La próxima semana llegará la Feria del Libro de Primavera, en Guadalajara. Del 5 al 8 de mayo, un fin de semana amplio y completo, va a ser testigo de la nueva invasión de la Plaza Mayor por los libros, y los libreros. Y, por supuesto, por los lectores, y los amantes de los libros, que todavía son multitud en nuestra ciudad. Será una oportunidad de encontrarnos con los autores y los temas que nos interesan.
La expectativa en torno a la Feria del Libro ha crecido en estos últimos días, ante el anuncio por parte del Concejal de Cultura, Armengol Engonga, de que se va a realizar un montaje espectacular, con toldos en forma de libros, macetas y lomos de volúmenes que convivirán bajo la sombra de toldos y plantas. Todos andamos con ganas de ver cómo ha quedado, al fin, esta presentación física de lo que, en definitiva, importa, y es la llegada masiva de lectores y curiosos, en torno a la oferta primaveral de libros, repartidos, como siempre, entre las novedades y los clásicos de siempre.
De las obras que estrenan andadura en esta Feria que se avecina, quizás sea la más llamativa la biografía que ha escrito Francisco García Marquina sobre Camilo José Cela. Una forma de rescatar a nuestros días la figura, y sobre todo la obra, de quien alcanzara el título de Premio Nobel de Literatura siendo vecino de Guadalajara. Fue un modo de colocarnos en el escaparate de lo literario, como antes habían hecho el Arcipreste de Hita, o el Marqués de Santillana.
Ese libro, de gruesa presencia y apasionante contenido, se va a titular “Cela. Retrato de un Nobel” y se presentará en el transcurso de la Feria, concretamente el viernes día 6, a las 8 de la tarde, en la carpa central. Con asistencia del autor, y de numerosos amigos y personalidades de relieve. Sinceramente, creo que ese va a ser el “libro estrella” del acontecimiento, porque de su lectura vamos todos a extraer la esencia definitiva de quien escribiera, en 1946, ese “Viaje a la Alcarria” ahora tan traído y tan llevado.
Otro autor de los nuestros, un “chico de Guadalajara” al que llamamos Chani los amigos, y conocen por Antonio Pérez Henares en toda España, trae en sus manos una nueva novela. Aunque hace todavía pocos días le acompañé en el trance de su presentación pública, en el Auditorio Buero Vallejo, en esta ocasión quiere presentarse ante la ciudadanía toda. Y es que esa novela que trae entre sus manos es un compendio de nuestro subconsciente colectivo, un rescate de la memoria que olvidamos.
En su obra titulada “El Rey Pequeño” Antonio Pérez nos muestra la vida del rey Alfonso VIII de Castilla, una vida cuajada de azares y batallas, de entusiasmos y logros, vista a través de personajes del pueblo: una Pedro Pérez de Atienza, villano que asciende a caballero, es la sombra del rey en batallas y mercados. Uno con sus actuaciones estelares, el otro con sus sorpresas ante la vida, van tejiendo un tapiz de emociones que nos capta al primer arranque. Chani estará en esta Feria, firmando su libro, contándonos anécdotas, opinando (como lo hace cada día) sobre todo lo divino y lo humano. Más de esto último, y sabiendo lo que se dice.
También contaremos con la presencia de Pedro Pradillo, el mejor conocedor de los entresijos urbanos, anecdóticos y esenciales de nuestra ciudad. Aunque fue el año pasado cuando escribió su “Historia de la Concordia”, preparada para ser estrella de una Feria que nunca existió, este año vuelve con rigor de historiador y su campechanía de amigo. Para contarle, a quien quiera oirle, en qué consistió esa historia evolutiva del Paseo de la Concordia, y de algún modo volver a reivindicar ese parque tan de todos como lugar idóneo para la Feria.
Don Miguel de Cervantes tendrá su hueco en la memoria, con una propuesta imaginativa y gráfica en torno al mensaje de “El Quijote en Guadalajara” más la presentación de El Quijote manuscrito. No podía olvidarse la Feria del Libro de Guadalajara, en este año en que se cumple el cuarto centenario de la muerte del “Príncipe de los Ingenios”, de su figura y de su obra. El domingo 8 de mayo, al mediodía, en la carpa central de la Feria, tendrá lugar un acto literario en homenaje a la memoria de la obra cervantina, y más en concreto de su novela suma, “Don Quijote de la Mancha”.
En esa ocasión, me tocará servir en imágenes la memoria evolutiva del Quijote, como obra literaria, desde su nacimiento en las manos de Miguel de Cervantes, al día de hoy, en que su fama ha trascendido los mares: la presencia del Quijote en sellos y monedas, en cuadros y óperas, más las ediciones sucesivas y sus traducciones, así como los estudios que sobre el autor computense y su personaje manchega se han hecho hasta ahora.
Será la ocasión de dar a conocer a la ciudadanía alcarreña todas las obras que sobre Cervantes y el Quijote se han editado recientemente en Guadalajara, y que quizás muchos todavía no conozcan. Y será la ocasión, tan especial, de presentar al fin en sociedad a la gran edición del “Quijote Manuscrito y Políglota” que se ha fraguado en Guadalajara. La primera edición del Quijote hecha entre nosotros, que ha sorprendido al mundo, porque en sus siete kilos y medio d epeso, y sus cientos de dibujos, lenguas y fórmulas deja estupefacto a quien lo mira y lo hojea.
Entre los jóvenes escritores, que los habrá, y muchos, y buenos, quiero destacar a Iván Martínez de Miguel y su primera obra, “Los Misterios de Río Dulce”. Porque Iván es periodista, y es de esta casa, de “Nueva Alcarria”, y porque Iván ha tejido una historia sorprendente y emotiva, vital y testimonial, una gran novela. Con esos mimbres, no es de extrañar que haya alcanzado tres ediciones en tan solo tres meses. Iván estará firmando en la Feria del Libro de Guadalajara, y charlará con sus lectores (presentes o futuros) sobre lo que él considera el periodismo de investigación y la aventura del oficio.
