Promocionando nuestros jardines

sábado, 21 noviembre 2015 1 Por Herrera Casado
La estatua manierista de la Mariblanca, en el Paseo de La Concordia de Guadalajara.

La estatua manierista de la Mariblanca, en el Paseo de La Concordia de Guadalajara.

En estos días ha estado en candelero el Paseo de la Concordia de Guadalajara, por una conferencia, un libro y una petición, para que se le considere en la categoría de Bien de Interés Cultural, parangonable a los edificios y monumentos históricos, porque es un sitio con solera, con tradición y valores urbanísticos suficientes para ello. Ahora recordamos otros jardines, parques y espacios naturales que en nuestra tierra acumulan años y añoranzas.

En la región autónoma de Castilla-La Mancha, el número de Parques y Jardines catalogados como BIC (Bien de Interés Cultural) es CERO. En otras comunidades, en cualquiera de las otras que integran España, más o menos hay unos cuantos. Madrid luce, por ejemplo, los Jardines de El Capricho en la Alameda de Osuna, y el Jardín Botánico, o en Andalucía el Jardín de las Delicias de Arjona, en Sevilla, o en Galicia la Alameda de Santa Susana en Santiago de Compostela. En definitiva, en esta como en muchas otras cosas relacionadas con “lo público”, lo único que se pone en evidencia es la sensibilidad de los responsables de estos temas. En Castilla-La Mancha, hasta la fecha, la sensibilidad ha sido CERO.

Pero todo eso tiene un remedio. Que es ponerse, por parte de los responsables, a pensar en proteger y nombrar BIC algunos emblemáticos y reconocidos parques y jardines de la región y sus poblaciones. Con el apoyo de los ciudadanos, que en este caso no pasamos factura alguna por aportar datos e ideas. Sinceramente, creo que este es el momento de que la Junta de Comunidades inicie el proceso de declaración de BIC para el “Paseo de la Concordia de Guadalajara”, y se ponga a mover papeles para hacer lo mismo con los “Jardines de la Fábrica” de Brihuega y “La Alameda” de Sigüenza. Por empezar por algún sitio.

Otros lugares emblemáticos

Uno de los recuerdos más antiguos que tengo por la cabeza, -no sé la época, pero debe ser de hacia 1953- fue una visita que con mi tía hice a los jardines del palacio de la Condesa de la Vega del Pozo, a los que se entraba por el callejón de San Sebastián, por un portalón que hay poco más arriba de la torre del mismo nombre. Rodeaban por el sur y levante el gran palacio que mandara agrandar y dejar en suculento uso doña María Diega Desmaissières, a finales del siglo XIX. Rodeados de una alta muralla, constituían un tupido mundo de arrates, caminos, arroyos y cascadas, cenadores, bancos, emparradas y matas de boj. Cómo se conseguía humedecer y regar todo aquello en un clima tan seco como el de Guadalajara es algo que no me explico. Pero de aquella visita me llevé la impresión de haber estado en un bosque mágico, suculento y enorme de los que ya sólo quedan en los cuentos. Años después, ese palacio fue adquirido por los Hermanos Maristas, convertido en Colegio (tal como hoy sigue) y el bosque y jardines totalmente arrasados para abrir en su lugar unas pistas deportivas. Ya por entonces empezó la acometida del fútbol contra la sensibilidad humana. En ello seguimos.

Este mínimo y remoto recuerdo lo traigo (a pesar de confesar con él que son ya bastantes los años desde los que guardo recuerdos) a propósito del repaso que quiero dar, en vuelapluma somera, por los que fueron, o aún son, jardines y parques de nuestra tierra alcarreña.

Entre los más conocidos, sin duda aparecen los “jardines versallescos” de Brihuega. En el costado sur de la Fábrica de Paños, y a instancias de quien compró el conjunto fabril, a mediados del siglo XIX, don Justo Hernández Pareja, sobre una amplia terraza con magníficas vistas al valle del Tajuña, se encuentran los jardines de la fábrica, construidos hacia 1850 al estilo francés, con un gusto versallesco y una elegancia que hoy proporcionan unos minutos de relajación a quienes en cualquier época del año los visita. De ellos escribía Camilo José Cela en su «Viaje a la Alcarria», aún con la emoción de su hallazgo prendida a la pluma: El jardín de la fábrica es un jardín romántico, un jardín para morir, en la adolescencia, de amor, de desesperación, de tisis y de nostalgia. Un lugar increíble, en cualquier caso, donde parece reposar la sombra de la felicidad, el entrañable sosiego de los lugares antiguos y humanizados.

