Diez puertas por las que debes pasar para conocer Guadalajara

miércoles, 18 enero 2017 0 Por Herrera Casado
Atienza Arco de Arrebatacapas

Atienza Arco de Arrebatacapas

Para conocer Guadalajara, basta hoy con llegar por cualquiera de los caminos (hoy carreteras, alguna autopista) que desde fuera vienen. Pero eso es entrar muy a lo loco, muy a lo simple.

Para entrar a Guadalajara con razón, con fuerza, con ganas de sentirla y comprenderla, hay que hacerlo a través de algunas de las grandes puertas que todavía quedan en pie, de las murallas de sus ciudades, de los grandes palacios y templos que la adornan.

Puertas Medievales

Voy a referir solamente diez puertas (solemnes y recias todas, transidas de historias y de emociones) por las que se debe entrar, o salir, para conocer Guadalajara y sus lugares.

Y así empezar en la capital, en la Wad-al-Hayara de los árabes, y hacerlo por la única muestra que de su muralla medieval queda en pie, la Puerta de Alvar Fáñez. La primera puerta, por donde dicen que entró el héroe castellano a tomar posesión de la ciudad del Henares, y arrebatar su poder a los árabes que la controlaban. Es una puerta-museo, además, donde se guarda el recuerdo del caballero y su mesnada.

Segunda puerta, la del Hierro, en el castillo de Zorita. En su mural del sur, y en lo alto ya, tras ascender el camino hacia la fortaleza, se llega a una puerta doble, islámica la exterior, gótica y cristiana la interior. Arco de herradura y arco apuntado. Así es la solemne puerta del Hierro del castillo zoritano.

Tercera es la Puerta del Sol, que así se llama a una de las que en Sigüenza permitían el paso desde el arroyo Vadillo al interior de la ciudadela medieval. Orienta a Levante, como es lógico, era una de las primeras que a la mañana iluminaba el sol con su clara risa. Y por allí entraban a mercadear las gentes venidas de fuera.

Cuarta es la gran portalada a la que en Atienza llaman Arco de Arebatacapas, que media en la cuesta que va de la plaza de España a la plaza del Trigo. Solemne, arropada entre edificios y murallas, sonora también, de los cascos de los caballos de la Caballada.

Quinta puerta, medieval como las anteriores, espectacular porque es con otras dos más el único espacio que permite acceder a una villa completamente amurallada, hoy como hace siete siglos, en Palazuelos: es la puerta de la Villa, construida en recodo, de tal modo que hay que trazar un ángulo de noventa grados para atravesarla, y así poder ser defendida mejor. Puertas medievales, guerreras, castilleras, todas ellas.

Puertas Modernas

Luego están las puertas solemnes de los palacios, de las plazas, las puertas alegres de la ciudadanía.

Sexta es la puerta gótica, y flamígera, del palacio de los duques del Infantado. Una puerta de arco apuntado, diseñada por el arquitecto borgoñón Juan Guas, con frase misteriosa en su rosca, con letra nunca vista como la fabla que se gastaba el marqués de Santillana, su dueño primero, y en la que se dice que entra el viajero y visitante a un mundo señorial de generosidad sin límites.

Séptima es la puerta del Mercado en la catedral seguntina, románica de altura, que permite bajando unos escalones tras cruzar el cancel pétreo de Bernasconi, acceder al brazo sur del crucero catedralicio, y llegarse de un salto ante el Doncel.

Octava es la puerta del palacio ducal de cogolludo, otra expresión de la elegancia renacentista, trazada aquí por Lorenzo Vázquez, empapado de Italia, con sus grutescos en las columas y sus enormes mazorcas de maiz en el remate, proclamando el recien desubierto nuevo mundo.

Novena es la Puerta Nueva de Pastrana, la que da acceso desde la Plaza de la Hora a la Calle Mayor, lugar planeado por los duques pastraneros para dar realce al plazal donde viven, y hacerlo aún más cortesano, más solemne.

La décima puerta sería la llamada de los meses, en la iglesia parroquial, mínima y silente, de Beleña del Sorbe, donde en su curvado dintel lucen alegres los aldeanos del siglo XIII trabajando en lo que saben y proporciona vida: el arado, la siega, la vendimia, la matanza… es la expresión más clara del arte románico rural.

Y todas ellas, puertas solemnes o severas, son los pasos que desde fuera permiten la entrada a ese mundo oloroso y lleno de ofertas que es Guadalajara. Esta provincia a la que se viene a disfrutar de paisajes inéditos, de memorias ciertas, de bellezas talladas. Y a la que se entra –es obligado- por una de estas diez puertas. Aunque, si se prefiere, tenemos muchas más para poder hacerlo. El caso es entrar.

 

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