En todo caso, y aparte de otras muchas ofertas, autores, títulos y performances, me siendo de enhorabuena por poder asistir, al menos como espectador afortunado, a este carrusel de letras y autores, en la Plaza Mayor de Guadalajara, entre los próximos días del 5 al 8 de mayo. Espero allí poder también saludar a mis lectores, y, sobre todo, estrechar en un abrazo a los amigos y amigas que por allí se acerquen.
abril, 2016:
La Feria del Libro, al fin abierta
La Alcarria del Viaje al que Camilo José Cela puso sus botas de siete leguas
Tiene Guadalajara mil y un espacios a los que podría darse título de “paisaje literario”. Frente al cerro encrespado de Hita, el viajero evoca a Juan Ruiz y su “Libro de Buen Amor” cuajado de trucos, devociones y retratos solemnes. Frente a Sigüenza, las palabras de Baroja, de Ortega y Gasset, de Alberti… Y en las orillas del Henares, los textos de Angel María de Lera, de Pepe Esteban, de Francisco García Marquina: suave la corriente se lleva las palabras, los versos que le dedicaron, las historias que se fraguaron en sus arboledas.
Pero si hoy me piden –como me han pedido- unas cuantas palabras que resalten un paisaje literario en Guadalajara, a los inicios de este año 2016 me paso al camino de Cela, y escojo sus pasos por la Alcarria. Porque de su “viaje a la Alcarria” nace no uno, ni diez, sino mil paisajes literarios que además han quedado para siempre en el museo y el ejemplario de lo que ha de ser un paisaje nacido y acunado por la pluma de un escritor. La Alcarria es otra desde que Camilo José Cela la paseó y la vió, la descubrió y dio cobijo en su libro.
El Viaje a la Alcarria de Cela
Su paseo es del verano de 1946. Hace ahora 70 años que la recorrió andando, por sus caminos polvorientos, sin apenas coches, con algunos viejos autobuses, con muchos carros, con infinitos caminantes.
Todo el mundo sabe cual fue su periplo. Y si no lo sabe, siempre tiene la oportunidad de hacerse con ese “Viaje a la Alcarria” que es la quintaesencia de nuestra tierra. Parte de Madrid en tren y llega a Guadalajara, sube la cuesta del Hospital tras cruzar el puente, se asombra de que el palacio del Infantado esté tan en ruinas, visita a montes el Talabartero, y cruza el barranco del Sotillo por donde estaba el Mesón Tetuán, enfilando la cuesta del depósito de las aguas, para llegar enseguida a Taracena y de ahí pasar a Torija, Brihuega, Masegoso, Cifuentes… acabando en Pastrana con una excursión previa (en el coche de don Francisco Cortijo) hasta Zorita de los Canes.
Recordamos algunos de sus estancias por los paisajes que él inmortaliza:
Brihuega
Para Cela, lo más hermoso de Brihuega es el desolado jardín que hay a las espaldas de la antigua Fábrica. Ya por entonces en Guadalajara todo es ex, todo es antiguo, todo está derruido o a punto de estarlo. Más o menos como hoy.
El jardín de la fábrica es un jardín romántico, un jardín para morir, en la adolescencia, de amor, de desesperación, de tisis y de nostalgia. Al lado del gracioso almendro, que parece una señorita muerta, crece el ciprés solemne, que semeja un penitente vivo. Tras los podados, recortados bojes, florecen las paganas rosas de Jericó. Frente al mirto perenne, palidece la montaraz madreselva. El viajero pasea entre los rododendros y, sin poderlo evitar, se le llena la mente de tiernos, insalubres versos de Shelley: el vino, la miel, un capullo lunar, la zarzarrosa…
Orillas del Tajuña
Camino luego, hacia Cifuentes, por las orillas del Tajuña. Junio y arboledas, silencio y paz, pastores y carreteros. El viajero nos dice así de esta tierra idílica, que evoca y poetiza:
Por poniente cruzan, lentas, alargadas, como culebrillas, unas nubecitas rojas, de bordes precisos, bien dibujados. Dicen que las nubes de color de fuego, a la puesta del sol, presagian calor para el día siguiente.
El río corre rumoroso, rápido, por la vega, y a su orilla silban los pajaritos de la tarde, croan las últimas ranas de la tarde. Se está fresco, sentado al borde de la carretera, a la sombra de un olmo. Después de un día caluroso en el que se han caminado algunas leguas y se ha pateado, de un lado para el otro, un pueblo grande y recién descubierto. Cruza, con su vuelo cortado, un caballito del diablo.
Cifuentes
En Cifuentes les espera su amigo Arbeteta, uno de los responsables de que este viaje se hiciera. El paisaje es aquí urbano, pero desde entonces la villa de Cifuentes tiene otro perfil. Se lo habían dado antes el infante don Juan Manuel con sus cuentos, o el cronista Layna Serrano con sus historias. Pero es Camilo José Cela quien transforma la villa anchota y soñadora de Cifuentes en un paisaje literario. Por estas palabras:
El amigo del viajero habla con orgullo de Cifuentes. Mientras pasean por el pueblo, le va explicando su antigüedad. El viajero aprende que el castillo lo hizo don Juan Manuel y la iglesia una querida de Alfonso el Sabio que se llamaba doña Mayor. El viajero recuerda, vagamente, que en un libro que leyó, hace años, llamaban a don Juan Manuel turbulento y pendenciero. De doña Mayor, el viajero no había oído hablar en su vida.
En el pueblo hay muchas puertas con herrajes bonitos, muy artísticos, con aldabones y picaportes de hierro negro, con ojos de cerradura que forman dibujos: un corazón, un trébol, una flor de lis, un arabesco.
