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julio, 2016:

Armas y colores para Molina de Aragón

01_Armas_primitivas_de_Molina_de_AragonHace unos 20 años publiqué un libro sobre “Heraldica Molinesa” que se agotó pronto, porque al parecer hay todavía mucha gente interesada en los temas de la emblemática personal e institucional. Guadalajara es uno de esos territorios en los que los escudos y tallas sobre piedra continúan siendo abundantes, y siempre gusta rememorarlos, describirlos y descubrirlos incluso. Aquel libro está ahora en proceso de reedición, y el interés que muchos mostraron entonces por el escudo de Molina de Aragón vuelve en estas líneas a manifestarse.

La heráldica es una ciencia que ha de ser, todavía hoy, escuchada y estudiada, para en ella y en sus arcanos entresijos encontrar razón cierta de muchas trazas y andanzas de los pasados siglos. En ella están escondidos nombres, leyendas, historias y biografías que, desde la piedra y el color de sus metales y emblemáticos decires, parecen deshacerse en expresión latiente hacia nosotros. Toda la tierra de Guadalajara, para quien desee conocerla en su anchura y altura ultimas, esta plena­mente cuajada de escudos, de blasones que por portaladas y ente­rramientos hablan de otras épocas.

Vamos a tomar en nuestras manos la razón de una ciudad, la de Molina de Aragón, y ver en su escudo, que con el devenir de los siglos se ha ido transformando, los pasos cru­ciales de su historia interesantísima. Repartido en antiguos sellos concejiles, documentos y piedras talladas, el escudo molinés ha ido evolucionando a lo largo de la historia, hasta llegar al que hoy utiliza oficialmente, sancionado por unas costumbres y una tradición, en emblemas y documentos oficiales. La descripción mejor, más solemne y pormenorizada, esta en las páginas de la Historia del Señorío que en el siglo XVII escribie­ra don Diego Sánchez de Portocarrero.

El primitivo escudo de Molina fueron dos ruedas de molino, en plata, sobre fondo azul. En los primeros tiempos, tras la reconquista del lugar a los árabes, usó por armas una sola rueda. De ese modo se veía en uno de los torreones del antiguo castillo de Cuenca, en el muro que daba al Huécar, en recuerdo del señalado papel que habían tenido los molineses, al mando del conde don Pedro, en el asalto y toma de Cuenca en 1177. También en algunos sellos antiguos de la ciudad se veía este escudo de una sola rueda, pues así lo adoptaron sus condes en los primeros tiempos de su dominación.

Algo después, concretamente en el siglo XIII, se añadió un nuevo elemento simbólico al emblema molinés. Concreta­mente en el primer cuarto de esa centuria se concertaron las bodas de doña Mafalda Manrrique, hija del tercer conde de Molina, con el infante de Castilla don Alonso, hijo del Rey Alfonso X el Sabio. Este entronque matrimonial supondría la incorporación, dos generaciones mas adelante, del Señorío molinés a la corona caste­llana. Tan trascendente hecho paso al blasón de Molina, y lo hizo en la forma concreta de un brazo armado, revestido del metal fuerte de la armadura, dorado todo el, del que emerge una mano de plata que sostiene entre sus dedos pulgar e índice un anillo de oro. Después de aquel entronque, y concretamente desde la boda de la señora Doña Maria de Molina con el rey Sancho IV el Bravo de Castilla, Molina paso a la corona castellana y es así que, aun hoy, el Rey de España es, además, señor de Molina, heredero directo de aquellos poderosos Laras que tuvieron en la roja altivez del castillo molinés su nido de águilas y su sede de cultura.

El tercer elemento de que consta el escudo de Molina, el más moderno, es una campana inferior en la que apare­cen cinco flores de lis, de oro, sobre campo de azul. Otorgó este añadido emblema el primero de los Borbones, el rey Felipe V, cuando fue sabedor de lo mucho que los vecinos de Molina habían trabajado y sufrido en la guerra de Sucesión, antes de su acceso al trono español. Ese símbolo tan francés, cual es la flor de lis, quedó añadido al castizo par de ruedas y al poderoso brazo anillado, como conjunción de fuerzas y de batallas en el largo devenir de una historia multisecular y plena de significados.

A lo largo del tiempo se han ido introduciendo pequeñas variantes, que se han ido admitiendo por el uso, pero que conviene ponderar y dejar en sus justos términos. Una de ellas es la de poner un cetro de oro en vez de una barra en el cuartel primero. Es otra la de colocar una sola flor de lis en la campana inferior, en vez de las cinco más comúnmente utilizadas. Y por fin cabe señalar la versión, equivocada a todas luces, de colocar una moneda entre los dedos de la mano de plata, obra de heraldistas poco conocedores del sustrato histórico del que pro­ceden las armas molinesas.

Finalmente, y para concretar tantas desperdigadas interpretaciones e inconexas reformas o versiones, el Ayuntamien­to de la Ciudad de Molina de Aragón decidió someter a sanción definitiva y oficial su blasón heráldico, pidiendo para ello previamente los informes de algunos relevantes heraldistas, y finalmente aceptando la versión definitiva que la Real Academia de la Historia aprobó en su sesión de 17 de enero de 1975. Así queda, en el idioma escueto y preciso de la ciencia del blasón, la estructura del de Molina de Aragón: escudo español, partido, de azur la barra de plata acompañada de dos ruedas de molino del mismo metal, y de azur un brazo defendido o armado de oro, la mano de plata, teniendo entre los dedos índice y pulgar un anillo de oro. En la punta, de azur, cinco flores de lis de oro, puestas en aspa. Al timbre, la corona real cerrada, símbolo de la actual monarquía hispana.

