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enero, 2020:

Vuelta a Pioz

castillo de pioz

Una potente “Asociación de Amigos” ha surgido en Pioz: la de su Castillo Medieval. Todos sus miembros se mueven en la misma dirección, que es la de sentar las bases de una recuperación paulatina, pero total, de su castillo. El de Pioz es uno de esos emblemas del patrimonio alcarreño más conocidos y que reclama una atención y un cuidado.

Hace unos días, y al llamado de Alejandro Pastor Loeches, presidente de la Asociación de Amigos del Castillo de Pioz; de Enrique Prat Bosch, su anterior alcalde promotor de los trabajos de excavación en el mismo; de César Gómez Fraguas, uno de sus más acreditados estudiosos, y de José Antonio Pendás, actual alcalde de Pioz, me día una vuelta alrededor de este singular y espectacular monumento.

A tan solo media hora, sin correr, de Guadalajara, y no mucho más desde Madrid, se alza en medio de la meseta alcarreña este imponente testigo de los tiempos pretéritos. Con ellos hablé, y con otros varios miembros de esta Asociación, que me colmaron de atenciones. Pero con los que pude departir, a gusto y sin prisas, acerca de esos temas que me preocupan, y que no pueden dejarse a un lado, por fuerte que sea el grito mediático de la política partidista y las cuestiones que hoy priman (o algunos quieren que primen) sobre empoderamientos de género, enraciaciones y otras cuestiones aún por definir. Estas del cuidado de nuestro patrimonio no parecen estar en la primera línea de preocupaciones de las altas jerarquías del Estado, o de la provincial política. Pero sí que están en la primera línea de preocupaciones de muchas gentes de a pie, de muchos votantes.

Al castillo de Pioz se le quiere (desde el corazón de las gentes del pueblo) se le respeta, y con él se sufren las agresiones del vandalismo nocterniego que a veces le aplica sus histéricas pintadas. En general, la idea es unánime: hay que recuperar, poco a poco, este gran edificio. Hay que estudiarlo, limpiarlo, recomponerlo, utilizarlo… hay precedentes, cercanos, de acciones tales.

Se puede hacer y se debe empezar ya. Por ejemplo, con llamadas de atención a la ciudadanía, para que lo visiten, lo respeten, y también ellos vayan dando ideas de un posible uso: ¿un lugar de encuentro, y exposición, de la producción agraria en la Alcarria? La miel, el vino, los aceites, los trigos…. Ahí está la primera idea.

Llegar y ver en Pioz

La fortaleza de Pioz, en plena meseta de la Alcarria, es uno de esos castillos en los que apenas si la historia ha dejado huellas de interés en las crónicas que de él tratan, y tampoco aporta novedades estructurales que puedan situarle en un lugar destacable o excepcional en el conjunto de la arquitectura medieval militar. Sin embargo, para quienes gusten de evocar el pasado intrigante de un tiempo en el que estos edificios eran la sede de los poderosos, y la concreción de unas teorías sobre el arte de hacer la guerra en el Medievo, el castillo de Pioz posi­bilita la visión real de uno de estos ejemplos. Es todo un para­digma, completo y latiente.

Recorrer su contorno, mirando desde los diversos án­gulos sus fosos, el recuerdo de su puente levadizo, el paseo de ronda sobre los adarves, cruzar la poterna misteriosa, y ver la gran torre del homenaje o las impactantes “troneras de cruz y orbe” de los garitones de la barrera exterior, son un cúmulo de sensaciones que difícilmente pueden encontrarse juntas en otro lugar. Visitar esta antigua fortaleza, repleta de motivos evocadores de lejanos siglos y epopeyas, es quizás el mejor estímulo para adentrarse con gusto en el mundo sugerente de la castillología hispana y gozar, de entrada, de este plato suculento del patrimonio guadalajareño.

Algo de historia

En medio de la ruralía sencilla de la Castilla de la Transierra, Pioz perteneció al Común de Villa y Tierra  de Guadalajara, siendo de señorío real, hasta que mediado el siglo xv, el rey Juan II de Castilla entregó el lugar a su afecto cortesano don Iñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana.

A la muerte de éste en 1458, pasó a su hijo predilecto, el que fuera gran Cardenal de España, don Pedro González de Mendoza, quien enseguida inició la construcción de un castillo, en el que muy posiblemente deseaba plasmar las ideas que sobre  castillos‑palacios tenía recibidas de Italia, en orden a fraguar­ se para su residencia en caso de peligro político, un magno edificio a la par lujoso y seguro. En 1469, sin embargo, desistió de su idea, y puso sus miras en Jadraque y Maqueda, lugares de mayor importancia estratégica para sus objetivos, y dotados ya de sendos castillos en los que poder desarrollar más ampliamente sus ideas constructivas.

En esa fecha, el entonces obispo de Sigüenza propuso al noble castellano Alvar Gómez de Ciudad Real, secretario del rey Enrique IV, un trato, consistente en el cambio de su villa de Pioz con el iniciado castillo, los lugares de El Pozo, los Yéla­mos y algunos otros enclaves de la Alcarria, por la fortaleza y villa amurallada de Maqueda. El trato aceptado, Pioz pasó a las manos de la familia de los Gómez de Ciudad Real, en la que destacaron algunos elementos como políticos y poetas durante el siglo XVI. Ellos continuaron la construcción del castillo, com­pletándole tal como hoy lo vemos en los años finales del siglo xv. Después, y sin apenas haber servido para su residencia, y mucho menos para ser el protagonista de ninguna batalla, la fortaleza se vio abandonada, y aunque los dueños pusieron alcaide y encargados del mantenimiento de la casa fuerte, el progresivo deterioro que procura la falta de uso dio tras muchos siglos el resultado que hoy puede comprobarse.

