La Alcarria, desde Cuenca

viernes, 4 septiembre 2015 0 Por Herrera Casado

 

PriegoLa tierra de Cuenca, que posee entre sus límites tantas bellezas paisajísticas y tantos elementos estimulantes del turismo, tiene en su haber una comarca que merece ser traída, de vez en cuando, a la memoria y la atención de todos. Es la Alcarria.

Un viaje por esa provincia hermana me ha dado pie a ver la nuestra como en diferente perspectiva. Valga esta reflexión como estímulo a mirar el mundo –en todo lo posible- desde fuera.

 

Es este de la Alcarria un lugar de permanente atracción turística. Lo fue siempre, porque tuvo (el nombre mismo lo dice, que viene del euskera o ibero primitivo «la carria», el camino: recordar «el carril» como apelativo popular al camino sencillo, y «el carro» como elemento que va por los caminos) repito que tuvo una función caminera: La Alcarria fue lugar de paso entre ambas mesetas, entre la España mediterránea y la interior y aún céltica.

La Alcarria se hizo famosa, hace ya más de cincuenta años, con el universal escrito de don Camilo. Y aunque el universal escritor sólo corrió por los caminos de la Alcarria de Guadalajara, qué duda cabe que la parte de esta comarca que corresponde a Cuenca ha podido esponjarse algo más, y saltar a la fama y al deseo de ser conocida.

 

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La Alcarria es un espacio común a tres provincias: una comarca uniforme con características propias, con peculiaridades definidas. Se extiende por la mitad sur de la provincia de Guadalajara. Abarca zonas del sureste de la de Madrid, y se extiende por buena parte del noroeste de la de Cuenca. Sus horizontes nítidos y rectos en la altura mesetaria (en las alcarrias de nombre propio) son iguales siempre: tierras de pan llevar, viñedos, algunos bosquecillos de pinos o encinas. Caminos, caminos siempre.

Y en las cuestas que desde el alto van a los estrechos valles, el olivo, el matorral de carrasco, la salvia y el tomillo perfumando los ambientes. Al fondo siempre, los arroyos mínimos, los ríos definitorios: el Henares por su extremo norte; el Tajuña, corazón con el Tajo y el Guadiela de la comarca toda. Y el Escabas aún con el Júcar formando frontera por oriente, más acá de la sierra de Bascuñana, último murallón hasta el que llega la Alcarria.

 

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Con estas líneas quiero abrir una puerta a favor del turismo en la Alcarria. La autoridad regional encargada de promocionar el turismo por toda la Comunidad Autónoma, sabe que hay muchas cosas que declarar a los cuatro vientos, y que Toledo, los molinos de la Mancha, las altas sierras negras y los Cabañeros derroteros son elementos esenciales y primeros. Pero olvidarse de comarcas al parecer humildes sería un grave error. En Castilla-La Mancha existen bellezas recónditas que sólo esperan que se las contemos a la gente, sobre todo a ese gran reservorio de turistas que viven en la gran capital cercana, en Madrid y su Comunidad. La Alcarria es una de ellas.

Por su paisaje, por su monumentalidad, por su gastronomía. Eso para empezar. Y luego contar una por una las altas valías de sus límites y sus contenidos. Doy aquí cuatro pinceladas de lo que personalmente creo es capital en esta comarca.

 

Pinceladas alcarreñas

 

Libros (siempre insisto en que por ellos ha de empezar la promoción de una tierra, buenas guías que estimulen la visita y den información veraz y de calidad) libros, digo, existen pocos. Quizás uno de los primeros fue el que escribió José Serrano Belinchón, publicado por Editorial Everest en su popular colección de pastas duras. Y otros, decenas de otros, los que Raúl Torres ha puesto en el mundo con su bello decir y su sonoridad (sus razones hondas también) que aúpan a esta Alcarria conquense.

Pero no es tarea bibliográfica la que aquí pretendo. Es tarea de decir cómo en Madrid, en Guadalajara y en Cuenca tiene la Alcarria sus preciosos gestos.

Por Madrid, ribera del Tajuña, el propio valle es una verdadera joya de tibiezas y calma: los pueblos de Tielmes, Orusco, Carabaña y Perales van escoltando al río que baja solemne. Y en los altos, el Nuevo Baztán, con su maravillosa traza de Churriguera en edificios y urbanismo, resume historia, paisaje y objetivos: miles de personas pasan cada domingo por aquella planicie en la que, en definitiva, una escueta entidad artística se sustenta.

