Paseando la Sigüenza medieval

sábado, 7 julio 2018 0 Por Herrera Casado

La Plaza Mayor de SigüenzaSe celebra este fin de semana una nueva edición del Festival Medieval de Sigüenza. Es una nueva ocasión de visitar la Ciudad que entusiasma, porque guarda puras las esencias de su primitiva construcción, el tiempo del Medievo, las esencias de nuestra vida más lejana.

La plaza mayor y el Ayuntamiento

Llega el viajero al espacio magno del plazal mayor, ese espacio en el que sabe se concrentra la memoria de una ciudad, al unísono que los gritos de sus comerciantes y feriantes.

Y se queda admirado de sus dimensiones, de su estructura, de su estilo. Es probablemente una de las plazas comunales más hermosas de toda Castilla. Un aliento de tradición, de versos, de batallas y de amores recorre la frente de sus edificios. Y en corazón de las casas, del consistorio, y de la catedral, laten historias largas y profundas.

De estructura rectangular, en uno de sus lados, el de levante, se abre una galería porticada que va desde el edificio concejil hasta la Puerta del Toril. Sobre la galería aparecen las casas que se construyeron para alojamiento de los miembros del cabildo catedralicio, y que se adornan con escudos. Enfrente suyo, en el costado de poniente, hay una serie de viviendas para nobles: la del Mirador y la de la Contaduría, erigida por el cardenal Mendoza a fines del siglo XV. En el costado norte la plaza se cierra con la mole pétrea de la catedral, en la que se abría una portada de estilo románico a la que llamaban “la puerta del mercado”, por celebrarse la reunión comercial habitual en la gran plaza, los días de sábado. Y que luego fue recubierta por un añadido colosal y barroco, construido por Bernasconi, sobre el que hoy aparece enhiesta la torre del Santísimo, flacucha y esbelta como torre boloñesa. Finalmente, en el costado meridional, se alza hoy el Ayuntamiento, cual corresponde, pero en un edificio que recibió muchas alteraciones a lo largo de los siglos, y que inicialmente se construyó oara ser palacio sede de los Deanes capitulares, mostrando doble nivel de arquerías, solemnes y espléndidas.

El origen de esta plaza tiene fecha concreta, a finales del siglo xv, cuando gobernaba la diócesis como obispo don Pedro González de Mendoza, y como vicario y ejecutor real de cuanto en Sigüenza se hacía, don Gonzalo Ximénez de Cisneros, que luego llegaría a ser Cardenal Regente. De 1492 exactamente es la provisión episcopal mendocina, en la que se ordena trasladar el mercado desde la plaza alta en que ttadicionalmente se celebró (la hoy llamada Plazuela de la Cárcel) a esta frente a la catedral. Se derribó lo que de muralla estorbaba para su amplitud, y se comenzaron a construir las casas de ambos costados. En los primeros años del siglo xviya estaba la plaza tal como hoy la vemos.

Mi amiga Pilar Martínez Taboada, que es cronista oficial y sin duda la persona que hoy más sabe de Sigüenza y sus vericuetos urbanísticos, ha conseguido hallar los nombres de los canteros, maestros y arquitectos –de cualquier forma llamamos a los masones constructores- que levantaron esta fábrica de piedra y luz: Francisco de Baeza, Fernando de las Quejigas, Juan de Coterón y el maestro Pedro, dirigidos todos ellos por la sabia prudencia de quien como chantre capitular administraba los fondos con que pagar la obra: don Fernando de Coca, fiel servidor del Cardenal, cuyo enterramiento talló, al final de sus días, el mismo taller de escultores que se encargaron de la estatua del Doncel. Coca, sin embargo, quedó enterrado en la iglesia de San Pedro, de Ciudad Real.

Sigüenza alrededores, un libro de textos e ilustraciones de Antonio Herrera e Isidre Monés

 

La calle mayor de Sigüenza

Toda ciudad que se precie tiene un calle mayor. Una calle que te lleva desde la catedral al castillo, desde la picota al ejido, desde la fuente grande al palacio marquesal, desde la estación del tren hasta el quiosco de la música… y así es como Sigüenza también tiene su calle mayor, a lo grande, a lo espléndido, con las esencias de una historia centenaria, con la naturalidad de las cosas que son así desde siempre, sin que nadie las planificara. Empieza en el desahogo delante del ayuntamiento y la catedral, junto a los edificios de canónigos y mercaderes, desde la plaza mayor, y va ascendiendo, porque el burgo está en cuesta, a lo más alto, a la atalaya desde la que se divisa el horizonte múltiple, donde el poder asienta y las referencias son claras. Desde la catedral hasta el castillo.

El desarrollo urbanístico de Sigüenza lo ha estudiado mejor que nadie su cronista María Pilar Martínez Taboada. Ella es quien ha analizado, con paciencia y tino, la forma en que nació esta aldea y fue afanando edificios y bocacalles desde la vega del río a la altura del viejo castro aguileño. Cada siglo un avance, cada momento su cerrada muralla, sus portalones, sus calles atravesadas, sus hitos de poder y relumbre. Ella es quien nos ha dicho que el eje de Sigüenza fue siempre su calle mayor. Y así volvemos a comprobarlo.

