Por la senda de la migaña

sábado, 13 febrero 2016 0 Por Herrera Casado

Libro_de_la_MigañaUna de las expresiones más características, y constantes, del costumbrismo y la forma de ser de los pueblos, es su forma de hablar, su lenguaje, que realiza a través de palabras y frases, a través de gestos y muchas veces a través de fiestas y ceremonias. Una forma curiosa, soprendente, del habla de las gentes de algunos pueblos de Guadalajara, es la migaña. Aquí la revisamos.

Hace 30 años, en un escrito que don José Sanz y Díaz, cronista molinés, publicaba en la “Revista de Folklore” que fundó Joaquín Díaz, decía a propósito de la jerga que usaban antaño en Milmarcos y en Fuentelsaz, que “La migaña la empleaban gente trashumante por temporadas, mercadillos y ferias, también en épocas de esquileo y derribo de pinos a destajo o contrata, para no hacerse competencia. Se ponían así de acuerdo con su trabalenguas signótico. Eran gentes, como decimos, que iban de una parte a otra, desde el Ducado de Medinaceli molinés y el partido de Molina, partiendo de Maranchón, Luzón y Algar de Mesa, por las rutas propicias de Villel, Milmarcos, La Yunta, Cillas, Mochales, Embid, Fuentelsaz y Alustante, sin olvidar Traid y Alcoroches, pueblos de esquiladores y vendedores de ajos por las sexmas, lugares que me vienen ahora a la memoria y que cito sin orden, a voleo. La «migaña» ya la habían empleado muchos otros trajinantes de la región y los pastores de la Mesta por las veredas y cordeles de la trashumancia, al conducir hasta los abrigados valles de La Mancha y Andalucía sus rebaños e impedimenta”.

Era en realidad un apunte breve, una generalidad, sobre esta forma de hablar que hasta ahora no se había estudiado convenientemente, y que ahora viene a hacerlo Tomás Gismera Velasco, en un librillo que he tenido la suerte de poder leer, tras conseguirlo a través de las enrevesadas pero fáciles sendas de Amazon.

Muleteros de Maranchón y Esquiladores de Milmarcos

Hasta mediados del siglo pasado, existían una serie de oficios y ocupaciones que tenían un largo aprendizaje, casi siempre en el seno de la familia y el grupo: entre otros muchos, recordamos a los muleteros de Maranchón, transitando con sus ganados comprados y vendidos por todos los caminos de España, y a los esquiladores de Milmarcos, que en la primavera e inicios del verano se dedicaban a recorrer Castilla con sus tijeronas a pelar las ovejas y conseguir unos ingresos que les ayudaban a vivir el resto del año.

En esos viajes, unos y otros debían tratar con gente extraña, y hablar entre ellos de precios, calidades, oportunidades, tratos, que no querían que se enteraran los clientes. Así surgieron estos lenguajes a los que se califica como jergas o jerigonzas, y que han sido y siguen siendo muy numerosos, propios de grupos muy localizados.

Entre esas jergas, quizás como la más antigua y extendida está el “caló”, utilizada por las gentes de la etnia gitana, que como sabemos llegaron desde la India, atravesando Egipto (de ahí lo de “egipciacos” que derivó en “gitanos”) a Europa, en el siglo XV. Una jerga que lleva palabras heredadas de idiomas lejanos, y antiguos, pero que ellos siguen usando para entenderse en la vida diaria y en casos comprometidos.

Del caló han tomado palabras otras jergas, como las “germanías” propias del Levante español, de las que luego comulgaeron muchas otras. La de Milmarcos y Fuentelsaz, la “migaña”, toma palabras de una y otra, pero construye entero un sistema de referencias y nombres comunes que la hacen ininteligible para ningún otro grupo humanos que no sea el que lo ha creado y lo utiliza.