Por Guadalajara son más abundantes las ofertas. En la provincia alcarreña por excelencia, la capital se extiende en su límite, junto al Henares. Pero en su interior se alzan poblaciones de un carácter histórico y monumental impresionante. Las villas de Brihuega, de Cifuentes, de Pastrana, por citar sólo tres sonoras y de todos conocidas, son elementos que justifican una acción contundente de promoción. A Brihuega llaman «el jardín de la Alcarria», porque además de estar regadas (calles, plazas y jardines) por el agua que surge de las altas rocas hacia el Tajuña, en ella aparecen los impresionantes jardines versallescos de la antigua Fábrica de Paños. Y allí se encuentra el castillo medieval que fue sede de los arzobispos toledanos. O las iglesias de Santa María, San Felipe y San Miguel, joyas inigualables del románico de transición. En Cifuentes se mezcla castillo de don Juan Manuel (que tantos tuvo por toda la región en que vivimos) con arquitectura románica de altos vuelos (la puerta de Santiago) y murallas con joyas del Renacimiento. Y finalmente en Pastrana, hoy más noticia que nunca, al protagonizar el pueblo entero, como cada año, su Festival Ducal de tan buen hacer y resultados. Buen porvenir, en todos los sentidos, tiene Pastrana. Pero el turístico es el primero. Ojalá que recibiera de las instancias administrativas regionales el apoyo que merece: el Museo de su Colegiata, con la colección de tapices más impresionante que se guarda en España (después de las de Zaragoza y La Granja) ahora limpio y rehabilitado. El embrujo de sus calles, la evocación de sus historias celestinescas, teresianas y ebolescas (por denominar de alguna forma esa mezcla indefinible de aventuras místicas y amorosas que Ana de Mendoza y Teresa de Cepeda protagonizan por sus retorcidas callejas) hacen de Pastrana el lugar ideal para un viaje, para muchos viajes. El paisaje que la rodea, impresionante, es pura Alcarria. Si alguien no sabe definirlo, que se vaya y lo vea.

Tajo arriba, el viajero se encontrará lugares como Zorita de los Canes, con su castillo calatravo; Sacedón, la capital de los pantanos (antiguos pantanos, hoy simplemente charcos embarrados); Pareja, con su evocación de los obispos conquenses en cada calle y en cada palacio; y Trillo, con la promesa de sus Baños siempre en la mano, que ya han cuajado de nuevo, centrando un añadido valor del turismo alcarreño, el de los balnearios serranos.

Balnearios que, sin embargo, en este lado de la Alcarria también están cumplidos y gozan de saludable latido: los de Solán de Cabras. Aunque en la frontera, en Buendía, La Isabela se perdiera para siempre.

 

Ahora en Cuenca

 

Y ahora en Cuenca. Pero en Cuenca… la Alcarria tiene notables cimas y banderas muy claras: Priego, a la puerta ya de la Sierra, es una de ellas. Con su artesanía del barro tan maravillosa; con su monumentalidad aplaudida y los paisajes que el Escabas le forma tan espectaculares. Por los bajos campos de en torno al Guadiela están Valdeolivas, con ese templo fantástico todavía poco conocido. Y Ercávica, las mejores ruinas romanas de toda la comarca, en las que aún palpita el espíritu de los artistas del Lacio.

Huete es, quizás, el mejor exponente monumental de la comarca en Cuenca. Huete ha sido bien tratado en cuanto a urbanismo, y espléndida suerte le ha cabido en cuando a lo monumental. Sus iglesias, sus monasterios, sus portadas platerescas, su copia innúmera de blasones y frontispicios se miran, como en un espejo, en la restauración hecha al convento de la Merced, en el que ese alcarreño de pro que es Florencio de la Fuente ha puesto el Museo más increíble que ningún turista imaginara encontrar.

Pero basta ya de elogios, basta de palabras solemnes. Aquí lo que pretendo es decir simplemente que La Alcarria existe, que la Alcarria, cabalgando entre tres provincias de nuestra España, es un espacio lleno de maravillas, un territorio que merece ser mejor conocido, con una intencionalidad de globalización, y que debe ser estimulada por quien puede y debe a convertirse en nueva meca de viajeros ansiosos de ver esas maravillas que, escondidas y remotas, aún le quedan a España.