Es evidente que a este viajero no le interesaba en absoluto la historia de los lugares por los que pasa. Ni sus monumentos artísticos o legendarios. A él le interesa la gente, el aire que respira, los afanes que le cuentan.
Trillo
Llegando a Trillo nos dice lo que ve, lo que le llama la atención. Que no es poco. Y queda su peripecia en estos párrafos:
La cascada del Cifuentes es una hermosa cola de caballo, de unos quince o veinte metros de altura, de agua espumeante y rugidora. Sus márgenes están rodeadas de pájaros que se pasan el día silbando. El sitio para hacer una casa es muy bonito, incluso demasiado bonito.
El viajero busca un sitio para pasar la noche, deja su equipaje y se va a dar una vuelta por el pueblo. Desde el puente ve correr el Tajo, sucio, terroso, con las márgenes imprecisas. En sus orillas, unos pescadores de caña con aire de campesinos o de muleros, con traje de pana, faja negra y camisa con botón en el cuello, esperan pacientemente a que pique alguna trucha. Poco más abajo, unas mujeres lavan la ropa.
Pero a Trillo le llegan otros rumores literarios. Los de Juan Jesús Batanero Gil, quien en su “Latidos de corazón trillano” nos deja la evidencia de su amor sincero por la villa que en nace. O el gran poema que José Antonio Suárez de Puga nos dicta en su “Cancionero de Lugares y Compañías”, Guadalajara, 2014, y en el que dice: En Trillo, abre sus ojos / la tristeza de un puente / viendo correr el Tajo / camino de la muerte.
Durón
En Durón, que en 1946 era una aldea perdida en lo más remoto de la España profunda, se encuentra Cela con la vida sencilla. Y la retrata así:
Durón es un pueblo que está en tres pedazos, dos en la ladera, y otro, más pequeño, a orilla del camino que tomará el viajero y al lado de la huerta.
A la puerta de las casas el viajero ve, como la tarde anterior, el mismo grupo de hombres y de mujeres, la misma turbulenta nube de niños. Durón es un pueblo donde la gente es abierta y simpática y trata bien al que va de camino; al viajero se le muestra curiosa e incluso amable. Es gracioso observar lo distintos que son, a tan escasa distancia unos de otro, los budieros de los durones; en Durón la gente habla y ríe y se muestra propicia.
Casasana
Subirá después, camino de Córcoles, por Casasana, donde la vida ancestral le sorprende. Más allá de la anécdota en la escuela, memorable, el viajero dice que [Casasana] es un pueblo minúsculo, con escaso cultivo y mucho ganado vacuno; ochenta y tantas vacas. En Casasana fue el único pueblo de la Alcarria en el que el viajero encontró vacas de leche blancas y negras, de raza holandesa, como las de Santander. Estaban, por lo general, algo flacas, pero en seguida se echaba de ver que eran de buena raza.
Sacedón
Luego de pasar junto a las ruinas de Monsalud, a las que no hace mucho caso, se acerca a Sacedón. Y el paisaje insulso cobra vida, se alza sobre el altar de la literatura con estas frases celianas:
A medida que el viajero se va acercando a Sacedón, va viendo aparecer los viñedos y los bueyes tirando del arado. Pasan carros de mulas para arriba y para abajo y, de vez en cuando, cruza un camión cargado hasta los topes; a veces la guardia civil detiene algún camión; el estraperlo suelen llevarlo debajo de la carga.
El terreno se va poblando y, a legua y media aún de Sacedón, se empieza el viajero a encontrar con las gentes que vuelven del campo, caminando por la cuneta en grupos de tres o cuatro, con la azada al hombro, el perrillo detrás y, algunos, con la dorada calabaza en bandolera o colgada del cinturón. Es la caída de la tarde y, al final, el tránsito de la carretera parece el de una calle de la ciudad, solo que todos en la misma dirección. A la entrada del pueblo hay una hermosa avenida de olmos y olmas. Los olmos son los que acaban en punta y las olmas son las que tienen un ramaje copudo, redondo, maternal.
Y acaba dejándonos constancia que (todavía el embalse de Entrepeñas no existía) la Alcarria “es un hermoso lugar al que a la gente no le da la gana ir”. Sin embargo, ya había en él mucha gente.
Zorita de los Canes
En Zorita de los Canes acaba el “viaje a la Alcarria” de Camilo José Cela. A la caida de la tarde, junto a don Paco y don Mónico, el escritor poetiza y mira el entorno (y el castillo, sumido en la ruina) con ojos que entorna y entrega. Estas son sus palabras, tras admirar la fortaleza altiva:
Zorita de los Canes está situada en una curva del Tajo, al lado de los inútiles pilares de un puente que nunca se construyó, rodeada de campos de cáñamo y echada a la sombra de las ruinas del castillo de la orden de Calatrava. Del castillo quedan en pie algún muro, dos o tres arcos y un par de bóvedas. Está estratégicamente situado sobre un cerrillo rocoso, difícil de subir. En su ladera, por la parte de atrás, dos pastorcitos guardan un rebaño de cabras; uno de los pastorcillos, sentado sobre una piedra, graba una cayada de fresno a punta de navaja, mientras el otro, sentado sobre la verde yerba, se ensaya en sacar silbos de una flauta de caña.
El castillo debió ser una verdadera fortaleza.
Ahora, los arcos y las bóvedas aparecen desaplomados y amenazan venirse al suelo de un día para otro.
Y al fin se anima y le escribe unos versos al entorno. Unos versos crudos y difíciles, como los que pone en la edición de Alfaguara, para asombro de incrédulos:
“Pasa el Tajo por Zorita,
como un sultán.
El campo, una señorita
que brinda el pan. El cielo va de levita
o de mackferlán.
