El coro de las enjutas

sábado, 31 diciembre 2016 0 Por Herrera Casado
Sacristia de las Cabezas Catedral de Sigüenza

Una enjuta con profeta en la Sacristía de las Cabezas de la Catedral de Sigüenza

De la catedral seguntina, a la que estos días estoy dedicando nuevas miradas, me llega un sonido grácil y apasionado, un rumor de voces que discuten y ríen, que discrepan y atestiguan. Es el sonido de las palabras que pronuncian los dieciséis personajes que se alzan en las enjutas de los arcos laterales de la antigua Sacristía Nueva, o “Sacristía de las Cabezas”, como ahora conocemos al espacio de luz y sombras en el que desde hace siglos esas figuras se esfuerzan por hablar y exponer sus razones. Vamos a darlas voz.

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Al entrar cualquier viajero a la catedral de Sigüenza, los monumentales pilares forrados de columnillas, los aros de capiteles, y las nervadas bóvedas captan su atención, y le dejan medio mudo. Luego, empieza a mirar detalles: las capillas, las rejas, los escudos, las tallas, los muebles… y empieza querer saber más de cada cosa. La esencia, el edificio, el espacio y la altura, son del siglo XII, y su estilo el románico de transición, con herencias cistercienses, con modismos languedocianos.

Pero nada de ello nos va a detener ahora. Vamos en directo al lugar donde hemos oído las fablas enardecidas. Vamos por la nave del evangelio adelante, llegando al crucero, dejando a la izquierda el altar de Santa Librada y el mausoleo de Fadrique de Portugal, para enseguida ponernos ante la puerta de madera tallada de su Sacristía, y penetrar en ella.

Sorpresa, desaliento ante el espacio inmenso, agobio de formas. La nave de esta sacristía, iluminada desde la derecha por una ventana alta y estrecha, pasa del claror a la oscuridad y nos atrapa. Tiene sus paredes flanqueadas por cuatro arcos que rehunden el muro. Cuatro a un lado y cuatro a otro, enfrentados. Y cada arco, tiene en su parte alta, entre las columnas y el semicírculo, dos medallones grandes y valientes: son las enjutas. Hay, por tanto, ocho arcos, enfrentados cuatro contra cuatro, y dos enjutas en cada uno. En total, dieciséis enjutas. Que se ponen, ahora mismo, a dejar hablar a sus ocupantes.

Pero antes, conviene describir, muy someramente, quienes son los personajes que pueblan esos medallones, trazados sobre el papel primero, y luego tallados sobre la dúctil piedra. Describo los arcos enfrentados, desde el primero, donde está la puerta de entrada, y frente a ella el acceso al Sagrario catedralicio, hasta el cuarto y último, junto a la ventana. Cada par de arcos tiene cuatro enjutas. Que entre ellas establecen un equilibrio y por lo tanto un diálogo. Ideada esta composición por algún canónigo humanista del primer tercio del siglo XVI, cuando el erasmismo abre sus caminos por Universidades y Seminarios. Y digo esto porque no es normal (hasta ese momento) que en un templo cristiano aparezcan ciertas representaciones que nada tienen que ver con el santoral y el dogma. Pero Lutero ha alzado su voz en Alemania pocos años antes, y en España es un hervidero de ideas e imágenes corriendo de fachada en fachada y de cátedra en cátedra. Aquí en Sigüenza es el Cabildo (con alguna idea ya bien pergeñada) el que llama a Alonso de Covarrubias, en 1532, y le pide que venga a diseñar un nuevo espacio en la girola. Exactamente la nueva la Sacristía. Y Covarrubias, con las ideas de los eclesiásticos, monta este espectáculo.

En el primer arco, las enjutas muestran a San San Juan Bautista y Santiago, el primero como Precursor de Cristo, y el segundo como primer apóstil que llega a España. En el arco de enfrente, aparecen San Pedro y San Pablo, también con sus atributos, pilares de la Iglesia creada por Cristo.

En el segundo arco, una mujer sin atributos, y un anciano desdentado. En el arco de enfrente, una niña y un joven barbilampiño. No hay que esforzarse mucho para reconocer las cuatro edades del hombre, el paso de la edad sobre el ser humano, aquí representado en hembras y varones: la niñez, la juventud, la edad adulta, la ancianidad.

En el tercer arco, una mujer joven y elegante, y un varón talludo. En el arco de enfrente, más de lo mismo, otro varón elegante y una matrona con cara de lista. Aquí me lanzo, y los interpreto como el eje de lo que en ese momento de humanismo pleno se tiene por esencia de la Revelación: una pareja de sibilas, y otra de profetas. Luego veremos quienes pueden ser. Pero ya me aventuro y los identifico con la Sibila Eritrea junto al profeta Sofonías, y con la Sibila Cumana junto al profeta Isaías.

En el cuarto arco, una mujer con trazos de reina, y que por su peinado exótico no es europea, escoltada por un rey o general tocado de un excepcional casco guerrero. En el arco de enfrente, otra mujer de elegantísimas trazas, y otro guerrero imperial. Son figuras del Antiguo Testamento, o de la Historia Gentil. Aventuro: Makeda, la reina de Saba, junto al rey Salomón. Y Zenobia, reina de Palmira, junto al emperador Aureliano, su captor.

