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abril, 2018:

Una mañana en Sigüenza: Alameda, Ursulinas y Campanas

Alameda de SigüenzaOtro día que subimos a Sigüenza, a disfrutar la mañana solamente, porque da para mucho. Desde la estación del tren nos dirigimos a pie por la Avenida del rey Alfonso, y llegamos ante el Humilladero, para iniciar un paseo por la Alameda. Termina ese paseo ante la fachada barroca de las Ursulinas. La miramos, nos sorprendemos. Y seguimos a pie, subiendo la cuesta de Medina, hasta debajo de las torres, donde aprendemos algo de sus campanas, y donde las oimos sonar. Un buen plan. 

Empezamos por la Alameda

Llego a la Alameda de Sigüenza, y me paro en seco. Aturdido de la sombra, del rezongueo infantil, del polvo que sube del suelo a la nariz, de las memorias que se agolpan, tantas tardes aquí, tantos frescos charloteos, tanta amistad que huye…

La esencia de la Alameda seguntina es, –yo así lo siento– el quiosco de la música. Y no porque haya escuchado muchos conciertos desde su altura, sino porque le da perfil eterno, un aire digno y plural, un solemne valimiento a cualquier otra referencia.

Quizás quien mejor escribió de esta alameda y su quiosco fue Alfredo Juderías, a quien debería dedicársele (yo así lo hago) un recuerdo cada vez que cruzo entre los arbolazos del parque. Decía él en su “Elogio y nostalgia de Sigüenza”: Mira: esto es la Alameda. El ala izquierda, por la que ahora discurrimos, rumorosilla del Henares, río pequeño, pero con agua hasta cidiana y romancera, y en cuya orilla gustaba de sembrar avena loca el Arcipreste, es dulzona y apacible…

En la Alameda de Sigüenza estaba el banco verde de los Figueroa, que gustaban, ya entonces, de pasar el verano en la frescura seguntina. Y aunque a don Álvaro, que tantas cosas fue en la España de inicios del siglo XX, y entre ellas tres veces primer ministro de la nación, le gustaba pasar allí algunas jornadas, por sus continuas obligaciones decidió algunos años celebrar en la Alameda, a la sombra de los olmos venerables, Consejo de Ministros. Mientras los del tricornio vigilaban desde los parterres de las clarisas, y algún concejal no se lo quería perder subido al quiosco, los veraneantes no perdía ocasión de seguir jugando al mus, o a la brisca, según los grupos, sobre las mesas de mármol amarillento de los cafés que se extendían por el contorno.

La Alameda de Sigüenza es parque generoso, grandioso y aparatoso. Un parque fundado por un Obispo (don Pedro Inocencio Vejarano, granadino, que quiso rematar las pirámides pétreas que le escoltan con el símbolo de su ciudad) para “solaz de los pobres”, aunque al final fueron los curas –hay tantos en Sigüenza!– los que dieron nombre con sus paseos al costado izquierdo del entorno, mientras el derecho quedaba más bien para la infancia, y el centro para las damas y caballeros que con gentileza torcían sus cabezas a modo de saludo, de ofrecimiento y esperanza, de amores imposibles.

En la parte final (o es al principio?) del parque de la Alameda, el obispo andaluz quiso poner un gran arco de piedra rodena y bajo el emblema heráldico de su excelencia la frase que plasmara su grandeza, su generosidad, su bien calculada inmortalidad, sabiendo por causas (que es el verdadero saber) que quien deja su nombre tallado en la roca queda para siempre vivo, o palpitando. Así dice el arco:

IN VERUM EGENTIBUS AUXIMUM CIVITATISQUI

DECOREM OC PUBLICUM SUIS SUMPTIBUS EXTRAXIT

OBLEC TAMENTUA D. PETRUS INNOCENTIOS VEXARANO

EPISCOPUS AC DOMINUS SEGUNTINUS

ANNO MDCCCIV CAROLO IV PIO ET AUGUSTO REGNANTE

 

Las Ursulinas al fondo de la Alameda

Este convento ante el que paras, amigo viandante, es el que administran y cuidan las Madres Ursulinas, que ocupan todo este grandioso y antiguo edificio, corona de la Alameda, desde hace dos siglos.