Tras la Desamortización pasó a manos particulares y en 1883 aparece registrada a nombre de Francisca Rodríguez Moreno, viuda de Evaristo Ventura, pasando luego a herederos hasta hace 20 años en que fue adquirido por el Ayuntamiento, actual propietario.

Qué vemos en Pioz

El de Pioz es un castillo de llanura, dominante de amplios horizontes desde los adarves de su defensa exterior, y visto a su vez desde lejanas posiciones en la plana meseta de la Alcarria baja. En leve altura sobre el pueblo, del que apenas destaca sobre sus tejados, se encuentra totalmente rodeado de un hondo foso que los siglos han ido rellenando. Por la parte meridional, tenía la entrada habi­tual y principesca: dos machones cilíndricos fuera del foso servían para que apoyara el puente de madera, levadizo, que se dejaba caer desde el correspondiente hueco abierto en la defensa exterior de la fortaleza. Por la parte septentrio­nal, una estrecha puertecilla a modo de poterna permitía la entrada, o salida, del castillo directamente sobre la profundidad del foso. La escalerilla de acceso de esta poterna al recinto de la liza, es estrecha, empinada y en zig‑zag, de modo que se encuen­tra perfectamente defendida desde el interior.

El muro externo de la fortaleza es muy grueso, construido en escarpa poco pronunciada, que ha sufrido con mayor crudeza la rapiña de las gentes que se han ido llevando sus piedras sillares. Culmina en muralla poco eleva­da, a la que por escalerillas se puede subir desde la liza. Se completa con torreones esquineros cilíndricos en los que podían albergarse piezas de artillería, para cuyo uso aparecen orificios en forma de troneras con vanos cir­culares rematados en cruz, algunos de perfecto perfil. Son las llamadas troneras de cruz y orbe, espectaculares.

El casti­llo propiamente dicho, o recinto interior, es de planta cuadrada, con altos muros lisos en los que, a la altura de los pisos interiores, se abren algunos ventanales amplios. El resto del paramento solo se abre para ofrecer estrechas y alargadas saete­ras que, especialmente desde las esquinas, cubren el paso de la ronda, y especialmente la entrada principal y la subida desde la poterna.

Durante las obras de excavación que hace unos 20 años se realizaron a instancias de Enrique Prat Bosch, a la sazón alcalde del municipio, y con el asesoramiento de los arqueólogos Esteban, Cuadrado y Crespo, se extrajo ingente cantidad de derrumbes, encontrando la estructura interior intacta, con un pequeño patio central (posiblemente sobre un aljibe) las caballerizas, las cocinas, etc…. La estructura, por tanto, se mantiene completa, aunque le falten los muros y los solados.

En las esquinas del castillo se alzan fuertes torreones de planta cilíndrica, rematados en leve moldura sobre la que muy posiblemente en su momento inicial se alzaban esbeltas almenas, hoy totalmente desaparecidas. En la esquina noroeste se levanta la potente torre del homenaje, de irregular planta, cuadrada por un lado y circular por otro, en la que se preparaba el sistema defensivo último, de emergencia. La entrada a esta torre debía hacerse a través de otro puente levadizo, de los de tipo de brazo con contrapeso y eje central, complicado sistema que hacía muy segura la torre, a la que luego debía aún ascenderse a través de escale­ra de caracol interior.

El recinto interno del castillo está hoy totalmente vacío, ofreciendo los pelados muros (en los que se ven los huecos de los mechinales que servían para la introducción de las vigas que sujetaban los pisos), y las torres que ofrecen en su nivel inferior sendas puertecillas estrechas que permiten la entrada a sus cuerpos bajos, en los que sucintas saeteras cumplían la misión de vigilancia y defensa típicas. Y en los que había espacio más que suficiente para colocar piezas de artillería.

Es muy de destacar, aunque de todos modos era algo habitual en los castillos medievales, la obligación de discurrir en zig‑zag desde la entrada a la fortaleza por el puente levadi­zo, hasta poder acceder a la puerta principal del recinto inte­rior o castillo propiamente dicho. Ello obligaba a los visitantes a recorrer un buen trozo de la liza o espacio de circulación interior, lo que permitía su reconocimiento y la defensa desde dentro.

castillo de pioz por edward cooper
Plano del castillo de Pioz, en interpretación del historiador Edward Cooper.

Hay que destacar nuevamente, tratándose de un castillo ini­ciado en sus fundamentos por uno de los Mendoza más aficionado a la arquitectura, que la función de este castillo, aunque muy volcada hacia la defensa frente a un posible ataque guerrero, guarda al mismo tiempo una intención residencial, y es muy pare­cido, incluso en el nombre de la localidad en que asienta, al de la Rocca Pia, en Tívoli, que se levantó en 1460, y al que el arquitecto que diseñara el de Pioz, muy posiblemente Lorenzo Vázquez, italianizante al servicio de los Mendoza durante largos años, copió en muchos detalles y aun en su estructura general. No es de extrañar este hecho, máxime teniendo en cuenta que el hijo del Cardenal Mendoza, el marqués del Zenete don Rodrigo, llamó a este Lorenzo Vázquez (que luego habría de construir los palacios de Antonio de Mendoza en Guadalajara, de los duques de Medinaceli en Cogolludo y el convento franciscano de San Antonio en Mondéjar) para construir el castillo‑palacio de La Calahorra en Grana­da, en el que tras los severos muros de tono medieval y guerrero, escondió un delicadísimo patio y estancias cuajadas de decoración plateresca muy hermosa. Es más, no sería excesivo aventurar que para este castillo de Pioz, el Cardenal don Pedro González de Mendoza hubiera concebido un patio de estilo plateresco que, por las circunstancias del cambio de esta posesión por la de Maqueda, ya no llegó a construirse.