Una vez descrito el escudo de Molina, cabría aña­dir, como mera curiosidad, las interpretaciones que su historia­dor más concienzudo, Sánchez de Portocarrero, daba a sus dos primitivos emblemas, tomadas de autores clásicos y tratadistas de heráldica, de los que tanto proliferaron en la España del Siglo de Oro.

Así, dice en principio que las ruedas del molino aparecen como lógica representación del nombre del lugar: Molina. Pero aun pareciéndole corta esta sencilla interpretación, pasa a recordar como era este también el blasón de los Coralios, «nación belicosísima del Ponto», de los que Covarrubias, en su «Emble­mas», dice que hacían notar con este emblema «su igualdad y concordia en seguir las armas». También se refiere «a la costum­bre antigua del castigo de Ruedas o Muelas grandes de que usaban los señores con sus siervos», significando el implacable castigo que Molina propinaría a quien contra ella atentase. Finalmente, señala Sánchez de Portocarrero la significación de estas ruedas como «el valor y la constancia con que quebrantó Molina a los que se le opusieron o la invadieron, como suele la Rueda de Molino con los granos que intentan cercarla o impedir su progreso».

Para el otro símbolo, el brazo armado con un anillo en la mano, esgrime el libro 8 de las «Metamorfosis» de Apuleyo, en que utiliza la frase «Venire in manum», por casarse, tal como se usaba el rito del matrimonio entre los romanos: entregándose las manos. El mismo Sánchez de Portocarrero añadió la frase «Brachium Domini confortavit me», para señalar el poder del brazo de los señores molineses. Fernán Mexía, en su «Nobilia­rio», justifica el nombre que tuvo Molina «de los Caballeros», pues compara con ella a las manos, por ser estas las partes mas nobles del cuerpo, y aquellos, de la sociedad. Por otra parte, los romanos utilizaban el anillo como símbolo de la Nobleza, de la Lealtad y de la Fidelidad, y en este sentido amplía Sánchez Portocarrero el significado del escudo de Molina, del que termina diciendo: «Estas divisas están mostrando emphaticamente la Noble­za y Lealtad de Molina, su Religión, su Fortaleza y otras Vir­tudes«.

Es este el resumen, cuajado de emblemas y signifi­cados dispares, de una historia y un devenir que en Molina es denso y no tiene desperdicio. Tres momentos de su historia quedan reflejados en los tres cuarteles de su escudo. Una pieza que, ahora reluciendo en cada rincón de la ciudad, es expresiva de su grandeza.

Sigüenza en el tiempo

Bolarque

El cuadro del siglo XVII que nos muestra al detalle el Desierto carmelitano de Bolarque y su entorno. Es una de las mejores y más interesantes piezas de la exposición aTempora de Sigüenza.

Desde el pasado mes de junio, y hasta mediados de Octubre, está abierta en la Catedral de Sigüenza la exposición aTempora, una muestra altamente interesante que nos ofrece piezas de arte y fragmentos de historia, a través de unos caminos de acción y espiritualidad. Arte religioso, memorias civiles, y una explosión atractiva de datos y piezas vivas. De obligada visita.

En el centenario de Cervantes (y de Shakespeare, ya que los dos grandes escritores europeos murieron el mismo día, un 23 de abril de 1616) la Junta de Comunidades de Castilla La Mancha ha emprendido numerosas actividades para revitalizar la memoria del escritor complutense, pero con tantas raíces y destinos en la Mancha. Una de esas actividades ha sido montar una exposición grande, complicada, y muy visual, en el interior de la Catedral de Sigüenza. La idea inicial ha contado con numerosos apoyos, tanto del propio Cabildo catedralicio y Diócesis de Sigüenza-Guadalajara, como del Ayuntamiento de la Ciudad Mitrada, la Diputación Provincial, varias empresas y la fundación “Ciudad de Sigüenza”, encaminados todos a conseguir el éxito en la instalación y en la visita.

Lo primero de ello se ha cumplido, y con creces. Lo segundo, se va consiguiendo. Estará abierta hasta octubre, y lo mejor es ir ahora, en plena canícula, a visitarla, porque entre los muchos valores que tiene está el de disfrutar de un clima fresco y natural, el propio de los interiores catedralicios.

La zona azul

Dividida en dos partes, de visita sucesiva, aTempora muestra de una parte el contenido “civil” del centenario cervantino, y de otra su trasfondo “espiritual”. Son, sucesivamente, la zona azul y la zona roja de la exposición.

Comenzando por la entrada de San Valero hacia el claustro, el espectador se sume, como en un túnel que es algo más que virtual, en la memoria de un tiempo, el de los grandes hechos de la vida de Cervantes, desde mediados del siglo XVI a los comienzos del XVII.

Con un sentido didáctico, las salas van tomando nombres de su contenido, y en cada una se muestran piezas bien iluminadas con sus cartelas y explicaciones al lado. De tal modo que la exposición puede visitarse con guía (hay un grupo de entusiastas seguntinos y seguntinas que se han brindado todo el verano a cumplir este cometido) o por cuenta particular. Si antes se ha leído el Catálogo de la exposición, como confieso haber hecho, mejor que mejor, porque ya se puede valorar en su justo término cada espacio y cada pieza.

Imágenes de reyes y aristócratas en el espacio “El poder y su imagen” seguido de piezas que “negro sobre blanco” nos ofrecen libros, cartas, documentos y memorias escritas de los protagonistas. Más allá está los espacios dedicados a memorar la botica de San Mateo de Sigüenza, que tan alto papel cumplió en el cuidado de la salud de los seguntinos, y aspectos de la batalla de Lepanto, de las guerras de Italia o de los usos de los escritores, menesteres todos ellos en los que Miguel de Cervantes prestó con generosidad su propia biografía.

