Visitando el Doncel

sábado, 16 abril 2016 0 Por Herrera Casado

Dibujo a plumilla de El Doncel por Herrera CasadoHace un par de semanas deambulamos por la cabecera de la catedral seguntina. Y terminamos nuestro recorrido ante la capilla de San Juan y Santa Catalina, donde lo hoy lo reanudamos. Se trata de un recinto fue primeramente uno de los ábsides catedralicios, luego dedicada a Santo Tomás de Canterbury, más tarde panteón episcopal, también de la familia La Cerda, y finalmente, desde finales del siglo XV, propiedad de la noble familia seguntina de los Arce, que la dedicaron a enterramiento de los suyos.

La portada de esta capilla es un precioso retablo hecho d epiedra y de hierro, en el que se combinan las formas geométricas, los inventos vegetales y las escenas palpitantes de la Historia Sagrada. Su estilo puede ser clasificado como plateresco, por la profusión de detalles mínimos sobre la piedra tallados. Sus autores, Francisco de Baeza, Sebastián de Almonacid, Juan de Talavera y Peti Juan, siendo Juan Francés el autor de la magnífica reja. En el frontón de la portada, luce un sensacional grupo de la Epifanía, y los escudos de la familia patrocinadora se distribuyen por aquí y por allá.

En el interior, que primero es pasillo y luego sala ancha, surgen adosados a los muros o en el centro de la capilla los enterramientos de los primeros individuos de la saga Vázquez, concretamente los de los padres del Doncel, don Fernando de Arce y doña Catalina de Sosa. Está situado este solemne enterramiento, paradigma de la escultura funeraria castellana, en el centro del recinto, a modo de gran lecho pétreo sostenido por leones, sobre el que aparecen los cuerpos tendidos, tallados, de estos personajes, en estilo ya renaciente. También es espléndido el enterramiento, adosado al mismo muro que el Doncel, de su hermano don Fernando de Arce, obispo de Canarias, obra de profusa decoración plateresca, con basamento embellecido de grutescos y blasones del prelado, sobre el que un gran nicho rematado de arco triunfal contiene la estatua yacente, revestida de decoración renacentista. En el fondo de ese nicho aparece un buen relieve representando la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, y en los laterales, pequeñas hornacinas aveneradas con representación de las virtudes. En esa capilla se encuentran otros enterramientos ‑en forma de laudas o imágenes yacentes‑, de la misma familia y al fondo una pequeña sacristía en la que destaca un retablo atribuido al pintor Antonio de Andrade, que al mediar el siglo XVI decoró con con múltiples tablas en las que se muestran temas de la vida de San Juan y Santa Catalina, así como diversos profetas.

El enterramiento del Doncel

De los sepulcros que aquí se guardan, sobresale especialmente el de Martín Vázquez de Arce, el Doncel, joven muerto en la lucha contra los moros de Granada, en el año 1486, a los 25 de su edad. Según Ortega y Gasset, la estatua más hermosa del mundo. Desde luego, una de las obras mejores del arte de la escultura en todo el Occidente europeo.

Es difícil no entretenerse en admirar, y en elucubrar, en torno a esta estatua. Admirarla porque su factura y su resultado son excelentes, maravillando la perfecciçon técnica de la obra, y el sentimiento que emana del personaje. Y elucubrar, porque muchos han sido –hemos sido- los que han elaborado teorías en torno al sentido del personaje, de su postura, y de los elmentos formes que le rodean.

En esta ocasión solo quiero parar en la descripción de la estatua, del monumento en sí. Decir de él lo que muestra, lo que no podemos dejar de admirar, y los fragmentos unidos en un solo conjunto que vienen a explicar, por separado, su sentido último.