Ya no hay ley
de la gravitación sideral:
el castillo de Zorita
aún no dio el tantarantán;
un duendecillo lo habita…
El sexto, larán, larán”.
Todavá en Zorita uno se acuerda de otros esfuerzos por darle un baño de literatura al entorno. Y no se resiste a copiar los versos que José Antonio Suárez de Puga le escribe al castillo, sin olvidar los estudios hondos que al mismo dedica Plácido Ballesteros San José, y los nuevos perfiles que le entrega Antonio Pérez Henares a través de su héroe Fan Fáñez en su novela “La tierra de Alvar Fáñez”, espléndida de situaciones, emociones y paisajes como este.
Los versos de Suárez de Puga completan este viaje por la Alcarria, que tiene infinitos perfiles añadidos:
La altura abre la vieja
Puerta de la verdad deshabitada
Al horizonte que conduce el paso
Del sol a los cuarteles donde ladran
Los históricos canes
Asidos por la fuerte
Carlanca que defiende su pelaje.
Visitando el Doncel
Hace un par de semanas deambulamos por la cabecera de la catedral seguntina. Y terminamos nuestro recorrido ante la capilla de San Juan y Santa Catalina, donde lo hoy lo reanudamos. Se trata de un recinto fue primeramente uno de los ábsides catedralicios, luego dedicada a Santo Tomás de Canterbury, más tarde panteón episcopal, también de la familia La Cerda, y finalmente, desde finales del siglo XV, propiedad de la noble familia seguntina de los Arce, que la dedicaron a enterramiento de los suyos.
La portada de esta capilla es un precioso retablo hecho d epiedra y de hierro, en el que se combinan las formas geométricas, los inventos vegetales y las escenas palpitantes de la Historia Sagrada. Su estilo puede ser clasificado como plateresco, por la profusión de detalles mínimos sobre la piedra tallados. Sus autores, Francisco de Baeza, Sebastián de Almonacid, Juan de Talavera y Peti Juan, siendo Juan Francés el autor de la magnífica reja. En el frontón de la portada, luce un sensacional grupo de la Epifanía, y los escudos de la familia patrocinadora se distribuyen por aquí y por allá.
En el interior, que primero es pasillo y luego sala ancha, surgen adosados a los muros o en el centro de la capilla los enterramientos de los primeros individuos de la saga Vázquez, concretamente los de los padres del Doncel, don Fernando de Arce y doña Catalina de Sosa. Está situado este solemne enterramiento, paradigma de la escultura funeraria castellana, en el centro del recinto, a modo de gran lecho pétreo sostenido por leones, sobre el que aparecen los cuerpos tendidos, tallados, de estos personajes, en estilo ya renaciente. También es espléndido el enterramiento, adosado al mismo muro que el Doncel, de su hermano don Fernando de Arce, obispo de Canarias, obra de profusa decoración plateresca, con basamento embellecido de grutescos y blasones del prelado, sobre el que un gran nicho rematado de arco triunfal contiene la estatua yacente, revestida de decoración renacentista. En el fondo de ese nicho aparece un buen relieve representando la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, y en los laterales, pequeñas hornacinas aveneradas con representación de las virtudes. En esa capilla se encuentran otros enterramientos ‑en forma de laudas o imágenes yacentes‑, de la misma familia y al fondo una pequeña sacristía en la que destaca un retablo atribuido al pintor Antonio de Andrade, que al mediar el siglo XVI decoró con con múltiples tablas en las que se muestran temas de la vida de San Juan y Santa Catalina, así como diversos profetas.
El enterramiento del Doncel
De los sepulcros que aquí se guardan, sobresale especialmente el de Martín Vázquez de Arce, el Doncel, joven muerto en la lucha contra los moros de Granada, en el año 1486, a los 25 de su edad. Según Ortega y Gasset, la estatua más hermosa del mundo. Desde luego, una de las obras mejores del arte de la escultura en todo el Occidente europeo.
Es difícil no entretenerse en admirar, y en elucubrar, en torno a esta estatua. Admirarla porque su factura y su resultado son excelentes, maravillando la perfecciçon técnica de la obra, y el sentimiento que emana del personaje. Y elucubrar, porque muchos han sido –hemos sido- los que han elaborado teorías en torno al sentido del personaje, de su postura, y de los elmentos formes que le rodean.
En esta ocasión solo quiero parar en la descripción de la estatua, del monumento en sí. Decir de él lo que muestra, lo que no podemos dejar de admirar, y los fragmentos unidos en un solo conjunto que vienen a explicar, por separado, su sentido último.