La zona roja

Dedicada a las piezas artísticas inspiradas por la religión. Al penetrar en las naves del templo, desde el Claustro, a través de la puerta del Jaspe, no solo una sensación de frescor percibimos, sino la sorpresa de la dimensionalidad del templo, cuyas bóvedas del crucero se alzan vertiginosas sobre el panel que alberga la serie de pinturas sobre cobre con representaciones del Génesis, a través de las cuales el hilo conductor nos lleva luego a la Sacristía “de las Cabezas” donde admiramos al detalle la riqueza de la orfebrería alcarreña, otros elementos sorprendentes como la imagen de la Virgen de la Salceda, el busto relicario de Santa Teresa y el “Divino Pastor” procedente del Museo seguntino. Todo ello en el marco del Sagrario, más allá de la reja mandada hacer por el Obispo Niño.

Sin quererlo la mirada se va a lo alto, y comprendemos que los antiguos supusieran allí, en el Cielo, la reunión de todos los buenos: de los antiguos héroes y de los modernos clérigos. Un monumento al humanismo neoplatónico esta sacristía de Covarrubias, con sus 300 cabezas (cristianos, moros y hebreros juntos) pregonando la generosidad del Salvador.

Siguiendo la girola del templo llegamos a la capilla del Doncel, y luego admiramos otras piezas, una talla de Giraldo, una vista en óleo del monasterio de Bolarque, el Cristo articulado de la Semana Santa seguntina, y al fin el Crucificado de Luis Tristán.

Piezas con sabor alcarreño

Si todo en aTempora es de interés, hay sin duda algunas cosas que me han llamado aún más la atención, porque nos las conocía y me han sorprendido por su valor y su impacto.

Una de ellas es el cuadro al óleo representando el antiguo Convento Desierto de Bolarque, levantado por los carmelitas pastraneros como origen de la Reforma de la Reforma (vale la repetición) y que aún hoy día sigue siendo oasis de los aventureros y los buscadores de ruinas casi transatlánticas.

Ese cuadro nos muestra, con una técnica naif, la visión que un fraile tuvo en el siglo XVIII de su convento, entonces vivo y dinámico, un lugar paradisiaco: sobre la orilla derecha del río Tajo, y bajo la protección de un orondo monte supercargado de vegetación, se ven los edificios del convento, que son fundamentalmente un convento grande y su aneja iglesia con espadaña, más la portada, y alrededor espacios de cultivo, como una viña y un colmenar (dedicación, la de la miel y las abejas, que fue emblemática de los carmelitas de este lugar), bancales de huertos, y muchas ermitas, dispersas entre la densa vegetación del pinar que lo engulle todo. Lástima que no conociera este cuadro en 1992 cuando escribí junto a Angel Luis Toledano Ibarra un libro monográfico sobre Bolarque, su historia y su patrimonio.

 

También son de destacar el grupo de cruces parroquiales que en vitrinas se muestran en el centro de la Sacristía de las Cabezas. Algunas proceden del Museo Diocesano, y son ya conocidas. Una es la gran Custodia de Guzmán, que ha sido restaurada y limpiada y luce como joya suprema.

De ese mismo autor, Gaspar de Guzmán, un orfebre de primera línea en la ciudad de Alcalá del pleno siglo XVI, es la cruz parroquial de La Puebla de Valles, que se me había ocultado hasta ahora a mis estudios.

A la belleza llamativa del conjunto de esta cruz, se añade un detalle exótico, no visto antes en la orfebrería española, cual es la presencia de la esfera armilar sobre el Cristo. En astronomía, a la esfera armilar se la conoce también como astrolabio esférico, siendo en realidad una esfera celeste que se utilizaba para mostrar el movimiento aparente de las estrellas alrededor de la Tierra y del Sol. La esfera armilar fue inventado por Eratóstenes hacia el 255 antes de Cristo, y su nombre procede del latín armilla (círculo, brazalete), en razón a que el instrumento está construido sobre un esqueleto de círculos graduados en los que aparecen el ecuador, la eclíptica y los meridianos y paralelos astronómicos. Muchos lo conocerán por ser hoy el escudo de la bandera de Portugal, en memoria de los grandes marinos y exploradores portugueses del Renacimiento. Sobre uno de los meridianos nos sorprende la aparición de tres signos del Zodiaco, concretamente Libra, Escorpión y Piscis, que nos están hablando del horóscopo de Cristo, de la fecha de su Pasión y Muerte. Los estudios y la popularidad que en el siglo XVI –más que hoy todavía- tenía el horóscopo, hace que cualquier cosa, incluso hechos históricos, se trataran de explicar a través de estas conjunciones de estrellas que se agrupan en las constelaciones del Zodiaco.

A esta cruz no le falta el símbolo del pelícano alimentando a sus crías, cristológico capital, más el sol y la luna. También aparece la frase “Mors mea vita vestra” en la esfera armilar, y entre todas las escenas y figuras, destaca la de Cristo, crucificado, una obra de arte sobre plata, mostrando un desnudo esbelto y apolíneo, con un paño de pureza de pliegues muy menudos. Solo por ver esta pieza ya merece la pena entrar a aTempora.

Tan cargado va el conjunto expositivo, que apenas si tengo tiempo de comentar lo que en la capilla de la Concepción nos espera. Aparte de su restauración, que ocurrió hace dos años y hoy se mantiene estupenda, aparece en el centro la llama viva del Greco en su “Encarnación” que tras ser traída y llevada, alabada y olvidada, hoy es clave del arte catedralicio. Y, junto a ella, los cuatro lienzos de Cristo y los Apóstoles procedentes del retablo o Apostolado de Armallones, que tras las vicisitudes sufridas (y que conté en mi artículo de “Nueva Alcarria” de 14 de febrero de 2014), se salvaron en el Museo del Prado. Aquí están los originales. Hay que disfrutar de sus solemnes posturas, de sus colores y formas, porque el Greco sigue presente en el emocionario hispano.

