba polvorienta bajo las pezuñas de ganados milenarios.De esta parte, mínima y entrañable, de la ciudad de Guadalajara, pero también de la creación del cenobio de Lupiana, de los derechos sobre el impuesto de la martiniega de Atienza, de caballeros nobles del Renacimiento, y de sus damas, y de sus perdidos enterramientos, y de sus escudos y solemnes genealogías, trata este libro. En densa sonoridad y curiosa avenida de nombres, lugares y fechas. Por todo ello, me veo en la feliz circunstancia y obligación de dedicarle al autor un sonoro aplauso, y agradecerle que nos haya abierto (a mí, por lo menos, lo ha conseguido) la capacidad de saber muchas más cosas del pasado medieval y renacentista de nuestra ciudad. 

Lecturas de Patrimonio: un apunte para abrir camino

Sorpresas del día a día

Confieso que últimamente me estoy viendo en situaciones de pasar vergüenza ajena al comprobar como mucha gente (adolescentes, adultos, incluso números del colectivo de la tercera edad) se declaran ignorantes de elementos destacados del patrimonio histórico-artístico de Guadalajara. ¿el marqués de Santillana? “Un señorito que solo sabía cazar montado a caballo por sus inmensos territorios…” ¿El Panteón de la Condesa de la Vega del Pozo? “Ese edificio brillante que hay al final de San Roque… un día tengo que entrar a verlo”. ¿El monasterio de Lupiana? “Ni idea… no, nunca he ido, ¿dónde está? ¿en Lupiana?”

Viene esta irónica –y dolorosa– entrada a propósito de algo que es palpable: la general y casi absoluta ignorancia entre nuestros coterráneos, acerca de la historia, el patrimonio, los personajes, y los elementos que de una forma u otra conforman el ser y la raíz de nuestra tierra. No ocurre lo mismo en otros territorios o regiones autonómicas de la nación española, en los que hay con sobrada generosidad programas de formación en las escuelas, institutos y universidades acerca de ese conjunto de temas que pueden denominarse “el Patrimonio Cultural” de la zona. En Castilla la Mancha, concretamente, y en Guadalajara, particularmente, apenas hay mínimos rastros de ese interés. Y de “programa” ni hablar, simplemente no existe.

Primeras preguntas

Pero habría, primero, que plantearse la pregunta inicial de “¿Qué es el Patrimonio Cultural de una zona?” en este caso de una provincia…. Porque vivimos en un territorio, que obligadamente está adscrito a definiciones administrativas. Vivimos en una ciudad que está en una Provincia, de esas que quedaron definidas, hasta hoy mismo, en 1833. Y nuestra provincia está incluida en una Región Autónoma de las 17 en que se parceló España por la Constitución de 1978. En cuanto a la historia, las cosas son parecidas (aunque no exactamente iguales). Porque vivimos en una ciudad, que está incluida en una comarca natural (el valle del río Henares, al que algunos hoy llaman, en jerga económico-administrativa “El Corredor del Henares”, y que está en el extremo occidental de otra comarca más grande y con propias características, la Alcarria. Y en una nación que es Castilla, con un peso histórico suficiente, con delimitaciones claras (más hombres, mujeres, instituciones, fiestas y apellidos). Vivimos, pues, en un espacio que puede sacar su “patrimonio cultural” de esas raíces antiguas y diáfanas.

Definiciones

El patrimonio cultural es la herencia cultural propia del pasado de una comunidad, mantenida hasta la actualidad. El conjunto de bienes, materiales e inmateriales, que se hallan fuertemente vinculados con su identidad social y cultural, es decir, que son percibidos como característicos de dicho país o región. Aquí podríamos hablar del Patrimonio Cultural de la Ciudad de Guadalajara solamente (sus fiestas, la capilla de Luis de Lucena, el alhiguí, el palacio de Dávalos, la ronda del Alamín, el patio del Instituto y el escudo del Emperador, la tarasca, el panteón de la Condesa de la Vega del Pozo, los altares de las mayas…), del patrimonio del valle del Henares, recordando versos y cantares de los viajeros que a lo largo de los siglos han ido pasando y caminando por sus orillas, o incluso de las raíces y sabidurías de la Tierra de Castilla, desde la heroica resistencia de la ciudad de Numancia ante la invasión romana, a la consistencia y estructura de sus símbolos (el castillo, el león, el color de sus emblemas…)