Es bonita su fachada, típicamente barroca, con florituras del rococó, exageradas quizás, pero siempre amables y generadoras de luces y sombras con mucho arte.

La historia de esta fachada, de este templo y del conjunto conventual es larga. Te la resumo aquí en cuatro palabras: por inicitativa de un matrimonio aristócrata se empezó en 1601 a levantar en este lugar una iglesia, que en 1603 fue ocupada por frailes Carmelitas Descalzos, quienes permanecieron en convento hasta 1614, marchándose así, por las buenas, sin despedirse de nadie. Los tales señores tan generosos fueron don Antonio de Salazar y doña Catalina Villel, que lo eran de Pelegrina y La Cabrera.

En 1623 vinieron los franciscanos, con el patrocinio del hijo de los anteriores señores, don Juan de Salazar. Procedían del colegio franciscano de San Pedro y San Pablo de Alcalá de Henares, y aquí permanecieron durante dos siglos cumplidos, hasta que la llegada de la Desamortización liberal, en 1835, los puso en la calle, y al edificio en venta y desguace.

Antes se había construido de nuevo el convento, a lo grande, y la iglesia, bajo la dirección del arquitecto Manuel Serrano, “Maestro arquitecto y titular de las Reales Obras de su Majestad”. Él fue quien trazó espacios, plantas y alzó fachadas, en 1740. Poco después, y también con el apoyo del obispo seguntino fray José García, de la Orden Seráfica, el retablista José Durán construyó un altar imponente, de subido barroco, con una talla de la Virgen de ls Porciúncula (que ese tan raro el nombre y advocación que tenía el convento frailuno) en lo alto. Esto duró hasta 1936, en que fue quemado.

Y como última etapa de la historia convulsa y azarosa de este edificio seguntino,hay que menciona la llegada, en 1867, de las madre Ursulinas, que procedían de Molina de Aragón, donde tuvieron convento junto a San Pedro, y de donde se fueron huidas cuando los franceses, pasando por Lebrancón, y Medinaceli, acabando luego en Sigüenza, en unas casas en torno a la ermita de San Roque, donde las puso el obispo Bejarano. Ese convento, llamado de Jesús, María y José, estuvo muchos años en precario, hasta que tras los correspondientes arreglos y con ayuda de obispos y particulares, se abrió la casa de Ursulinas que hoy vemos, y hasta hoy dura, con el interegno de la Guerra Civil, en la que fue bastante dañado, por lo que al quedarse sin retablo la iglesia, se puso aquí el procedente de la de Nuestra Señora de los Huertos. Tampoco se pueden ver, en su interior, los mausoleos de sus fundadores. Pero, en cualquier caso, la estampa dulce y serena de la fachada, del templo, del convento todo, remata con elegancia y esplendidez la frondosa razón de la Alameda.

Sigüenza alrededores, un libro de textos e ilustraciones de Antonio Herrera e Isidre Monés

 

Las campanas de la catedral de Sigüenza

Solo para quien mira a lo alto, o se para a escuchar de lejos. Solo para quienes tienen un minuto, o dos, en la vida, para entretenerse en algo inútil y hermoso como es escuchar una campana. Para esos Sigüenza les tiene reservada una sorpresa.

Mejor dicho, quince sorpresas. Porque en lo alto de las dos torres que escoltan su fachada, están los campanarios repletos de órganos cantores, sonoros y vivos.

De esas dos torres, la más oriental es a la que llaman la torre de las campanas. Obra medieval, acabóse de hacer en el siglo XIV y luce en lo alto con sus almenas, como si fuera un castillo.