En cualquier caso, lo que hoy queda a la admiración del viajero y del curioso enamorado de estos viejos conjuntos de piedras remotas, es lo suficientemente espléndido como para mere­cer con creces una visita detenida. Que será, sin duda, y a poca sensibilidad que se posea, el seguro inicio de un deseo de reconstrucción, de recuperación, de ver vivo y sonoro a este edificio.

Brihuega: un ejemplo de recuperación del patrimonio

brihuega la roca del tajuñaDesde el año 2019, se vienen sucediendo en Brihuega la presentación y apertura al público de algunos espacios patrimoniales que se habían mantenido cerrados, cuando no en estado de semirruina y abandono. Todo ello se enmarca en la acción planificada por el actual ayuntamiento para recuperar esta villa alcarreña en una vertiente de turismo activo y moderno, en el que se compagina el deseo del viaje y la gastronomía, con la admiración de las huellas del pasado.

Así hemos visto cómo, en el plazo de pocos meses, se han abierto las salas principales del Castillo de la Peña Bermeja, su capilla gótica, recientemente la “Sala de Caballerizas” del castillo, ubicada en el subsuelo del gran torreón, y el Museo de Historia de la Villa. Ello sin contar las acciones continuas, jalonadas de sus respectivas presentaciones e inauguraciones, de la Fábrica de Paños, que ya propiedad del Municipio, se está recuperando paulatinamente, con vistas a integrarse en una futura red de Paradores Regionales.

Todos estos monumentos, y la historia que los fue generando, reciben un tratamiento meticuloso y adecuado en el libro “Brihuega, la roca del Tajuña” escrito por Antonio Herrera Casado. Este libro, fruto de muy minuciosas investigaciones, escrito con la limpieza y objetividad del Cronista Provincial, ofrece secuencialmente informaciones sobre la geografía, la historia, el patrimonio, el costumbrismo, los personajes, y la actualidad social y cultural de la villa. Ilustrado generosamente, a color y blanco/negro, con imágenes actuales, y estampas o dibujos antiguos.

Se constituye, por tanto, en la referencia obligada para saber de este lugar: que tiene una gran potencialidad en el aspecto turístico (estos días lo está demostrando con su presencia individualizada en FITUR ’20) y para recibir el aplauso de quienes creemos que la pervivencia del patrimonio bien usado, y de las costumbres bien administradas, son capaces de mantener vivas las raíces de una población, lo que sin duda redunda en la mejora de la calidad de vida de sus habitantes.

Para saber algo más de Brihuega, conviene por tanto leer este libro, (y no solo leerlo, sino utilizarlo como guía de mano) además de saber de otras cuestiones de actualidad y permanente vigencia. Por ejemplo, de su “Sala de Caballerizas”, de su Conjunto Histórico, de sus Jornadas de Estudios Briocenses, de su Arco de Cozagón, y de sus fiestas, incluido el Festival de la Lavanda.

La ruta de los puentes del Tajo

puente de zorita de los canes sobre el tajo

Restos del gran puente que Felipe II mandó levantar sobre el Tajo en Zorita de los Canes.

Diez años hace ahora que Juan José Bermejo Millano, escritor y viajero, presentó en la Casa de Guadalajara su libro sobre los puentes de Guadalajara, un itinerario inédito, plural y sabroso. El paso sobre los ríos de nuestra tierra (Jarama, Henares, Tajuña, Tajo…) a lomos de unos puentes viejos, orondos y amables. Este es el recuerdo del libro, del escritor, y de sus viajes.

Tajo abajo

Nace el río Tajo, el más largo de los de España, entre la muela de San Juan (1.830 metros) y el cerro de San Felipe (1.839 metros), en los Montes Universales, en la provincia de Teruel. El lugar exacto del nacimiento, que está señalado por un monumento sencillo pero interesante, es la Fuente García, a unos 1.600 metros de altitud, y en pocos kilómetros y por fuertes pendientes baja a los 1.140 metros.
Inmediatamente penetra en la provincia de Guadalajara, o va haciendo de frontera entre esta y la de Cuenca. Desde ese momento, el río al que denominan en un espacio de más de 100 Kilómetros Alto Tajo, y que está incluido en un espacio bien delimitado y protegido con categoría de Parque Natural, nos ofrece un espectacular entorno paisajístico.

A su paso por los pueblos de la provincia, sobre el Tajo vemos los puentes del Martinete, cercano a Peralejos de las Truchas, y de Poveda, en el término de este pueblo. Son puentes modernos, que han sustituido recientemente, con estructuras la mar de modernas, a los antiguos pasos que siempre andaban renqueantes y viniéndose abajo con las riadas. Lo usaron, en las guerras, todos los ejércitos, y en las paces, los aldeanos de aquellas tierras altas e inhóspitas. Otro de los primeros puentes, y este se visita más porque en el verano son miles de turistas los que le atraviesan, es el de San Pedro, en término de Zaorejas, donde el Tajo recibe por su derecha las aguas del río Gallo que viene desde la altura y profundidad del Señorío de Molina.