En todas las comunidades del mundo se conocen y describen esos elementos que constituyen su patrimonio cultural, recibido de generaciones anteriores. Entre las expresiones culturales que componen el patrimonio de un pueblo, se hallan cosas muy diversas, desde lugares y paisajes, a construcciones y obras de arquitectura; desde bailes y cantos, a objetos como las obras de arte muebles (pinturas, esculturas, orfebrería) a expresiones literarias y memoria de personajes. Pueden ser (por su característica peculiar y única) reconocidos internacionalmente como “Patrimonio de la Humanidad”, o simplemente deben quedar conocidas y respetadas por el entorno que las rodea.

En 1972 se aprobó la “Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural” en la UNESCO (que es la “Conferencia General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura”) cuyo objetivo es el de “promover la identificación, protección y preservación del patrimonio cultural y natural considerado especialmente valioso para la humanidad” (y “para la comunidad en que asienta”, añadiría yo). En 2003, la UNESCO aprobó la “Convención para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial” que es una extensión del anterior.

Como se ve, estas medidas de protección hacia el Patrimonio Cultural de los seres humanos, es algo que solo se ha adoptado recientemente. Las guerras (especialmente las europeas del siglo XX) han destruido en pocos años una inmensa cantidad de cosas que los hombres habían ido edificando y materializando a lo largo de siglos anteriores, de muchos siglos. Afortunadamente, hubo gente que trató, tras la hecatombe europea que acabó en junio de 1945, de crear instituciones (la ONU, la UNESCO, la OMS, la FAO…) universales que protegieran al mundo y a sus habitantes, en el futuro, de tamaños desastres. Ya se ve, por desgracia, y cada día que pasa más, que estas ideas tan benéficas no permanecen en la primera línea de los intereses de la gente.

En el Patrimonio Cultural caben muchos apartados: el artístico sería uno de los principales, por lo numeroso y atractivo. Y dentro de él, el patrimonio arquitectónico sería el formado por edificios, conjunto de edificios o las ruinas de un edificio o de un conjunto de edificios que, con el paso del tiempo, han adquirido un valor mayor al originalmente asignado y que va mucho más allá del encargo original. Este valor, puede incluso tener un valor cultural, emocional, físico o intangible, histórico o técnico. De esta manera, las obras de arquitectura que pueden considerarse de patrimonio arquitectónico serían las que, debido a una multiplicidad de razones, no todas de índole técnica o artística, se consideran que, sin ellas, el entorno donde se ubican dejaría de ser lo que es.

Tras el arquitectónico vendría el artístico (pinturas y esculturas, orfebrería y tejidos, incluso el arte efímero, como arcos de recepción en el pasado y performances y montajes temporales en nuestros días). Después el patrimonio escrito, la literatura, la poesía, la música, los bailes…. Las manifestaciones populares de alegría y dolor, las expresiones del conjunto de un pueblo ante sus creencias, sus anhelos, sus realidades y sueños.

Cabe decir que el Patrimonio Cultural es uno de los factores más importantes de nuestra sociedad, que es como un cemento unificador, algo que identifica el pasado y nos proyecta hacia el futuro. Una de las esencias del ser humano (una de las esencias de la consideración antropológica de la gente) es su capacidad de memoria, y su nítida decisión de construir una historia. Todas las especies vivas, excepto la humana, “nacen, se reproducen y mueren”, siempre de la misma manera, si variar en nada durante miles y miles de años. El “homo sapiens” se distingue de ellas, especialmente, porque construye una historia, y los hombres reciben de sus padres, de sus abuelos, de quienes lo apuntaron antes en cuadernos y lo imprimieron en libros, el relato de lo que ocurrió antes de que ellos nacieran. El patrimonio cultural es todo eso: nuestro pasado, nuestro presente y la capacidad de dirigir el futuro. De esa manera, viene como lógica consecuencia la descripción de que todos los ciudadanos somos hoy herencia de ese pasado, dueños de sus huellas, y responsables de dejarlas intactas a nuestros sucesores.