Procedentes del Museo Nacional de Artes Decorativas, donde no son masivas precisamente las visitas de nuestros paisanos, llegan varias piezas a Atempora que nos hablan de otro momento, de otro espacio capital de Sigüenza, su Hospital de San Mateo. A pesar de la desaparición durante la Guerra Civil del referido hospital (de origen medieval) y sus contenidos, algo se salvó, y fueron estos botes de la farmacia hospitalaria, preciosas piezas en cerámica esmaltada, pintada a pincel y torneada, en tonos azules principalmente, que ahora se muestran. Están hechos en Talavera de la Reina, hacia 1662, y se muestran en un espacio que parece hacer florecer un rincón de la farmacia, presidido por una talla en madera policromada de San Mateo, que ha sudo restaurado para la ocasión, tras llevar de acá para allá mucho tiempo en la catedral. El apóstol y evangelista es ayuda por un ángel a escribir en un infolio su aportación a la memoria de Cristo. Solo este rincón de aTempora, dedicado a la farmacia de la época de Cervantes, con sus estupendas piezas, forma por sí mismo una exposición monográfica.

Memoria de un Viaje a la Alcarria con Cela y Bernal

BERNALEl libro “Viaje a la Alcarria” escrito por Camilo José Cela durante el año 1946, tras su periplo real, caminero y averiguador, fue publicado al año siguiente, y desde entonces ha sido uno de los libros más conmemorados que se conocen. Un libro que todos hemos releído de vez en cuando, y en cuyas conmemoraciones nos hemos encontrado, de una u otra manera.

Una de esas aventuras conmemorativas, y quizás la primera, fue la que en 1972 se hizo, organizada por la Excmª Diputación Provincial de Guadalajara, presidida a la sazón por don Mariano Colmenar Huerta, para conmemorar, no ya el viaje, sino la publicación del libro. Hacía entonces 25 años de esa primera publicación, y la Diputación, que entonces contaba con un numeroso y entusiasta grupo de colaboradores culturales, se lanzó a memorar la obra celiana, con una serie apretada e interesante de actos, a los que se me ocurrió darle forma de crónica, que salió publicada en el semanario “Nueva Alcarria” de Guadalajara, a lo largo del mes de Octubre de ese año.

Los actos y viaje conmemorativo, se prepararon para los días 6 y 7 de octubre que eran viernes y sábado, respectivamente. Previamente, gentes que llevaban años laborando por la cultura, en Guadalajara, como eran Angel Montero Herreros, Manuel Revuelta, Miguel Lezcano, José Antonio Suárez de Puga, Rodríguez Villasante, Luis Rodrigo, y otros varios, se movieron en la preparación de la cena, las conferencias, el paseo por la provincia, la realización y colocación de las placas conmemorativas, y el encuentro con el autor, a quien se le trajo desde Palma de Mallorca, donde entonces residía.

De aquel viaje, que realicé junto a la comitiva oficial, pero por mi cuenta, y a lomos de un recién estrenado automóvil marca Seat modelo 600 E, guardé recuerdos, fotografías y amistades. Tan a lo libre como yo iban José Ramón López de los Mozos, Andrés Aberasturi, Jesús Campoamor, Dámaso Santos, Molleda, Javier Sanz Boixareu, Santiago de Luxán, y Alfredo Villaverde Gil. Contaba el evento con la presencia de quien ya entonces era una figura consolidada de la fotografía, presidente de la Agrupación Fotográfica de Guadalajara, incansable en su trabajo de retratar la realidad de nuestra tierra: Santiago Bernal Gutiérrez, quien en calidad de fotógrafo oficial iba, y por lo tanto con capacidad para decirle al futuro Nobel donde y cómo tenía que ponerse para sacar las fotografías con mejor perspectiva. Consejos que siguió Cela durante un rato, cansándose enseguida, y haciendo el viaje a su aire. Bernal tuvo entonces que seguirle a cualquier precio, y apañárselas como mejor pudo para tomar las fotografías que inmortalizaran aquel periplo.

Entre las autoridades, figuraba el presidente de la Diputación, Mariano Colmenar Huerta, y Francisco Cortijo Ayuso, médico todavía de Pastrana, a la sazón diputado provincial. Añadiéndose encantado el amigo de Cela, aspirante entonces a la Real Academia, y gran escritor y poeta siempre, José María Alonso Gamo. En cada pueblo se unieron los respectivos alcaldes y curas párrocos, y en cada plaza y puente se unieron entusiasmados, felices y curiosos, los habitantes de cada pueblo. Siendo Pastrana, con el señorío de amabilidad que caracteriza a sus gentes, la que más público aportó al evento.

El conjunto de conmemoraciones comenzó el viernes 6 de octubre con un acto literario en el salón de plenos de la Diputación Provincial, que estaba a rebosar de público, y en el que intervinieron, además de los amigos del escritor, quien en esos momentos pasaba por ser la luz más alta de la intelectualidad española, el médico, historiador, ensayista y antropólogo don Pedro Laín Entralgo, a quien pude saludar de nuevo, por haber sido alumno suyo un par de años antes y luego su pupilo en los cursos de Antropología de la Complutense. La conferencia de Laín, que tituló «Carta de un pedantón a un vagabundo por tierras de España» fue sin duda extraordinaria, hasta el punto de que al día siguiente la prensa de Madrid la calificó de sublime.