La torre más occidental, la de la izquierda según miramos el edificio, es a la que llaman la torre de don Fadrique, porque se acabó en su episcopado, a comienzos del siglo XVI. Algo más alta que la anterior (40 y 41 metros respectivamente) se unen entre sí por un pasadizo exterior protegido de balaustrada.

En la torre de las campanas hay nada menos que 15 artilugios sonoros, dispuestos en dos niveles: 12 abajo, para los sonidos litúrgicos, y 3 arriba, para las señalas horarias. Las quince campanas tienen, como seres vivos que son, nombre propio. Los recito aquí, para que quede su memoria y podamos emocionarnos cada vez que miremos a lo alto de estas torres y sepamos que allí prosiguen su rutina y mastican su historia fría estas presencias:

  • – Campanillo de San Cristóbal (de 1698)
  • – Campanillo de coro, Pascualín (de 1450)
  • – Campanillo del Beato Julián de San Agustín de Medinaceli (de 1941)
  • – Campanillo de las flores, Periquito (de 1762)
  • – Campana de San Pascual (de 1924)
  • – Campana del Hospital (de 1733)
  • – Campana de la Oración, o Anunciación de Nª. Sra. (de 1941)
  • – Esquilón de las ocho (de 1941)
  • – Campana de las Ánimas (de 1817)
  • – Campana Dorada, de Santa Librada (de 1924)
  • – Campana Grande, de la Asunción de Nª. Sra. (de 1924)
  • – Campana de aviso a los Campaneros desde el Coro (de 1941)
  • – Campanillo de los cuartos menor
  • – Campanillo de los cuartos mayor
  • – Campana del reloj (de 1684)

En la torre de don Fadrique se colocó, en el año 2000, por Jubileo, una nueva campana, la Jubilar, de 2.845 kgs. De peso. Es la úinca campana de esa torre. Y todas juntas, y sonando, qué intenso el sonido, qué alto el vuelo, Sigüenza, ocupando también los claros cielos…

Trillo en la mirada de un viajero del siglo XIX

traje tipico de la alcarriaEste fin de semana va a desarrollarse en Guadalajara el Primer Encuentro de Etnología, y en él van a participar varias docenas de estudiosos sobre los temas que se refieren a esa disciplina, de la que fue abanderado y uno de los iniciadores, nuestro amigo José Ramón López de los Mozos, a quien se tributará en el transcurso de dicho encuentro un merecido homenaje.

Durante la tarde de hoy, en el Museo de Guadalajara (sito en el palacio del Infantado) y los días de mañana y el domingo, se celebrará por vez primera un Encuentro Provincial de Etnología. Pretende ser este encuentro un foro de intercambio y de debate sobre diversos temas relacionados con la cultura tradicional de la provincia de Guadalajara, abierto a investigadores, profesionales, docentes, estudiantes y público en general.

El Encuentro se establece con motivo de celebrar la llegada al número 50 de la Revista “Cuadernos de Etnología de Guadalajara” que la Excmª Diputación Provincial viene editando desde 1987, y en la que han cabido cientos de aportaciones de muchos estudiosos en torno a los temas costumbristas de nuestra provincia.