El puente de la Tagüenza

El viajero tiene que descubrir, a base de andar caminos (porque ninguna carretera accede a él con coche) el “puente de Tagüenza”, uno de los más espectaculares de la provincia. Hay que bajar a pie, bien desde Huertahernando, lo cual es relativamente fácil y cómodo, aunque más largo, bien desde Huertapelayo, más corto pero más difícil. Siempre fue muy utilizado porque ponía en comunicación a las gentes del Señorío de Molina con las de la serranía del Ducado. Le vemos firme y airoso, asentado sobre unas altas y verticales rocas, teniendo por cimientos a la misma piedra, que el agua en el transcurso de los siglos ha ido afilando para poder salir y seguir su curso. Aunque puesto puente en ese lugar hace muchos siglos, era al principio de madera, y luego de piedra, hasta que fue volado en la Guerra Civil de 1936-39. Fue José del Acebo su ingeniero constructor, a mediados del siglo XIX, y luego la Diputación presidida a la sazón por Manuel Rivas Guadilla no dudó en reconstruirlo tras la guerra, tal como hoy lo vemos. Los viajeros que hasta él lleguen dirán con razón que no han perdido el día.

Mucho más abajo, los buscadores de puentes se encontrarán, también gracias a cómoda carretera, con el puente de Valtablado del Río, que también fue, en tiempos viejos, de madera, de tablas, como el propio nombre del pueblo indica. Ya en época de Madoz se cita el puente, que dice era muy antiguo y fue quemado por los franceses en 1811. Después se hizo más consistente, pero las avenidas frecuentes lo derribaban, por lo que en 1924 se reconstruyó pero siguió deteriorándose hasta que en 1955 con el proyecto de Ramón Fontecha Sánchez se inauguró dando por fin con la fortaleza que el espacio requería. Asombrosamente corpulento, el puente de Valtablado es de los que dan categoría a un río, aunque en este caso sea en lugar tan remoto y poco frecuentado. De rasante horizontal, consta de dos arcos centrales de medio punto, de 20 metros de anchura cada uno, flanqueados a cada lado por otros dos arcos de 6 metros de luz.

La arqueología nos habla de un puente, esta vez construido por los romanos, en término de Carrascosa de Tajo. Aunque lejos de cualquier vía de comunicación, y hoy solo accesible a pie por caminos que parten de ese pueblo, el viajero podría observar que quedan muy importantes restos de este puente que servía de paso a una vía romana que desde Valeria y Segóbriga iba hacia Segontia. Al calor del puente, en la orilla derecha, se levantó el pueblo de Murel, que fue donde primeramente pusieron los monjes del Císter su monasterio, fundado con el apoyo del rey Alfonso VIII de Castilla. De lo que queda de puente, que está visitable por un camino que llega desde el propio pueblo de Carrascosa de Tajo, puede hoy admirarse el gran estribo de la orilla sur, verdaderamente “obra de romanos” con sillares de “opus quadratum” conformando un amplio recinto relleno de “opus caementicium”. En ese estribo se adivina que la rasante del puente era recta, y que por lo que se ve y colige tuvo seis arcos, apoyados sobre cinco pilas, una de las cuales, entera pero derrumbada y volcada sobre las aguas, aún hoy se ve, y otra en la parte norte, cercana al pueblo, que fue utilizada para canalizar un molino y hacer un mini-central eléctrica en tiempos antiguos. En todo caso, un caso curioso y verdaderamente notable de puente romano en esta tierra.

En la salida del Parque Natural, y en medio de un vegetación verde todavía, glamorosa de riscos, bosques y cascadas, está Trillo, con su gran puente, de un solo arco, hoy rodeado de parques y atractivos sitios de turismo. Merece la pena detenerse en la orillas, aguas abajo, y admirarle grandioso, renacido tras la voladura que de él hizo el Empecinado, hace ahora más o menos doscientos años.

Pareja y sus puentes

Tuvo Pareja una serie de puentes, para el cruce estratégico del hondo Tajo en su término. La construcción del embalse de Entrepeñas y su inicial ímpetu avasallador de aguas acabó con ellos, aunque dejando la memoria de tanta agua en la construcción del único paso que hoy queda, para la carretera que sube de Sacedón a Cifuentes, y que fue levantado por la Confederación hidrográfica del Tajo, en los años sesenta del siglo XX: es el gran viaducto que puso en comunicación ambas orillas del embalse  de Entrepeñas. Este elegante y vistoso elemento se sigue utilizando hoy y es un punto de referencia para viajeros y fotógrafos, puesto que da unas imágenes de gran belleza sobre las aguas del Tajo embalsado, sorprendiendo la docena de arcos, altos y elegantes, que le forman. Muchos pasan sobre él en coche, y ni se dan cuenta: hay que pararse en uno de sus extremos, subir algún cerro, tomar perspectiva, y admirar esta obra grandiosa.

Auñón medieval

El viajero que baje el río admirando los grandes y viejos puentes que cruzan el Tajo, quedará maravillado ante la obra de ingeniería que supone el medieval puente de Auñón. Lo encontramos aguas debajo de la presa de Entrepeñas, y se llega a él bajando por la arriesgada carretera que parte junto a la roca en la presa, o subiendo desde el cruce de la carretera de Cuenca y Sayatón. Tras andar un camino de asfalto ya suelto, le encontramos desplegado tras una amplia campa: tiene una longitud de 88 metros y ofrece un ojo principal de 11 metros. Algunos le dicen “el puente romano”, pero realmente es construcción medieval, sabiendo que ya estaba construido en 1361. Al estar en las cercanías de la vía que unía Sigüenza con la comarca de Cuenca, se convirtió en un paso muy utilizado durante la baja Edad Media, contribuyendo a que Zorita, perdiendo el tráfico de mercancías por su puente, continuase su declive.
Su epopeya principal fue vivida por este puente en la mañana del 23 de Marzo de 1811, cuando El Empecinado y el general Villacampa atacaron dicha posición, y después de muy reñido bregar, los enemigos se recogieron a Auñón, perdiendo muchos heridos y cien prisioneros, salvándose los demás refugiados en la iglesia de la villa por la llegada de una columna de socorro. Una vez construida la presa de Entrepeñas, y retenidas en ella las aguas del Tajo, el puente ha quedado en desuso y por desgracia abandonado y olvidado, empezando ahora a notarse ciertos deterioros.

