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octubre, 2016:

Viajeros extranjeros por Guadalajara: Emilio Begin

beginDe los cientos de viajeros extranjeros que a lo largo de los siglos han discurrido por los caminos de nuestra provincia, algunos tan señalados como Hemingway, Cela, Rosmithal y John Ford son los que quizás han quedado como más fijos en el memorandum popular. Pero muchos otros, escritores y sabios, científicos de relieve y políticos, cruzaron nuestra tierra, y contaron lo que vieron.

Un de ellos fue Émile Bégin, francés, médico y viajero ilustre por toda Europa.

Nacido en 1802, en Metz, actuó como médico en diversas guerras quedando ya mayor a vivir en su ciudad natal, donde se dedicó al ejercicio de su profesión, y al estudio de las ciencias naturales y la literatura, constituyendo un claro ejemplo de europeo sabio y meticuloso. Allí fundó un periódico, diario, «L’indicateur de l’Est», que se publicó entre 1830 y 1832.

Más adelante, en 1850, se fue a vivir a Paris, donde se ocupó de diversas tareas culturales, como la participación en la comisión dedicada a reunir toda la correspondencia de Napoleon Bonaparte. Llegó a ser uno de los bibliotecarios de la Biblioteca Nacional, y fue recompensando con el nombramiento de académico por las instituciones de Metz, Dijon y Marsella. Nombrado Caballero de la Legión de Honor, en 1874, finalmente falleció, ya muy mayor, en 1888, habiendo vivido casi entero el convulso siglo XIX europeo.

Finalmente fue la historia la que le atrajo, aunque de Begin lo que más se ha recordado siempre han sido sus libros de viajes. El primero dedicado a su entorno, el «Voyage pittoresque en Suisse, en Savoie et sur les Alpes» y el que más nos interesa hoy, el “Voyage pittoresque en Espagne et en Portugal», ambos ilustrados por Rouar­ge Fréres y publicados en 1852. Dijo a propósito de esta obra su autor que la había escrito tras «una doble estancia, un doble viaje efectuado con veinticinco años de inter­valo», lo que nos explica que en su texto haya frecuentes comparaciones entre el presente y el pa­sado. Librepensador declarado, en todos sus escritos, pero especialmente en estos de viajes, Begin se muestra anticlerical y constata con placer la decadencia del fanatismo y de los prejuicios.

Es en el capítulo XLII de su “Viaje pintoresco por España y Portugal” donde se muestra su viaje de Madrid a Sigüenza y Medinaceli, incluyendo en él sus impresiones sobre Guadalajara y Alcalá de Henares. Le interesan mucho las personalidades y el arte, pasando como de puntillas sobre los demás temas. Este corto trasunto de Guadalajara y Sigüenza, que copio a continuación, sirve para expresar lo que a mediados del siglo XIX llamaba la atención a un intelectual francés, que recorría esta mísera –y sin embargo espléndida- España decadente, envolivendo sus impresiones con la romántica narrativa del asombro.

Su paso por Guadalajara

Aquí, el recuerdo de los Mendoza, los Médici de España, parece el único vencedor del olvido, aunque acompañado de numerosas ruinas, de numerosas degradaciones. Fue en este Palacio del Infantado, inmenso edificio en el que se mezclan los estilos griego, romano, morisco y gótico, donde nació el Carde­nal Mendoza, conocido por el nombre de Gran Cardenal; mora­da principesca, que ha ido decayendo desde el día en el que Francisco I la ocupara para asistir a las fiestas ofrecidas por el Duque del Infantado. Las salas más bellas, convertidas en tien­das, cortadas, transformadas, encaladas, presentan un aspecto de lo más triste. Prefiero bajar al fondo del panteón de esta or­gullosa familia antes que pasearme entre los jirones de su es­plendor; cerca de una tumba al menos las ruinas armonizan con la muerte; pero la elegancia decadente testimonia las vicisitu­des humanas, y nos confirma el sentimiento de desdén que me­rece la fortuna. 

La iglesia de San Miguel, antaño mezquita; la iglesia de San Esteban, la plaza de Santa María, completan, junto con el con­vento de San Francisco, la fisonomía monumental de esta villa, posiblemente incluso más triste que Alcalá, a pesar de su pobla­ción de siete mil almas, de sus recuerdos romanos, árabes y del pequeño río Henares que la baña. 

De mis recuerdos de Guadalajara, no olvidaré jamás la existencia suntuosa de los Mendoza, ministros, almirantes, pre­lados, de esas hierbas parásitas, de esos musgos que crecen en el seno mismo de una vivienda hasta hace poco aún ocupada por ellos; así como no podría pensar en la capilla de los Dávalos sin acordarme de una joven dormida, a la que parece que el tiempo haya tocado los ojos con la punta de sus alas para evi­tarle la visión de las miserias de aquí abajo; estatua graciosa, dormitante, apacible, a la que hay que tener cuidado de no des­pertar. 

