Visitas reales en Guadalajara

viernes, 26 mayo 2017 0 Por Herrera Casado
Boda de Felipe II e Isabel de Valois en Guadalajara

Boda de Felipe II e Isabel de Valois en el patio de los leones del palacio de los duques del Infantado de Guadalajara

Mañana sábado, a mediodía, llegará a Guadalajara el Rey de España, S. M. Don Felipe [VI] de Borbón y Grecia. Lo hará acompañado de su esposa, S.M. Doña Letizia Ortiz, y presidirá el homenaje a la bandera, a los que han dado su vida por la Patria, y al Ejército Español que nos defiende. Será su primera visita oficial a la ciudad, como Jefe del Estado, y será aclamado, como corresponde, por el pueblo de Guadalajara. Mañana anotaremos en los anales de la ciudad, la visita del “felipe” que nos faltaba.

 

Con este motivo, me he parado a repasar las visitas que a Guadalajara, ciudad y provincia, han hecho los reyes (primero de Castilla, luego de España, y algún que otro europeo) a esta ciudad y su territorio circundante, encuadrado hoy en lo que es la provincia de Guadalajara.

Trataré de ser rápido y sucinto, porque la lista es larga y daría, casi casi, para un libro. Empiezo por los Trastamara, porque los borgoñas son más difíciles de rastrear, aunque sabemos que Alfonso VII estuvo aquí dándonos el Fuero…

Es en junio de 1370 que sabemos que el rey Enrique II de Castilla anduvo por nuestra ciudad. Llegaría al Alcázar Real, propiedad de la corona, y cabeza de una villa de señorío real, como fue casi siempre la nuestra. Por este edificio, y por la vega del Henares, anduvo también Enrique III, de quien sabemos era aficionado a pasar temporadas en el Monasterio benedictino de Sopetrán, junto al río Badiel.

De su hijo Juan II tenemos más noticias. Sabemos, por ejemplo, que el 16 de junio de 1408 firmó en sus salones del alcázar una carta concediendo al monasterio jerónimo de la Sisla una renta perpetua. Sabemos también que el 20 de enero de 1413 firmó aquí las normas de trato para los judíos de Murcia, e incluso que siete años después, el 25 de febrero de 1420, favoreció en una provisión al Concejo murciano para que pudiera proveer una flota de ayuda a Francia.

Será su hijo, Enrique IV de Castilla, quien también alojado en el Alcázar decidió y plasmó en un solemne documento que aún hoy se conserva en el Archivo Histórico Municipal, el nombramiento de Ciudad a Guadalajara, elevándola desde la categoría de villa que hasta entonces tuvo, al preeminente de ciudad, que hoy con satisfacción aún poseemos. Fue la firma un 25 de mayo de 1460.

Luego su hermana, Isabel, casada con Fernando de Aragón, la más itinerante de los monarcas castellanos, vino hasta nosotros. El devenir de la Corte, en tiempo de los Reyes Católicos, fue incesante. Aún sin sede definitiva, el conjunto de reyes, ministros, cancilleres, asesores y escribanos, jueces y jerarcas, clérigos y arzobispos, deambulaban por los reinos de Castilla y Aragón, acogiéndose a palacios privados y amistades sinceras.

El Renacimiento en Guadalajara

 

Por Guadalajara pasaron los Reyes Católicos en numerosas ocasiones. Recuerdo aquí dos solas, por lo famosas y cruciales: una la que hicieron en 1487, cuando camino de Aragón, y acompañados por su Canciller don Pedro González de Mendoza, fueron invitados a visitar y pernoctar en el fastuoso palacio que su hermano el segundo duque del Infantado estaba por entonces construyendo. Ya habitable y digno de recibir a los Reyes, doña Isabel especialmente quedó maravillada del arte de Juan Guas, a quien luego haría su arquitecto de obras reales. Y otra la que hicieron en ese mismo año de 1487, en el mes de octubre, continuando el viaje que le hizo pasar por Guadalajara, a la catedral de Sigüenza. Admiraron allí la fastuosidad del templo, y la reina debió sugerir al Cardenal Mendoza, entonces obispo seguntino, que iniciara la realización de un coro bajo, para llenar el centro de la nave principal. Ese coro es muy parecido al de Santo Tomás de Ávila. Una presencia, en Guadalajara y Sigüenza, de la reina Isabel, que quedó prendida en las crónicas remotas de aquel final del siglo XV.

