Apolo en la catedral de Sigüenza

sábado, 18 marzo 2017 0 Por Herrera Casado

En estos días ha aparecido un libro, que firmo, sobre la catedral de Sigüenza. Con la clásica decripción de su historia y sus formas, de sus perfiles y detalles internos. Y con el aporte de nuevas visiones, detalles inéditos y curiosidades que surgen al contemplar en detalle sus muros y capillas. Uno de esos detalles, hasta ahora no tratado en libro alguno, es la presencia del dios Apolo en su coro catedralicio. Que aquí desmenuzo.

En el altar de Santa Librada, en la parte alta de la pintura principal que muestra a la santa patrona seguntina sobre un trono cuatrocentista, aparece un friso que pintó Juan de Soreda en los primeros años del siglo XVI en el que se ven nítidas y espectaculares cuatro escenas de los Trabajos de Hércules (con los toros de Gerión, con el León de Nemea, etc.) y que han sido interpretadas como símbolos de la fortaleza y la virtud pagana protegiendo y apoyando a la cristiana.

En la sacristía de las cabezas, obra cumbre de Alonso de Covarrubias, en la misma catedral, las enjutas de los grandes arcos están ocupadas por medallones en los que aparecen talladas las Sibilas, profetisas paganas que hablaban a griegos y romanos, del porvenir.

Estos y otros datos nos permiten comprender que no es extraño que en los templos cristianos, especialmente en los surgidos a raiz de la eclosión del humanismo renacentista, aparezcan figuras paganas que apoyan con la fuerza de su leyenda el sentido cristiano que se quiere dar a algún elemento, altar, o espacio. Esto es algo que surgió en Italia y luego en toda Europa, en el contexto de la corriente filosófica y de pensamiento conocida como neoplatonismo, y que inició Marsilio Ficino en las escuelas del humanismo florentino.

Hasta ahora, nadie había mencionado el hecho de que en el eje mismo del coro catedralicio seguntino, en el mueble delantero de la silla episcopal o prioral que sirve para que el obispo, o el deán del cabildo, se siente y apoye sus libros de oraciones, figura tallada una figura que es de estirpe pagana. Con el aire de la talla que el maestro Pierres imprimía a sus obras, y de las que vemos estupendas piezas en la sacristía (contraventanas con los cuatro evangelistas, muebles de ropas con virtudes talladas) aparece en este sitial el busto de un joven desnudo, de alborotada pelambre, y que tras su hombro izquierdo surge un carcaj lleno de flechas que se presume le cuelgan a la espalda. ¿Quién puede ser este personaje que parece presidir el coro seguntino? No es un santo, no es un profeta, es simplemente un dios pagano, Apolo, la figura que sin duda fue sustituida por Cristo en la evolución iconográfica y simbólica del primer cristianismo. En el humanismo integrador era muy fácil que para representar a Cristo se utilizara la evidencia de Apolo, dando así ese nuevo giro de modernidad y avanzada visión de la piedad renacentista.

No existe documento, o no está publicado, que especifique esta identificación. Ni tampoco se sabe documentalmente el autor, aunque por el estilo, repito, yo apostaría por decir que es de la mano de Pierres o del propio Vandoma.

la catedral de sigüenza

Apolo en la Mitología

Apolo es un dios que procede de la unión de Zeus y de Leto. Apolo es el dios de la belleza, de la civilización, de la ética entre sus paisanos del Olimpo. A los humanos les muestra, más que poder y fuerza bruta, como hicieron otros parientes suyos, los valores de la mesura, de la serenidad y de la razón, resumido todo ello en la intención del “conócete a ti mismo”, siendo así que desde la época clásica lo apolíneo no sólo es sinónimo de belleza, sino también de responsabilidad y buen juicio. Además se consideró siempre a Apolo como protector de las artes, especialmente de las artes musicales, llevando por atributo la lira.

Era Apolo también muy diestro en el manejo del arco, al igual que su hermana Artemis, teniéndolo como entretenimiento más que como objeto de caza. Por eso se le representa muy a menudo con un arco en la mano y un carcaj con flechas a la espalda.

Otros símbolos y sugerencias de Apolo en el mundo clásico son el talento para la profecía, añadiendo como símbolos suyos el trípode y el ombligo, este último como piedra sagrada que simbolizaba la situación de Delfos en el centro del mundo. El templo de Delfos, por supuesto, estuvo dedicado a Apolo.
Como protector de la Medicina se le considera también, formando en ella a su hijo Asclepio, que llegaría a ser el dios de esa rama del saber humano.
Su representación gráfica en el arte clásico evolucionó desde figuras disformes en algunos kurós primitivos a la perfección de su representación en el frontón del templo de Zeus en Olimpia o en el helenismo la imagen del Apolo de Belvedere.

Apolo en el Cristianismo

El Humanismo rescata a Apolo y se lo entrega, convenientemente barnizado, al Cristianismo. En los primeros siglos de este, la idea que los seguidores de Cristo tenían de su profeta era la de un dios clásico: sobre todo en el área helenística (las costas de la Magna Grecia, sur de Turquía, próximo oriente en Siria, costa mediterránea de Asia y en Alejandría), Cristo aparece con los atributos de Apolo, sin más: va en un carro, tiene rayos en la cabeza, es el sol que amanece, lleva en las manos rollos de legislador, o lleva una vara de augur. Más adelante Cristo empieza a ser representado como “buen pastor”, sin barba, semidesnudo, con toga de filósofo, como profesor, soldado, otra vez pastor, cazador, etc.

El hecho de que Apolo fuera tratado como personificación del sol (al ser hijo de Zeus) supone que el cristianismo atribuye a Cristo esas relaciones cosmogónicas y le hace ser nombrado “Sol que amanece” en mil formas metafóricas: los templos cristianos se ponen orientados (mirando su cabecera al oriente) al lugar exacto en que sale el sol, Cristo es tenido por “luz del mundo” y la utilización del paralelismo “Cristo-Iglesia” con “Luz-Sol” es muy frecuente en la historia. La teología paleocristiana se nutre de la metafísica clásica y los neoplatónicos. La frase inicial del Evangelio de San Juan, el más “metafísico” e intelectual de los cuatro, es precisamente la que relaciona a Cristo con la Luz: «En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por él, y sin él nada de lo que fue hecho se hizo. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres». Al decir que Cristo es la encarnación del Verbo, se remite a la idea de Apolo como propietario de la Palabra Divina a través de la profecía, de la que era dios y administrador en Delfos.