Desde Guadalajara, una agradable ruta corta las llanuras fértiles de Brihuega, que antaño formaban un lago; después atraviesa la vieja ciudadela de Torija, bordea unas verdes coli­nas, cae en una llanura inmensa, monótona, para volver posteriormente a colinas encantadoras, antes de llegar a Medinaceli, antigua villa ducal.

Su paso por Sigüenza

La ciudad de Sigüenza, límite de Aragón y de Castilla, ocu­pa un lugar delicioso. Construida en la pendiente de una coli­na que domina el valle del Henares, parece prácticamente en­vuelta por un abrigo de piedra tallado por la Edad Media. Tanto el palacio episcopal, construido en el emplazamiento del antiguo Alcázar; como la catedral gótica y los campana­rios de varias iglesias, producen un bello efecto. Veinticuatro pilares sostienen la nave central de este inmenso santuario, en el que el arquitecto parece haber querido convidar al pue­blo entero a los festines piadosos del alma y de la inteligen­cia. Las sillas del gran coro, de ejecución muy cuidada, datan del año 1490. La capilla donde reposa Santa Librada; la tum­ba del obispo Fabricio de Portugal, su fundador; el retablo que representa los principales actos concernientes a la Santa y su ascensión; la capilla de Santa Catalina, con las tumbas de Martín Vázquez de Jesa y de Sancha, su mujer, de Martín Vázquez de Arce, del obispo Fernando de Arce; de un caba­llero de Santiago bien armado, son todos ellos objetos dignos de atraer la atención del viajero. En el presbiterio merecen una atención particular la estatua de un obispo de origen francés, Bernardo, primado de Toledo, y diversos monumen­tos funerarios muy antiguos. Citaremos también la capilla de San Francisco Javier, donde se encuentra la tumba del obispo Bravo; el pórtico de la sacristía; el relicario; el claustro, que fue terminado en 1507: estos monumentos precisarían de una descripción detallada, que los límites de nuestra obra nos prohíben.

En el colegio de los Jeronimianos, fundado por un Medina­celi, muerto en 1488 e inhumado en el crucero, se puede ver la tumba del obispo Bartolomé de Risova. No diremos nada, ni del claustro de este colegio, que es moderno, ni de varias cons­trucciones casi contemporáneas; pero no nos marcharemos de Sigüenza sin antes tributar los más justos elogios a la construc­ción de su acueducto, monumento digno del pueblo‑rey.

Unas líneas que servirán para recordar de nuevo esas bellezas y esos testimonios que a duras penas han llegado hasta el siglo XXI.

Pareja, villa de los sínodos diocesanos de Cuenca

Villa de Pareja y los sinodos diocesanos de Cuenca

Angel Montero Sánchez es el historiador que analiza Pareja desde otra perspectiva.

Si la última de mis colaboraciones en esta sección acerca de Pareja fue para celebrar la restauración del gran palacio de su plaza mayor, esta vez lo hago para aplaudir la edición de un libro de historia que ha escrito precisamente el promotor de esa restauración, y singular historiador de nuestra tierra, como es don Angel Montero Sánchez, quien tras muchos años dedicado a la enseñanza y a la investigación, nos entrega esta joya bibliográfica que pretende poner a Pareja en el candelero protagonista de la cultura alcarreña.

Los sínodos conquenses

Fue habitual, en todas las diócesis españolas, celebrar cada equis años, en alguno de los pueblos importantes de su territorio, reuniones de jerarquías eclesiásticas, presididas por su obispo, y a veces por otras autoridades de mayor rango, para ir modulando la legislación local y diocesana, en orden al mejor progreso y gobierno de sus asuntos, tanto espirituales como enconómicos.

Sería necesario hacer un repaso somero de la historia de la diócesis de Cuenca, y de sus obispos, que durante siglos fueron señores, en lo temporal y en lo espiritual, de esta parte de la Alcarria en la orilla izquierda del Tajo. El territorio de esta diócesis durante la Edad Media, y tras la toma por el reino de Castilla de la ciudad amurallada, fue muy amplio, concedido por los reyes cristianos. La diócesis de Cuenca se fundó por Bula de Lucio III en 1183, seis años después de ser reconquistada Cuenca por Alfonso VIII. Incluía en principio el territorio de tres diócesis visigodas anteriores: Segóbriga, Valeria y Ercávica. Sobre el solar de la mezquita, empezó a construirse la catedral dedicada a Santa María, en 1196. Los obispos eran designados, en los primeros tiempos, por el Rey de Castilla o el Primado de Toledo, pero a partir de la segunda mitad del siglo XIII ya se hizo en reunión capitular.