En el desarrollo de este Encuentro, se abordarán diferentes aspectos de la cultura tradicional de la provincia de Guadalajara tales como actividades productivas, indumentaria, música y danza, vocabulario, cultura material, museología, arquitectura, gastronomía, costumbres, religiosidad popular y posteriormente estos trabajos se reunirán en edición impresa constituyendo el número 50 de «Cuadernos de Etnología de Guadalajara», Revista de Estudios del Servicio de Cultura de la Diputación Provincial, estando prevista su salida para el segundo semestre de este año.
La ponencia inaugural tendrá lugar en el Museo de Guadalajara hoy viernes a las 17:30 horas y correrá a cargo de Concha Herranz, Jefa de Colecciones del Museo del Traje, que hablará sobre «Indumentaria tradicional de Guadalajara en los fondos del Museo del Traje de Madrid«, y tras la primera sesión de comunicaciones, en el Centro San José se realizará una proyección de cine etnográfico sobre Guadalajara que ha sido seleccionada por Julián de la Fuente Prieto (Universidad de Alcalá de Henares), que también hará una introducción a la misma.
Mañana sábado 21, desde las 9 horas se celebrarán las sesiones (tres por la mañana y una por la tarde) de lectura de comunicaciones en el Museo de Guadalajara (en la planta primera del palacio del Infantado, salón de actos), complementándose con unas demostraciones de artesanía a cargo de los profesores de la Escuela de Folklore de la Diputación de Guadalajara. La jornada concluirá en la Sala de Exposiciones del Centro San José con la inauguración de la muestra «Temas etnográficos en los fondos del Centro de la Fotografía y la Imagen Histórica de Guadalajara (CEFIHGU) de la Diputación de Guadalajara».
Finalmente, el domingo 22, los participantes se desplazarán a Atienza, donde serán recibidos en el Ayuntamiento de la localidad para seguidamente realizar una visita a la «Posada del Cordón», que alberga el Centro de Interpretación de la Cultura Tradicional de Guadalajara dependiente de la Diputación Provincial, Y allí mismo, a las 16:30 h. la profesora titular de la Universidad de Alcalá de Henares Eulalia Castellote Herrero presentará la ponencia de clausura: «Arte y tradición en Guadalajara«, a la que seguirá las conclusiones, puesta en común, entrega de diplomas y clausura del Encuentro.

 

la españa de cela

La mirada de un asturiano sobre el Trillo del siglo XIX

Mi participación en este Encuentro de Etnología se va a centrar en la recuperación de un viejísimo “cuaderno de campo” con dibujos que realizó, a finales del siglo XIX, un asturiano viajero y rico, don Sebastián de Soto y Cortés Posada, que durante varios años, entre 1875 y 1880 acudió a “tomar los baños” a los de Trillo.

En ese cuaderno plasmó, si no con excelencia, sí con oportunidad y acierto de curioso, imágenes de una tierra, la Alcarria, en esa época, en la que todo “llegaba de Madrid”, aunque allí se seguía viviendo casi en la Edad Media. De tal modo, que a lo largo de una veintena de grandes láminas, Soto realiza retratos de edificios de Trillo (la iglesia, la posada, la plaza mayor, algunos palacios…) de arboledas y paisajes y, sobre todo, de personajes de la época y de tipos de la localidad. Aparecen así el boticario, el gerente de los baños, el alcalde, y otros tipos ataviados con la indumentaria tradicional (chaquetas, fajas, moños, sombreros…) dando una estampa de verismo y un retrato perfecto de un tiempo ido.

Además cuenta el señor Soto sus viajes por Cifuentes, y por Villaescusa de Palositos, en aquellos veranos. Y ofrece la anécdota que le ocurrió en este último pueblo, en el que charlando con unos aldeanos, estos le ofrecieron unos platos antiguos de cerámica decorada, para que los dibujara con tranquilidad en el Balneario, o donde quisiera. Y él se los devolvió al año siguiente, con la admiración de unos y otros al comprobar que en “este país” siempre son más numerosas las gentes honradas, que las que van a pillar lo que encuentren. Así ha sido siempre, y así sigue siendo, afortunadamente, hoy en día.

De la figura de Sebastián de Soto y Cortés se han ocupado otros autores, porque el individuo fue coleccionista de arte, artista él mismo, y estudioso de las artes. Quien más ampliamente le estudia es Constantino Suárez, en su Diccionario de asturianos artistas, así como Fermín Canella y Secades, en su necrológica. Tuvo una gran finca con palacio incluido en Labra y Posada, cerca de Cangas de Onís. La visité hace años, y comprobé lo grandioso de su legado.

Lo curioso, en todo caso, de su aportación, es esa forma tan directa de plasmar en apuntes rápidos a los tipos, a las gentes de Trillo, y de otros lugares de la Alcarria, mostrando con claridad sus formas de vestir, de peinarse, y de acicalar las mulas en las que transportaban mercancías. Sin duda que sus imágenes, sin ser prodigio artístico, hoy se evidencian utilísimas para tener constancia de la forma de vida de nuestra tierra en tiempos pasados.