El siguiente punto de admiración es Bolarque, lugar clásico de cruce del río, entre altas rocas. De los antiguos puentes y barreras ya casi nada queda, pero sí del puente “mixto” formado por dos arcos de medio punto, de sillería, y otro tramo central recto y de construcción metálica, compuesto de dos vigas en celosía, disponiendo de andenes laterales en voladizo para los peatones. Se levantó a comienzos del siglo XX, en época de Alfonso XIII, para servir de complemento a la central eléctrica que allí se creó. Hoy es testigo del inicio del Trasvase Tajo-Segura, y en todo caso, un paisaje espléndido que merece visitarse con detalle.
Ya pasado Bolarque, vemos un puente en término de Almonacid, frente a la ya demolida Central Nuclear “José Cabrera”. Aunque muy antiguo, su última construcción moderna es de 1921, y aún siendo airoso hoy se ve un tanto panzudo sobre las aguas del que es remanso de Zorita, que se creó para dar agua a la Central.

guia de los puentes de guadalajara

Zorita al fin

Y por no alargar demasiado estas letras, mencionar findalmente el puente ¿o será la puente? De Zorita de los Canes, lugar defendido por fortísimo castillo calatravo que debió su riqueza e importancia a ese puente, en el que se pagaba el pontazgo del reino de Toledo. Se lo llevó el agua en varias ocasiones, y al final el gobierno de Felipe II se comprometió a hacer uno nuevo, recio, grandioso… no pasó de las intenciones. Hoy vemos, y hay que bajar a la orilla misma para admirarlo, un machón inicial que serviría para dar firmeza a ese puente que no llegó a hacerse. Si será grande el machón (se ve en la fotografía adjunta) que hace unos años se construyó encima un restaurante en el que caben…. cientos de personas, más la barra, y la cocina…un ejemplo más de la polivalencia de los puentes, y un atractivo añadido a quien quiera hacerse esta ruta de los puentes por Guadalajara.

La Guía de los Puentes de Guadalajara

El libro que escribió Juanjo Bermejo, ofrece en sus 128 páginas y cómodo formato de guía, la descripción de todos los grandes y pequeños puentes de la provincia. Una breve descripción e historia de cada uno de ellos, que se acompaña de fotografías en color y planos. Se divide el libro en varias rutas, que están basadas en las cuentas de los ríos provinciales, como es lógico. Así encontramos las rutas del Jarama, el Henares, el Tajuña y el Tajo, más cada uno de sus principales afluentes. Acabando con la ruta de los ríos molineses, los que dan al Ebro, como son el Mesa y el Piedra. Es una obra esencial para conocer  – a pie, sobre los caminos que cruzan los ríos- la variedad infinita de paisajes de nuestra provincia.

Lecturas de patrimonio: La iglesia parroquial de Santo Domingo de Silos en Millana

milano,alcarria

Una de las iglesias románicas más meridionales de Castilla la encontramos en la Hoya del Infantado, en el valle del río Guadiela, frontera de las tierras de Guadalajara y Cuenca. Junto con Alcocer y Valdeolivas, son los mejores testigos de la Edad Media en estas tierras de la Baja Alcarria. Vamos a visitarla hoy, por fuera y por dentro, y adentrarnos en el mensaje que su piedra tallada encierra.

La villa de Millana se encuentra situada en plena Alcarria, en el valle del río Guadiela, dentro de lo que históricamente se conoce como la Hoya del Infantado. Reconoce un pasado común con Alcocer, Salmerón y otros lugares del mismo entorno geográfico. Tras diversos avatares señoriales, en el siglo XV quedó en poder de los Mendoza alcarreños, que la poseyeron durante muchos siglos. Pero anteriormente fue posesión señorial, por donación del Rey Alfonso X el Sabio, de doña Mayor Guillén de Guzmán, la misma que tuvo en señorío a Cifuentes. Ocurría esto en 1253, y ateniéndonos al patrocinio directo de dicha señora, en la construc­ción del templo mayor de la villa cifontina, ya estudiado por nosotros en ocasión anterior, no es difícil suponer que ella fue también la inspiradora de la iglesia parroquial de Millana y de su gran portada abocinada, pues el estilo es muy similar al de Cifuentes, aunque en este caso resulta más pobre en la decoración. De cualquier modo, resulta fácil datar la portada meridional de la parroquia emilianense de Santo Domingo de Silos en los inicios de la segunda mitad del siglo XIII, lo cual añade otro dato a nuestra teoría de una cronología muy avanzada para el románico alcarreño.

La iglesia de Millana presenta importantes restos de su primitiva construcción románica. En el siglo XVI fue completamente rehecha, pero se conservaron sus dos portadas y buena parte de sus muros, procediéndose solamente a la reedificación y ampliación de la cabecera del templo. Su interior es de una sola nave y no ofrece elementos de interés, salvo el gran cuadro de Felipe Diricksen, recientemente restaurado, que supone una joya de la pintura del Siglo de Oro en esta apartada iglesia.

En el exterior, aparte de las numerosas y diferentes marcas de cantería en los sillares de sus muros, especialmente en el del norte, lo más señalado de este templo es la presencia de dos portadas que le confieren un interés especial en el examen del arte románico en la Alcarria.