La diócesis abarcaba, todavía en la mitad del siglo XX, toda la provincia de Cuenca, y numerosos pueblos de Guadalajara, Valencia, Albacete y Toledo. Su centro era la Catedral, presidida por el Obispo, y la institución que se encargaba de regir la vida y actividad de la Catedral era el Cabildo, que estaba integrado por un conjunto de clérigos que recibían el nombre de dignidades y canónigos.

Los Sínodos Diocesanos, de los que trata este libro que acaba de aparecer, eran el instrumento de gobierno de la diócesis, en manos del Obispo. La mayoría de los numerosos sínodos diocesanos conquenses que tuvieron lugar en la historia de los pasados siglos, tuvieron lugar en Pareja. Los estudios sobre este aspecto del gobierno eclesiástico de las diócesis han suscitado últimamente muchos estudios, en todos los paises del occidente Cristiano. Este que tenemos ahora entre las manos es un estudio completo, exhaustivo y muy interesante de los Sínodos Diocesanos de Cuenca en la Villa de Pareja.

Los palacios de Pareja

Al llegar a Pareja (destino que es hoy pasajero para muchos, pero que en 1946 fue de pernoctación y comidas para Camilo José Cela, cuando armó para la posteridad el “Viaje a la Alcarria” que tanta fama le dio), lo primero que hace el visitante es admirar la contundencia urbana de su plaza mayor, y quizás –algunos que la conocieron- añorar la copuda presencia de su gran olma ya fenecida.

Además del Ayuntamiento, de casas y soportales, el edificio magno es el palacio que por su costado meridional la preside. Edificio que durante mucho tiempo, y por parte de muchos, estuvo considerado como el Palacio de los Obispos, por haber sido estos jerarcas religiosos los señores temporales, a más de espirituales, de la villa.

Sin embargo, este palacio, hoy restaurado, perteneció a una familia de ricos hacendados de la que progresivamente fueron saliendo letrados y gentes de estudio. Concretamente se debió su construcción a los Tenajas y Franco, oriundos de la Alcarria conquense, en la Hoya del Infantado.

El palacio está presidiendo la plaza mayor de la villa, ocupando por completo su costado de poniente, escoltado por dos calles. Ante él aparece la fuente de la plaza, y más adelante abre sus rama, todavía pequeñas, la nueva olma que llegará a centenaria. Ocupa el palacio una parcela de 420 m2 y la superficie del mismo, sumadas todas sus plantas, es de 1.300 m2. Tiene sótano, planta baja, planta principal y planta abuhardillada bajo cubierta de madera vista.

La fachada principal que se abre a la plaza, tiene un trazado de proporciones neoclásicas: se genera a partir de un eje central marcado por el pórtico de acceso y el gran escudo esculpido en la parte superior de la fachada, sobre el dintel de su balcón central. Simétricamente a este eje se sitúan cuatro grandes huecos en planta baja, y otros cuatro balcones en la planta principal. En la parte superior de la fachada aparecen pequeños huecos de iluminación de la buhardilla y una mansarda central. Se remata con una línea de cornisa formada por moldura labrada en piedra. Todos los huecos están enmarcados en piedra natural del país.

El estilo, composición, y materiales, además de la clarísima inscripción del escudo de fachada, fechan este palacio en 1786. Es de gran empaque su parte posterior, que se abre sobre un gran patio, que tiene acceso independiente para los antiguos carruajes. Abierta a la solana y con vistas a la iglesia parroquial, vemos que esta fachada posterior sigue un esquema similar a la principal, destacando en ella una solana de madera desde donde se contempla una completa visión de la iglesia parroquial. En ambas fachadas, los materiales que las constituyen son aparejo enfoscado y revocado, mostrando bien tallados sillares en las esquinas y aleros, y piedra natural tallada en los recercos de los huecos.

Aunque solo son suposiciones, podría ser autor de las trazas de este palacio el arquitecto del obispado de Cuenca en esos años de finales del siglo XVIII, don Mateo López, natural de Iniesta, académico que fue de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, y autor de otros palacios, casonas y capillas en la catedral y obispado de Cuenca.