Cela y España

La España de CelaNos llega a las manos un nuevo libro de Francisco García Marquina. Esto es ya una buena noticia, por sí misma. Porque la veteranía y pulcritud del escritor madrileño ha ido decantando hacia caminos de perfección y asombro. Lo que suma interés a la noticia es que ese nuevo libro trata de Cela, y aún se alza el mérito, y el interés, al saber que el análisis que en él hace es el de “Cela y España” como un emparejamiento obligado.

Cela en Guadalajara

Todos sabemos, a estas alturas, del gran cariño que el gallego Camilo José Cela tuvo a la tierra (los pueblos, las comarcas, la provincia entera…) de Guadalajara. Lo demostró muchas veces, con sus viajes, sus residencias, sus escritos en prensa, en libros, en conferencias…

Al menos en tres lugares tuvo casa y vivió largas temporadas nuestro autor. Primero en Caspueñas, en el “Molino de las Truchas” en el que su amigo García Marquina le prestó cobijo en épocas difíciles. Segundo en El Clavín, en un chalet que le alquiló un alcarreño amigo mío, y en el que hasta una noche me invitó a cenar, para celebrar el cumpleaños de su por entonces esposa Marina Castaño. Y tercero en la casa / finca de “El Espinar” inserta en el conjunto residencial “El Cañal”, que fue antiguo pueblo reconvertido en finca de los Cienfuegos a finales del siglo XIX.

Se pateó la provincia entera, especialmente la Alcarria, a través de un itinerario que por ya conocido no entro a describir. De ese recorrido, hecho a trechos, y en ocasiones varias, nació luego, en 1948 (hace ahora 70 de su primera edición en formato libro) la obra “Viaje a la Alcarria” que alcanzaría –pasados los años- los 10 millones de ejemplares editados… que ya es decir. Recorrió de nuevo aquellos pueblos, bastante cambiados ya, en 1973, cuando se cumplían los 25 del nacimiento de la obra. Y en ese periplo tuve la fortuna de acompañarle, según he contado en otros lugares.

Aún más tarde, en 1986, volvió a recorrerla, esta vez con el amparo de la parafernalia mediática, en Rolls Roice y con choferesa negra, más algún escarceo en globo y un multitudinario yantar en Caspueñas.

Pero de Guadalajara hubo de marcharse, no por voluntad propia, que bien claro lo dijo, sino por el imperio de la voluntad femenina, la de su mujer entonces, doña Marina, a quien tanto quería, y por quien bebía los vientos de tal modo que le hizo levantar el campamento y marcharse a Madrid, a morirse.

la españa de cela

 

El 27 de julio de 1997, Cela publicó en el diario ABC un artículo (en mi opinión, memorable) donde justificaba su marcha de Guadalajara, y explicaba en dos rotundos párrafos (que no eran nuevos, sino que los había escrito para el prólogo de mi libro “Crónica y Guía de la provincia de Guadalajara”, en su segunda edición de 1988) la razón de su querencia por esta tierra. Así decía:

Andar, un pie tras otro, con sosiego y buena voluntad, la tierra propia y aun la ajena, es un regalo que los clementes dioses hacen al hombre cuando éste se lo pide con la clara voz que presta la humildad a la inteligencia. De mí puedo decir, porque lo experimenté desde muy joven, que hay pocos placeres, tanto del cuerpo como del espíritu, comparables al deleite del camino cuando el día nace y la luz empieza a dibujar las siluetas de los montes y los caseríos, los árboles y el ave en vuelo, la mujer que cruza, el niño que despierta y el mozo que canta a voz en grito para espantar el fantasma del sueño que se resiste a huir. En el camino residen la verdad y la belleza, la calma, el equilibrio y la mesura, porque a las nociones opuestas -la mentira, la fealdad, la prisa y el desmedido propósito- las barre el viento fresco que orea cada mañana la costra del decorado del hombre desde que el mundo es mundo.
Descubrí estas tierras de Guadalajara -la campiñera, la alcarreña, la serrana y la molinesa- hace ya muchos años, antes lo di a entender, hace ya tantos que todavía supe caminarlas a golpe de pinrel, y desde entonces vuelvo a ellas siempre que puedo y sin mayor violencia de la voluntad ni el ánimo porque aquí, por estas trochas y estos acogedores andurriales, encontré siempre amistad y buen deseo, hombres ternes y aplomados y mujeres hermosas y amorosas, nubes que se dejan cruzar por la cigüeña que vuela con parsimonia y por el hombre que va en globo, y un vino deleitoso que tanto baja al cabrito asado por el gaznate como el mal de amores por los entresijos, los laberintos y demás recovecos del corazón.

El nuevo libro de García Marquina

De nuevo nos ofrece García Marquina, el gran estudioso y conocedor de la vida y la obra de Camilo José Cela, unas cuantas reflexiones sobre el escritor gallego, de quien hace dos años, al cumplirse el centenario de su nacimiento, publicó su obra cumbre “Cela, retrato de un Nobel”.

Ahora, y ya en la tranquilidad de las relecturas, de los análisis objetivos, de las valoraciones desenfadadas, Marquina se enfrenta a un pequeño reto, impuesto por sí mismo: buscar la huella de España y los españoles en la obra de Cela. No ha sido difícil, porque toda ella está impregnada de esas premisas. Cela se siente español (antes que gallego) y se siente humano (antes que la crítica lo divinizase, en su día, cuando el Nobel). Hoy Cela está muerto, la españolidad es un plato vacío, y la crítica se ha olvidado casi al completo de él. Pero aún queda un devoto, un estudioso, un analista sin cansancio: Francisco García Marquina se acerca a la hondura de la obra literaria y cultural de C.J.Cela. Y nos dice lo que piensa de ella.

A lo largo de 76 entradas, a modo de breves análisis o artículos, Marquina nos ofrece aspectos claves de la visión que Cela tiene de España, y de su maquinaria literaria, en profundidad. Las entradas iniciales versan sobre temas más conocidos, resúmenes de sus libros de viajes, análisis del “Viaje a la Alcarria”, la visión de Galicia, su sentido del vagabundeo, la sencillez de un libro, y el coleccionista de decires. Las siguientes ahondan en aspectos más puntuales, pero todos desveladores del escribir celiano: costumbres perdidas, su idea de España, la República y la Guerra Civil en su obra, visión de la mujer, de los niños, de los minusválidos, de los prepotentes, de las autoridades y de las gentes marginales. De la tauromaquia también. Y de Picasso…

Esta obra, que es enciclopedica sobre el sentir hispano de Cela, no tiene desperdicio. Al menos la variedad está asegurada, y la cascada de frases, de anécdotas y de posturas está muy bien llevado. Hay un artículo que puede simbolizar perfectamente la intención de este libro de Marquina sobre la literatura celiana. Es el que que aparece en la página 93 y siguientes, “El arte de ver y contar”donde pudiera decirse que se resume la intencion del Nobel español, de hacer una literatura clara y sencilla, directa, utilizando para ello la más compleja carga de la artillería léxica. Ahora lo que importa es leer este nuevo libro de Marquina, un libro de ensayo literario, un libro que trata, fundamentalmente, de España y de sus gentes. Y a través de él comprender mejor el por qué del cariño que Cela tuvo siempre a Guadalajara.

Los datos del libro

García Marquina, Francisco: “La España de Cela”. Aache Ediciones. Colección “Letras Mayúsculas” nº 47. Guadalajara, 2018. Páginas 262. Tamaño 13,5 x 21 cms. ISBN 978-84-17022-55-6. PVP: 15 €.

