La Hoz: tradición y realidad

viernes, 10 junio 2016 0 Por Herrera Casado

Molina_Barranco_de_la_Hoz_panoramicajpgBajando el río Gallo desde Molina, junto a los caseríos, antiguos mo­linos, huertas y arboledas, surge a un lado el pueblecillo de Ventosa, y a otro, algo más alejado, el de Corduente, que en verano se infla de gentes y ganas de vivir. Poco más allá, el viajero entra en uno de los más impre­sionantes espectáculos que le puede ofrecer la Naturaleza en la provincia de Guadalajara: bella sobre toda ponderación es la Hoz del río Gallo entre Corduente y Torete. Es el llamado Barranco de la Hoz, por donde el río cangrejero discurre, torrencial o manso, límpido y frío, entre densas choperas y altos y caprichosos murallones de rojiza roca arenisca. A lo largo de varios kilómetros, serpenteando las aguas por donde el gran tajo geológico las manda, se crea un paraje que ha sido siempre justamente alabado, y que hoy sigue gozando del merecido entusiasmo con que muchos se dirigen a él.

En tal marco de agreste naturaleza no es extraño que hasta apariciones milagrosas y sobrenaturales se hallan producido. Suelen ser estos entornos de desusada grandiosidad los que la tradición utiliza para centrar sucesos de orden milagroso y trascendental, ejes de una posterior y larguísima de­voción. Baste recordar, dentro de este mismo teritorio del Señorío molinés, las apariciones y santuarios de la Virgen de Montesinos, en Cobeta, o de Nuestra Señora de Ribagorda, en Peralejos. Ríos estrechos y saltarines, barrancos de misteriosa silueta, de grandiosidad sin límites: bosques y praderas, grutas húmedas. Esos son los puntos donde sucede el prodigio.

Vamos a recordar cómo fue el de la Hoz de Corduente. Discurría uno de los años medios del siglo XII. Un vaquero de Ventosa, que había pa­sado el día apacentando su ganado por los alrededores y montes del pue­blo, notó que le faltaba una res. Se apresuró a buscarla, yendo a inter­narse por la espesura del barranco de la Hoz, entonces densamente cu­bierto de vegetación y poblado de alimañas. Se hizo de noche y se creyó perdido. Y cuando ya flaqueaba en sus esperanzas de salir con vida del difícil trance, vio un gran resplandor junto a la basamenta de un alto grupo de rocas. Guiado por la luz, llegó hasta un lugar donde encontró, sobre un pedestal rocoso, una pequeña imagen de la Virgen, tan perfecta que casi parecía de carne y hueso.

Corrió al pueblo, donde contó el hallazgo, y las gentes en romería se acercaron a ver el prodigio. Entre unas soberanas rocas de increíble altura, sobre una especie de altarcillo natural, allí estaba la Virgen María, tallada en la madera de la comarca, teñida con los colores de sus cielos y sus aguas. Las gentes, entusiasmadas, quisieron llevarla a lugar seguro y poblado: unos decían que a Ventosa; otros, que a Corduente. Al fin se decidió tras­ladarla a la iglesia mayor de Molina. Y en su altar principal se puso. Pero, ante el asombro de los molineses, al día siguiente vieron que el altar estaba vacío y la Virgen había volado, concretamente hasta el mismo punto donde se apareció al vaquero. Vuelta a llevar a Molina, y puestas guardas para evitar una posible sustracción, nada pudieron hacer por impedir que, mi­lagrosamente, la talla de la Virgen volviera a su lugar primero, a lo más abrupto del barranco del Gallo. Fue ello claro indicio, milagrosa urgencia proclamada, de que la Virgen quería quedar en la espesura de la Hoz. Así fue que las gentes, en el lejano siglo XII, decidieron levantar en aquel lugar una ermita, que, con el paso de los años y los siglos, fue tomando auge, en lo espiritual y material, pues allí se instalaron canónigos regulares de San Agustín, pasando luego a ser propiedad del obispo de Sigüenza, y más tarde de los monjes cistercienses de Óvila y Huerta, que administraron largos tiempos los beneficios que un lugar de peregrinaje tan nutrido ofrecía.