Pero no fue aquí donde los obispos tuvieron su sede, sino en la plaza de Abajo, o de Palacio, en el costado norte de la villa. Donde hoy se alza un bloque de pisos, y donde aún quedan, en vestigios mínimos, y algún escudo suelto y aprovechado, las memorias de los obispos conquenses, que se refugiaban en esta zona que era palacio fortificado, lugar de descanso y de defensa. Fue en ese lugar, hoy ya desaparecido y completamente desubicado, donde los Obispos de Cuenca celebraron en numerosas ocasiones sus solemnes sínodos. Más arriba, en la plaza ahora mayor, y entonces concejil, solo se hacían tratos, se encontraba la gente, se rumoreaban futuros. Era una plaza de pueblo, no un espacio cortesano. Los dos polos entre los que Pareja ha vivido durante siglos.

La plaza de Pareja

La plaza mayor de Pareja, que es de un evidente corte ilustrado, y que fue creada a comienzos del siglo XVIII con una estructura limpia y lógica, se vio dotada de un edificio para Concejo, otro para palacio del labrador hidalgo más rico del lugar, Juan de Benito Hermosilla, unas casas soportaladas para albergar las tiendas y los estancos, y en su costado occidental el palacio de los también labradores ricos e hidalgos a la sazón comandados por Miguel Tenajas Franco. En el centro, una fuente y una olma, como durante muchos años hemos visto…

A la vista de la estructura de la plaza y de su evolución en los últimos siglos, resulta que el palacio rehabilitado, y destinado a mejorar con su elegante prestancia la plaza de Pareja, fue desde su inicio casa residencia del linaje de los Tenajas. Ilustrados, estudiosos, poderosos y con iniciativas. Ellos y su vecino de Benito fueron los creadores, a principios del siglo XIX, de la Sociedad Agraria de Pareja, institución en la línea de las Reales Sociedades de Amigos del País, motor socio-económico de las reformas ilustradas de los primeros Borbones, y de la que don Angel Montero Sánchez tiene escrita su historia completa, que sería también muy de aplaudir su edición.

El libro y su autor

La villa de Pareja tiene una larga historia, que estudiaron en su día Víctor Ricote Redruejo y Marcos González López por encargo del entonces alcalde Francisco López Roncero, y la dejaron plasmada en un libro titulado “Historia de la Villa de Pareja” que ofreció datos interesantes y nuevos, reorganizó toda la información que sobre la villa y sus señores, los obispos de Cuenca, existía dispersa.

El nuevo libro que ahora aparece sobre Pareja y su historia, viene definido por la siguiente ficha: Montero Sánchez, Angel: “Pareja. Villa de los sínodos diocesanos de Cuenca”. Aache Ediciones. Guadalajara 2016. Colección “Tierra de Guadalajara” nº 97. 144 páginas, ilustraciones a color. ISBN 978-84-92886-91-3. P.V.P.: 12 €.

Esta obra consta de una amplia introducción, que corre a mi cargo, acerca de la historia y el patrimonio de Pareja, apareciendo después en orden cronológico el estudio y referencia a los nada menos que 23 sínodos que la Diócesis de Cuenca con sus obispos a la cabeza celebraron en Pareja entre los siglos XIV al XX, con gráficos que representan los libros de actas, personajes que acudieron y decisiones que se tomaron.

Después de leer esta relación de gentes y de hechos que afectan a Pareja, villa monumental y siempre vigilante sobre el valle del Tajo, todavía asombrado al comprobar los notables concilios aquí habidos, es de justicia felicitar al autor del estudio y animarle a seguir en la investigación de estos temas relativos a la villa de Pareja, en el corazón de la Alcarria.

En cuanto al autor, puedo decir que es don Angel Montero Sánchez una personalidad de la enseñanza y la investigación. Hasta ahora apenas conocido entre nosotros, pero que conviene airear tanto su retrato como su semblanza, porque con gente así conseguimos que la Alcarria recupere su voz y sus esencias.

Angel Montero nació en Arenas de San Pedro (Ávila) en 1934, habiendo cursado estudios secundarios en el Seminario Conciliar de su pueblo natal, y el Bachillerato en Ávila. Dedicado siempre a la enseñanza, llegó a fundar un Colegio en Caracas (Venezuela). Como investigador de la historia y el arte hispanos, ha hecho estudios sobre la obra de Francisco de Goya, sobre las Guerras de Flandes, con especial dedicación a la obra del protonotario Francisco de Humara, así como numerosos estudios sobre patrimonio industrial en Pozuelo de Alarcón (las tenerías) y sobre la Real Sociedad Agraria de Pareja.

Tras haber adquirido y restaurado el gran palacio de los Tinajas, en la villa alcarreña de Pareja, ha dedicado largas jornadas al estudio de la historia de esta villa en su relación con los obispos de Cuenca, señores seculares de la misma, resultando de ellas el libro que ahora aparece, un estudio completo de los Sínodos conquenses en territorio alcarreño.