Sería su hija, la reina doña Juana (nuestra señora), en compañía de su esposo el príncipe Felipe [I, el Hermoso] quienes en 1502 visitaran Guadalajara, en un viaje desde Flandes a Castilla que hicieron acompañados de ilustre corte y con un cronista, Antonio de Lalaing, anotando todos sus pasos.

Carlos I, emperador, primer monarca de la dinastía austriaca, cruzó en numerosas ocasiones nuestra tierra. Por recordar algunas, el viaje de 1534, cuando volvía a Toledo procedente de un largo viaje por Europa, donde entre otros sitios estuvo en Tournai, celebrando el tercer capítulo de la Orden del Toisón de Oro, y visitando sus afamados talleres de tapicería. El 26 de enero de 1534, el emperador Carlos y su numerosa corte llegaron a Sigüenza procedentes de Medinaceli. Sin parar más que para dormir, el 27 caminaron de Sigüenza a Jadraque; el 28 de Jadraque a Hita, el 29 de enero llegaron a Guadalajara, donde pararon tres días en el palacio de los duques del Infantado, ya entonces plenamente integrados en la corte, y el emperador admiró el edificio y sus colecciones de arte. El 1 de febrero de 1534 salió don Carlos de Guadalajara para alcanzar Alcalá [de Henares].

Años antes, tras la batalla de Pavía (vencedora España de Francia), pasó unas cuantas jornadas en Guadalajara un rey extraño, que venía prisionero. El gran rey católico, audaz y bien dispuesto, Francisco I de Francia, prisionero, y con destino a la Torre de los Lujanes de Madrid, pasó una semana en el palacio del Infantado, huésped agasajado por sus señores duques, en jornadas memorables de las que ha quedado constancia meticulosa.

Felipe II también estuvo entre nosotros. La jornada más famosa, sin duda, la del 2 de febrero de 1560, cuando realizó sus bodas con la princesa Isabel de Valois, hija del rey de Francia. Momento único aquel en que al rey se le vió vestido, íntegramente, de blanco, algo inusual en él, fruto de su alegría y esperanza. Otras veces volvió, con peores barruntos, como en 1585, cuando viajaba hacia las Cortes de Monzón.

Su hijo Felipe III también anduvo por estos lares. Fue en 1604, junto a su mujer doña Margarita, hospedándose entonces en el convento de San Francisco, y visitando desde allí toda la ciudad, sus calles y plazas, sus instituciones, sus monumentos, sus conventos y palacios… pidiendo a los ciudadanos que no celebraran fiestas en su honor, que la pareja era feliz solo con verlos…

A Felipe IV le traemos, en fecha conocida, en 1626, cuando camino de Zaragoza paró dos días en el palacio de los duques. Y en fecha desconocida, cuando –dicen- de tapadillo se acercó hasta el monasterio benedictino de Valfermoso de las Monjas, a visitar (trepando las vallas, dicen…) a su abadesa, doña María Inés Calderón, “la Calderona”, actriz de gran fama en el Madrid del Siglo de Oro, y con quien mantuvo relaciones amorosas… tan amorosas, que de ellas resultó el nacimiento del infante (reconocido como tal) don Juan José de Austria.

Su hijo Carlos II pasó por nuestra ciudad en 1679. No fue muy sonado el recibimiento.

Y luego a su fallecimiento, y en plena guerra de sucesión, la majestad de don Felipe [V] de Borbón ya, aposentó en Guadalajara, de regreso de la batalla de Villaviciosa, en diciembre de 1710, tras proclamarse rey frente a las aspiraciones del archiduque Carlos [de Austria]. La ciudad le recibió con los brazos abiertos, y de ahí derivó el cariño que este monarca tuvo siempre a Guadalajara. Tanto, que en 1714 eligió el lugar para casarse. Fue el 24 de diciembre de 1714, y lo hizo con su segunda esposa, doña Isabel de Farnesio. Segundas bodas reales de las que Guadalajara fue testigo.