Subiendo desde la plaza, dejamos a un lado y a otro esos establecimientos vetustos, de apagado eco, de intenso color en sus entresijos: la casa de antigüedades de la señora Costero, el escaparate de Alonso e Hijas con sus cerámicas de alfar del monte, la portada mínima de esa gran casa de comidas que lleva el nombre de la calle mayor en que asienta, o el caserón de la Universidad que da cobijo en forma de hospedería a estudiantes y peregrinos junto a la casa del Doncel… otras casas heredadas, de padres a hijos, de remotos hidalgos a gentes de hoy, y esos palacios que arremeten al sol con sus escudos y sus ventanales conopiales. Todo en esta calle, a la que podría llamarse rúa de antigua que es, suena a clásico, a verdadero, a eterno…

La calle mayor de Sigüenza es la unión de dos viejas ciudades: la de en torno al río, extramuros, con su catedral de afuera, y la más alta del castillo y las defensas. Tras la reconquista, se creó la «puebla alta», rodeando al castillo, y la «puebla baja» en torno a la naciente catedral. En la Baja Edad Media se unieron ambos núcleos, creando la verdadera Sigüenza que fue articulándose en torno a calles que seguían las curvas de nivel del cerro. Esa es la ciudad medieval (Sigüenza tiene otras ciudades, la romana perdida, acaso la islámica, seguro que la renacentista, y la barroca, abajo junto a la Alameda) y esta es la calle que la vertebra, de imprescindible paseo.

La Casa del Doncel

Hemos subido la calle mayor de Sigüenza, y nada más admirar la portada de Santiago nos vamos a la derecha, por la Travesaña Alta, y enseguida se nos abre, también a manderecha, la plaza de San Vicente. Serena, callada, y presidida por un hermoso edificio medieval. Es el que llamaron, durante siglos, “palacio de los Bédmar” pero que ahora conocemos por la “Casa del Doncel”. Y veréis por qué.

Se construyó en el siglo XV, sobre otro viejísimo edificio del XII, esta casona acastillada (fíjate que lleva almenas en lo alto de su fachada). La pusieron escudos sus dueños, que eran los del linaje de Arce: los Vázquez de Arce, emparentados con los de Sosa, portugueses. En el último cuarto del siglo XV, en los años que sintieron el político quehacer de los Reyes Isabel y Fernando, sus dueños le dieron forma y contenido. Era el señor de la casa don Fernando de Arce que casó con doña Catalina de Sosa, y tuvieron por hijos a Martín, a Fernando y a Mencía. Aunque pocas veces habitaron el edificio, sí que estaban orgullosos de él, y aún los sucesores lo cuidaron y ampliaron en el siglo XVI.

De toda la estirpe, el más famoso llegó a ser don Martín, Vázquez de Arce, y Sosa, a quien mataron los moros en la Vega de Granada, en el verano de 1486, y a quien sus padres lo trajeron a enterrar en su capilla de la catedral. Allí talló alguien, después, una estatua representando al muchacho, tendido, lector primero y luego meditando, y desde hace muchos años todos cuantos le ven, dicen de él: “Ese es el Doncel, el de Sigüenza, que mataron los moros en la vega de Granada, cuando solo contaba veinticinco años”.

Durante mucho tiempo fue residencia de unos y otros, pasó la propiedad de mano en mano, y vino a caer, a finales del siglo XX, en las de la Universidad de Alcalá, que lo restauró y acondicionó como espacio cultural.

La fachada nos muestra una casa-torre, con un paramento de piedra sillar, en el que se abre, a la calle, un gran portón adovelado, con escudos en la clave y a los lados. Se suman a él dos pisos, el segundo con una ventana orlada de bolas, y sobre la cornisa de los mismo, y sobre las gárgolas, unas almenas rematadas en cascabeles.

En su interior encontramos numerosos detalles originales en estilo mudéjar, como alfices, artesonados, y ventanillas. Hay en compleja distribución una variedad de estancias, distribuidas en pisos diversos, en entreplantas. Y así, a la entrada, hay un puesto informativo; en el sótano, un restaurante; a la izquierda, subiendo por una estrechas escaleritas, un sucesión de salas de exposición, donde ahora se alberga la donación de pinturas y dibujos de la familia Santos / Viana. En el primer piso, se alberga el Archivo Histórico Municipal de Sigüenza. Aún más arriba, el Museo de la Guitarra de Romanillos. Y aún pueden encontrarse otra pequeña sala de conferencias, dependencias administrativas, y una terraza.

Y estas son las andaduras que competen al viajero que quiere saber de esta vieja ciudad, ahora (durante 3 días) ocupada de mercaderes y viajeros sonoros. Pero durante el resto del año callada y misteriosa, pujante de silencios que la hacen verdadera.