En el Centenario de Benito Pérez Galdós

viernes, 3 enero 2020 1 Por Herrera Casado

perez gallos en guadalajara

Mañana exactamente se cumple el Centenario de la muerte de uno de los grandes escritores y literatos españoles, creadores de escuela, de estilo y de caminos: Benito Pérez Galdós, nacido en Las Palmas de Gran Canaria el 10 de mayo de 1843 y muerto en Madrid el 4 de enero de 1920.  Vamos a repasar, aunque sea muy someramente, de qué manera Galdós entronca con Guadalajara, a través de sus escritos y personajes.

La obra de Galdós, cuyo eje central son los “Episodios Nacionales” con los que quiso representar la esencia de la gente y las costumbres, de las ideas y de las intolerancias, en personajes sumidos en la realidad de la historia, es enorme y constituye la esencia del “realismo” o “naturalismo” literarios del siglo XIX y principios del XX. En ese medio centenar de novelas que constituyen los Episodios, aparece en numerosas ocasiones la tierra de Guadalajara, sus pueblos, sus monumentos, sus costumbres, y gentes (reales o inventadas) que retratan fielmente la forma de ser de entonces.

Si en “Narváez” es muy intensa la presencia de Atienza, porque en esa villa serrana transcurre la mitad de la novela, debemos pensar con lógica que don Benito debió informarse muy bien acerca de la población y de sus costumbres. Es más, tuvo que estar en ella algún tiempo, porque si no no se explica lo bien que la maneja. Viene a resultar asombrosa la información que Galdós posee acerca de Atienza, de su ambiente y de la fiesta de «La Caballada», que describe con todo lujo de detalles. Parece ser que don Benito pasó casi todo un verano en la villa -afirmación docu­mentalmente imposible-, lo que explica esa completa informa­ción de la que hace gala.

Más en concreto sabemos que Pérez Galdós estuvo en Atienza a finales de 1901, y luego en la primavera de 1902, poco antes de que apareciesen en librerías sus “Episodios”: “Las tormentas del 48” y “Narváez” en las que habla de Atienza, sobre todo esta última. Estuvo en casa de Calixto Lázaro Chicharro, el padre de dos muchachas que sirvieron, en Madrid, en casa de don Benito: Eusebia y Juana Lázaro de la Fuente. Además de eso, don Benito pidió al Ayuntamiento y al cura información exhaustiva acerca de la villa y su monumentalidad, la Caballada, etc.

De “Narváez” es la información que aquí extraigo como prueba de ese entusiasmo que Galdós muestra en torno a Atienza.  José García Fajardo, Pepe Fajardo, el protagonista de la obra, tras casarse con Ignacia Emparán y recibir el título de marqués de Beramendi, viaja a Atienza, a visitar a su familia. Su madre era de Sigüenza, pero tenían también casa en Atienza:

En medio de la gallarda procesión vi el estandarte de la Hermandad de los Recueros, y al término de ella se me aparecieron el que venía como Prioste y otros dos que hacían de secretarios y seises, a su lado un cura, que hacía de abad, de luenga capa los paisa­nos, el cura con balandrán, los cuatro caballeros en lucidos alazanes. Y apenas llegó cerca de nosotros la interesante cuadrilla empezó un griterío de aclamaciones y plácemes cari­ñosos, mezclados con vítores o simplemente con berridos de júbilo. al punto comprendí que los vecinos de Atienza, en obsequio mio y de mi esposa, reproducían la carnava­lesca y tradicional procesión llamada La Caballada, con que la Herman­dad de los Recueros conmemora, el día de Pentecostés, un hecho culminante de la historia de Atienza. A la de España tengo que recurrir para dar una idea del origen de esa venerable fiesta, que ya cuenta siete siglos y medio de antigüedad.

Les relata por menor cómo fue el hecho histórico de los inicios de “La Caballada

La comitiva recorrió toda la calle Real hasta la plaza del Mercado, y entrando luego por el arco de San Juan a la plaza donde está la iglesia de este nombre y la casa de mi madre, llegamos al término del viaje y de la ovación. El cura don Juan de Taracena, que en la Caballada venía como abad, y el Prioste don Ventura Miedes, habíanse adelantado hasta mi casa para prevenir a mi madre. apenas llegamos a la plaza, acudió el cura a tenerme el estribo, y antes que el compás de mis piernas se desembarazara de la silla, me cogió el hombre en sus atléticos brazos, y con violento apretón privóme de resuello. Fue la primera vez en mi vida que me oí llamar Marqués, confundidos en familiar lenguaje la llaneza y el cumplimiento.