Se abre el sepulcro de D. Martín Vazquez de Arce, en el muro del evangelio de la capilla familiar, y lo hace mediante un gran arco de medio punto, de esbeltísimas proporciones, que lleva en su trasdós una chambrana formada por un arco de cuatro curvas convexas, adornadas de vegetales tallos. La cama del sepulcro, escoltada de muy delgadas pilastrillas, descansa sobre los cuerpos de tres leones, que asoman arrogantes sus cabezas bajo ella. El frente del sepulcro se divide en cinco fajas, de diversa anchura, ocupadas por motivos vegetales, inspirados en grabados de la época, que mantienen un ritmo indudable de verticalidad, mientras que la central muestra el escudo del caballero, sostenido por dos pajes. Tras el escudo, retorcida al máximo, una correa. Los pajecillos, vestidos de ropa corta alemana, se muestran en posturas que ayudan a dar a este espacio central una movilidad extraordinaria, sujetando el escudo con posturas diversas, y cruzando las piernas de modo que los dos tienen su derecha junto al blasón, lo que sirve para lanzar, desde ellos, la mirada en dirección ascendente hacia la escultura del caballero. Reposa éste con su codo derecho sobre un haz de laureles. Recostado, alza el torso para leer el libro que entre las manos sostiene, y meditar. Las piernas están indolentemente cruzadas. A sus pies, un pajecillo triste llora apoyado sobre el yelmo del caballero. Tras él, un león levanta la cabeza. La indumentaria del Doncel está magníficamente realizada, y describe al detalle el hábito del militar castellano en la Edad Media; los brazos y las piernas se cubren de armadura metálica de piezas rígidas; el cuerpo lleva cota, que es de cuero por arriba, y de mallas metálicas abajo; su torso está aún revestido de una esclavina lisa, atada al cuello por corredizo cordón, y en el pecho se dibuja la roja cruz de la Orden de Santiago. Del cinto cuelga la daga, y sobre la cabeza, peinada al estilo de la época, un bonete de paño. Descansa el caballero todo su cuerpo sobre la extendida capa. Y entre las manos, un grueso libro abierto en su mitad, que atentamente lee y al mismo tiempo le sirve de meditación. En las jambas del intradós del sepulcro, aparecen los relieves de Santiago y San Andrés. En el muro del fondo, una suave decoración floral con trama de rombos, y una cartela en la que, a caracteres góticos, lo mismo que en la pestaña del sepulcro, se describe la peripecia última del personaje. La parte superior de la hornacina se completa con una tabla semicircular, obra del primitivismo castellano de finales del siglo XV, en que aparecen juntas varias escenas de la Pasión de Cristo.
Sobran los comentarios, una vez descrita su estampa, pues la emoción que surge al contemplarla debe ser vivida, en profundidad, de manera propia por cada persona que, con un mínimo de sensibilidad, se ponga ante ella. Su autor es, todavía, desconocido.
El estudio del doctor Martínez Gómez-Gordo
Hace ya años, concretamente en 1997, el cronista oficial de Sigüenza, el doctor don Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo, dedicó al Doncel nada menos que un libro entero.
En dicho libro, el doctor Martínez Gómez-Gordo nos entregaba condensado todo su saber sobre el personaje, la estatua, el simbolismo, los versos y las páginas que le han dedicado. En un estudio completo, perfecto, entretenido y sabio, un estudio que nos permite saberlo todo del Doncel, y poder ir, una vez más, a admirar su silueta, su seriedad, su ilustración y el lujo de las formas y los colores. Si hubiera que definir la elegancia habría siempre que referirse a la pose, al gesto y a la actitud de Martín Vázquez de Arce.
El libro tiene un primer capítulo dedicado al aspecto personal del personaje, sus orígenes familiares, su vida, dedicación, paternidad, luchas y muerte. Le sigue la referencia a las campañas de la guerra de Granada “en que padre e hijo se hallaron” y pasa finalmente a estudiar la estatua, los carteles, los escudos, las pinturas que le acompañan, las figuras que le mediatizan… sin olvidar referir las mejores palabras y textos que articulistas, poetas e historiadores le han dedicado.
El libro lleva en su cuadernillo central un estudio que yo mismo añadí, sobre “El Doncel y otros muertos que leen” en el que analizaba el paradigma del difunto viviente, lector y reflexivo. En cualquier caso, un libro que suma cuanto se ha dicho de esta estatua que parece desvelar siempre, cada vez que se la ve de nuevo, algún mensaje inédito.
También escribí, más o menos hacia 1986 (o sea, hace 30 años) un estudio que parangonaba al Doncel con la figura del general romano Escipión, el Africano, en el contexto de algunos estudios que hice sobre iconología e interpretación literaria y cultural del arte. Interpretaba entonces que el Doncel de Sigüenza podría ser el paradigma de Escipión el Africano, como suma de las virtudes caballerescas y literarias del humano renacentista, del guerrero y noble humanista.
Como casi todo lo que he escrito, pasó totalmente desapercibido, y creo que no merece la pena traerlo de nuevo a colcación, porque los tiempos no están ya para estas interpretaciones iconológicas… el mundo va por otros caminos, y quienes intentamos reconducirlos somos tachados de ilusos, cuando no de cosas peores.
El templo de Santa María de Brihuega
En el llamado Prado de Santa María, al extremo sur de la población, puede admirarse la iglesia parroquial de Santa María de la Peña, uno de los cinco templos cristianos que tuvo Brihuega y que fue construido, en la primera mitad del siglo XIII, a instancias del arzobispo toledano Ximénez de Rada.
Su puerta principal está orientada al norte, cobijada por atrio porticado. Se trata de un gran portón abocinado, con varios arcos apuntados en degradación, exornados por puntas de diamante y esbozos vegetales, apoyados en columnillas adosadas, que rematan en capiteles ornados con hojas de acanto y alguna escena mariana, como es una ruda Anunciación. El tímpano se forma con dos arcos también apuntados que cargan sobre un parteluz imaginario y entre ellos un rosetón en el que se inscriben cuatro círculos. La puerta occidental, a los pies del templo, se abrió en el siglo XVI por el cardenal Tavera, cuyo escudo la remata. La cabecera del templo está formada por un ábside de planta semicircular, que al exterior se adorna con unos contrafuertes adosados, y esbeltas ventanas cuyos arcos se cargan con decoración de puntas de diamante.
El interior es de gran belleza y puro sabor medieval. Los muros de piedra descubierta de sus tres naves comportan una tenue luminosidad grisácea que transportan a la edad en que fue construido el templo. El tramo central es más alto que los laterales, estando separados unos de otros por robustas pilastras que se coronan con varios conjuntos de capiteles en los que sorprenden sus motivos iconográficos, plenos de escenas medievales, religiosas y mitológicas. La capilla mayor, compuesta de tramo presbiterial y ábside poligonal, es por demás hermosa. Se accede a ella desde la nave central a través de un ancho y alto arco triunfal apuntado formado por archivoltas y adornos de puntas de diamante. Esbeltas columnas adosadas en su interior culminan en nervaturas que se entrecruzan en la bóveda. Su muro del fondo se abre con cinco ventanales de arcos semicirculares, adornados a su vez con las mismas puntas de diamante. Todo ello, especialmente después de la restauración de hace pocos años en que se ha quitado un feo baldaquino que lo ocultaba, le confiere una grandiosidad y una magia que sin esfuerzo nos transporta como en un sueño al momento medieval en que tal ámbito servía de lugar ceremonial para los obispos toledanos, que tanto quisieron a esta villa de Brihuega, señorío relevante de la mitra arzobispal.
