Catedral de Sigüenza: un paseo por las alturas

sábado, 3 noviembre 2018 0 Por Herrera Casado

Sacristia de las Cabezas de la catedral de SigüenzaEn los 850 años que ahora se cumplen de la consagración del templo mayor de la diócesis, la catedral por antonomasia, cumple recordar algunos detalles del edificio, porque en ellos está la claves, las claves, de su significado último.

Con la llegada del siglo XVI, en España se abren las puertas a nuevos modos de construir, y, sobre todo, a nuevos modos de representar. Lo que llamamos “Renacimiento”, y que en esencia es la toma de conciencia del hombre por su papel en el Universo, verá plasmados sus principios en muchos ámbitos: en la literatura, en la filosofía, en la política, y por supuesto en el arte.

Y en ese impulso constructivo, renovador de formas, que se centra por templos y palacios, a la catedral de Sigüenza le tocarán los mejores elementos de la provincia. Es lógico, puesto que es el lugar donde más posibilidades hay de hacer cosas nuevas, y donde más presupuestos existen, y más generosos, para levantar y experimentar.

Durante el episcopado de don Bernardino López de Carvajal se construyen los mejores ejemplos del Renacimiento en la catedral. Este obispo, que nunca llegó a aparecer por la Ciudad Mitrada, ya que vivió siempre implicado en los asuntos vaticanos, dio sin embargo dinero para construir retablos, estancias y obras públicas. Su sucesor, don Fadrique de Portugal, hizo lo mismo, y en competencia con ellos, el Cabildo de la catedral también se esmeró en propiciar novedades constructivas y decorativas.

La sacristía de las Cabezas

Es la Sacristía mayor de la catedral, la que el Cabildo encomendó a Alonso de Covarrubias, la que muestra más interés en cuanto a techos se refiere. Se esconde su portada en una oscuridad que no merece, ya avanzado el tránsito por la girola. La estancia ha sido calificada entre las más impresionantes obras de la arquitectura del Renacimiento europeo, y consiste en una gran estancia rectangular, en cuyos lados mayores se abren amplias hornacinas, en las cuales se alberga la cajonería con talla profusa, magnífica, plena de figuras y simbolismo. Merecería hacerse un detallado estudio de la simbología y mensajes que esas tallas de madera sobre cajones y aparadores llevan. Es uno de los elementos que aún permanecen arcanos en el conjunto catedralicio.

En las enjutas de los arcos que forman los muros de la estancia, aparecen enormes medallones representando bustos de profetas y sibilas. Todos son preciosos elementos escultóricos que completan el conjunto. Entre esos medallones, hay pilastras adosadas y rematadas de bellísimos capiteles. Sobre la corrida cornisa se inicia la gran bóveda, de medio cañón, seccionada en cuatro partes, en las cuales aparecen varios centenares de casetones circulares, bien alineados, ocupados por rosáceas y cabezas humanas, estas últimas todas diferentes, provistas de una expresividad increíble, debidas a un verdadero genio del arte: Alonso de Covarrubias, que fue el diseñador de este recinto, aunque la talla directa se hizo, años más tarde, hacia 1550, por Martín de Vandoma, quien en esta pieza se consagró como un consumado artista. Muchas de estas cabezas (hay 304 en total) son retratos de personajes de la época, incluyendo al Papa, al Emperador, a la mujer de éste, a diversos canónigos, cardenales, ofi­ciales del templo, etc.

 

Sigüenza alrededores, un libro de textos e ilustraciones de Antonio Herrera e Isidre Monés

 

Y ese es otro de los trámites que le quedarían por descubrir a quien se enfrentara con un espíritu analista y erudito a la estancia eclesiástica, tratando de ver en ella algo más que la belleza de proporciones y adornos. Hay un mensaje en esa bóveda que nadie ha dejado escrito. Porque en los documentos del archivo capitular figuran los nombres de los canónigos que decidieron su construcción, y aún de quienes quedaron encargados de trazar el orden de los adornos a poner en ella, pero en ninguna parte ha quedado escrito, o al menos no se ha encontrado todavía, el por qué de esa distribución, de tantas cabezas. Sin duda se está representando en la bóveda una perspectiva de “gloria” para los bienaventurados, dando por supuesto que en el ámbito sagrado de un templo, las bóvedas son la imagen consistente de la Gloria, y quienes ocupan los techos, están asentados en ella. O van a estarlo, porque en esta sacristía de las cabezas de Sigüenza, hay representados personajes que en ese momento estaban vivos: el jefe del Estado, el emperador Carlos, entre ellos.