De los Borbones, quedan memorias varias. Por ejemplo, de Isabel II, tan trotona siempre, hasta su último destino en Francia, sabemos que venía de vez en cuando a Guadalajara, a charlar con su amiga íntima, sor Patrocinio. La que está enterrada en “El Carmen”.

Tras la Revolución Gloriosa, la primera República y el intermedio de Amadeo, Alfonso XII, el restaurador, vino algunas veces por aquí. La fecha más memorable, el 23 de marzo de 1879, cuando con toda la corte y el Ejército procedió a inaugurar el Colegio de Huérfanos Militares en el que había sido palacio del Infantado, poco tiempo antes vendido por su último dueño, el duque de Osuna, a la ciudad.

Alfonso XIII fue un adicto a Guadalajara. Muchas veces vino. En coche unas, otras en tren, y hasta en avión llegó al Henares. El 26 de marzo de 1904, recién ascendido al trono, joven y espigado, se le ve visitando el Parque de Aerostación de los Ingenieros Militares de Guadalajara, en una película que pasa por ser la primera rodada en nuestra ciudad. Admirado y fervoroso de las nuevas tecnologías (los coches, los aviones), “sportman” él mismo en todos los deportes, el Rey volvió el 6 de febrero de 1920, acompañado del conde de Romanones, de Damián Matéu y de Francisco Aritio, a inaugurar las instalaciones de la Fábrica de motores “Hispano-Suiza”. Le acompañaron desde Madrid dos escuadrillas de aviones militares, y fue aquella jornada una de las más memorables en la historia de la ciudad, pues se abría un futuro esperanzador y optimista, al surgir junto al río Henares una fábrica gigantesca de motores de avión, de coches de lujo, de mil cosas que se iban a necesitar en la Humanidad que con el siglo XX se inauguraba.

Volvió Alfonso XIII en numerosas ocasiones a nuestra ciudad. En 1928, por ejemplo , a Molina de Aragón y a visitar a Lino Bueno en su “Casita de Piedra” en Alcolea del Pinar.

El mismo trayecto que hizo, esta vez en helicóptero, y cincuenta años después, el 20 de abril de 1978 el nuevo monarca, Juan Carlos [I] quien acompañado de su esposa S.M. doña Sofía de Grecia, y todo el gobierno, acudieron a Molina de Aragón, donde en clamorosa jornada recibió el título de “Señor de Molina” que habitualmente, y desde hace siglos, los molineses han concedido, voluntariamente, a los reyes de Castilla y de España luego.

Siguió hasta Alcolea, donde visitó de nuevo a los hijos de Lino y visitó la Casita, y finalmente en Guadalajara, ante una multitud entusiasta recorrió a pie la calle mayor e inauguró un barrio de viviendas sociales, las que desde entonces se llaman “Casas del Rey”.

Volvió luego don Juan Carlos I por la ciudad, pero ya siempre en viajes privados, acompañado de cortesanos, a comer/cenar en el restaurante “Amparito Roca”, en la jamonería “Lagos” o a presenciar la lidia y muerte de algunos toros en la Plaza de “La Muralla” de Brihuega.

Será bienvenido mañana don Felipe VI, Jefe de Estado como Rey de España, quien presidirá en un acto que también creo histórico el desfile de la representación de las Fuerzas Armadas que nos defienden. Quizás visite el edificio de la Fundación “San Diego de Alcalá” de madres adoratrices, porque es de lo poco decente que hoy puede enseñársele a un Rey en Guadalajara. No podrá visitar –como hicieran sus ancestros en siglos pasados- el palacio de los duques del Infantado, tapado por andamios, ni el Alcázar Real, en lamentable estado de ruina y abandono, ni la Fábrica “Hispano-Suiza” devorada por la incuria y los años…