El alzado del templo ofrece como hemos dicho la visión de una nave central más alta que las laterales, enlazando así con el carácter de la arquitectura propiamente gótica, en la que los avances técnicos se plasman en una nueva estética. Las grandes arcadas que separan las naves, todas ellas de medio punto, hacen perder al conjunto el neto carácter románico de muro que pesa posibilitando un nuevo tratamiento estético. Una torre se alza a los pies del templo, y que tradicionalmente se ha tenido por construida en siglos más avanzados, quizás en el siglo XVI. En cualquier caso, ya en su origen debió tener una torre en este ángulo noroccidental, aunque fuera de menor elevación que la actual.
Las techumbres de las naves se forman con nervaturas góticas. Sobre la entrada a la primera capilla lateral de la nave del Evangelio se muestra una gran ventana gótica, elemento cumbre del resto de vanos apuntados que ofrecen también el valor, nuevo en el gótico, de la luz como elemento ornamental e incluso simbólico.
En la iglesia de Santa María de la Peña de Brihuega destaca como en pocos sitios el carácter netamente cisterciense de la arquitectura de transición del románico al gótico que promovió en sus territorios toledanos el arzobispo Ximénez de Rada. La escasez de ornamentación, su rigidez y parquedad, es propia de este momento, y del concepto de pureza y renovación que se quiere difundir.
En las molduras y arquivoltas de sus puertas y ventanales, así como en buena cantidad de capiteles se encuentran con exclusividad decoraciones a base de puntas de diamante, hojillas, y pequeños trilóbulos que se ven también en muchos otros lugares de la baja Alcarria y territorio de Cuenca, como Santa María de Alcocer, monasterio bernardo de Monsalud, etc.
Respecto a los capiteles de este templo, se encuentran algunos elementos iconográficos que brillan por su ausencia en el resto de las iglesias de Brihuega. Dentro de la gran variedad existente en su temática vegetal, pueden encontrarse tres grupos que ofrecerían, respectivamente, una traza fina y muy cuidada, que recuerda a los capiteles de las grandes catedrales francesas; una flora más jugosa que la acerca a un estilo más rural; y finalmente un grupo de capiteles rústicos que de mano popular y tomando por motivo los anteriores modelos, se repiten en infinitas fajas.
Muchos elementos zoomorfos se ven en este templo tallados: unos proceden de la rica fauna románica, como toros alados, cerdos de gran tamaño que ocupan la casi totalidad de la superficie del capitel, de los que, en menor tamaño, y de una forma más naturalista, surgen entre las hojas: pájaros, monos, linces o perros acompañados a veces de hombres. La interpretación de estos animales, más de que símbolos abstractos, es simplemente de signos maléficos y benéficos.
También se ven múltiples elementos antropomorfos: gentes aisladas y escenas complejas nos sorprenden talladas con tosquedad en la múltiple riqueza de los capiteles de Santa María. Diversos cánones pueden ser apreciados: unos de figuras rechonchas, como en la Anunciación (en el segundo pilar desde los pies del lado derecho de la nave central), y otros de elementos más estilizados, como las del centauro del pilar del ángulo derecho de los pies. Unas escenas están rígidamente enmarcadas, como la de la Anunciación, mientras que otras como el banquete se muestran en total libertad compositiva. A pesar de la riqueza de imágenes que en este templo se advierte, no encontramos un claro programa iconográfico que las unifique. Parece como si los autores hubieran querido simplemente recordar los hitos principales del Antiguo y Nuevo Testamento, sin más hilación entre ellos. Hay un predominio de los temas marianos, dada la advocación del templo, y algunas son de muy difícil interpretación, como la situada en el extremo inferior del lado de la Epístola, en el que aparece un centauro vuelto hacia atrás disparando sus flechas a un hombre que se encuentra al lado de un león erguido, mientras entre ellos se alza un árbol de dos ramas. Pudieran ser alusiones a la eterna lucha de las fuerzas malignas y benigas sobre el hombre.
Es digno de ser destacado el hecho de que este templo, aun con ser iglesia parroquial de una villa, sobrepasa por sus dimensiones y disposición lo que era tradicional en el siglo XIII enla Alcarria, donde aún se construía habitualmente en estilo románico, con galería porticada al sur, y una sola nave. Las edificaciones litúrgicas promovidas por el arzobispo Rada (Brihuega, Uceda, etc.) tienen tres naves y una funcionalidad que supera lo meramente parroquial, intentando alcanzar un grado más alto, como pequeñas catedrales, respecto al entorno en que asientan.
Este templo recibió una trasformación y ampliación en el siglo XVI.
En el verano de 1539 llegó a Brihuega el Cardenal D. Juan de Tavera, quien se prendó del ambiente y situación de la villa en tal grado que no le quedaron ganas de volver a Toledo, pese a la insistencia del Emperador Carlos V que lo reclamaba en la Corte.
