Las salinas de Armallá en el Señorío de Molina

lunes, 4 enero 2016 0 Por Herrera Casado
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Edificio central de las Salinas de Armallá, en el Señorío de Molina

La tierra molinesa está llena de sorpresas, y a pesar del silencio en que hoy se encuentra, de la aparente soledad de sus pueblos y tierras, la huella de la historia surge con fuerza en cada espacio que se pise y se analice con detalle. Uno de esos espacios son las salinas, los lugares donde, antaño,se obtenía sal para tantas cosas, sobre todo para sazonar alimentos y conservarlos durante temporadas largas. La sal (de ahí vino el nombre de salario) sirvió incluso de moneda de cambio, de elemento valorable como los metales preciosos. Vamos a recordar y a visitar las salinas de tierra Molina.

El Señorío de Molina tuvo sus salinas propias, que le sirvieron en la época medieval para alzarse un punto más en su capacidad de independencia. Aunque utilizadas por los celtíberos y luego por los romanos (se han encontrado numerosos restos arqueológicos de esta época en sus inmediaciones), fueron los señores de Lara quienes comenzaron la explotación directa de la sal obtenida sobre diversos lugares del río Bullones. De un lado en Terzaga, Armallá y Tierzo. De otro, en Traid. Y escondido en un mínimo vallejo, Valsalobre.

En el idioma árabe clásico, “mina de sal” se dice madin al-mallaha, y es de ese apelativo que puede derivar el nombre de estas salinas molinesas, que se dicen hoy “de Armallá”, lo cual demuestra que serían los árabes quienes primero explotaron este venero mineral, o, al menos, quienes le pusieron nombre. La red de fortificaciones establecida por los musulmanes necesitaba el suministro regular de sal, pues sus propiedades de conservación de alimentos la hacían indispensable para almacenar éstos en caso de que el lugar fuera sitiado.

Estas salinas son nombradas en el Fuero de Molina, de mediados del siglo XII. Decía así este fuero: Do a vos en fuero que siempre todos los vecinos de Molina y su término, así caballeros, como clérigos, eclesiásticos y judíos, prendan sendos cafices de sal cada año e se den en precio de estos cafices, sendos mencales, et prendan estos cafices en Traid o Almallas.

Estas salinas fueron usufructuadas en un principio por los condes de Molina, quienes paulatinamente fueron cediendo sus derechos a favor de nobles y monasterios. Sin embargo, a fines del siglo XIII, cuando el señorío molinés pasa a ser regentado por el rey Sancho IV, se dice que la sal de Molina y su Tierra pueda ser vendida libremente en toda Castilla. De 1481 es un privilegio de los Reyes Católicos sobre estas salinas, y en el siglo XVI alcanzan su auge y más intensa explotación, a raiz de pasar a ser administradas por los Mendoza de Molina, los condes de Priego. Finalmente, en el estado borbónico, pasaron a control directo de la Administración estatal, siendo rehechas tal como hoy las vemos.

Visita hoy a las Salinas molinesas

Las Salinas de Armallá se encuentran en el municipio de Tierzo, y son atravesadas por la carretera que va de Molina a Checa. Asientan sobre un suelo cuaternario rico en arcillas y que ha sido ampliamente aprovechado para la agricultura.

Aunque todo abandonado, a medias entre el silencio y la ruina, con solo el viento del alto valle sonando entre los muros, el conjunto de las salinas de Armallá, sobre el valle del río Bullones, nos ofrece la estampa de dos grandes almacenes (o alfolíes) para dejar en ellos la sal extraída, el molino mediante el cual se captaba el agua del manantial salino, el depósito de concentración y las eras de secado. Todo ello estaba cercado por un muro con un único acceso. Al lado del mismo se encuentra la casa del administrador, que es un edificio relativamente moderno, lo más moderno de todo, de los años 50 del siglo pasado, y al otro lado de la carretera el almacén principal de sal.

Este edificio central o gran almacén fue construido en la mitad del siglo XVIII. Su aspecto externo es realmente hermoso, y además muy funcional. Es de planta casi cuadrangular, con unos cuarenta metros de lado, y su interior totalmente diáfano. Muestra el armazón de madera de la techumbre completamente al descubierto, sujeto por veinticuatro grandes columnas, cada una de una sola pieza de madera, escuadradas, de unos cuarenta centímetros de lado y una altura, en las más altas, de aproximadamente catorce metros. Todo un espectáculo interior. El tejado es a dos aguas, con durmientes muy largos. Los muros son de cal y canto, ofreciendo unos contrafuertes exteriores en forma de bóvedas de medio cañón para evitar las tensiones laterales. En la parte que da a los manantiales salinos –esto es, a mediodía del edificio‑ se abre un porche cubierto donde descargaban los carros de sal. La cumbrera tiene un leve chaflán en los dos extremos, lo que le da una gracia especial. Por último, toda la estructura de madera, debido, sin duda, al roce de la sal apilada, ha adquirido una peculiar textura, muy suave, auténticamente aterciopelada.

