En el centenario de Pepe de Juan

sábado, 28 marzo 2015 0 Por Herrera Casado
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Placa conmemorativa en la casa del Horno de San Gil de Guadalajara donde vivió y murió José de Juan-García Ruiz

El próximo miércoles, 1 de abril, hubiera cumplido –de haber seguido vivo- nada menos que cien años quien fuera nuestro director, en “Nueva Alcarria”, mucho tiempo. José de Juan-García Ruiz. De quien esta cabecera guardará siempre el mejor recuerdo, como periodista, como persona, y como amigo.

En Guadalajara nació, un 1 de abril de 1915, quien fuera un niño soñador y tímido, descubridor de las mil maravillas que por entonces tenía la Calle Mayor y atrevido viajero por las cercanías del Cerro del Pimiento, el Alamín arriba y hasta los Mandambriles. Un niño que fue a estudiar al Instituto de Enseñanza Media, ocupante del viejo palacio renacentista de don Antonio de Mendoza, luego convento de la Piedad, y por entonces recién restaurado por Ricardo Velázquez, quien le puso a los muros de su patio una colección colorista de azulejos sevillanos, y en el centro le plantó una enhiesta palmera que sirvió para que los estudiantes de entonces pensaran aún más en la Andalucía recoleta y sonora de los versos que iba escribiendo Antonio Machado, y que unos a otros se pasaban, admirados de aquella belleza palabraria: muchos de aquellos estudiantes, de principios del siglo, vendrían a rendirse luego a los pies de la musa Talía que viene a ser la clásica patrona de la poesía bucólica, además –como todos saben- de la comedia y el teatro.

En 1933, en un concurso que organizó la Asociación de Estudiantes de Guadalajara (con su sede en el Instituto de la Calle Museo) quedaron finalistas tres adolescentes, que presentaron sus trabajos con seudónimo. Y el jurado, una vez leídos, declaró ganador del primer premio a un tal Antonio Buero Vallejo; del segundo a José de Juan-García Ruiz, y del tercero a Miguel Alonso Calvo (que luego sería conocido como Ramón de Garciasol). ¡Vaya trío de plumas! Y eran los alumnos… el ambiente en el Instituto de Guadalajara, en aquella época, muchos lo han dicho, era de un gran nivel literario.

Una vida dedicada a la enseñanza y el periodismo

José de Juan-García estudió, tras su bachillerato, en la Escuela Normal de Magisterio, la que estaba en el viejo caserón que había sido convento de frailes de San Juan de Dios, y aún antes corrala de teatros y comedias, en la parte baja de la ciudad amurallada. Muy joven aún le pilló la guerra, y después de ella entró a trabajar como maestro, encargándose de la clase de Preparatoria que se instaló en los bajos del Instituto. Ahí le recuerdo yo, siempre con su carpeta bajo el brazo, (qué de sueños llevaba siempre en la carpeta!) un poco encorvado y con un saludo de optimismo y bohemia confundidos.

En 1940 se sumó a la naciente redacción de “Nueva Alcarria” donde enseguida fue considerado redactor jefe y luego director, puesto en el que se mantuvo 25 años, dándole al periódico el empuje que le hicierea pasar de ser un pasquín de propaganda del Régimen franquista, al de un comedido semanario de provincias, fuente de todas las noticias y saberes de estab parcela de nuestra geografía.

De Juan se formó académicamente en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid, y ello le valió el reconocimiento como profesional en Guadalajara, pues muy pocos había que se movieran con ese título bajo el brazo para seguir dando vida a la prensa guadalajareña (Toquero, Martialay y pocos más tenían ese título). Murió de Juan-García en julio de 1972, de forma inesperada, pues contaba con 57 años, de los que casi la mitad llevaba como director de este periódico.

Además de maestro de la Preparatoria, nuestro personaje actuó en ocasiones como profesor ayudante de Geografía e Historia en el Instituto de Enseñanza Media, así como en la Escuela de Maestría Industrial, que por entonces se había abierto. Colaboró como concejal del Ayuntamiento de Guadalajara, fue diputado provincial, y movió desde abajo y desde su inicio el tema de los “Días de la Provincia” que trató de ir organizando, cada año, por una de las cabezas de partido judicial. Él fue uno de los creadores de la Institución Provincial de Cultura “Marqués de Santillana”, y en los años 60 sin duda estuvo presente, como protagonista muy activo, en la naciente actividad cultural de Guadalajara y su provincia. Al menos le fue reconocida tal dedicación con la “Medalla de Plata de la Provincia” aunque a título póstumo.

Inquietudes literarias

Esas inquietudes culturales le nacían de su pasión por la literatura, que demostró desde muy pequeño. Hubiera podido desarrollar sus indudables capacidades, pero prefirió quedar a vivir en su Guadalajara natal, depurando y sublimando su germen literario en aras de una cultura íntima y propia, local.

Años después de su muerte, los amigos que dejó trataron de dar memoria cierta a su capacidad de escritor, porque las piezas que había compuesto y que habían salido al aire de encuentros literarios, Días de la Provincia, o sesiones de homenaje, sin contar con sus artículos habituales en “Nueva Alcarria” merecían quedar en letra impresa y guardados en el cofre de un libro.