La catedral de Sigüenza, vivero de artistas

Pulpito de Mendoza en la catedral de Sigüenza

Púlpito de Mendoza en la Catedral de Sigüenza

Nombres como los de Rodrigo de Holanda, Mateo Alemán, Juan Francés o Jorge Inglés, aparecen entre los artistas que en una u otra materia (cristaleros, tallistas, rejeros o pintores) trabajaron en la catedral de Sigüenza. Ese es un mínimo dato que nos orienta hacia la internacionalización de los intervinientes en su construcción. Pero analizamos de qué partes de España venían los demás, nos daremos cuenta de que esta catedral fue hecha por las manos de gentes de muy diferentes procedencias.

No sólo mecenas, sino también arquitectos, diseñadores y artistas precisó la catedral de Sigüenza para completar, a lo largo de los siglos, su definitiva estampa. Recordaremos aquí, en forzado resumen, algunos de los más relevantes, aunque es obligado decir que fueron legión quienes la hicieron posible, y más numerosos aquéllos de los que no ha quedado ni siquiera el nombre que éstos de los que tenemos concretas referencias.

En los siglos medievales, en los que el cuerpo del templo adquiere su forma y medida finales, muchos maestros pasan y desaparecen. Desde el tracista inicial, a los jefes de taller, arquitectos, canteros, maestros de obras, etc., muchos de ellos venidos de Aquitania y el Languedoc, nadie dejó impreso su nombre en los documentos. Solamente en 1318 encontramos referencia a un Johan Dominguez que actúa como maestro de obra.

Ya en los inicios del Renacimiento comienzan a encontrarse nombres propios. Y así tenemos el del maestro Rodrigo Alemán, plenamente gótico, que entre 1488 y 1492 trabaja en Sigüenza tallando las primeras sillas del Coro y muy posiblemente el púlpito de la Epístola. Este artista, de clara formación centroeuropea, fue autor poco después, a partir de 1492, de la sillería baja del Coro catedralicio de Toledo, y aún de las sillerías de Ciudad Rodrigo y Plasencia.

Otro de los artistas señeros que dejaron su impronta en el templo seguntino fue el toledano Alonso de Covarrubias, que aquí trabajó desde 1515 (en la capilla de los Zayas), haciendo en 1517 un balaustre de una pila, y algunas tallas (hay quien dice que fue el autor de las trazas) para el retablo de Santa Librada. A partir de 1532 hizo el proyecto y dirigió durante dos años el inicio de las obras de la Sacristía Mayor o Sacristía de las Cabezas. Todavía en 1569 el Cabildo pedía a Alonso de Covarrubias, por quien sentía admiración, que viniera a la ciudad a diseñar y dirigir las obras de la girola.

Del Renacimiento pleno es representante Juan de Soreda, pintor aragonés que para la catedral seguntina hizo una gran tabla del Descendimiento (hoy conservada en la sacristía de Santa Librada) y las tablas representando el martirio de esta Santa patrona en su retablo del crucero. Su intervención está fechada entre 1525 y 1526. Poco después pintó con Juan de Arteaga un retablo para la capilla de la Concepción (luego destinada a librería del Cabildo). A Soreda atribuimos los profetas y sibilas que procedentes de una predela de altar se conservan hoy en la parroquia de Bochones y en el Museo Parroquial de Atienza (estos últimos atribuidos durante mucho tiempo a Berruguete).

Juan Francés, a quien calificaron en su tiempo Maestro Maior de las obras de fierro en España, vino de Toledo a realizar numerosas rejas en Sigüenza. Lo más granado de su producción se encuentra en este templo, donde entre otras dejó lo mejor de su arte en las de la capilla de San Pedro, de San Juan y Santa Catalina, de la Anunciación, del enterramiento de Santa Librada en su altar del crucero, etc. Son obras del primer cuarto del siglo XVI.

El seguntino, de origen holandés, Martín de Vandoma, es otro de los grandes artistas que ha dejado multiplicada su impronta por esta catedral. Dirigió la obra, ya en su conclusión, de la Sacristía Mayor, cuando la dejaron los Durango, concretamente de 1554 a 1563, y talló sobre el alabastro el magnífico púlpito del Evangelio, de 1572 a 1573.

Todavía una pléyade de artistas cabría citar en los años del comedio del siglo XVI: desde el escultor Miguel de Aleas, que hace el altarcillo de la Virgen de la Leche, en el crucero, a Francisco de Baeza, que traza y dirige la portada de la capilla de San Pedro; desde maese Pierres, que talla en nogal la puerta de la Sacristía, llena de santas vírgenes, a Sebastián de Almonacid, que trabaja en las tallas del altar de Santa Librada (y a quien por algunos se ha atribuido la estatua yacente de Martín Vazquez «el Doncel»). Aún destaca de entre éllos Giraldo de Merlo, que a inicios del siglo XVII, concretamente entre 1609 y 1611, dirige y ejecuta el gran retablo de la capilla mayor, en un estilo ya plenamente manierista.