De su mecenazgo han llegado hasta nosotros algunas muestras en los templos briocenses: los hubo en la derruida iglesia de San Juan, y los hay en las de San Miguel y San Felipe. Pero fue fundamentalmente en Santa María donde la renovación se hizo en tan gran medida que bien puede decirse que se edificó de nuevo: Derribó y rasgó muros, levantó nuevos arcos de estilo renacentista, edificó capillas adosadas al presbiterio y ábside, tapió ventanales, y construyó un coro al fondo de la iglesia sostenido por un gran arco escarzano, abrió una puerta en el muro occidental rematada de su escudo de armas, construyó la sacristía con el balconcillo, edificó el camarín de la Virgen y acortó el presbiterio. Posteriormente se levantaron adosadas al primitivo algunas otras capillas, como la que dedicada a la Virgen del Pilar mandó hacer don Juan de Brihuega y Río en el siglo XVIII, sobre la nave norte, colocando su escudo de armas al exterior.
Ha habido que esperar a nuestro siglo para que nuevas e importantes reformas se hicieran sobre el templo. En 1988 se ha realizado una gran restauración del mismo, lo que ha venido a dignificarle y recuperar su aspecto más primitivo y elegante, pues desmontado el camarín de la Virgen quedó totalmente al descubierto el magnífico ábside primitivo, románico, en el que algunos ventanales se reconstruyeron, recobrando su aspecto original.
Esencias campiñeras
En la Campiña del Henares, que no la aplaudimos a diario porque a diario la discurrimos, existen elementos que podríamos considerar de los esenciales para conocer la provincia. Esto es, una serie de lugares, obras de arte y rincones que si no se aprecian, no se entiende al completo la tierra en que vivimos.
El retablo de San Gregorio, en Alovera
La iglesia parroquial de Alovera, aislada en medio de su plaza, es un ejemplar limpio y expresivo de la arquitectura religiosa popular de la Campiña del Henares. Restaurada y cuidada, en su interior destaca un gran retablo, que consideramos anterior en su realización al actual templo. Se sitúa sobre el muro del fondo de la nave del Evangelio. Es una obra espléndida, del Renacimiento, realizada en torno a 1540. Podemos denominarle “retablo de San Gregorio” y consta de tres calles y tres cuerpos, coronados estos por frontones curvos, con el central pintado y los laterales tallados con veneras. En la parte inferior de la calle central aparece una imagen de la Virgen María en una hornacina, y el resto del retablo está formado por tablas pintadas, separadas todas ellas por columnas y arquitrabes cuajados de decoración esculpida de tipo plateresco.
Este retablo, que sorprende a quien visita el pueblo y la iglesia, ofrece en sus ocho cuadro de 70 x 70 cms., escenas secuenciales de la vida de María y de la infancia de Jesús. Son estas el Nacimiento de la Virgen, la Visitación, la Asunción de María, la Adoración de los Magos, la Circuncisión de Cristo, la Presentación de Jesús en el Templo, y Cristo entre los doctores.
El cuadro central, que da nombre al retablo, es algo más grande, y refleja la escena de la Misa milagrosa de San Gregorio, en la que se manifiesta pictóricamente la consagración milagrosa que hizo este personaje cuando, ante la mirada atónita de sus concelebrantes, apareció sobre el altar el propio Cristo rodeado de los símbolos de la Pasión. La escena se desarrolla en un interior de templo formado por arquitectura clasicista, lo cual nos da idea de que el pintor es un hombre que “está al día” en los modismos estilísticos, aunque las proporciones son irreales en algunos detalles. Del grupo de figuras, destaca una en el lado derecho, vestida de negro, y en actitud orante, que bien podría tratarse del donante del retablo, como es habitual. El artista compone la escena y los personajes sin proporciones uniformes, y manifiesta una sensación de irrealidad especialmente en los pliegues rígidos y angulosos de los ropajes de San Gregorio. La devoción a este santo es muy antigua en Alovera, pues ya las Relaciones Topográficas de finales del siglo XVI decían que “se votó la fiesta de San Gregorio, para evitar las plagas del escarabajuelo que se hace en las viñas”.
El impresionante retablo de San Gregorio de la iglesia parroquial de Alovera es, sin duda, la mejor pieza artística mueble de toda la Campiña. Realizado en torno a 1540, los investigadores no dudan en atribuirlo a pintores del círculo de Juan de Borgoña y Juan Correa de Vivar. Se aprecian dos manos distintas, dos autores, que bien podrían ser Cristóbal de Cerecedo (que trabajó en los retablos de Meco, junto al propio Correa, y acabó el retablo de La Celada) y Pedro de Egas.
El mausoleo de los Eraso, en Mohernando
En el presbiterio del antiguo templo parroquial de Mohernando, hoy separado de la nave por un muro completo, y en el seno de ese espacio vacío, sobre las gradas del primitivo altar, en el lado del evangelio, vemos el grupo escultórico de los señores de Humanes y Mohernando, compuesto por don Francisco de Eraso, su esposa doña Mariana de Peralta, y San Francisco protegiendo a ambos. La calidad artística de este monumento es de suma importancia, y hoy podemos verle de nuevo entero, tras haber sufrido múltiples daños y avatares a lo largo de los siglos.
Tuvo Francisco de Eraso gran importancia en la vida política nacional durante la segunda mitad del siglo XVI. Nacido en 1507, en Madrid, pero originario del lugar navarro de Eraso, alcanzó el señorío de toda la Encomienda santiaguista de Mohernando. Era caballero de la Orden de Calatrava, comendador de Moratalaz, y secretario del Consejo y Real Hacienda de Felipe II en 1556. Anteriormente había estado al servicio del emperador Carlos, de quien fue Notario Mayor, autorizando como tal las renuncias que éste hizo en favor de su hijo, de sus estados de Castilla, Flandes, Indias y los maestrazgos de las Ordenes Militares. Mas de una década estuvo al servicio del Rey Felipe, muriendo en 1570.