De este estilo, aunque más pequeños todos ellos, y en espacios más cerrados, más privados sin duda, hay que destacar algunos jardines neoclásicos: entre ellos mencionar el jardín del palacio de los marqueses de Chiloeches, en la cercana población alcarreña. Sirve por su parte trasera a la dimensión señorial de la construcción, y consta de un jardín central y una serie de bancadas que en una mezcla de jardín y huerto aprovecha el pronunciado declive del terreno hasta el cercano arroyo. En su centro, una monumental fuente de tallada piedra, con una aguda pirámide en su centro, evocadora de antiguas sabidurías.

Son interesantes del mismo modo los jardines del palacio de los Almenara en Galápagos, que se pusieron laterales al barroco edificio, pero se extendieron, comunitarios, al gran plazal que le precede.

En Tendilla hubo también jardines, privados: concretamente los que los Solano y López Cogolludo pusieron en la parte posterior de su gran palacio barroco, en una extensión enorme que llega hasta el arroyo del Pra. Hoy están abandonados, como el propio palacio, y perdidos, como ocurrió con los cercanos jardines del palacio que algo más arriba construyera en el siglo XVIII don Manuel de la Cerda y Soto, incluyendo en ellos un molino. Todo vino al suelo y aparcó en el olvido. Como los jardines que mandó poner en su palacio de Mandayona el obispo Francisco Delgado y Venegas, o los que en torno a su palacio, primero hundido y luego derribado, puso en Illana don Juan de Goyeneche, ministro de Hacienda y uno de los ilustrados más dinámicos que ha tenido este país.

De los jardines que hubo en el Sitio de Heras, aquella finca palaciega de junto al Henares, que tuvieron como espacio deleitoso los Mendoza, nada queda. Por allí vivieron largas temporadas, en los veranos, los duques del Infantado, y allí recibieron y se alojaron los monarcas que por el Camino de Navarra pasaban, cruzando el Henares, hacia Sopetrán e Hita. Pascual Madoz los describe en su “Diccionario” diciendo de ellos que se componían de un gran paseo de plátanos, acacias y otros árboles, junto a las tierras de cultivo y otros bosquecillos de olivos y nogales entre las viñas. En el Archivo de la Nobleza que se custodia ahora en Toledo, se custodia un estupendo plano que dibuja el palacio, las casas y los jardines del “Sitio de Heras”. Otro nombre más de nuestro “Patrimonio Desaparecido”.

Los jardines sacros de los frailes reformados

En La Salceda, un monte alto y seco, perdido en medio de la Alcarria, entre los términos de Peñalver y Tendilla, y del que hoy solo quedan ruinas lastimosas y progresivas, se fraguó la reforma de los franciscanos, a fines del siglo XIV, con la iniciativa de fray Pedro de Villacreces. En término de Pastrana, pero ya a orillas del Tajo, frente a Sayatón, en un lugar todavía hoy muy difícil de llegar, los carmelitas reformados bajo la dirección de fray Diego de Jesús María pusieron su Desierto de Bolarque. Unas ruinas impresionantes, comidas del bosque, con árboles que han nacido sobre los muros del templo y del claustro, dan fe de aquella aventura humana y espiritual. En ambos lugares, y por necesidades de la nueva visión del encuentro con Dios, los frailes reformados pusieron jardines, en los que se establecían caminos, sendas que imitaban la subida al cielo, al monte Tabor, al Calvario, a las alturas sacras, y en ellos se alzaban pequeñas ermitas, altares minúsculos, carteles y emparrados por donde avanzaban, varias veces al día, los monjes para reunirse y luego orar en solitario. Han quedado interesantes descripciones de esos jardines espirituales, pero ni una sola huella palpable de los mismos.

“Las Cascadas” de Gárgoles

Entre los más impactantes y desconocidos jardines de la provincia de Guadalajara figura la finca “Las Cascadas” en término de Gárgoles de Arriba. En el cauce del río Cifuentes, que nace en este pueblo y desemboca en Trillo al Tajo, con un recorrido de poco más de 10 kilómetros, se colocó hace siglos una fábrica de papel, en la que se producía (dicen los entendidos) el mejor de España, de tal modo que sirvió para imprimir los primeros billetes de Banco.

Aprovechó de mil maneras las aguas del río, que siempre mantiene un buen caudal, y se le desvió en acequias, túneles y saltos que produjeran el movimiento de las maquinarias y de los batanes.