Arquitectos como Juan Vélez, director de las obras de la girola, y escultores como el madrileño Juan de Lobera, que ejecuta el altar del trascoro, deben ser destacados. Y artífices como los organeros Cristóbal Cortijo, Gonzalo de Córdoba y Domingo de Mendoza, autores de algunos de los varios órganos de la catedral.

Finalmente, es justo citar a los artistas contemporáneos que han dejado también su huella en este templo. Sería el primero Antonio Labrada Chércoles (Sigüenza, 1914-Madid, 1975) arquitecto director de las obras de restauración de la catedral tras la Guerra Civil española. El escultor segoviano Florentino Trapero (1893-1977) que en esa misma ocasión se encargó de restaurar el retablo mayor, el enterramiento de don Fadrique, el retablo de Santa Librada, y el púlpito del Evangelio, entre otras cosas. El también escultor aragonés Angel Bayod Usón, autor del enterramiento del obispo don Eustaquio Nieto y Martín, asesinado en 1936 y depositado en la capilla de la Anunciación. Y el pintor Constantino Casado que en 1989 ha realizado el gran cuadro Alabanza a Dios a través de la música, colocado en el altar de Santa Cecilia de la nave de la epístola. Incluso el arquitecto José Juste Ballesta ha sido el director supervisor de las obras de consolidación que se han llevado a cabo en los últimos años, especialmente en el claustro. Todos éllos son prueba de la vitalidad que un templo de estas características continúa teniendo en el imparable curso de los siglos.

Estoy seguro que (aunque ellos ya no puedan vanagloriarse de su trayectoria) todos cuantos intervinieron en la realización de la catedral seguntina se fueron muy satisfechos de su actuación. Lo que no darían los artistas de hoy por conseguir que sus obras permanecieran en los anales del templo…

Maestros montañeses en la tierra de Guadalajara

Claustro del monasterio de Sopetran

El claustro del monasterio de Sopetrán fue tallado por maestros montañeses de la Junta de Voto.

Muchas de las iglesias levantadas en siglos pasados por los pueblos de Guadalajara, fueron diseñadas y construidas por artistas, arquitectos y canteros venidos de Cantabria. Es sorprendente ver cuántos, y de qué calidad, fueron todos ellos. Aquí repasamos sus nombres y sus obras, porque seguro que a muchos lectores interesan estos datos.

De los numerosos estudios que se han realizado hasta ahora sobre canteros y maestros venidos de la Montaña santanderina a las mesetas castellanas, destacaría uno fundamental, la tesis de licenciatura de Begoña Alonso Ruiz, titulada “El arte de la cantería. Los maestros trasmeranos de la Junta de Voto”, publicada en 1999 por la Universidad de Cantabria.

Mucho antes, el historiador F. Sojo y Lomba, en 1935, publicó su estudio sobre “Los maestros de Trasmiera”, y ya más en concreto sobre Guadalajara la intervención de M.A. Muñoz Jiménez titulada “Maestros de obra montañeses en la provincia de Guadalajara” y publicada en la Revista “Altamira” en el número XLIV fue fundamental. También son de gran interés los datos, escuetos, pero significativos, que Pedro Ruiz Ateca aporta en sus estudios sobre el mismo tema en la página web www.juntadevoto.com. Y más recientemente, en obra capital para conocer el arte de nuestra provincia, el estudio en dos tomos titulado “La arquitectura barroca en la antigua diócesis de Sigüenza” firmada por don Juan Antonio Marco Martínez. De todos estos elementos proceden, muy resumidos, los datos que aporto a mis lectores esta semana.

La Trasmiera es una comarca de la Montaña Santanderina, que se extiende en torno al río Miera, al este de la bahía de Santander. Es un país a medias marítimo a medias continental, formado por abruptas montañas y ondulantes prados siempre verdes. Aislados de los límites del poder, en la Edad Media sus habitantes no tenían más opción que emigrar a la Castilla central, a buscarse la vida. Eso hicieron muchos canteros, especialistas de la talla de piedra que progresivamente aprendieron todas las técnicas de construcción y llegaron a ser afamados arquitectos y maestros de obra. Su escuela, la propia familia, los vecinos, el grupo muy cerrado que en forma de “cuadrillas” o de “partidas” se animaban, se ayudaban y se colocaban en todas partes. Quizás el famoso de estos cántabros arquitectos fue Juan de Herrera, a quien el rey Felipe II le nombró su arquitecto real y le encargó la construcción del monasterio de El Escorial. Pero a través de él, de sus amigos y familiares, de sus relaciones en la Trasmiera, vinieron muchos otros artesanos y canteros a Castilla, dejando su ingenio y su arte por todas partes plasmado. A Guadalajara, por supuesto, vinieron muchísimos, como luego veremos.