En Milmarcos todavía hay quien piensa en migaña

Hace bastantes años, cuando en el verano iba por el Señorío de Molina dando charlas y amigando con sus gentes, en Milmarcos residí varias veces y me hablaron en esta jerga: había quien lo hacía con total fluidez y hasta quien pensaba en migaña, de forma espontánea. Me acuerdo de la sorpresa que me llevé al comprobar que aquel Mendoza de que hablaban constantemente era el secretario del pueblo ( y que tomaba el nombre del apellido que hacía un siglo había llevado un secretario local) y aquel Ventura que también salía constantemente en la conversación era el médico, cualquier médico, porque se había hecho común el nombre propio de un antiguo galeno del pueblo.

La obra de Gismera que hoy comento, explica las diversas formas en que se ha ido realizando el vocabulario (totalmente artificial) de la migaña. De una parte, como acabamos de ver, los nombres comunes proceden de otros propios antiguos (pastelero=Vidal; afilador=Evaristo), y de nuevo palabras comunes adquieren su significado de lugares donde se pensaba que eran muy frecuentes (buitre=Santamera; Sal=Tierzo, sin olvidar aragonesismos, como Hermano=maño), tomando muchas palabras de otra jergas coom el caló, la germanía y la gacería, de donde vienen cosas como dedos=dátiles, o taberna=bayuca.

El sistema de los números es realmente curiosos, dando nombres propios a tres números, y construyendo con ellos, a base de sumas y multiplicaciones el resto. Así vemos que el dos es fajo, el tres es Trinidad, y el cinco es tarín, y sobre ellos, se construye el resto, como el siete, que es “tarí y fajo” o el ocho que es “tarin y trinidad”. En algún momento llegamos a pensar que todo esto es un juego de niños, pero sin duda se hiz así, hace siglos, y así ha seguido siendo últil para comunicar a las gentes de Milmarcos y Fuentelsaz (y a las de Maranchón también, y Tartanedo, Embid, y otros lugares del Señorío…) y evitar que los demás se percataran de lo que decían.

El análisis de Gismera sobre la “migaña” es el más completo realizado hasta ahora, y merece un aplauso (y por suspuesto adquirir su libro y léerselo) porque analiza los sistemas fonéticos y sintácticos que han ido construyendo la migaña. Que ha sido a base de metátesis, prótesis y aféresis, mecanismos que tradicionalmente han condicionado la evolución del lenguaje, recogiendo elementos del caló, del francés, del euskera, etc.

En fin, una análisis exhaustivo, que se completa con un Vocabulario enorme, en el que recoge todas las palabras que se han utiizado en este que, según nos dice finalmente, “no es un idioma, ni siquiera un dialecto…” por supuesto: es una jerga de oficios.

Detalles añadidos

Hace unos años se editó un librito con un vocabuario de “migaña” que se difundió por el Señorío de Molina, y del que no tomé nota acerca de su autora, por lo que no puedo explicitar aquí más detalles.

También merece ser reseñada la moderna aportación de José Luis Fernández-Checa Roy, quien ha creado una aplicación para teléfonos móviles, que consiste en un diccionario castellano-migaña, que supongo tendrá alguna utilidad cuando los de Milmarcos anden por ahí, de esquileo.

Justo Morales y Fernando Marchán, ambos notables vecinos de Milmarcos, también contribuyeron en su día a la recogida y clasificación de palabras y textos en migaña, habiendo realizado encomiable tarea de protección hacia este elemento que sin duda es patrimonio cultural de un pueblo.

En abril de 2010, Serrano Belinchón publicó un artículo en este semanario, cuando escribía habitualmente en él, acerca de la Migaña, en que analizaba con su fino sentido de la observación, lo que supone esta jerga en los pueblos del norte de Molina. 

El libro, finalmente

La obra que ha dado pie a este comentario es la que firma Tomás Gismera Velasco, editada por Amazon, y titulada “La Migaña o Mingaña. Jerga o Jerigonza de tratantes, muleteros y esquiladores, de Milmarcos y Fuentelsaz, en Guadalajara”. Tiene 78 páginas en cuarto, y se lee de un tirón, asombrados por los curiosos datos que ofrece, tanto de antecedentes artesanales como de los vericuetos por los que ha ido discurriendo este hablar que ya apenas se usa, si no es como curiosidad. Por Internet se puede adquirir en formato papel por 4,5 €. Su ISBN es 978-15-23471-34-8.