Se abre el sepulcro de D. Martín Vazquez de Arce, en el muro del evangelio de la capilla familiar, y lo hace mediante un gran arco de medio punto, de esbeltísimas proporciones, que lleva en su trasdós una chambrana formada por un arco de cuatro curvas convexas, adornadas de vegetales tallos. La cama del sepulcro, escoltada de muy delgadas pilastrillas, descansa sobre los cuerpos de tres leones, que asoman arrogantes sus cabezas bajo ella. El frente del sepulcro se divide en cinco fajas, de diversa anchura, ocupadas por motivos vegetales, inspirados en grabados de la época, que mantienen un ritmo indudable de verticalidad, mientras que la central muestra el escudo del caballero, sostenido por dos pajes. Tras el escudo, retorcida al máximo, una correa. Los pajecillos, vestidos de ropa corta alemana, se muestran en posturas que ayudan a dar a este espacio central una movilidad extraordinaria, sujetando el escudo con posturas diversas, y cruzando las piernas de modo que los dos tienen su derecha junto al blasón, lo que sirve para lanzar, desde ellos, la mirada en dirección ascendente hacia la escultura del caballero. Reposa éste con su codo derecho sobre un haz de laureles. Recostado, alza el torso para leer el libro que entre las manos sostiene, y meditar. Las piernas están indolentemente cruzadas. A sus pies, un pajecillo triste llora apoyado sobre el yelmo del caballero. Tras él, un león levanta la cabeza. La indumentaria del Doncel está magníficamente realizada, y describe al detalle el hábito del militar castellano en la Edad Media; los brazos y las piernas se cubren de armadura metálica de piezas rígidas; el cuerpo lleva cota, que es de cuero por arriba, y de mallas metálicas abajo; su torso está aún revestido de una esclavina lisa, atada al cuello por corredizo cordón, y en el pecho se dibuja la roja cruz de la Orden de Santiago. Del cinto cuelga la daga, y sobre la cabeza, peinada al estilo de la época, un bonete de paño. Descansa el caballero todo su cuerpo sobre la extendida capa. Y entre las manos, un grueso libro abierto en su mitad, que atentamente lee y al mismo tiempo le sirve de meditación. En las jambas del intradós del sepulcro, aparecen los relieves de Santiago y San Andrés. En el muro del fondo, una suave decoración floral con trama de rombos, y una cartela en la que, a caracteres góticos, lo mismo que en la pestaña del sepulcro, se describe la peripecia última del personaje. La parte superior de la hornacina se completa con una tabla semicircular, obra del primitivismo castellano de finales del siglo XV, en que aparecen juntas varias escenas de la Pasión de Cristo.

Sobran los comentarios, una vez descrita su estampa, pues la emoción que surge al contemplarla debe ser vivida, en profundidad, de manera propia por cada persona que, con un mínimo de sensibilidad, se ponga ante ella. Su autor es, todavía, desconocido.

El estudio del doctor Martínez Gómez-Gordo

Hace ya años, concretamente en 1997, el cronista oficial de Sigüenza, el doctor don Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo, dedicó al Doncel nada menos que un libro entero.

En dicho libro, el doctor Martínez Gómez-Gordo nos entregaba condensado todo su saber sobre el personaje, la estatua, el simbolismo, los versos y las páginas que le han dedicado. En un estudio completo, perfecto, entretenido y sabio, un estudio que nos permite saberlo todo del Doncel, y poder ir, una vez más, a admirar su silueta, su seriedad, su ilustración y el lujo de las formas y los colores. Si hubiera que definir la elegancia habría siempre que referirse a la pose, al gesto y a la actitud de Martín Vázquez de Arce.

El libro tiene un primer capítulo dedicado al aspecto personal del personaje, sus orígenes familiares, su vida, dedicación, paternidad, luchas y muerte. Le sigue la referencia a las campañas de la guerra de Granada “en que padre e hijo se hallaron” y pasa finalmente a estudiar la estatua, los carteles, los escudos, las pinturas que le acompañan, las figuras que le mediatizan… sin olvidar referir las mejores palabras y textos que articulistas, poetas e historiadores le han dedicado.

El libro lleva en su cuadernillo central un estudio que yo mismo añadí, sobre “El Doncel y otros muertos que leen” en el que analizaba el paradigma del difunto viviente, lector y reflexivo. En cualquier caso, un libro que suma cuanto se ha dicho de esta estatua que parece desvelar siempre, cada vez que se la ve de nuevo, algún mensaje inédito.

También escribí, más o menos hacia 1986 (o sea, hace 30 años) un estudio que parangonaba al Doncel con la figura del general romano Escipión, el Africano, en el contexto de algunos estudios que hice sobre iconología e interpretación literaria y cultural del arte. Interpretaba entonces que el Doncel de Sigüenza podría ser el paradigma de Escipión el Africano, como suma de las virtudes caballerescas y literarias del humano renacentista, del guerrero y noble humanista.

Como casi todo lo que he escrito, pasó totalmente desapercibido, y creo que no merece la pena traerlo de nuevo a colcación, porque los tiempos no están ya para estas interpretaciones iconológicas… el mundo va por otros caminos, y quienes intentamos reconducirlos somos tachados de ilusos, cuando no de cosas peores.