Algo de historia

Armallá vive su momento de gloria, en producción y aprecio, entre los siglos XIII al XVI. Aunque se desconocen la forma y composición de estas primitivas salinas, lo que sí es seguro es que asentaban en el mismo lugar en que hoy las vemos, en el mismo amable vallejo por donde pasa hoy la carretera, el caserío y las instalaciones de humedad, aprovechamiento en artesas y almacenamiento en edificios.

Con toda seguridad, su forma era muy precaria, antigua, siempre a medias entre el abandono y la inminente ruina. En 1739 el administrador de las mismas, D. Bernardo Arnao y Zapata solicitó al rey, en nombre de los diputados del Común de la Tierra de Molina, que luego y sin la menor dilación componga las heras para evitar el perjuicio que se experimenta en la mala calidad de su fábrica. pues los pueblos de dicho Común en fuerza de sus acopios se hallan precisados a acudir a las Salinas de Tierzo, por cuya causa experimentan inmenso perjuicio por la mala calidad de su fábrica, en tanto grado que lo más de ella es tierra, (…) las heras descompuestas y sin empedrar de modo que es sumamente perjudicial a la salud pública de los vecinos de los lugares de dicho común y también de los ganados advirtiendo que en caso de no realizarse se suministre la sal de otros lugares, con el consiguiente debilitamiento de la hacienda.

Esta petición alcanzó el conveniente apoyo de la administración real, pues durante el reinado de Carlos III se realizaron importantes obras de mejora en las instalaciones de estas salinas, Hay una placa, datada en 1779, que conmemora esta restauración: está en la entrada del edificio principal. En 1850, Pascual Madoz describía así estas salinas, en su famoso “Diccionario Geográfico…”. “Las salinas de Armallá comprenden magníficos edificios para habitación y almacenes, buenas cercas y buenas eras necesarias para la evaporación; el manantial o pozo de las salinas es abundantísimo, de excelente calidad y tal vez de los mejores de la península, pues sus sales pesan 125 libras, y su fabricación asciende de 16.000 a 18.000 fanegas cada año: hay en este establecimiento un administrador, un fiel interventor, un medidor, dos guardas de salobres y otro para las fábricas, este último habita siempre en ellas (…)

El sistema de explotación

A diferencia de otras salinas en las cuales se empleaban métodos de desvío de caudales de los ríos para proceder a la disolución de la halita, aquí un manantial subterráneo nos da ya naturalmente la disolución o muera. Esta agua rica en sal era extraída ancestralmente mediante una bomba de tracción animal, pasando en 1935 a hacerlo mediante un motor de explosión. El recinto de extracción estaba cerrado por una edificación, de cuidada ejecución, de base octogonal para adaptarse al movimiento circular de las norias, de lado aproximado de 5.30 metros.

Siguiendo el proceso de obtención de sal, se pasaba a llenar las eras de secado con el agua procedente del depósito de concentración y a esperar en ellas a que se produjera su evaporación por efecto de la radiación solar. Estos depósitos o artesas tienen un calado muy reducido para acentuar el proceso evaporativo. Este método era el empleado entre junio y septiembre, que son lo más calurosos y de mayor evaporación por radiación directa del sol

Las concentraciones de sal obtenidas estaban en torno a 23 gramos de sal por 100 gramos de disolución, lo que refleja la calidad del manantial pues las concentraciones obtenidas en otras salinas de España estaban comprendidas entre los 18 y 26 gramos de sal por 100 gramos de disolución.

Del recinto de extracción se pasaba mediante una canaleta de madera a un gran depósito de 78 metros de anchura por 36 de longitud. Hay que destacar la cuidada ejecución del fondo de este depósito, al igual que en el resto de balsas, y la solidez de las paredes, constituidas por grandes sillares de piedra calizas forradas por láminas de madera. El objetivo de este depósito era doble: por un lado la distribución regular de caudal de agua hacia las eras de secado; por otro, conseguir una concentración de sal alta y uniforme con el fin de favorecer el proceso de cristalización.

El recinto principal está constituido por los depósitos de evaporación, los caminos de acceso a las mismas y los canales de alimentación del agua salina.

Hay además 15 eras de secado: 9 principales rectangulares, y otras seis secundarias. Están los laterales construidos con madera de sabina albar de la zona lo que la confiere una gran resistencia a la corrosión de la sal. Y los solados muy bien acabados con mampostería.

Teniendo en cuenta que la temporada de producción de sal rondaba los 122 días, obtenemos una producción diaria de aproximadamente 11 toneladas diarias, cantidad suficiente para el abastecimiento de toda la comarca.

Excepcionales son los dos almacenes de sal que todavía se mantienen en pie. Su humilde aspecto externo oculta el amplio espacio interior donde sorprende la esbeltez de sus pilares de madera de pino. Estas protonaves industriales albergaban la sal recogida en su interior hasta la coronación misma de los elementos vertebradores del conjunto, de sección rectangular y bordes achaflanados en el caso de la nave situada al lado de la carretera. El espacio interno se hallaba compartimentado en cinco naves, la central de 4.5 metros de luz transversal y una separación longitudinal entre soportes de aproximadamente 3 metros.