El beaterio de la Piedad en Guadalajara

sábado, 4 noviembre 2017 0 Por Herrera Casado
Brianda de Mendoza

Brianda de Mendoza, creadora del beaterio de la Piedad, en Guadalajara, en el siglo XVI.

En estas jornadas que estamos recordando el inicio, hace ahora 500 años, de la Reforma Luterana en Europa, y tras haber recordado a los “alumbrados” alcarreños la semana pasada, quiero traer hoy al recuerdo uno de los focos en los que la piedad iluminista y un soplo de aire renovador se posó entre los muros de la ciudad: concretamente la aventura beatífica de doña Brianda de Mendoza, y el experimento que en su palacio-convento de La Piedad se inició en el primer cuarto del siglo XVI.

Uno de los núcleos menos estudiados con relación a la piedad alumbrada en Guadalajara ha sido el beaterio de la Piedad, que luego fue transformado en Convento de religiosas franciscanas por su fundadora doña Brianda de Mendoza.

La historia de esta institución es bien conocida, y su edificio aún permanece entero en pie, constituyendo además una de las joyas de la arquitectura protorenacentista en Guadalajara. Parece como si esa característica de ser pionero en el arte, le hubiera conferido también al monumento el carácter de pionero en el pensamiento y la religiosidad de aquella época.

Es a don Francisco Layna Serrano, Cronista Provincial de Guadalajara, a quien debemos las principales noticias de este que fue primero beaterio y luego convento de La Piedad en Guadalajara. En su libro “Los conventos antiguos de la ciudad de Guadalajara” lo trata con gran detenimiento. E inicia su estudio con las biografías de sus creadores: de una parte don Antonio de Mendoza, caballero y militar de la familia del duque del Infantado, y de otra su sobrina, doña Brianda de Mendoza. Muy influidos ambos, desde el final del siglo XV, por las ideas humanistas que proceden de Italia, tanto a nivel literario, como filosófico y teológico. Pasaremos de los detalles de sus vidas. Y, por supuesto, no entraré en la descripción o análisis del conjunto arquitectónico del palacio-convento-colegio de La Piedad, del que me ocuparé la semana próxima.

Antonio de Mendoza era el séptimo hijo del matrimonio de don Diego Hurtado de Mendoza, primer duque del Infantado, y de doña Brianda de Luna, su primera mujer. Formó parte de “la casa” del segundo duque del Infantado, don Iñigo López, su hermano mayor, y constructor con Juan Guas del palacio ducal que hoy conocemos.

Sobrina carnal de don Antonio, como hija del segundo duque del Infantado, fue doña Brianda de Mendoza y Luna, quien siguiendo el ejemplo de su tío permaneció soltera toda su vida. Habría nacido en torno a 1470, muriendo en 1534. Era hermana, por tanto, de Diego Hurtado de Mendoza, tercer duque del Infantado, nacido en 1461 y muerto en 1531. Al morir su tío y mentor, don Antonio de Mendoza, en 1510, heredó todos sus bienes y edificios, especialmente el palacio que él mandara construir a Lorenzo Vázquez.

Y en ellos decidió instalar instituto religioso. La época era muy dada a que una dama soltera, ya talluda (tenía 40 años) y con dinero, se planteara fundar. Y en ese momento decidió montar una casa en la cual se recogiera y amparara deter­minado número de mujeres, unas para entrar en religión y otras para educarse con ho­nestidad hasta la hora del casamiento, hacedero merced a la dote que recibieran de la institución según disposiciones de la fundadora.

En 1524 consiguió ver aprobada la fundación de su beaterio por un Breve Apostólico, y se trajo de otro convento a doña Catalina Mexía, para que hi­ciera de madre ministra, y a seis beatas más, comenzando entonces su vida semimon­jil en la casa, sin que por ello la fundadora redujese su tren de dama aristocrática, que no dejó nunca. El beaterio se instaló en el propio palacio, aunque fueron construyéndose en su gran solar nuevas edificaciones. Y dos años después, en 1526, se comenzaron las obras de la iglesia, dirigidas por Alonso de Covarrubias a la que finalmente puso retablo Juan de Borgoña.

Su testamento lo dictó al escriba­no Alonso de Carranza, el 19 de febrero de 1534, y en él decía, entre otras cosas: –Por quanto my deseo es tener sienpre por espeçial abogada y señora a la Reyna de los Ángeles madre de Dios para que sea intercesora con su glorioso hijo (que) aya piedad de my ányma…, con esta yntinçión é fundado y hedyficado estas mys cassas prinçipales en que moro… y hecho en la plaça de las dhas cassas la yglesia de nues­tra Señora de la piedad, Retablo y otros hedifiçios… para que el Redentor del mundo sea servido, aviendo en las dhas Cassas personas Religiosas y otras seglares para apiadallas…; declara haber allí recogidas seis religiosas con su madre ministra y que su voluntad es que en las casas con su iglesia, huerta y demás dependencias, se constituya una Casa de Beatas sujetas a la regla tercera de San Francisco bajo la advocación de Nuestra Señora de la Piedad, y que viva allí cierto número de doncellas educandas; vienen a continuación las cláusulas en que desarrolla con minuciosidad el Reglamento del Beaterio y Colegio.