Patrimonio Cultural de Guadalajara

En el ámbito de nuestra provincia (que tiene cuatro comarcas, a saber: la Campiña [del Henares], la Sierra [Norte], la Alcarria y el Señorío de Molina) y que se encuadra en Castilla (hoy dividida y fragmentada en múltiples comunidades autónomas) el patrimonio cultural es múltiple, abundante, diversificado. Escribo aquí algunas de las cosas que lo componen: encierros de toros, procesiones litúrgicas, botargas de invierno, bollería típica, rondas y mayos, lápidas y esculturas, personajes destacados, iglesias románicas, carnavales, casonas, picotas, puentes, fuentes… conjuntos arquitectónicos (por ejemplo, el Poblado de Villaflores, y no miro a nadie…) y muchas otras cosas de este cariz. Cosas antiguas, la mayoría, y cosas modernas también. Por ejemplo, los encierros de los toros en las fiestas de Guadalajara, que tienen una tradición de tan solo 40 años, o los de Brihuega, que ya llevan varios siglos…También el mural modernista de la iglesia parroquial de El Salvador, en nuestra ciudad, construido por Marko Rupnik, y que fue inaugurado hace un par de años… Afortunadamente, hay cosas para contar y no parar.

Y acabo: como de algunos y algunas es sabido, contabilizo ahora cincuenta (50) años escribiendo, en este periódico, y en muchos otros sitios, también libros, y charlas, sobre temas variados del patrimonio cultural de Guadalajara. Pero de una forma variopinta, inconexa, sin organización ni premeditado orden. Un poco a lo loco. Y ya va siendo hora de que esto cambie. Así es que me he propuesto que durante los siguientes cincuenta (50) años, voy a dedicarme de una forma un poco más metódica –ordenada y estructurada, como corresponde a un ser humano ya con experiencia– a estudiar, divulgar y proteger este patrimonio cultural de Guadalajara.

De momento, esta es mi intención. Ya veremos qué resulta de todo ello.

Hierro de Setiles

Hace casi cincuenta años, cuando hice a pie el Viaje a los Rayanos, me encontré en Setiles con el señor Domingo, el cual subía a la sierra a lamentarse de que hubieran cerrado las minas. Le daba patadas a las piedras, soltando la rabia que no podía contener. “Todo es hierro, fíjese. ¡Qué riqueza! Por todas partes, y por todas las profundidades. Todo es mineral…” decía… ya nada queda de todo aquello, ni de las minas, ni del señor Domingo, ni casi del cronista que subió a la Sierra Menera, a ver qué pasaba.

Lo que pasaba en 1973, en Setiles, y en la Sierra Menera, es que se cerraba todo, que se le echaba la llave, para siempre, a otra de esas industrias extractivas (mineral de hierro, nada menos) que durante siglos había dado cierta alegría, cierto dinamismo, a la gente de aquellas remotas comarcas.

Por eso me encontré poca gente, todos mayores, todos apenados –serios, dignos, con señorío– sabiendo que la vida les había echado el cierre a todos. Y ahora, casi cincuenta años después, Setiles y Tordesilos, Alustante y Tordellego, siguen mustios y desparejados. Una pena. Que solo sirve para contarla.

Después de aquello, he vuelto varias veces por Setiles. Y he subido su calle principal, admirando sus casas grandes, su castellote de los Malo, su caserón del Tío Pedro y de la Tía Braulia, su fuente enorme, hecha para abrevar muchas mulas al mismo tiempo, su templo cubierto de azulejos… pero todo, progresivamente, más vacío, más silencioso, como esperando que se eche el cierre definitivo. ¡Una tierra tan grande, tan hermosa, tan limpia….! Y ya sin gentes, aunque haya muchas (los hijos, los nietos de los que apagaron el candil) que la recuerda desde lejos.