La portada norte es muy sencilla y se encuentra hoy tapiada e inutilizada. Consta de un arco muy simple, con moldura sencilla y decoración de bolas. Enmarcando al arco aparece un filete con simple molduraje. En cualquier caso, y a pesar de su sencillez, esta portada norte, utilizada en tiempos remotos, del templo parroquial de Millana, es interesante y prueba de un modismo constructivo habitual en el siglo XIII.

Pero el elemento más valioso y definitorio de este templo es su gran portada meridional, que ofrece una estructura muy clásica dentro de lo que el arte románico suele presentar. Situada centrando el paramento sur del edificio, necesitó que a éste le hiciera un cuerpo saliente para albergarla, debido a la profunda bocina de sus arcos. No cabe duda que desde su construcción, en el siglo XIII, esta portada se ha mantenido sin cambios apreciables en su conjunto. Se aloja, como decimos, en un saledizo cuerpo de sillares bien tallados, en los que abundan las marcas de canteros. Este cuerpo saliente se cubre de un tejaroz sostenido por magnífica serie de canecillos que alternan con metopas o rosetas en las que aparece decoración interesante. El ingreso propiamente dicho se constituye por una serie de cinco arquivoltas baquetonadas, llevando al interior un arco liso que hace el oficio de cancel, y que se apoya en lisas jambas laterales que escoltan el ingreso, en tanto que las cinco arquivoltas descansan sobre una serie de cuatro columnas adosadas a cada lado, con basa moldurada y corrido plinto. Estas columnas rematan en sendos capiteles que ofrecen una bella e interesante decoración, que comentaremos a continuación. Finalmente, ante la portada descrita se abre un amplio espacio rodeado de alta barbacana, correspondiente al antiguo cementerio o salón del templo, hoy ocupado de árboles y jardines, lo que le confiere un encanto aún mayor.

La portada románica de Millana tiene unas características comunes con la del Salvador en Cifuentes. Es de su misma época (2ª mitad del siglo XIII), está erigida y costeada por la misma persona (Mayor Guillén de Guzmán), y presenta una distribución de sus elementos tectónicos y decorativos muy similares, aunque eviden­temente es más sencilla. El estilo de sus elementos iconográficos es, dentro de su ingenuidad y rudeza, también similar a los de la referida portada, y a su vez a los de la puerta mayor del templo de Santa María del Rey de Atienza. Pertenecen al arte muy esquemático y simple de una cuadrilla de canteros que obedeciendo programas previamente establecidos por clérigos y matizados por señores, recorren la Alcarria poniendo en esa época su ingenua visión del mundo trascendente. Y la recorren a lo largo de un eje que coincide con el “Camino de Santiago” levantino, o “Ruta de la Lana”, el auténtico Camino de Santiago que atraviesa la provincia de Guadalajara.

Los elementos iconográficos más destacados de esta estructura románica se encuentran localizados en el friso superior de canecillos y metopas alternantes, y en la serie de ocho capiteles que rematan las columnas adosadas en el ingreso. En los canecillos apenas se advierte rastro de escultura, pues la mayoría son simples bloques de piedra tallada, ofreciendo algunos muy esquemáticos perfiles de anima­les. En los huecos entre los canecillos aparecen tallas denominadas metopas, en las que se pueden observar algunas curiosas figuras. Predominan las de tema vegetal, con rosáceas, palmetas, etc., siempre tratadas con una intención claramente decora­tiva e irreal. También se ven dos figuras de animales: un cuadrúpedo, que podría ser un león, y un ave de presa, indudablemente un buitre, que ataca y engulle a una víctima.

Los capiteles que rematan a las columnas adosadas ofrecen una decoración que entronca con la idea románica de exponer en las portadas elementos del Antiguo y Nuevo Testamento alternando con las figuras irreales del bestiario medieval, en esa mezcla tan típica de una edad en la que todo lo maravilloso e intemporal cae dentro de un mismo concepto narrativo y conceptual. A la izquierda del espectador se presentan cuatro capiteles en los que aparecen parejas de figuras enfrentadas en su centro. A pesar de la dificultad de identificación debido a las agresiones que han sufrido a lo largo de los siglos, y al esquematismo de su inicial talla, vemos de izquierda a derecha una pareja de basiliscos, otra de centauros, otra de grifos y otra de arpías. En el grupo situado a la derecha del espectador, se encuentran otros tantos capiteles, en los que de derecha a izquierda vemos un ser con gorro escoltado de dos figuras diablescas; le sigue otro capitel con una pareja de leones enfrentados; otro en el que se ve a un anciano junto a un ángel que baja de la altura y la escena de la Natividad; y finalmente, el más interno, ofrece una figura de ángel separada por la esquina central del capitel de otra figura de aspecto femenino más el abrazo de dos mujeres. En cualquier caso, la rudeza de la talla de estos capiteles los hacen difícilmente identificables en su contenido iconográfico.

Puede considerarse muy claro el significado de los cuatro capiteles de la izquierda. Son parejas de elementos del bestiario medieval. Los basiliscos (mitad gallo mitad serpiente) son unos seres maléficos que matan cuanto miran o tocan. Los centauros retratan la parte animal y baja del hombre, y pueden identificarse con elementos pecadores. Los grifos, mezcla de águila y león, son elementos benéficos, protectores de los caminos y de los caminantes. Las arpías, o sirenas-pájaro, son seres emplumados con alas explayadas y cuyas colas se enredan en los cuartos traseros, llevando un gorro de tipo frigio y los cabellos colgando sobre los hombros. Se dice que estas arpías son hijas de Neptuno y el mar, y representan al vicio en su doble expresión de culpa y castigo. En definitiva, la serie de capiteles de la izquierda de la portada de Millana tiene un equilibrio perfecto en cuanto a representación del Bien y el Mal en forma de animales del bestiario.