Tras las fotografías de rigor, estrechamientos de manos, y algún que otro abrazo sonoro, siguió la celebración con una cena en el Hernando, donde corrió el cabrito y se repartieron unas jarras de recuerdo, bastas y alfareras, con el letrero en ellas grabado de “XXV Aniversario del Viaje a la Alcarria”.

Al día siguiente, sábado ya, 7 de octubre, comenzó el viaje por la Alcarria que supuso un ir y venir imparable, y casi a matacaballo, por los pueblos por los que pasó el caminante Cela veinticinco años antes. Feliz se le veía a la puerta del parador de Torija, donde se tiró del cordel que descubría la primera placa, y donde subió a la habitación que le acogió antaño y allí se retrató junto a la cama de dorado cabecero con los dueños, ya ancianos, de la posada.

Siguió la comitiva a Brihuega, y de allí a Cifuentes, bajando después a Gárgoles, donde paramos todos ante el parador, aquel donde Cela se entretuvo en mirar los dos perros (el uno galgo triste y el otro barbudo inquieto) que le acompañaron durante su afeitado y su comida luego. De allí a Trillo, a la puerta de cuya vieja posada sucedió el hecho de que Camilo colocara un orinal que había comprado antes en Brihuega sobre la cabeza de Alonso Gamo, cuando este acabó de leer un párrafo del libro.

Porque eso fuimos haciendo, unos aquí, y otros allá, por las diversas localidades que visitamos. Leyendo fragmentos del “Viaje a la Alcarria” en sus contextos específicos. En Budia se rodeó Camilo de las gentes del pueblo, y junto con Colmenar, Lezcano y Villasante visitó la vieja cárcel y oscuro cuartucho donde pasó la noche por invitación expresa de su alcalde. Todos probamos los ricos crispines de la localidad, y de allí seguimos a Pareja, a La Puerta luego, pasando después por Sacedón, Tendilla, llegando finalmente a Zorita y Pastrana, donde acabó la jornada, agotadora pero feliz.

Aquella jornada, alegre y desenfadada, que afortunadamente guardo todavía entera en mi memoria (que es el mejor dico duro que hasta ahora se ha inventado), estuvo presente, sin parar un minuto, Santiago Bernal Gutiérrez, con su máquina Rolleiflex (o sea, de las de carrete) en las manos, retratando todo lo que se movía. La Diputación Provincial ha sacado ahora, en este aniversario, un catálogo con todas las fotografías ”bernalescas” de aquel entonces. Una gozada que aplaudo.

Las fotografías que entonces hizo Santiago quedaron guardas en los estuches de negativos de su archivo. Muy pocas llegaron a ser positivadas, y esas deprisa y corriendo, para cumplir el trámite de aparecer publicadas en alguna crónica o noticiero. La foto maravillosa que le hizo a Cela en una casa de Budia, ojeando un viejo libro manuscrito, mientras la anciana dueña parece fascinada o dormida junto al escritor, ha sido una de las que hemos podido admirar desde hace tiempo, entre otras cosas porque el autor la positivó para servir de contraportada interna a su libro antológico “Santiago Bernal, mirada viva”.

Era esta la ocasión en que se podían salvar definitivamente aquellas imágenes, aquellos instantes que Bernal captó y que se quedaron prendidos y guardados en un oscuro cajón de un remoto escritorio. La Diputación Provincial, atenta siempre a ese rescate de lo culto, de lo sabio y de lo auténtico de nuestra tierra, ha querido participar en los fastos celianos con el rescate de estas imágenes hasta ahora inéditas de Santiago Bernal.

A quien contamos entre nosotros, cargado ya de años, sí, pero también crecido de honradez, de amistad y de sabiduría. No de dineros, porque este oficio de retratista, de notario de la realidad, de artista de las luces y las formas, de los encuadres y los perfiles, en blanco y negro además, desde los plásticos de los negativos antiguos, no da para enriquecerse. Pero sí para ganar amigos, admiradores y la fama justa que da el buen hacer y la medida.

Por eso esta colección de imágenes que ahora Diputación rescata del viejo baúl de Santiago Bernal, memoria de un viaje de amigos y devotos de la Alcarria, es un homenaje certero, grandioso incluso, que Guadalajara hace a la memoria de Camilo José Cela. Un aplauso que, con Bernal a la cabeza, todos damos al escritor gallego, al viajero de alcarrias, al amigo con quien todos disfrutamos y a quien convocamos de nuevo, con nuestro aplauso.

Banderas en el tiempo

Sigüenza_ATempora_Banderas_RestauradasLa exposición aTempora, que se abre en la catedral de Sigüenza desde el pasado mes, y lo seguirá estando hasta el próximo octubre, reúne más de trescientas piezas únicas del arte y la historia de España, y reconcilia a los viajeros con las esencias de esta tierra castellana. Un paseo por esta exposición que recomiendo sin ningún género de dudas.

De dos banderas, viejas y destartaladas, arrinconadas y polvorientas, surge esta aventura que ha cuajado en la gran exposición aTempora. Porque si finalmente la catedral de Sigüenza se abre para acoger una exposición temática (esta es en homenaje a Cervantes y Shakespeare) al estilo de las “Edades del Hombre” lo hace realmente como homenaje a dos banderas, que viejas y rotas se conservaban (como reliquias que eran de otras épocas) en una sala catedralicia.