Tras haber vuelto a pasar por Setiles, me echo a las manos el libro (estupendo, y generoso) que escribió hace 40 años Juan José López Beltrán, titulado “Síntesis histórica de mi tierra. Señorío de Molina. Sus sexmas y pueblo de El Pedregal”, impreso en Valencia en 1960 e ilustrado con sabia modernidad por Clemente García Gil. Y de sus páginas me echo a los adentros la información que proporciona sobre Setiles, escrita más o menos cuando aparecí por primera vez en aquella altura.

Aparte de algunas breves consideraciones sobre la historia del pueblo, que apenas la tiene, se adentra en la consideración de su fuente de riqueza secular, ya casi legendaria: las minas de hierro, que tanto dieron a España (desde que la controlaban los celtíberos) y hasta el nombre a las montañas en que asienta le dieron: la Sierra Menera, límite de Castilla y Aragón, entre Molina (Guadalajara) y Teruel.

Nos dice López Beltrán que todo era un manantial de cosas: de fuentes, de minas, de generosas huertas… que en las cercanías del pueblo estaba la “Fuente de Pedro Cabello”, de aguas ferruginosas, y que en los Villares, en el Charco Hondo y en la Dehesilla se cultivaban hortalizas famosas. Pero que, sobre todo, a Setiles le daba vida la Sierra Menera, cuajada en su vientre de mineral de hierro.

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Ese mineral fue utilizado ya, en la Edad del Hierro, por los celtíberos de la orilla derecha del río Iber, el que dio nombre a España. Desde Zaragoza hasta allí arriba subían y tomaban el mineral que servía (eran años de experimentación y descubrimientos) para hacer armas, arados y defensas. Luego siguió en explotación, llegando a ser muy densa en los siglos XVII al XIX, y dando pie a que en muchos otros pueblos del Señorío, pero especialmente en los de la Sesma del Pedregal, nacieran ferrerías, fraguas y geniales artesanos del hierro.

Durante el siglo XX (son noticias que nos desmenuza López Beltrán) y concretamente el 3 de septiembre de 1900, se constituyó la Compañía Minera de Sierra Menera, firmando su explotación y el arrendamiento conjunto de las de Ojos Negros y Setiles. El principal accionista era el empresario vizcaíno Ramón de la Sota y Aznar.

El criadero de mineral establecido en ambas laderas de la Sierra (entre oriente y poniente alcanzaba una extensión de 1.800 hectáreas, y el sistema de explotación era fácil, porque el mineral afloraba casi en su totalidad en la superficie, por lo que no hubo que hacer galerías en el subsuelo. Se recuerdan varias canteras establecidas: la “Teresa”, la “Pilarica”, la “San José” y la “Castilla”. Todo lo extraído debía llevarse a Sagunto, donde estaban los Altos Hornos que procedían a la fundición del mineral, y donde embarcaba (en su puerto) el mineral a distribuir por todo el mundo. De ahí que ese ferrocarril era fundamental, y en principio se aprovechó el llamado “ferrocarril Central de Aragón” que bajaba por el valle del Jiloca para luego enlazar con el del Palancia, pero enseguida se construyó otro ferrocarril que partía directamente desde Ojos Negros, para el que hubo que construirse un enorme viaducto a la altura de Albentosa (hoy superado por otro de casi 600 metros de longitud en la autovía A23). Ese ferrocarril minero, de 205kilómetros  de longitud, era servido por una cuadra de 27 locomotoras y 600  tolvas de acero.  Los trenes cargados de hierro se componían a base  de 24, 26 ó 33 vagones de 26 toneladas, remolcados por  máquinas tipo  Compound y Garrat, debiendo utilizar el sistema de doble tracción al subir el puerto del Escandón desde Teruel.