Y al final del capítulo 8, Galdós pone en labios de Pepe Fajardo su marcha de Atienza: El invierno nos arrojó de Atienza. Echo muy de menos la sociedad, mis amigos, la política, el fácil y pronto conoci­miento de cuanto pasa en el mundo. Ya resuenan lúgubre­mente en los empedrados de la antigua Tytia las herraduras de las caballerías que suben y bajan por estas empinadas calles y carreras; ya se me hace fúnebre como Dies irae el ladrido de los perros en largas noches, y hasta el matutino canto de los gallos me suena como una invitación a que tomemos el portante. Y de los rugidos del maderamen de la casa, no digamos: ellos son de tal modo tristes, que harían regocijadas las Noches de Young y de Cadalso…

Adiós, Atien­za, ruina gloriosa, hospitalaria; adiós, santa madre mía; adiós, Noble Hermandad de los Recueros, que me hicisteis vuestro Prioste; adiós, amigos míos, curas de San Juan, San Gil y la Trinidad; adiós, Teresita Salado, Tomasa y chiqui­llos que alegrabais nuestras tardes, adiós, paz y recreo del campo, simplicidad de costumbres; adiós, sombra del grande y miste­rioso Miedes, el de la locura graciosa y sublime, el soñador celtíbero, enamorado de la más bella representación del alma hispana…        

Pero Fajardo, por aquello de que su madre, que se llama Librada, es de Sigüenza, nos pone en bandeja la visión de esta ciudad en la obra siguiente de Galdós, en “Tormentas del 48”, al inicio de la cuarta serie de los “Episodios Nacionales”

Al comienzo de sus memorias, en el tercer capítulo, el protagonista nos describe Sigüenza de esta manera sucinta y cabal: al amanecer (…), bajando de Barbatona, vi a la gran Sigüenza (…). Vi la catedral de almenadas torres, vi San Bartolomé, y el apiñado caserío formando un rimero chato de tejas, en cuya cima se alza el alcázar; vi los negrillos [olmos] que empezaban a desnudarse, y los chopos escuetos con todo el follaje amarillo; vi en torno el paño pardo de las tierras onduladas, como capas puestas al sol.

Dice el profesor J. F. Montesinos que el personaje, de Fajardo es un trasunto vital del propio Galdós. Pepe Fajardo es hijo de Librada, ha nacido y se ha educado en la Ciudad del Doncel, y allí en el Seminario de San Bartolomé destaca por su serena aplicación al estudio, devorando libros y accediendo a una superior educación en Roma llevado por un pariente eclesiástico, aunque no cuaja el prometedor futuro en la soñada carrera por la mitra, y regresa a España con otras ínfulas, más mundanas, más políticas.

En su “Tormentas del 48”, Galdós pone como principal zona comercial seguntina a la Travesaña Baja, cosa que es ya pasado, y le hace decir al protagonista: “Vivimos en la calle de Travesaña, angosta y feísima, pero muy importante, porque en ella, según dicen aquí ampulosamente, está todo el comercio”. Y habla de la botica que en ella había, posiblemente inventada, y, en todo caso, evoca como solo el gran escritor canario sabe hacerlo la fuerza rural y eclesial de la ciudad en los mediados del siglo XIX.

Galdós saca, además, del armario alcarreño a muchos personajes de sus otras novelas. Siempre hay meleros que deambulan por el viejo Madrid, recueros que vienen atravesando Castilla, ricos mesoneros que empezaron por la Alcarria, y señoritas que saben que sus abuelas surgieron en la tierra áspera del norte madrileño.

Guadalajara, por tanto, en este inicio del “Año Galdós” en que deberíamos promover sobre todo la lectura de su obra, y el análisis serio de su mensaje, tiene mucho que decir. Cualquier detalle es bueno, una calle, una placa, un viaje de reencuentro con los caminos por los que pisó el autor…

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