Hace ya bastantes años, preparando con José Antonio Ferrer González y Victoria Ramírez Ruiz el libro sobre “Tapices y Textiles de Castilla-La Mancha”, tuve la oportunidad de ver en directo y fotografiar dos viejas banderas que nadie sabía de donde procedía. Estuvieron primero en la capilla del Doncel, colgadas de su muro occidental, cubiertas de polvo, y decían que habían sido tomadas al inglés en una batalla en el siglo XVI por don Sancho Bravo de Arce.

Cuando se hicieron trabajos de restauración y limpieza en la capilla de los Vázquez de Arce, las banderas se llevaron a la Sala Capitular donde se aontonaban otros elementos artísticos por clasificar y restaurar. Allí tuve la oportunidad de verlas y fotografiarlas. El canónigo don Juan Antonio Marco Martínez me dio la oportunidad de documentarlas gráficamente, tal como se ve en una de las fotografías que acompañan este texto.

Pero poco más se sabía de ellas. Casi ni se sabía de color eran, porque el tiempo que es devastador para con todos (y todas) lo es más todavía para con las telas, un tejido orgánico que tiene su vida tasada.

Ha sido una gran suerte que hace un par de años, y con motivo de las tareas de restauración de los tapices barrocos de la catedral, el Contra Almirante González-Aller se interesó por esas banderas que vio junto a los tappices, y como experto en la materia concluyó que se trataban de dos importantes y anriquísimas piezas que debían ser restauradas. La Fundación “Ciudad de Sigüenza”, el Ayuntamiento, el Cabildo Catedral y la Junta, en perfecta conjunción, han movido esa restauración que ha venido a ser el origen de esta exposición aTempora que acabo de visitar.

Las banderas de la Contra Armada

Fue sin embargo don Luis Gorrochategui, en su estudio sobre la Contra Armada inglesa que abrió como reacción a la Armada Invencible de Felipe II el dominio de los mares por parte de los británicos, quien identificó y valoró estas piezas.

La primera de ellas es más bien un pendón, consistente en un paño jironado de azul y blanco, sobre el que aparece un escudo heráldico muy simple, cuyo blasón sería “bandado de azul y plata” siendo la plata paño blanco en esta ocasión. Se ha identificado como armas del linaje de Ataide, que portaban en el siglo XVI los condes de Atouguia, con capital en la villa de Peniche, en la costa de Portugal, cerca de Lisboa.

Lugar este de Peniche donde desembarcaron las tropas inglesas (era el año 1589) que venían a atacar al Imperio español donde pensaban que era más sensible, en el recién incorporado reino de Portugal. Sin embargo, los españoles y portugueses se enfrentaron valientemente a las tropas de Norreys y de Francis Drake, infringiéndoles una severa derrota, y tomándoles sus banderas, de las cuales el seguntino Sancho Bravo de Laguna (descendiente del Doncel) se quedó con dos, y se encargó de guardarlas y de llevarlas, como un trofeo, a su ciudad de origen, a la castellana Sigüenza, donde las dejó depositadas en la pared de la capilla catedralicia de sus ancestros, y allí quedaron por siglos, cogiendo polvo y pulverizándose (lo cual en temas de tejidos no es una contradicción).

La segunda de las banderas casi no se podía interpretar. Quedaba solo el mástil, medio podrido, y un par de jirones de color indefinido. Los estudiosos, especialmente González-Aller, dieron la clave. Y confirmaron que se trataba de la banderas de un barco inglés, concretamente del de sir Francis Drake, uno de los corsarios más relevantes de la Inglaterra del siglo XVI. Y con toda seguridad el único ejemplar de esa titularidad que quedaba en el mundo.

Restauración y Exposición

En 2014 se iniciaron los trámites para la restauración. Los cuales han culminado en la feliz muestra que ahora, en una sala del claustro seguntino, se ofrecen protegidas por cristales y acompañadas de uno de los pendones de la Armada Española que luchó en Lepanto, procedente del Museo de Santa Cruz de Toledo.

El trámite contempló la intervención de diversas personas. Desde el Contra Almirante González-Aller, quien las identificó y observó su capital importancia, a los canónigos Julián García y Felipe Peces, que dieron facilidades para el estudio, junto con los directivos de la Fundación “Ciudad de Sigüenza”, Antonio Manada del Campo y Gloria de las Heras. También el Ayuntamiento de Sigüenza, y la Junta de Comunidades, comprometidos siempre con la protección del patrimonio seguntino, pusieron su grano de arena, y entre el entusiasmo de unos y los dineros de otros, las piezas se llevaron a restaurar al taller especializado de Kronos, donde han restituido los elementos que faltaban las han limpiado, y han añadido los fragmentos que faltaba. Introducidas en una gran vitrina, ahora pueden admirarse como un elemento más de la exposición aTempora, que recomiendo visitar porque suma un conjunto espléndido de piezas, ingeniosamente dispuestas, con un par de hilos vertebradores que dan significado al momento, civil y religioso, de comienzos del siglo XVII, momento (abril de 1616) en que salen de este mundo Miguel de Cervantes y William Shakespeare, y dejan huellas que se reflejan en mil aspectos de la cotidianidad y la excepcionalidad de la nación, de ambas naciones.

Fue una tarde, la pasada en la catedral de Sigüenza visitando con detenimiento la Exposicion aTempora, de las que no se olvidan. Por lo magnífico de su instalación, la belleza e interés de sus piezas, el ambiente y, sobre todo, la amabilidad de quienes me acompañaron (Gloria de la Heras, Antonio Manada del Campo y Juan Antonio Marco Martínez). De tal modo, que en próximas semanas seguiré comentando impresiones y hallazgos de esta muestra, que es algo que dignifica al templo mayor de la diócesis, y capta la atención de cuantos aman el patrimonio, la historia y el peso cultural de nuestra tierra.