Todo el arte de nuestra región

Historia del Arte de Castilla La ManchaHace pocas fechas, en tarde de aguaceros y amistades, se presentó en el Salón Azul del palacio de los duques del Infantado, de nuestra ciudad, una obra enciclopédica que por singular y entretenida la comento aquí ampliamente. Porque lo merece.

Aunque hoy hablar de arte puede parecer superfluo, con la de problemas socio-económicos a los que nos enfrentamos, sí que es cierto que es un tema que por anejo a la esencia y a la existencia humana, cabe poner cierto énfasis en ello. Ahí están las muestras de arte contemporáneo, generando polémicas, o las cantidades de dinero que sigue moviendo el arte.

Sin embargo, detrás de eso, están los fundamentos propios de la creatividad, y las razones primigenias que al hombre han movido a buscar la belleza en la materia que le rodea, a construir, a pintar, a recitar y a concordar sonidos.

Este que comento ahora es un libro (dividido en dos tomos, fundamentalmente por operatividad técnica, para evitar un volumen demasiado aparatoso) que viene a recopilar la esencia del arte físico (pintura, escultura, arquitectura) de un comunidad autónoma española, de Castilla-La Mancha.

Dirigido por Miguel Cortés Arrese, catedrático de Historia del Arte en la Universidad de Castilla-La Mancha, y por lo tanto el más idóneo candidato a estar al frente de este equipo, participan en el mismo una serie de estudiosos, todos ellos integrados en la institución académica regional. El análisis del índice de estos dos tomos, nos permite situarnos ante su intencionalidad. Es lo que hacemos a continuación. Y el análisis de uno por uno de sus apartados, que aun dentro de una relativa homogeneidad, fructifican de manera diversa en cada caso, nos posibilita comprender el alcance y utilidad de la obra, que es en todo caso totalmente positiva.

El primer capítulo está dedicado al tema “De la Prehistoria a Roma” y en él se analiza de forma general los inicios del arte en esta área peninsular, tanto las manifestaciones de la expresión artístico-utilitaria de la época paleolítica, como de la figurativa del mundo ibérico. El celtibérico queda más silenciado, y lo romano se trata adecuadamente, para luego presentar a modo de monografías, la información relativa a cuatro parques arqueológicos, como son los de Alarcos, Segóbriga, Recópolis y Carranque, insistiendo en todos ellos (menos en el de Recópolis, en el que se presenta de forma genérica la problemática actual de estos Parques) en sus características histórico-artísticas.

El problema del Parque de Recópolis, en concreto, y según se desgrana en este libro, no es pequeño: responsabilidad de un pueblo mínimo, casi sin habitantes, la Junta de Comunidades no aporta ayudas, y la Diputación se limita a subvenir los déficits… así es difícil promocionar nuestro arte, nuestro patrimonio.

la españa de cela

El arte visigodo es tratado por Salgado Pantoja con brevedad y hondura, y por este mismo autor se presenta un estudio, que abarca 62 páginas del libro, del Arte Románico que por fuerza se centra en las provincias de Cuenca y Guadalajara, especialmente en esta última. Riguroso y medido, intenta analizar esta expresión -que es fundamentalmente arquitectónica- del arte medieval, y por la complejidad del tema alcanza a hacer un exhaustivo inventario de este mundo artístico tan pluriforme como es el románico guadalajareño. En el que, al tratar de las decoraciones escultóricas de sus fachadas, nos refiere como de interés la de “Nuestra Señora del Peral”, ermita del XVII que dejó incluida una puerta románica con tallas, y que puede verse en el término de Budia. La fórmula expositiva (que va respaldada por un perfecto conocimiento del tema y un lenguaje claro y elegante) a veces no da para más que la enumeración de las piezas.

El arte andalusí y mudéjar lo trata Miguel Cortés, con sabia contención, pues el tema es abundante, sobre todo en el ámbito toledano. Al mudéjar de Guadalajara, tan desconocido y maltratado, le dedica dos páginas y media, que son de agradecer, aunque se remite finalmente al libro, recién aparecido, de Antonio M. Trallero Sanz, al que da por referencia absoluta.