Hay que tener en cuenta varios datos que nos van a orientar en el sentido de la afición de Brianda de Mendoza al movimiento espiritual del momento: declara por su abogada a Nuestra Señora de los Angeles (lo mismo que Luis de Lucena), encomienda a la Orden de San Francisco su cuidado, y quiere que estas mujeres que recoge en su beaterio y colegio se dediquen a la Piedad…

Tras la muerte de doña Brianda en 1534, continuó esta Casa siendo de Beatas, hasta que celebra­do el Concilio de Trento fue transformada en convento de religiosas profesas de la Orden de San Francisco. El convento de la Piedad tenía auténtico carácter aristocrático porque en él profesaron bastantes hijas de la nobleza arriacense. Hubo época, en estos comienzos del siglo XVI, y aún más adelante, en que la “misa de doce” en La Piedad era la de más tono de la ciudad, a la que acudía toda la aristocracia, porque en el convento todos tenían alguna parienta ingresada.

El convento de la Piedad, un foco de alumbradas

Vimos la semana pasada cómo entre los muros del palacio ducal de los Mendoza en Guadalajara, tanto en los salones y despachos como en las cocinas, aparecían personajes de elevada piedad. Los principales eran Isabel de la Cruz y Pedro Ruiz Alcaraz, que trabajaba en el palacio como contador de oficio y era hijo de un panadero de familia conversa, pero también estaban María de Cazalla, hermana del obispo fray Juan de Cazalla antiguo capellán de Cisneros, y su esposo Lope de Rueda, destacado burgués arriácense y Rodrigo de Bivar cantor del duque y sacerdote.

Brianda de Mendoza ya es conocida por su piedad evangélica, y así aparece mencionada en el proceso de María de Cazalla. Brianda era de carácter fuerte y según nos dice Layna y Serrano, era “detallista y precavida como se muestra en su testamento y fundación de la Piedad, puédese afirmar que fue mujer sesuda, reflexiva, enérgica y perseverante”.

Después de la muerte de su madre, en 1506, Brianda se dedicó a transmitir los nuevos modelos de espiritualidad interior y el ideal erasmista en el que se incluía el estudio de la Biblia, sin excesivos rigores ascéticos por lo que se consideraba una piedad aliviada. Podemos leer en la última de las “Constituciones” dadas para su beaterio lo siguiente: “Asi mesmo porque más agradable es al Señor la obediencia que el sacrificio, quiero y es mi voluntad que siempre estaréis a la obediencia de los perlados de la orden del glorioso padre Sant Francisco con tanto que ellos os guarden y conserven estas mis ordenaciones y tengan mucho cuidado como se cumpla todo lo por mi ordenado en mi testamento y cobdicilio acerca desta mi institución y fundación y os favorezcan y ayuden en todo lo que es sano os fuere, no os quebrantando cosa alguna de lo por my hordenado”.

Esto nos deja bastante claro que doña Brianda sabía en lo que paraban los “sacrificios”, que muchas veces ocultaban el verdadero espíritu de la Orden franciscana. La espiritualidad de doña Brianda supera los actos exteriores y en ella aparece el concepto paulino del “amor de Dios hacia el hombre” en el que erasmismo y Evangelio se encuentran.

Esta forma de vivir el cristianismo se empareja con la de María de Cazalla, de la que doña Brianda fue de “testigo de abono” en 1533 ante la Inquisición, acompañada de su cuñada María de Mendoza y las criadas Leonor Mexía y Juana Díaz de la Sisla, con Mencía de Mendoza también pariente y seguidora del Evangelio.

En aquel proceso se ve cómo todas insistían en hacer diferencia entre los conventos en los que “non se ni que Dios hay allí”, y aquellos lugares de reunión y vida donde existía el deseo profundo de amar a Cristo crucificado y no “obedecer a un madero que le dan por rey”. Para algunos autores, María de Cazalla y Brianda de Mendoza son como las dos caras de una misma moneda, especialmente por la concepción evangélica de la espiritualidad, especialmente en los conventos y beaterios, pues hay que añadir que en esta época de inicios del siglo XVI, la mujer castellana tenía opiniones, muy bien cimentadas, de muchas lecturas y conversaciones.

Entre las muchas propuestas que doña Brianda hace en las Constituciones de su fundación, aparece el mandato de “servir a Dios no se hace con estrechas y ásperas mortificaciones del cuerpo o “afliximiento de la carne”, sino con el ejercicio de lo bueno y de la virtud: humildad, amor y paz”.

Esta es sin duda una de las características de los “alumbrados recogidos” y que también aparece más adelante en estas Constituciones: “Oración, según dize sant Bernardo, es mensagero fiel e conoçido en la corte zelestial que por siertos caminos sabe penetrar los actos y por mostrarse ante el rrey de la gloria y nunca vuelve sin traer soccorro de gracia espiritual a quien la envia, ordeno y mando que todas las religiosas tengan un quarto de oración sancta en el coro”; y añade la invitación al recogimiento, a encontrar el rostro de Dios en la oración mental que nunca vuelve “sin traer socorro” y gracia.

En el testamento de doña Brianda, que es amplio y constituye casi un tratado de “piedad recogida” no solo se trasluce el deseo de una piedad de “sentimientos interiores” y recogimiento, sino que se aumenta con la petición de hechos prácticos de misericordia hacia los necesitados.

De todos modos, y aún siendo estos temas propios de estudiosos que conozcan a fondo la espiritualidad, la mística, la teología católica y protestante, y aun las fórmulas renovadoras del espíritu que propone Erasmo de Rotterdam, creo que es interesante esta visión del Convento de la Piedad de Guadalajara, en sus inicios, y de su fundadora doña Brianda de Mendoza, hermana del tercer duque, para entroncar ideas dispersas en una sóla: que en la Guadalajara de inicios del siglo XVI también se cocía una Reforma que aquí fue erradicada por la Inquisición sin existir apenas posibilidad de que se experimentara de una forma general entre la población. Todo quedó reducido a las cuatro paredes de los “edificios mendocinos”.