Bibliografía

Añado los libros que deben ser consultados en orden a más saber de estas banderas. De una parte, y como es lógico, el gran Catálogo de “aTempora” que ha sido editado, a todo lujo, por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Uno de sus capítulos está dedicado, con muchas fotos en color, a la historia y restauración de las banderas.

Además conviene leer los que Manzano Lahoz y Sorando Muzás escribieron en el Boletín de la Sociedad Española de Vexilología en 1992, “Las banderas de la Capilla del Doncel de la Catedral de Sigüenza”, el libro de J.M. Ferrer Gonzalez y V. Ramirez Ruiz “Tapices y Textiles de Castilla La Mancha”, Aache Ediciones, 2007, el gran libro de historia escrito por L. Gorrochategui Santos, “Contra Armada. La mayor catástrofe naval de la historia de Inglaterra”, Ministerio de Defensa, 2011, y finalmente lo publicado por J.I. González-Aller Hierro, en Revista de Historia Naval, 2014, “Las banderas de la capilla del Doncel en la Catedral de Sigüenza”.

Lo esencial de Sigüenza

La Casa del Doncel en SigüenzaEsta tarde tendrá lugar, en la recuperada iglesia románica de Santiago, en la calle mayor de Sigüenza, un acto cultural en el que se van a mostrar algunas, la mayoría, de las esenciales propuestas quye un grupo muy amplio de escritores hace para que Guadalajara sea mejor conocida, y por lo tanto más valorada, en el conjunto del patrimonio monumental, natural y costumbrista español.

Extraidas de las 100 Propuestas Esenciales para conocer Guadalajara (un libro que se ha hecho clásico en los escasos meses que lleva de vida) aparecen algunas que se materializan en Sigüenza, en esta ciudad que tiene milenios a sus espaldas, y en cada esquina muestra un cartel de pasión y certeza.

Esas propuestas surgen de variadas manos: de escritores y escritoras que sienten la ciudad, conocen su pretérito, y la aman hasta el punto de que están fraguando con sus ganas el futuro que merece, y que no es otro (tal como están las cosas) que el de sobrevivir alegre y confiada.

La Catedral

Eje de la ciudad episcopal, memoria densa levantada en piedra de los siglos que como en escalones la han hecho, este edificio que es religioso pero parece un castillo tiene en sus veres y en sus sentires mucha pasión acumulada.

Sin duda uno de sus mejores conocedores, por sabiduría y amores, es el académico Francisco Javier Sanz Serrulla, quien plasma en pocas palabras ese denso peregrinar por los siglos que ha tenido la catedral seguntina.

Más o menos viene a decir que Sigüenza tiene un perfil propio “entre el cénit de su castillo y el declive de su Alameda” y que entre ambos “se alza, como a mitad, su poderosa catedral de aspecto sobrio” a la que todos conocen por la denominación latina, “la Fortis Seguntina”.

Tras hablarnos del lento crecer del templo, que por grande fue largo, nos lo describe abrevidamente, pero transmitiéndonos el escalofrío de su atención medida: “Precede a la fachada un atrio cerrado con puertas de hierro en 1783, casi cuatro siglos después de que se levantara la torre derecha, mientras la izquierda se alzó dos siglos más tarde por deseo del obispo Fadrique de Portugal. Sobre la gran puerta principal, o “de los Perdones”, en medio de las torres, luce un medallón con la imposición de la casulla de San Ildefonso y sobre éste un gran rosetón para iluminación de la nave central”.

Y acaba describiendo, a la fuerza brevemente, los valores que el interior atesora. Diciendo de sus tres naves, la mayor y central alcanzando los 27 metros de altura, de sus retablos góticos y renacentistas, de su altar mayor manierista, de sus enterrmientos, órgano, coro, sacristías, predicatorios, rejas… a la fuerza todo breve escepto cuando llega a otra propuesta especial, magnífica, que se destaca en el interior catedralicio: “el gran icono seguntino: la figura –anónima- de Martín Vázquez de Arce, “El Doncel de Sigüenza”, entre las más bellas esculturas funerarias de todo el orbe.”

El Castillo

Como ya son muchas las veces que he subido hasta la cumbre de Sigüenza, el altozano que se corona con el castillo que fue de arévacos y luego de obispos, y como lo he visto en ruinas y por lo suekos, y luego vivo y cuajado, puedo contar algo sobre este edificio tan singular.

Primitivo castro celtíbero y luego romano, asiento después de visigodos y árabes, fue reconstruído y continuamente ampliado tras la reconquista de la ciudad en 1124, sirviendo durante siglos de residencia a los señores y obispos. Fueron los siglos XIV al XVI los de su mayor esplendor, pues al comienzo de éllos el obispo Girón de Cisneros construyó las dos torres gemelas del paramento norte, que hoy sirven de entrada. El Cardenal Mendoza también hizo importantes ampliaciones, y ya en el siglo XVIII el titular del señorío episcopal, Díaz de la Guerra, llevó a cabo algunas obras. Tras años de abandono en los siglos XIX y XX, en que casi alcanzó la categoría de ruina total, entre 1972 y 1976 fue reconstruído, restaurado y acondicionado para servir de Parador Nacional. Con éllo se ha conseguido el rescate de este monumento clave de la ciudad de Sigüenza, dinamizando su vida cultural y turística, pues las condiciones ambientales de este Parador le hacen ser preferido de continuo por muchos viajeros y grupos. Al mismo tiempo, sirve como centro de reuniones científicas, políticas, culturales, etc., muy diversas. Puede visitar­se a cualquier hora, al menos en las áreas más utilizadas.