El arte gótico corre a cargo de Sonia Morales Cano, quien aquí ha de concentrar sus muchos saberes, teniendo por delante la “domus aeterna” de los prelados toledanos, los panteones regios, o los cientos de castillos, ciudades amuralladas y toda la imaginería y pintura que aquella época de la declinante Edad Media dejó sobre los pueblos y ciudades de Castilla-La Mancha.

En el segundo tomo es Pedro Miguel Ibáñez quien analiza en primer lugar el arte del Renacimiento, comprimiéndolo en 44 páginas, y asombra cómo consigue en ese corto espacio analizar con clarividencia lo que supone esta forma expresiva a lo largo de cientos de ejemplos de los que también casi en modo inventario ha de tratar.

Miguel Cortés dedica luego un capítulo especial y monográfico a la figura del artista Domenikos Theotocópoulos, el Greco, que a pesar de no ser de la tierra, aquí, en Toledo, arraigó y marcó una etapa espléndida del arte que hoy se asigna a nuestra Región. Es realmente un artículo de 17 páginas que se lee fácil y nos centra estupendamente la figura del cretense, incluso en sus relaciones (que las tuvo) con la tierra de Guadalajara y Sigüenza.

El arte barroco en Castilla-La Mancha lo trata Fernando Gonzalez Moreno, muy adecuadamente, con su parte de arquitectura, la de escultura, la de pintura y la azulejería y cerámica. Lástima que no haya profundizado, por ejemplo, en la obra del analista documental y tratadista de este estilo, Juan Antonio Marco Martínez, quien avisa en sus escritos de la densidad barroca de los templos de la diócesis de Sigüenza.

El arte de la Ilustración lo trata correctamente Adolfo de Mingo Lorente, quien a la fuerza resume todo lo que sabe sobre el tema, y es Silvia García Alcázar quien se encarga del capítulo del arte del siglo XIX (entre la tradición y la novedad) con ampliación a las primeras décadas del XX, por lo que aporta datos sobre la arquitectura ecléctica y modernista, tomando a los edificios de Ayuntamientos, Diputaciones y Mausoleos de la Nobleza como ejes de esta etapa constructiva, sin olvidar citar a pintores y escultores de la época.

El último capítulo es realmente singular, quizás (junto al del románico) lo mejor de la obra. Lo firma José Rivero Serrano, y lo titula Tramas, temas, nombres, tipos, géneros: arte de los siglos XX y XXI. En su inicio, apunta a lo que siempre que se habla de “Castilla La Mancha” un historiador debe reconocer a priori. Que “Más allá de la artificialidad de sus límites administrativos recientes, lo que queda claro es la suma de unos territorios heterogéneos, que no ocultan la dualidad de su designación y procedencia”. Con ello por delante, Rivero asume la tarea compleja de analizar lo que artistas y pensadores, arquitectos e historiadores, han sido capaces de hacer en los últimos cien años, primero separados, luego juntos, conformando una estructura político-administrativa que en la mayoría de los casos se ha demostrado artificial en punto a la valoración de las surgencias artísticas.

Un gran libro, que se hace obligado tener, leer, valorar, y guardar de archivo. Una estupenda pieza de biblioteca a partir de la cual los autores (variados profesores y profesoras de probado rigor), el coordinador (Miguel Cortés Arrese) y el editor (Alfonso González-Calero) han demostrado que podemos, que debemos, seguir indagando en el pasado común y en la común hazaña de provocar el arte en las tierras y los pueblos de Castilla-La Mancha.

Datos de esta enciclopedia

Cortés Arrese, Miguel (editor) y colaboradores: “Arte en Castilla La Mancha”. 2 Tomos. Almud Ediciones. Albacete, 2018. Tomo I (304 páginas), Tomo II (320 páginas). ISBN: 978-84-946676-8-8 y 978-84-948075-1-0. P.V.P.: 20 €. cada tomo.