En los capiteles de la derecha, vistos desde dentro a fuera, nos encontramos en el primero con lo que podría ser la representación de la Anunciación del arcángel Gabriel a la Virgen María. Una figura angélica saluda a otra femenina, y es fácil identificarlo con la escena bíblica referida (Lucas, 1, 26). Además aparecen dos mujeres abrazándose, sin duda la Visita de María a su prima Isabel. La segunda escena muestra un ángel que, como si descendiera de lo alto, se aparece a un personaje con características de viejo, barbado. Podría identificarse, con ciertas dificultades, y en base a su hilación con la escena aneja, a la revelación del ángel a San José, en sueños, de la concepción milagrosa de María (Mateo, 1, 18). Tras la restauración, ha quedado a la vista la continuación de esta escena, en la que aparece claramente una cuna sobre la que yace un Niño, escoltado de dos animales que le alientan, uno con orejas grandes y el otro con cuernos. Se trata de la Natividad. En el tercer capitel, aparecen sendos animales (muy posiblemente leones) afrontados, con su habitual significado de poder. Y en el cuarto capitel aparece un anciano con barba y un alto tocado que tiene un diablo a cada lado. Estos diablos muestran el torso desnudo y portan faldellín y tocados enrevesados. Uno de ellos posee cabeza de bovino con cuernos. Está claro que, sin un orden neto, esta serie de capiteles representan dos escenas de la Biblia, del Nuevo Testamento en concreto, más otra del bestiario y, en fin, una típica manifestación del Juicio de las almas, con su sentido premonitor y advirtente de los Novísimos.

Iconografia romanica de Guadalajara

 

En definitiva, se trata en este caso de Millana de una iglesia románica de la que apenas sobreviven sus portadas, apareciendo en una de ellas elementos tradicionales de la iconografía medieval, inscritas en un área de influencia que en relación directa con Atienza y Cifuentes, prolonga hasta la baja Alcarria desde la Castilla de en torno al Duero, un modo de hacer de origen netamente franco y poitevino.

Es un buen ejercicio de patriotismo dedicarse a recorrer estos pequeños pueblos de nuestra tierra castellana. Si algo falta en la política de hoy, quizás sea ese sentido del “patriotismo sano” (no el de salir a la calle ondeando banderas como el que ondea una porra amenazante) y conocer en detalle los lugares habitados por valientes, los paisajes que aguantan el olvido, los edificios que expresan un linaje de gentes buenas y trabajadoras, las costumbres y las canciones que resumen lo sustancial de la vida, y de la muerte. Ese patriotismo es el que debemos inculcar a la gente joven, ese “amor a la patria” que es como decir el “amor a los padres”: algo natural, benéfico y lógico, en cualquier parte del mundo.

En el Centenario de Benito Pérez Galdós

perez gallos en guadalajara

Mañana exactamente se cumple el Centenario de la muerte de uno de los grandes escritores y literatos españoles, creadores de escuela, de estilo y de caminos: Benito Pérez Galdós, nacido en Las Palmas de Gran Canaria el 10 de mayo de 1843 y muerto en Madrid el 4 de enero de 1920.  Vamos a repasar, aunque sea muy someramente, de qué manera Galdós entronca con Guadalajara, a través de sus escritos y personajes.

La obra de Galdós, cuyo eje central son los “Episodios Nacionales” con los que quiso representar la esencia de la gente y las costumbres, de las ideas y de las intolerancias, en personajes sumidos en la realidad de la historia, es enorme y constituye la esencia del “realismo” o “naturalismo” literarios del siglo XIX y principios del XX. En ese medio centenar de novelas que constituyen los Episodios, aparece en numerosas ocasiones la tierra de Guadalajara, sus pueblos, sus monumentos, sus costumbres, y gentes (reales o inventadas) que retratan fielmente la forma de ser de entonces.

Si en “Narváez” es muy intensa la presencia de Atienza, porque en esa villa serrana transcurre la mitad de la novela, debemos pensar con lógica que don Benito debió informarse muy bien acerca de la población y de sus costumbres. Es más, tuvo que estar en ella algún tiempo, porque si no no se explica lo bien que la maneja. Viene a resultar asombrosa la información que Galdós posee acerca de Atienza, de su ambiente y de la fiesta de «La Caballada», que describe con todo lujo de detalles. Parece ser que don Benito pasó casi todo un verano en la villa -afirmación docu­mentalmente imposible-, lo que explica esa completa informa­ción de la que hace gala.

Más en concreto sabemos que Pérez Galdós estuvo en Atienza a finales de 1901, y luego en la primavera de 1902, poco antes de que apareciesen en librerías sus “Episodios”: “Las tormentas del 48” y “Narváez” en las que habla de Atienza, sobre todo esta última. Estuvo en casa de Calixto Lázaro Chicharro, el padre de dos muchachas que sirvieron, en Madrid, en casa de don Benito: Eusebia y Juana Lázaro de la Fuente. Además de eso, don Benito pidió al Ayuntamiento y al cura información exhaustiva acerca de la villa y su monumentalidad, la Caballada, etc.