Buscando el sentido

En esta techumbre magnífica hay una clara división, en cuatro sectores, aunque no existre evidencia dedistinción programática entre ellos. Cuando nos entretenemos en mirar durante un buen rato, podremos encontrar que en el primer sector (el más externo) aparecen los rostros de un cónsul romano, un viejo con casco, un monje joven, varios efebos y mu­chos viejos de alborotadas barbas. También aparecen algunas jóvenes. En el segundo sector aparecen cuatro figuras totalmente deterioradas por las filtraciones de la bóveda en su pared sur, y otra a medio deteriorar. Son también clérigos (uno muy gracioso, con dos formidables orejas, signo evidente de ser retrato de algún canónigo de la época), profetas, algún turco, etc. En el tercer sector hay una figura totalmente deteriorada, y otras cinco en las que la humedad ha dejado su huella destructora. Aparecen, entre otros, un monje con el capuchón puesto, varias figuras femeninas (una de ellas coronada), un viejo franciscano, tres obispos, un rey joven, (¿el príncipe Felipe?), varios clérigos, árabes, esclavos, etc. En el cuarto sector merece destacar la presencia de un pontífice con su tiara, varios clérigos, un guerrero con prolijo casco renacentista, un cardenal de la Iglesia con su sombrero de anchísimas alas, viejos melenudos, etc.

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El significado de la bóveda y su decoración humana, lo entendemos como expresión de un movimiento filosófico muy del momento, heredado del erasmismo reinante en el primer tercio del siglo XVI español: la corriente neoplatónica surgida en Italia a través de la escuela de Marsilio Ficino trata de “salvar” a los hombres virtuosos de la Antigüedad, y ofrecerles un lugar en el Paraíso cristiano, en el que la Humanidad se alberga por la misericordia de Dios, que acepta en su seno a los paganos que se comportaron correctamente. El Humanismo cristiano dota al ser humano de las dimensiones idóneas para medir el mundo, el Cosmos y el Microcosmos, y le hace a su vez sujeto de la capacidad salvadora universal de Cristo. En esta bóveda, que por su forma semicircular es representación de la Gloria, se representa a la Humanidad redenta y en ella se juntan los cristianos de hoy y los paganos de ayer, los hombres y las mujeres, los jóvenes y los ancianos. Todos ellos tienen un alma similar, que es aceptada por Dios en la altura.

La capilla del Espíritu Santo

Otra estancia espectacular, en cuanto a techos, es la capilla del Espíritu Santo o de las Reliquias, guarda­da por la más bella reja del templo, obra del conquen­se Hernando de Arenas, labrada a expensas del obis­po Fernando Niño de Gue­vara, cuyo escudo aparece forjado y policromado en ella. La capilla es una estancia de planta cuadrada, en la que luce un completo programa icono­gráfico, todo él argumen­tado en infinidad de tallas que lucen con profusión por muros y cúpula, viniendo a dar la imagen de la Iglesia, concebida como un edifi­cio en el que los gentiles aparecen (como estípites) sosteniendo con sus brazos los arcos donde medallones con efigies de profetas y angelillos con los símbolos de la Pasión, mantienen a su vez la gran cúpula, que descansa sobre medallones con los cuatro Evangelis­tas en las pechinas y nume­rosos casetones con efigies de santos en la bóveda, rematado, por encima de la linterna, en la figura de Dios Padre y del Espíritu Santo. La estructura de su iconografía, dentro de un espíritu que se acerca a lo trentino, es de exaltación de la Divinidad, sustentada en la secuencia teológica de su poder: fieles e infieles soportan la Gloria a través de la Pasión de Cristo, de la referencia de su vida a través de los evangelistas, y de la santidad practicante de los santos.