Finalmente, tras la guerra, se construyó el túnel que permitía el paso directamente del mineral extraido en el lado de Setiles hacia Ojos Negros. Aunque de forma tradicional, la forma de sacar y sobre todo transportar el mineral era empleando “planos inclinados” de doble vía, sobre los que discurrían las tolvas a modo de lanzadera, con ayuda de la fuerza de la gravedad.

En 1932 quedaron paralizados los trabajos de extracción: las huelgas primero y la Guerra Civil después, dejaron detenidos los motores de aquella legendaria mina. Que, durante los primeros 50 años de su explotación moderna, había conseguido extraer trece millones y medio de toneladas de mineral de hierro. Desde 1973 quedó cerrado el tráfico de ese tren (Ojos Negros-Sagunto), llevando el material por camiones hasta Santa Eulalia y por Renfe hasta el puerto. El cierre total y definitivo de las minas se produjo en 1987, y desde entonces todo ha quedado abandonado, salvo una pequeña instalación turístico/evocadora instalada en Ojos Negros (Teruel).

Esta ha sido una breve evocación, con algunos datos concretos, de aquella máquina de producir riqueza que eran las minas de hierro de Setiles. En común con otras (prácticamente el 90% de la superficie provincial) comarcas ya casi vacías, y desde luego improductivas, esta de la Sesma del Pedregal molinés no tiene fuerzas casi ni para quejarse. 

Aunque uno se pregunta –al ver la pujanza de aquel sistema extractivo, y la belleza de sus producciones locales en forma de hierros forjados, rejas, llamadores…– si no sería posible hoy recuperar aquella industria, dar trabajo a nuevas gentes, y un poco de esperanza a los pueblos que se ven fenecer sin más remedio…

Optimismo vs. Pesimismo

Voltaire se inspiró en Cervantes para escribir su “Candide ou l’Optimisme”

Estos días de pandemia (primavera del 2020) han servido, entre otras cosas, para empaparme de clásicos que andaban por ahí perdidos, medio olivados, un tanto de incógnito. ¿Por qué fue tan famoso, en su tiempo, el escritor y dramaturgo francés François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire?

Por ser rompedor con cuanto le rodeaba, por su sarcasmo, su ironía, su  vehemencia y su rebeldía. Desde que él vivió y escribió, ser “volteriano” es estar contra el sistema. No creer en nada, y menos aún en la Religión. Reirse de lo establecido, propugnar como únicamente válidas sus propias ideas. Pero, a lo que veo, cuando Voltaire escribió su famosa obra “Cándido, o el Optimismo” que acabo de leer, lo que en realidad hace, –a más de propugnar como inmensamente válidas las ideas del filósofo alemán Leibniz– es montar una serie de aventuras protagonizadas por un tipo que sale a flote de todos los problemas, debido en gran parte a su optimismo. Es un tipo (alemán le hace Voltaire) que no para de andar y enfrentarse al mundo. Por una serie muy escasa de ideales, pero sobre todo por un amor.

Candido recorre el mundo entero, viaja en diversos medios de comunicación, se acompaña de algunos criados (Cocombo es un cuarterón lo más parecido al manchego Sancho Panza) y la locura de Candido le viene de tanto leer y escuchar a su filósofo de cabecera, Plandós…. De vez en cuando hay ocasión para hacer purgas de los libros de su tiempo, de las obras teatrales de su tiempo, y de las ideas coetáneas. De todo ello, y a pesar de reconocer que hay miles, solo salva dos o tres en cada ocasión.

Finalmente, Candido tiene un ideal femenino al que persigue constantemente. Su Dulcinea se llama Cunegunda, y a pesar de raptos, y huidas, de miserables encuentros y de la pérdida de todo su valor estético, él la sigue amando… un loco viajero que solo persigue hacer el bien, que ha conseguido una gran fortuna (lo que le permite todo tipo de benevolencias con sus semejantes) y que da la vuelta al mundo buscan a su amada ideal, a la que, tras encontrarla, resulta ser más fea que picio. La figura de don Quijote la veo en cada página. Os atreveis a leer el Candido de Voltaire, y opinar?