De “Narváez” es la información que aquí extraigo como prueba de ese entusiasmo que Galdós muestra en torno a Atienza.  José García Fajardo, Pepe Fajardo, el protagonista de la obra, tras casarse con Ignacia Emparán y recibir el título de marqués de Beramendi, viaja a Atienza, a visitar a su familia. Su madre era de Sigüenza, pero tenían también casa en Atienza:

En medio de la gallarda procesión vi el estandarte de la Hermandad de los Recueros, y al término de ella se me aparecieron el que venía como Prioste y otros dos que hacían de secretarios y seises, a su lado un cura, que hacía de abad, de luenga capa los paisa­nos, el cura con balandrán, los cuatro caballeros en lucidos alazanes. Y apenas llegó cerca de nosotros la interesante cuadrilla empezó un griterío de aclamaciones y plácemes cari­ñosos, mezclados con vítores o simplemente con berridos de júbilo. al punto comprendí que los vecinos de Atienza, en obsequio mio y de mi esposa, reproducían la carnava­lesca y tradicional procesión llamada La Caballada, con que la Herman­dad de los Recueros conmemora, el día de Pentecostés, un hecho culminante de la historia de Atienza. A la de España tengo que recurrir para dar una idea del origen de esa venerable fiesta, que ya cuenta siete siglos y medio de antigüedad.

Les relata por menor cómo fue el hecho histórico de los inicios de “La Caballada

La comitiva recorrió toda la calle Real hasta la plaza del Mercado, y entrando luego por el arco de San Juan a la plaza donde está la iglesia de este nombre y la casa de mi madre, llegamos al término del viaje y de la ovación. El cura don Juan de Taracena, que en la Caballada venía como abad, y el Prioste don Ventura Miedes, habíanse adelantado hasta mi casa para prevenir a mi madre. apenas llegamos a la plaza, acudió el cura a tenerme el estribo, y antes que el compás de mis piernas se desembarazara de la silla, me cogió el hombre en sus atléticos brazos, y con violento apretón privóme de resuello. Fue la primera vez en mi vida que me oí llamar Marqués, confundidos en familiar lenguaje la llaneza y el cumplimiento.

Y al final del capítulo 8, Galdós pone en labios de Pepe Fajardo su marcha de Atienza: El invierno nos arrojó de Atienza. Echo muy de menos la sociedad, mis amigos, la política, el fácil y pronto conoci­miento de cuanto pasa en el mundo. Ya resuenan lúgubre­mente en los empedrados de la antigua Tytia las herraduras de las caballerías que suben y bajan por estas empinadas calles y carreras; ya se me hace fúnebre como Dies irae el ladrido de los perros en largas noches, y hasta el matutino canto de los gallos me suena como una invitación a que tomemos el portante. Y de los rugidos del maderamen de la casa, no digamos: ellos son de tal modo tristes, que harían regocijadas las Noches de Young y de Cadalso…

Adiós, Atien­za, ruina gloriosa, hospitalaria; adiós, santa madre mía; adiós, Noble Hermandad de los Recueros, que me hicisteis vuestro Prioste; adiós, amigos míos, curas de San Juan, San Gil y la Trinidad; adiós, Teresita Salado, Tomasa y chiqui­llos que alegrabais nuestras tardes, adiós, paz y recreo del campo, simplicidad de costumbres; adiós, sombra del grande y miste­rioso Miedes, el de la locura graciosa y sublime, el soñador celtíbero, enamorado de la más bella representación del alma hispana…        

Pero Fajardo, por aquello de que su madre, que se llama Librada, es de Sigüenza, nos pone en bandeja la visión de esta ciudad en la obra siguiente de Galdós, en “Tormentas del 48”, al inicio de la cuarta serie de los “Episodios Nacionales”

Al comienzo de sus memorias, en el tercer capítulo, el protagonista nos describe Sigüenza de esta manera sucinta y cabal: al amanecer (…), bajando de Barbatona, vi a la gran Sigüenza (…). Vi la catedral de almenadas torres, vi San Bartolomé, y el apiñado caserío formando un rimero chato de tejas, en cuya cima se alza el alcázar; vi los negrillos [olmos] que empezaban a desnudarse, y los chopos escuetos con todo el follaje amarillo; vi en torno el paño pardo de las tierras onduladas, como capas puestas al sol.

Dice el profesor J. F. Montesinos que el personaje, de Fajardo es un trasunto vital del propio Galdós. Pepe Fajardo es hijo de Librada, ha nacido y se ha educado en la Ciudad del Doncel, y allí en el Seminario de San Bartolomé destaca por su serena aplicación al estudio, devorando libros y accediendo a una superior educación en Roma llevado por un pariente eclesiástico, aunque no cuaja el prometedor futuro en la soñada carrera por la mitra, y regresa a España con otras ínfulas, más mundanas, más políticas.

En su “Tormentas del 48”, Galdós pone como principal zona comercial seguntina a la Travesaña Baja, cosa que es ya pasado, y le hace decir al protagonista: “Vivimos en la calle de Travesaña, angosta y feísima, pero muy importante, porque en ella, según dicen aquí ampulosamente, está todo el comercio”. Y habla de la botica que en ella había, posiblemente inventada, y, en todo caso, evoca como solo el gran escritor canario sabe hacerlo la fuerza rural y eclesial de la ciudad en los mediados del siglo XIX.

Galdós saca, además, del armario alcarreño a muchos personajes de sus otras novelas. Siempre hay meleros que deambulan por el viejo Madrid, recueros que vienen atravesando Castilla, ricos mesoneros que empezaron por la Alcarria, y señoritas que saben que sus abuelas surgieron en la tierra áspera del norte madrileño.

Guadalajara, por tanto, en este inicio del “Año Galdós” en que deberíamos promover sobre todo la lectura de su obra, y el análisis serio de su mensaje, tiene mucho que decir. Cualquier detalle es bueno, una calle, una placa, un viaje de reencuentro con los caminos por los que pisó el autor…

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