La devoción de los molineses hacia su Virgen de la Hoz es general y es invariable. Durante siglos se han acercado, en romería, las gentes del Señorío, en solitario, o agrupadas en cofradías y aún municipios enteros. Pueblos como Corduente, Ventosa, Lebrancón, Rillo, Herrería, Canales, Rueda y Tierzo han hecho de siempre manifestaciones devotas hacia su Virgen de la Hoz. Una de las más sonadas y multitudinarias romerías fue la del pueblo de Odón, que, aunque hoy es provincia de Teruel, fue siem­pre parte del Señorío molinés: el segundo día de la Pascua de Pentecostés se acercaba el vecindario entero; hombres, mujeres y niños, montados en carros. Una vez llegados a Molina, en el arrabal de San Juan, se organi­zaba el grupo, que iba precedido de banda de música, y al día siguiente de su llegada al santuario celebraban una solemne fiesta religiosa, tras de la cual se representaba por los mismos vecinos de Odón una loa de «moros y cristianos», que terminaba con originales danzas de «palos y espadas», similares a las que los de la «Hermandad» de la Virgen de la Hoz, de Molina, solían celebrar el 8 de septiembre.

Milagros y favores dispensó de continuo la Virgen a los que con fe la suplicaron. En su santuario, prendido y abrigado entre los grandes riscos, junto al río, aún se ven hoy las huellas de una fidelidad y un continuo ir y venir de gentes, de estilos artísticos, de ex-votos y leyendas. Un viaje a la Hoz, para un molinés, supone un encuentro consigo mismo y con la espiritualidad, añeja y tradicional, de su tierra. Para quien no lo sea, para aquel que simplemente busca encontrar nuevos lugares significativos, el barranco y el santuario de la Virgen se le meterán muy dentro en sus re­tinas y en su corazón, y lo tendrá por bien usado el tiempo y el latido que en llegar hasta ese hermoso rincón del Señorío ha utilizado.

Breve relación es ésta de méritos y grandezas. Quien desee entrar más a fondo en la materia, debe buscar los libros que sobre el santuario y sus tradiciones escribieron autores como Moreno y Abánades, o el más re­ciente de García Perdices en torno a las advocaciones marianas en la pro­vincia de Guadalajara. Sin duda el mejor de todos, a fecha de hoy, es el que firmó hace un par de años la hermana dominica Sor María del Mar Castro Malo. En su estructura, y por este orden, la autora nos cuenta la memoria antañona del Señorío de Molina, con brevedad y exactitud. Le sigue la descripción del barranco de la Hoz, en su aspecto geográfico y naturalista. Siguen recuerdos de la orilla del Gallo, y el cuarto capítulo se extasía en la evocación de la Virgen en todo su esplendor. Luego ofrece a través de diecisiete escalones las memorias históricas del lugar y santuario, describiendo la gruta de la aparición, y los retablos y figuras que hoy habitan el interior de la arenisca roca. Es muy interesante, por lo inédito, el capítulo dedicado a los milagros, sacados de antiguas crónicas y de los exvotos que cuelgan en el camarín de la Virgen. Será, de todos modos, la voz y el verso de José Antonio Suárez de Puga la que pondrá el tono justo de poesía que aquel lugar inspira a cuantos llegan. Sobre el muro de la ermita se leen los poe­mas de este autor alcarreño:

 

A ESTA PARRA

 

Con qué dulce volar la rama espesa

de tu parral, ¡oh, Virgen en clausura!,

por un delgado pámpano se apura

a hacerse vino de tu Santa Mesa.

La vieja sangre de la Biblia ilesa

dentro del dócil vegetal madura

y en el silencio de la estancia pura

derrama, peregrino, su promesa.

Promete, ¡oh, tierno tallo de esperanza!,

un día darte la cosecha entera

de su primer racimo transparente

enseñándotela, pues no te alcanza,

dentro de la sagrada vinajera

de algún misacantano adolescente.