  • Subimos, a pie preferiblemente, desde la grandiosa Plaza Mayor, por la empinada cuesta, viendo iglesias y palacios a cada lado. Y arriba, sobre la gran explanada, se destaca el grandioso recinto, todo él rodeado de fuerte muro almenado, en cuyas esquinas, y a trechos en los paramentos, surgen torreones de refuerzo. La puerta principal se orienta al norte, y se precede de un patio defendido por alto murallón. Por unas escaleras escoltadas de las dos torres gemelas del obispo Girón de Cisneros, se pasa al vestíbulo, y de éste al patio central, en el que destaca un pozo antiquísimo, y galerías de madera. Son reseñables algunos salones, como el del trono, hoy decorado en rojo sus paramentos, donde administraban justicia los obispos; y el de doña Blanca, de grandes dimensiones, para exposiciones y convenciones. También se conserva la capilla, y una pequeña estancia puesta allí por orden del rey Pedro I el Cruel: es la torre de la Mariblanca similar en aspecto a todas las demás, y donde dice la leyenda que pasó amargas jornadas de cautiverio la reina de Castilla, doña Blanca de Borbón. La presencia del castillo culminando la ciudad, con su silueta almenada y torreada, es lo que confiere a Sigüenza su neto carácter medieval.

La iglesia de Santiago

En la calle que de la catedral sube al castillo, a la izquierda aparece el templo que sirvió primero de parroquia al barrio medio, y luego de templo conventual a las clarisas: es la iglesia de Santiago, una joya del estilo románico, mucho tiempo en ruinas, y ahora felizmente recuperada, poco a poco.

De ese emblema seguntino, de esa propuesta esencial, se encarga la cronista oficial de Sigüenza, la profesora María Pilar Martínez Taboada, quien la describe así y anima a los viajeros a lanzar su brindis por ella, su aplauso por el futuro que la espera.

“A finales del siglo XII y en las primeras décadas del XIII, siendo obispo de la ciudad D. Rodrigo y Alfonso VIII el rey de Castilla, un nuevo taller catedralicio alzó las tres portadas de su fachada occidental, ejemplo singular del estilo tardorrománico… A su semejanza se elevaron las portadas de las nuevas iglesias de San Vicente y Santiago, que vieron ampliarse sus fábricas en el mismo momento en que se construían las 90 casas de la Travesaña Baja, para acoger a una población en continuo crecimiento gracias al paso de la Mesta por la ciudad, población en su mayoría de comerciantes y artesanos judíos y mudéjares”.

Con estas frases nos define época y estilo. Es un templo románico con una portada abocinada en cuyas arquivoltas surgen las tallas de temas vegetales y geométricos, propios de esos artesanos mudéjares que la ejecutaron. Una maravilla de templo medieval, que tras sufrir un bombardeo en la Guerra Civil quedó huérfana de cuidados y sumida en el abandono. Hasta que ahora, recientemente, el impulso de la ciudadanía, y las instituciones, especialmente del Ayuntamiento seguntino, y la Asociación de Amigos de la Iglesia de Santiago, se ha iniciado su restauración, que avanza lentamente pero con paso firme.

El Museo de Arte Antiguo

En el viejo palacio de los Gamboa, pero arreglado y pulcro, frente a la catedral se abre el Museo Diocesano de Arte Antiguo. Es el legado de un obispo sabio, don Laureano Castán Lacoma, que quiso recoger entre sus muros tantas y tantas piezas del arte medieval, renacentistas y barroco que andaba medio perdido por las pequeñas iglesias diocesanas. Se constituyó con ello –y tras diversas ampliaciones y adecuaciones a los nuevos tiempos- un Museo extraordinario que es la esencia del arte, del color y los símbolos seguntinos.

Su director actual, el sacerdote Miguel Angel Ortega Canales, nos hace un repaso somero, pero atractivo, de este Museo y de su contenido.

Y nos dice que en él se “trata de conservar el rico patrimonio artístico y cultural de nuestra diócesis, que coincide con los límites geográficos provinciales; por ello, la colección de obras de arte que el visitante encontrará, recoge algunas de las mejores obras de arte de nuestra provincia de Guadalajara, lo que permitirá al visitante conocer la historia, su arte y la religiosidad de las distintas comarcas de nuestra geografía diocesana”.

Nos explica que entre las cientos de piezas ofrecidas, hay representaciones de la mayoría de los pueblos de Guadalajara, y entre los artistas que firman obras, podemos encontrar los nombres de Zurbarán, Salzillo, Salvador Carmona, Juan de Villoldo, Pedro de Andrade y obras salidas del taller de Tiziano

De entre toas sus piezas, destaca su director “la colección de escultura románica, cuya procedencia ya nos desvela la zona geográfica por donde comenzó la incursión de la reconquista con su correspondiente repoblación en estos territorios. A través de sus retablos renacentistas, se descubre el cambio socio-económico típico de esta época con la aparición de una clase social nueva, la burguesía. En las obras de transición al barroco se puede constatar las huellas que por causa de calamidades, como la mortandad de peste en todo el Valle del Henares, quedan reflejadas en el arte propio de este período, al igual que los cambios iconográficos sugeridos por las directrices del Concilio de Trento”. Y, en definitiva, nos viene a decir que todo lo expuesto en este Museo es expresión de épocas, sentimientos y zozobras de las gentes que las hicieron.

Con estas palabras, y con las de los anteriores participantes en el repaso a las propuestas esenciales de Sigüenza, queda listo el proyecto de viaje que te recomiendo, lector amigo, que no dejes para más adelante. A la semana que viene, además, llegarán las anuales Jornadas Medievales de Sigüenza, en la que estos cuatro edificios cabrán junto a un buen yantar y un paseo por los espectáculos, escenarios y puestos de mercaderías que adormarán Sigüenza.