Años después, a principios del siglo XIX, se añadieron a la finca una serie de construcciones y sobre todo de disposiciones del terreno y la masa vegetal, de tal manera que se intentó crear un jardín inglés monumental, en el que (frente al constructivismo y equilibrio francés) se recreara “la Naturaleza virgen”. Es muy difícil crear un jardín de estilo inglés en España, en Castilla incluso, en la Alcarria todavía. Pero en esta finca se intentó y se consiguió con creces. Aquí el protagonista es el agua: hay arroyos, cascadas, estanques, láminas, terrazas, túneles, hasta un gruta con rocallas tras una gran catarata. En su torno se crearon, artificialmente, montañas, valles, lagos, y se pusieron edificios adecuados, encantadoras casitas, un palacete, y hasta unas románticas ruinas góticas. Más un montón de puentes, caminos, emparrados, subidas, escalinatas…. Muy poco visitado, no estudiado, y apenas conocido, este Jardín de “Las Cascadas” en Gárgoles de Arriba es sin duda la estrella de los jardines romáticos de nuestra tierra.

En el entorno del Tajo, y no lejos de aquí, surgieron otros jardines que se han mantenido vivos en los planos, en las descripciones de los viajeros, en antiguas fotografías amarillentas. Porque de ellos nada ha quedado. En este crónica de memorias y derrumbes, cabe recordar los jardines del Real Sitio de La Isabela, aquel balneario de junto al Guadiela que se creó para el recreo de Fernando VII y su familia, pero que finalmente fue utilizado para deleite de viajeros y gentes varias, acabando durante la guerra como hospital psiquiátrico y centro de reclusión, y ahora en un charco de escasas aguas al que llaman “Embalse de Buendía” y que deja ver, en años de sequía como este, el esquelo pálido de aquel lugar.

Aguas arribas del Tajo estaban los Reales Baños de Carlos III, junto a Trillo, en los que también hubo jardines de frondosidades epopéyicas, y que aún, mal que bien, se mantienen.

Y en Sigüenza “La Alameda” fue creada por uno de sus obispos, don Pedro Inocencio Vejarano, en 1804, “para solaz de los pobres”, pero que al fin y a la postre han devenido en una de las señas de identidad de la Ciudad Mitrada

El laberinto y otros jardines de Guadalajara

Enmarcado en el grupo de la jardinería renacentista, y dentro de los jardines ducales, Guadalajara tuvo uno de los más interesantes laberintos del Renacimiento en Europa. Lo pusieron los Mendoza en su palacio, en el centro de los jardines de poniente, y lo diseñó su arquitecto Acacio de Orejón, en la segunda mitad del siglo XVI.

Se trataba del “Laberinto de Creta”, ingeniosamente dispuesto de tal modo que venía a ser un complicado conjunto de corredores, pasadizos y acequias circulares por las que se accedía a una estrecha isla central en la que residiría el minotauro. Sobre este elemento del jardín del palacio del Infantado sólo nos ha quedado la referencia gráfica que aparece en uno de los croquis que hizo Orejón cuando la gran reforma palaciega del quinto duque, pero no se conoce otra referencia ni documento escrito alusivo a él. Su significado se nos muestra fácil y consecuente con el conjunto manierista del programa implantado por el duque en su mansión alcarreña: la utilización de un mito cretense como es el del laberinto, el minotauro y la lucha de Teseo contra este ser, pudiera parecer, en principio, muy desligada de la tónica general del conjunto, en el que priman alusiones a la historia romana y a la mitología olímpica. Pero basta con conocer la general utilización de este elemento «laberíntico» en la mayoría de los jardines del Renacimiento italiano para comprobar que su utilización en Guadalajara no hace sino afianzar el clasicismo de todo el programa.

En Guadalajara hubo algunos jardines de interés. María Diega Desmaissières, condesa de la Vega del Pozo, muy chapada a la francesa, quiso poner jardines de tipo galo en torno a su fundación de “San Diego”, lo que hoy es el conjunto de las Adoratrices y el panteón mortuorio de la familia. Un hermoso jardín se puso centrando el claustro del edificio central: un revival románico espléndido, muy poco conocido, en cuyo centro, además de una fuente, con paseos, paredes de boj y acequias sonoras, se alza un gigantesco cedro del Líbano. Para acompañar al visitante que desde el paseo de San Roque, y atravesando la portalada de piedra y hierros que se encuentra en el costado de este paseo, se dirigía hacia el panteón, la duquesa encargó a Cirilo Rodríguez que le preparara unos magníficos jardines al estilo de los del Retiro de Madrid. En ello se puso el jardinero, pero no se llegaron a construir por la muerte de la señora. Que, sin embargo, sí logró montar otro tupido y romántico jardín en su palacio del centro de la ciudad. Ese jardín que aún rebulle en la memoria de quien esto escribe.