Los canteros de la Trasmiera venían de diversos pueblecitos cántabors. Especialmente de Ruesga, Rasines, Liendo, Guriezo y Bárcena de Cicero. Pero, sobre todo, de la Junta de Voto, uno de los cinco lugares o “juntas” que configuraron la Merindad de Trasmiera, y que se sitúa concretamente en el valle de Aras. De allí procedía Rodrigo Gil de Hontañón, quien centró su actividad en Alcalá de Henares (es el autor genial de la fachada de su Universidad), viniendo con él otros grupos familiares como los Alvarado, Naveda, Sisniega, Ribero, etc.

Los espacios en los que más se centra la tarea constructiva de los hombres de la Trasmiera es Palencia y Valladolid en la Meseta Norte, y Madrid-El Escorial-Guadalajara en la Sur. Por ir mencionando algunos nombres, debemos comenzar con Juan Sánchez del Pozo, a quien vemos en Guadalajara desde 1526, siendo nombrado en 1572 maestro mayor de la catedral de Sigüenza, pasando luego al Escorial. En torno a la figura de Gil de Hontañón, en la Universidad de Alcalá de Henares vemos a Nicolás de Ribero, personaje fundamental para entender acontecimientos posteriores y que aglutina en torno a sí a prometedoras figuras. Sabemos que compaginó tareas de cantería y escultura, desde comienzos del siglo XVI. En 1531-38 trabajan en Alcalá junto a Ribero las figuras de Pedro de Llánez, García de la Riba y Juan de Ribero.

La mayoría de las obras de cantería realizadas en Guadalajara durante los siglos XVI y XVII fueron adjudicadas a maestros canteros trasmeranos, siendo los de la Junta de Voto los que aparecen documentados en mayor número de obras tanto religiosas como civiles, según nos refiere Marco Martínez. A lo largo de esos dos siglos, llegan a ser cinco maestros trasmeranos quienes ocupan el puesto de Maestro Mayor de la Catedral de Sigüenza. Serían en concreto, los siguientes: Juan Juan Sánchez del Pozo, Juan Gutiérrez de Buega de la Sierra, Juan de Ribero Rada, Juan de Ballesteros, y Juan Ramos.

En Alcalá de Henares es mayoritaria la presencia de estos maestros canteros y arquitectos. Primero en torno a Rodrigo Gil de Hontañón, y luego en El Escorial junto a Juan de Herrera. Encontramos los nombres de Juan de Ribero y sus discípulos Ballesteros y Bocerraiz. Concretamente de Juan de Ribero es muy relevante la faceta de tracista, que se combina con la de erudito en arquitectura, intelectual y humanista, aunque debemos reconocer que su papel formador no tiene tanta relevancia como el de Nates. Sobre estos dos pilares esencuales, Nates y Ribero se sustenta la labor de los artífices de la Junta de Voto, viniendo la mayoría de sus familiares y discípulos de dos lugares cercanos: Secadura y Rada.

 

La obra de los trasmeranos en Guadalajara

 

Simplemente poniendo una relación de lugares, obras y años en los que intervinieron maestros de la Junta de Voto en tierra de Guadalajara, nos podemos hacer una idea de la potencia de su taller, de sus ideas modernizadoras y la inmensa riada de dinero que desde la iglesia y el obispado se dejó discurrir para mejorar el ámbito arquitectónico, tanto eclesiástico como civil.

 

En Algora, hacia 1573 García de la Carrera construye la iglesia parroquial de San Vicente.

En Alovera, entre 1569 y 1587, Nicolás de Ribero dirige la obra de la iglesia parroquial de San Miguel.

En Auñón, en 1526, Juan Sánchez del Pozo hizo las basas de la torre de la iglesia de San Juan Bautista.

En Atienza, en 1184, Juan Ramos de Secadura traza la iglesia de San Juan de Mercado.

En El Casar en 1597, Juan de Ballesteros contrata reparaciones de la iglesia parroquial.

En Chiloeches, en 1569, Pedro de Medinilla termina la torre de la iglesia parroquial de Santa Eulalia y en 1570 Nicolás de Ribero construye la capilla nueva de Santa Eulalia, que continúa su sobrino Juan de Ballesteros.