Fue su esposa doña Mariana de Peralta, hija de D. Pedro del Canto y de doña Mariana de Peralta, quien mandó construir y ejecutar el enterramiento de su marido y suyo, consistente en una talla escultórica en la que aparecieran sus figuras amparadas por San Francisco de Asís, colocándola sobre un plinto en la iglesia parroquial de Mohernando, sobre las gradas del altar y sobre la cripta que bajo estas contendría los cuerpos de ambos personajes.
El enterramiento consta de un túmulo rectangular, sobre el que apoya el conjunto escultórico, y sobre él, por remate, un frontón que incluye las armas del linaje. Al frente del túmulo se puso una lápida con frases latinas que traducidas dicen asÍ: “Al Dios Optimo y Maximo, Salve: Mariana de Peralta, esposa de Francisco de Eraso, erigió este monumento en memoria de su marido. Fue este varón esclarecido; sus obras, su fidelidad y su consejo y su diligencia prestaron señalados servicios a su patria, en momentos graves, bajo los reinados de Carlos V, Emperador augusto, piadoso, feliz e invicto, y de su hijo Felipe, el rey mas católico de España. Fue Comendador de Moratalaz y disfrutó de todas las preeminencias de honor y dignidad. Vivió sesenta y tres años y murió el 26 de septiembre del año del Señor de 1570”.
Es casi seguro que este grupo se debe a la mano del escultor Juan Bautista Monegro, uno de los máximos exponentes del arte majestuoso del imperio filipino, y con el que Eraso y su esposa tuvieron relación personal. Debió ser realizada esta maravilla entre 1570 y 1578, justo después de la muerte de don Francisco, y con doña Mariana aún viva. Él aparece en su madurez, con barba fina, revestido de armadura y cubierto por el manto calatravo. Ella va ataviada con tocas de viuda, y aparece recogida y orante. Sus miradas son divergentes.
Otros hallazgos sorprendentes
En la Campiña del Henares hay otras cosas aún, que pueden ser incluidas en esas cien propuestas esenciales que ya corren por ahí, en forma de libro, y que no me resisto aquí a señalar, aunque sea más en resumen.
Una de ellas es el Calvario de El Casar: se trata de un humilladero o edificio final de Vía Crucis, en el que se alberga un Calvario o conjunto compuesto por las figuras de Jesucristo y los dos ladrones. Se concibió como un edificio sin techumbre, abiertos sus muros por amplios vanos de arcos semicirculares, y construido todo él con canto rodado y ladrillo, en aparejo tradicional de la comarca campiñera. Los vanos se cierran hoy todavia por rejas de hierro forjado. El efecto de los airosos arcos de ladrillo es magnífico. Y, por supuesto, el paisaje abierto donde asienta, y desde el que se puede admirar el conjunto de las sierras de Guadarrama y Somosierra, nevadas sus cumbres buena parte del año, suponen uno de los mayores atractivos de El Casar.
En el interior de este curioso edificio se encuentran tres esculturas en piedra, que fueron originalmente talladas y colocadas en el siglo XVII, pero que dada la inclemencia continua del tiempo, y su permanencia al descubierto durante tres siglos, ha hecho precisa su renovacion en varias ocasiones. Allí aparecen puestos sobre sus correspondientes cruces Jesucristo en el centro, y los dos ladrones a sus lados. En la basamenta de la cruz de Cristo se lee la siguiente leyenda: Este Calvario y Via Sacra hizo a su costa el bachiller Diego Lopez canonigo de Sancta Maria de Arvas presbitero de El Casar a Gloria y honrra de la Passion de Nuestro Senor Jesuchristo Rueguen a Dios por él. Año 1648, y que viene a decirnos muy claramente el nombre y la intención de quien mandó construir este edificio y su ornamentación interna.
Otra pieza solemne y espectacular sería la iglesia paroquial, dedicada a San Pedro, de Yunquera de Henares. De ella destaca especialmente la torre de las campanas, maciza construcción de planta cuadrada, completamente edificada de buena piedra sillar, y dividida en tres cuerpos, presentando curiosos detalles de influencia gotizante, como son las agujas y florones que se adosan a las esquinas de su tercer cuerpo, y otros elementos netamente platerescos como alguna de sus ventanas. Remata en moderno chapitel. Su parte más elevada es de planta octogonal y hace de campanario, pues en sus cuatro vanos aparecían las campanas, que tradicionalmente se llamaron “la del Paño” (al S.), “la Serrana” (al N.), “la Tabera o de la Virgen” (al E.) y “la Relojera” (al O.). Esta torre fue iniciada en 1520, por Martín de Régil, y terminada en 1539, por Pedro Medinilla. Es especialmente hermosa la bóveda de este cuerpo de las campanas de la torre, porque no tiene clave central, está toda hecha de piedra, y las nervaduras no se cruzan de forma simétrica en el centro, sino paralelas formando una estrella.
Y finalmente, y como una arteria esencial de la provincia, pero muy especialmente de la Campiña, está “El Canal del Henares”, que partiendo de Humanes discurre por toda el valle llegando hasta Meco.
La longitud total del Canal del Henares es de 39 Km. Aunque la obra nace en término de Humanes, aquí riega solamente 60 hectáreas, y a poco se mete en un túnel bajo tierra, yendo a salir cerca de Maluque, ya en término de Mohernando, y va dando aguas sucesivamente a los campos de todos los municipios de la orilla derecha del río, hasta Meco, donde acaba. Además de la presa, que es una notable obra de ingeniería, revestida de mampostería, hormigón y mallazo, con secciones trapezoidales, triangulares y ovoidales, el trazado del canal fue complejo y hoy desvela espacios de gran interés hidráulico, pues ofrece entre otras obras de fábrica en su trazado, el azud de derivación, siete acueductos, doce puentes, ocho saltos y un sifón.
Toda una oferta de interesantes propuestas, que están pidiendo a gritos un viaje, un descubrimiento personal, y una ristra de recuerdos que exhibir luego.