Nació así la obra “Y soñé”, que surgió por iniciativa de la Diputación Provincial, a través de su Institución de Cultura “Marqués de Santillana” y por el cuidado personal de José Antonio Suárez de Puga. El título –que retrata la actitud vital del personaje- obedece sin embargo a un motivo más concreto: así fue como tituló José de Juan-García el texto con el que quedó segundo en el Concurso Literario del Instituto en 1933. La obra, con humildes parámetros tipográficos, lleva fecha de 1979, y la puso prólogo Antonio Buero Vallejo, quien consigue en esta ocasión rematar un monumental texto. Las palabras de Buero son magistrales, e icluso en ellas aprovecha para decir que su amigo “Pepito de Juan” como él le recordaba, “…poseyó dotes innegables de escritor valioso”. El libro aporta, en su inicio, un extraordinario soneto de Suárez de Puga, escrito en 1959, y en las palabras de Buero, que acuden entre otras cosas al análisis de la amistad, del paso del tiempo, y de los destinos humanos, se leen cosas como que “era oficiante en el gran culto de la literario” refiriéndose a de Juan.

Y soñé

La obra “Y soñé” de José de Juan-García Ruiz, cuyo análisis breve puede servir para completar este recuerdo en el centenario de su nacimiento, tiene 262 páginas, y hoy es un libro muy difícil de encontrar. Consta de cinco apartados en los que encontramos cosas como las “Primeras Prosas” que forman la primera parte, en las que nuestra autor puso sus apreciaciones sobre el Mar, la Luna, los sentimientos amorosos, de renuncia, de sacrificio… escribe sobre pintura y pintores, y con sus bien redactadas impresiones con demuestra su capacidad literaria y una cultura por encima de lo común producto, -como suele ocurrir- de sus muchas lecturas.

La segunda parte se titula “Ensayos” y en ellos habla de Alvar Fáñez, de los Libros de Caballerías, de Don Quijote, de El doncel, de victorio Macho, del pintor Fermín Santos y de algunos pueblos de la Alcarria que va conociendo y admirando, entre ellos Pastrana y cuanto esta villa tuvo que ver con la Reforma del Carmelo.

En esos primeros escritos ya demuestra claramente de Juan su “alcarreñismo” militante y bien cimentado. Yo mismo confieso que en esas frases, a veces excesivas, pero siempre cuajadas de amor limpio por la tierra, bebí cuando empecé a dar mis primeros pasos en la literatura. En su tercera parte, el libro “Y soñé” muestra los artículos (algunos de ellos solamente) que de Juan publicó en “Nueva Alcarria” y en los que ofrece garra periodística. La suma de ellos está en esos catorce artículos (algunos se acordarán todavía de las cosas que decía en ellos y cómo lo decía) que entre 1967 y 1968 dedicó a charlar con “Barbas, el perro de la imprenta”. Unos pocos poemas, muy discretos, ocupan la cuarta parte del libro, que dejan paso a la quinta, sus “Discursos” utilizados en ocasiones de relieve institucional, y en los que, durante los últimos tres-cuatro años de su vida, le confirmaron como un escritor de fuerza y saberes. Tras ellos, la muerte, que como vemos le llegó en el momento de su mejor inspiración y su inspiraicón más plena.

En esos discursos, de Juan nos presenta sus ideas acerca de Iñigo López de Mendoza en el “Homenaje al Marqués de Santillana” que la ciudad le brindó al poeta medieval en 1958; otros discursos aparecen, cuajados de pasión por el terruño, en Brihuega, Pastrana y Cifuentes. Genial el texto que en 9 de noviembre de 1969 dedicó en Valfermoso de las Monjas a glosar la figura de la madre Felisa de San José de Calazanz”, justo el día que la monja cumplía cien años, y justo el día en que Dios la llamó consigo.

De lo mejor de José de Juan es el texto que leyó el 20 de septiembre de 1970, en la celebración del IX Día de la Provincia, en la iglesia de San Francisco, en aquel acto en el que, bajo el lema “Liturgia de prosas y versos con alabanza de coros y orquesta para los tapices de Pastrana” se vió acompañado de las voces de José Antonio Suárez de Puga y José Antonio Ochaíta. Lo recordaré siempre, porque estuve presente, y fue el primer día que entré en aquel templo, que para la ocasión forró sus paredes con la colecicón completa de los tapices pastraneros.

Lo último que leyó de Juan, y es lo último que aparece en este libro, resumen a su vez de su vida y de su obra, fue el discursos de provlamación del XI Día de la Provincia en el salón de actos de la Diputación de la plaza de Moreno. El 9 de junio de 1972 leyó sus palabras cuajadas de saberes y de intenciones, solamente un mes antes de morir.

Ahora, al recordar el centenario de su nacimiento, he tratado con esta evocación de “poner al día” a esta figura de nuestras letras, de nuestro periodismo y de nuestro “alcarreñismo militante” que fue José de Juan-García Ruiz, a quien mando de nuevo mi aplauso, una vez más de las muchas que en vida suya le mandé.