Podríamos haber dejado esto en la simple descripción de personajes. Todos ellos tan bien diseñados y tallados, que por sí mismos constituyen un monumento, hasta ahora inapreciado. Pero en esto del examen de los viejos edificios, como en general en la inteprretación de cuanto nos rodea, es obligatorio “mojarse”, pensar, aventurar. Debemos poner a funcionar la maquinaria de la imaginación, entrenarla para que no se atrofie, y, en todo caso, echar mano de algunos conocimientos de esos que quedan cuando se nos ha olvidado lo que hemos aprendido. En resumen: que hay que esforzarse en salir de la rutina y la comodidad de ser espectadores, para aportar ideas, continuamente, aun a riesgo de equivocarnos.

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Simbolismo humanista

En estas dieciséis enjutas de la sacristía nueva de la catedral seguntina, hay sin duda un mensaje. Que solo quedó escrito en esos medallones. Y ello porque se suponía, cuando en 1532 se tallaron y pusieron, que cualquiera que los viera podría leer fácilmente su significado. Sin otro apoyo, y quinientos años después, en una sociedad bombardeada por otros mensajes ajenos, es muy difícil captar el significado, pero lo vamos a intentar.

De esos cuatro bloques de personajes, el primero de ellos, el que está sobre la puerta de entrada (o salida) y el sagrario, tiene muy fácil identificación. Es muy evidente: son los personajes que dan sustento a la Iglesia Católica. San Pedro, San Pablo, San Juan y Santiago. Identificados por sus atributos, y manifestando en mudo diálogo su valor sustantivo.

El segundo bloque es también claro y evidente: son las cuatro edades del hombre. Partiendo del mito que cuenta Platón en su “Político”, arribamos al clasicismo de Ovidio en sus “Metamorfosis” y concluimos en la cristiana interpretación de San Jerónimo: hay cuatro edades, en la historia (Oro, Plata, Bronce y Hierro) y en el ser humano (niñez, juventud, adultez, y senectud). Son, quizás, otra forma de explicar el misterio de la vida humana sobre la tierra.

El tercer bloque es obligado. En todos los monumentos religiosos españoles de la época (primera mitad del siglo XVI) se aplica una referencia evidente a la Revelación, con sus antecedentes proféticos en el Antiguo Testamento y en la Gentilidad. La unión de ambas edades o culturas se ratifica en el pensamiento humanista que surge del neoplatonismo de Marsilio Ficino. Cualquier ser humano, si ha sido “bueno”, o justo conforme a la Ley Natural, se salva, está incluido en la intención salvífica de Cristo, que se sacrifica y muere por todo el género humano, de cualquier época y condición. Así, no es raro ver juntas a las Sibilas y a los Profetas. En este bloque hay dos y dos: yo apuesto por la sibila Eritrea junto al profeta Sofonías, a los que se suele asociar en sus profecías, y por la sibila Cumana junto a Isaías (ambos hablan de “Ecce Virgo concipiet”). Así juntos, y enfrentados, aparecen sibilas y profetas en múltiples lugares (en Guadalajara mismo, en la capilla de Luis de Lucena, pero también en las procesiones del Corpus en Toledo, y en Sevilla, en aquellos años, o en El Salvador de Úbeda y en la capilla sixtina del Vaticano, que veinte años antes pinta Miguel Angel por encargo del papa Julio II). Tras el escrito de las Instituciones divinas de Lactancio, es San Agustín quien impone la comparación y equivalencia de Profetas y Sibilas.

El cuarto bloque nos entrega directa la imagen de la gentilidad, de los tiempos en que sin conocer aún a Cristo, los grandes personajes son espejo de virtudes. Así, el rey Salomón, rey de Israel, prefigura de Cristo, autor del “Cantar de los Cantares”, es visitado por Makeda, la reina de Saba, quien acude a visitarle tras largo viaje y le lleva especias, oro y piedras preciosas. Junto a ellos, otra pareja, que bien podría representar esa lucha o ambivalencia del Bien y el Mal, aunque desde la ejemplar gentilidad: Zenobia, reina de Palmira, en el desierto sirio, en el camino de Roma a Persia, victoriosa un día y finalmente prisionera y humillada por el emperador Aureliano.

¿Están hablando entre ellos? Sin duda. Sus rostros así lo manifiestan. No callan, sino que expresan. Cantan, gritan, susurran. Es difícil escucharlos. Analizar lo que dicen supondría, en cualquier caso, un ejercicio meramente literario. Para el que no valgo, aunque lo intente. Pero identificarlos, nombrarlos, admirarlos, ya es un ejercicio de imaginación y de apoyo a esta cultura tallada que nos ha quedado en todos los rincones. De la catedral de Sigüenza y de muchos otros edificios de nuestra provincia, de Castilla, en España toda. Creo que merece la pena pararse unos momentos a mirar estas enjutas, a escuchar su voz coral, a dejar volar la imaginación ante ellas.

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