Una divertida anécdota del Madroñal de Auñón

sábado, 19 marzo 2016 3 Por Herrera Casado
El Madroñal de Auñón

El Madroñal de Auñón

La reciente aparición impresa de una obra capital de Francisco Vaquerizo Moreno, titulada “El Santero del Madroñal”, que tiene por protagonista al santuario de Nuestra Señora del Madroñal, en lo alto de un cerro de la más pura Alcarria, nos sirve para recordar una vez más ese entorno, y sus historias pretéritas…

No estará de más recordar hoy Auñón, su ermita y enclave del Madroñal, en lo alto del monte desde el que se divisa el valle del Tajo, hoy ocupado de las [pocas] aguas remansadas de Entrepeñas. Y decir algo de ese lugar, de la devoción a su Virgen, de fiestas antiguas y jolgorios diversos. Sobre todo, de la ingeniosa comedia que ha inventado Paco Vaquerizo, a propósito de cierta leyenda que por allí queda desde hace siglos. Luego diré de qué va ese invento.

Ahora recordar, muy brevemente, a Auñón y el Madroñal.

Al pueblo lo encontramos como alzado en una cresta que otea vallejos que desde la meseta alcarreña bajan hacia el Tajo. Algo aislado de la nueva carretera hacia Cuenca, por mor de esa desviación que nos lo pone más rápido, pero también más «inhumano», el camino a Sacedón. Siempre que lo veo, en la lontananza, me recuerda un tanto a las «casas colgantes» de Cuenca. Aparte de su caserío típico, de sus calles estrechas y cuestudas, de su gran iglesia parroquial del siglo XVI, dedicada a San Juan Bautista, con su antiguo retablo plateresco, y de la capilla del famoso Obispo de Salona, don Diego de la Calzada, nos queda quizás lo mejor, o lo más querido por todos: el espejo que está puesto en lo alto del monte, y en medio del pinar. La ermita de la patrona, la Virgen del Madroñal.

La ermita del Madroñal

La ermita del Madroñal asienta en lo alto de unos riscos que dan sobre el curso hondo del Tajo, en un rellano de la abrupta montaña, en la margen derecha del gran río, y entre espesos bosques de pino, roble y encinas, aparece el edificio de la ermita, construido como hemos dicho a principios del siglo XVII, lo mismo que las edificaciones que la rodean, formadas por casa del santero, albergue­ría, y un patio anterior con fuentes, arboledas, formando un conjunto encantador, de increíble belleza, que inspira una profunda sensación de paz a quien lo contempla. El interior de la ermita, que es de grandiosas proporciones y tiene un retablo barroco con cama­rín posterior, es interesante, especialmente por las muestras que el fervor popular ha ido dejando colgadas en sus paredes, en forma de ex‑votos, cuadros relatando milagros, etc.

Cuando hoy se habla del patrimonio natural, ecológico, medioambiental, y paisajístico de Castilla-La Mancha, pocos se acuerdan de este lugar del Madroñal, en Auñón. Pero yo lo pondría a la cabeza, entre los más destacados anaqueles de ese muestrario de bellezas naturales de nuestra provincia y región. Un lugar al que merece la pena ir, de vez en cuando, a encontrar las razones verdaderas, firmes, por las que uno ama a su tierra, y la prefiere a cualquier otra.

El santero del Madroñal

Nuestro buen amigo Francisco Vaquerizo, que tantas muestras ha dado de buen escritor, enorme poeta y fabulador imparable, acaba de publicar un libro que con este título que arriba digo pone en ebullicin la memoria de aquel lugar. ebullicitulo detantas muestras ha dado de buen escritor, enorme poeta y fabulador imparable, acaba ón la memoria de aquel lugar.

Es una comedio breve, en tres cuadros y un epílogo, y en la que ambienta una anécdota que en Auñón recuerdan como ocurrida en la Guerra de la Independencia. Pone de personajes a Miguel López, “El Santero del Madroñal”, frente a un coronel Hugo y un capitán Faurier que vienen ciegos de quemar y prender cosas y gentes. Junto al primero, los vecinos de Auñón, los curas, los procuradores, los músicos. La secuencia: el día en que los franceses se ven acosados por el Empecinado en Auñón, y quieren “morir matando”. Deciden subir al Madroñal a robar y destruir, y mandan a unos soldados a ello. Pero el santero, informado previamente port “el tío Coplas” de Alocén, llama a numerosos vecinos y organizan una fiesta y un simulacro de procesión. Y cuando llegan los franceses les invitan a la jarana. A lo que primero se resisten pero luego caen redondos, tras beber vino a discreciçon y bailrar y cantar. Abajo, en el pueblo, el ejército francés se bate en retirada, y a arriba, en El Madroñal, no ha pasado nada y la ermita se ha salvado.

Esta representaciçon, que está escrita totalmente en verso, es entretenida y hermosa de ver. Ya se representó en ocasiones previas en Auñón, donde el autor fue párroco algunos años hace. Ahora este libor ha caído muy bien en el pueblo, y como es fácil de leer, divertido y sonoro, seguro que hasta horas anda ya agotado.

Vaquerizo ha querido dedicar este libro a Fidel Santos Hernández y Francisca Sevilla López, quienes fueron (de verdad) santeros del Madroñal, entre 1967 y 1984, los últimos de una larga lista. En esa dedicatoria va incluida la larga historia de los santeros de la altura, durante siglos. Vaquerizo les dice que con esta obra “rinde un homenaje de gratitud, de admiración y de cariño” a todos los santeros y santeros de la historia. Allí en el Madroñal.

Madroñal imprescindible

Aparte la anécdota que Francisco Vaquerizo rima en este nuevo libro suyo, quiero acentuar el mensaje de admiración hacia aquel lugar, que es un poco el corazón de la Alcarria, porque en su edificio, y en su historia, se resume la de la comarca toda: milagros, leyendas, hasta relatos de templarios y tibias certezas esotéricas quedan en su entorno.

El paisaje, en la primavera que ahora apunta, es soberbio. La distancia entrevelada de carrascos y encinares, se funde en el horizonte con las planicies de la tercera Alcarria, mientras el río Tajo, manso y estrecho ahora, discurre por abajo, soltando brillos cuando el sol se pone firme.

Así es que una buena propuesta es ir a pasar un día a Auñón, ver sus calles empinadas y su curioso y típico patrimonio. Y subir (hay indicaciones desde el pueblo para hacerlo) hasta el Madroñal, hasta la ermita, y allí recordar historias como esta del Santero, o disfrutar simplemente oyendo la fuerza del viento cuando se enfrenta a las ramas que le afean, ariscas, su improceder.