Incluso en los años finales de ese siglo, vuelve a aparecer con su hijo Valentín de Ballesteros haciendo reformas.

La iglesia de El Olivar es onra completa y directa de Pedro de Bocerráiz entre 1570 y 1580.

En Escariche, hacia 1559, Juan de Bocerráiz termina la construcción de su iglesia parroquial y en 1594 su hijo Pedro se encarga de la sacristía.

En Fuentelviejo, en 1572, Francisco de Navidad dirige las obras de la iglesia parroquial de San Miguel.

En Gajanejos, en 1588, Juan de Buega tenía el encargo de la iglesia de San Pedro apóstol.

Ya en Guadalajara capital vemos a diversos miembros de este grupo actuar. Así en 1566, Juan de Ballesteros renueva la fachada del desaparecido palacio de dpn Francisco Álvarez Jiménez. En 1571, Pedro de Medinilla trabaja en la reforma del palacio del Infantado. En 1573, Nicolás de Ribero y Juan de Ballesteros rematan la obra de la iglesia del convento de Nuestra Señora de los Remedios. En 1625, Gerónimo de Buelga contrata parte de la obra de las Carmelitas descalzas de San José.

Será en Horche, en el último tercio del siglo XVI, donde Pedro de Medinilla recibió el encargo de construir la picota en la plaza Mayor.

En Humanes Juan de Ballesteros intervino en la construcción de la iglesia parroquial de San Esteban.

En Imón, en 1588 Juan de Buega de la Sierra tenía obra en la iglesia de la Asunción de Nuestra Señora.

Y en Lupiana, en 1601, García de Alvarado contrató la obra de cantería de las tres pandas que quedaban por hacer del claustro principal del monasterio jerónimo de San Bartolomé, obra que comparte con Pedro de Bocerraíz.

En Málaga de Fresno se atribuye a Pedro de Medinilla el inicio de la obra la cabecera de la iglesia, cuya construcción sigue Juan de Ballesteros en 1574.

En Marchamalo, en 1567, Pedro de Medinilla se hace cargo de la construcción de la iglesia parroquial. Y en 1582 es Juan de Ballesteros quien contrata la sacristía.

En Miralrío, en 1588, Juan de Buega de la Sierra trabajaba en la construcción de la iglesia de San Jorge.

En Mondéjar, en 1556, Juan de Bocerráiz construye la sacristía de la iglesia parroquial de Santa María Magdalena, cuya traza le atribuyen algunos.

En Pastrana, es Bartolomé de Navidad quien en 1631dirige las obras del colegio de San Buenaventura.

La obra de cantería de la iglesia campiñera de Quer la hacen en 1571, Pedro de Medinilla y Juan de Ballesteros.

En la ciudad de Sigüenza, meca de los artistas y arquitectos durante los siglos XVI y XVII, son numerosas las obras protagonizadas por los trasmeranos de Voto. En 1572, Juan Sánchez del Pozo es nombrado maestro de las obras de la catedral, y allí dirige la construcción de la girola, y en ella la portada de la sacristía mayor.

Juan Gutiérrez de Buega de la Sierra es maestro de obras de la catedral desde 1578 a 1598, realizando la girola, que luego continuaría Juan de Ballesteros. Y como obra civil mencionar que en 1587 Juan de Buega de la Sierra traza el puente sobre el río Vadillo. El patio del hospital de San Mateo es de 1588 a cargo de los hermanos Juan y Bartolomé de Buega de la Sierra, y en 1603 Juan Ramos de Secadura termina la construcción del convento e iglesia de los Carmelitas Descalzos de San José, donde anteriormente había trabajado Diego de Morote.

En Tendilla, hacia 1606, Juan Ortega de Alvarado intervino en la construcción del convento jerónimo de Santa Ana. Y a Juan García de Alvarado, su pariente, se le atribuye en esos años la construcción del renovado monasterio de la Salceda. En Torre del Burgo, en 1624, Juan de Buega de la Sierra dirige las obras del claustro del monasterio de Sopetrán, y en Uceda, entre 1553 y 1575 son Juan de Pozo y luego su hijo Fernando quienes dirigen la construcción de la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Varga.

 

En la villa mendocina de Yunquera de Henares hay mucha actividad de los trasmeranos en esos siglos. Hacia 1625, Juan de Buega de la Sierra traza la capilla mayor de la iglesia.Y antes, entre 1559 y 1584, Nicolás de Ribero dirigió las obras de la gran iglesia, cuyas trazas algunos le atribuyen. En 1569, todavía, a Nicolás de Ribero se le atribuye la construcción de un molino harinero, en cuyo tema eran también muy peritos los “masones” o hermanos constructores de la Junta de Voto de la Trasmiera cántabra